As¨ª empieza lo malo
Desde Roma a hoy no hay m¨¢s que un paso. Lo ha dado Podemos con ese autob¨²s que es secuela del otro extremo, aquel Hazte O¨ªr de la verg¨¹enza que ten¨ªa a Dios como pretexto
El fantasma de un autob¨²s recorre Espa?a. Es f¨¢cil: preparas a la ciudadan¨ªa con suculentos nombres propios, dices a la gente que en esos nombres reside la trama de lo peor que le pasa a la sociedad en la que estamos y luego paseas sus caricaturas para que el pueblo haga diana. Desde Roma a hoy no hay m¨¢s que un paso. Lo ha dado Podemos con ese autob¨²s que es secuela del otro extremo, aquel Hazte O¨ªr de la verg¨¹enza que ten¨ªa a Dios como pretexto.
Est¨¢ todo inventado. Los que hacen el dibujo previo no saben a ciencia cierta si lo que insin¨²an con el trazo grueso es verdad o mentira. Pero no importa, qu¨¦ va a importar: lo dice todo el mundo y ellos le explican a la gente, preparada para creer que hay culpables sueltos, lo que esta ya quiere o¨ªr. ¡°?Queremos culpables!¡± Ellos los brindan en un autob¨²s superpoblado, este fantasma en el que se alojan las identidades de cada uno de los bandidos seleccionados para la ocasi¨®n. Habr¨¢ m¨¢s, anuncian como si estuvieran en aquel circo romano. Y r¨ªen, la ocurrencia va a funcionar. Han hecho de la pol¨ªtica un saloon del Oeste y en la confusi¨®n reciben el aplauso, e incluso la contrita condescendencia, de los que cuidan su ego desde asientos mullidos en los que se mecen sus complicidades. ¡°Mientras no me den a m¨ª, je je¡±.
¡°Si nada es verdad, todo es espect¨¢culo¡±, escribe Timothy Sneyder en Sobre la tiran¨ªa, un libro que estos caricaturistas de la pol¨ªtica deber¨ªan tener de cabecera para no repetir causas generales y desverg¨¹enzas que ya ti?eron este pa¨ªs, Europa y el mundo cuando se pintaron otras dianas para satisfacer el ansia vengativa que anida en las sociedades tristes. Lean a Brecht; tengan cuidado con el justiciero que anida en la conducci¨®n de este autob¨²s fantasma. Nadie sabe c¨®mo se carga de raz¨®n un hombre hasta que no lo ves escupirle a otro por la calle. Que se desconozca la realidad es conveniente para oscurecer el camino: aquellos a los que ellos dibujan forman parte de la trama. El pueblo est¨¢ preparado para percibir como real aquello que se diga en voz alta, cuanto m¨¢s horr¨ªsona mejor. Los que habitan en los flancos de ese autob¨²s son los malos, los culpables de lo que pasa. ?Todos? ?Uno a uno y todos? ?Qui¨¦n lo dice?
Lo dicen ellos, los que ya ti?eron de cal el Congreso, los que decidieron que el lenguaje les pertenec¨ªa y pod¨ªan torcerlo en el hemiciclo, los que son capaces de elevar a verdad lo que ni siquiera ellos mismos han investigado. Consumen el pescado que obtuvieron otros y, aunque ese pescado se haya podrido en manos de los que lo divulgaron, lo siguen marcando como fresco. Y ellos saben que el pescado caduc¨®. Ellos no son s¨®lo los que hacen la caricatura y los que llenan el autob¨²s de la diana floreada con la que despiertan a la ciudadan¨ªa al grito antiguo: ¡°?Son estos, son estos! ?A por ellos!¡±. No son s¨®lo los caricaturistas: son tambi¨¦n los que les han re¨ªdo la gracia hasta que llega el d¨ªa en que en este pa¨ªs asoma, como reza el t¨ªtulo shakespeariano de la novela de Javier Mar¨ªas, a esta evidencia largamente masticada por los que frecuentan el saloon: As¨ª empieza lo malo.
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