Las otras sentencias de la sala 102
Tres jueces han visto 96 segundos de relaciones sexuales sin ponerse de acuerdo en su naturaleza: dos vieron abusos, uno relaciones consentidas y ninguno violaci¨®n
¡°Abuso sexual¡±. Cuando pronunci¨® estas dos palabras, las m¨¢s famosas de su carrera judicial, el magistrado Jos¨¦ Francisco Cobo escuch¨® c¨®mo se las rebat¨ªan. Debi¨® de sentirse un ¨¢rbitro. A los treinta segundos de haber dictado sentencia, Cobo pudo escuchar, por primera vez en su vida, la reprobaci¨®n del p¨²blico. ¡°Fuera, fuera¡±, le empez¨® a gritar una multitud desde el exterior. ¡°Fuera, fuera¡±. Los pitidos se colaron en la sala 102 del Palacio de Justicia de Navarra, llena a rebosar. No hab¨ªa sido un juicio cualquiera, ni aquel era un fallo cualquiera. Se hab¨ªa decidido que una chica rodeada de cinco j¨®venes mucho m¨¢s fuertes que ella (¡°impresionada y sin capacidad de reacci¨®n¡±, con ¡°angustia¡± al ver el miembro de un acusado acerc¨¢ndose a su mand¨ªbula y a otro por detr¨¢s ¡°baj¨¢ndole el tanga¡±, mientras sent¨ªa agobio, desasosiego y estupor, manteniendo una actitud ¡°de sometimiento y pasividad¡±, "acorralada y gritando" despu¨¦s) no hab¨ªa sufrido violencia ni intimidaci¨®n; los mismos jueces que firmaron esos hechos probados hab¨ªan firmado la sentencia.
Hasta ese momento Jos¨¦ Francisco Cobo, presidente del tribunal que ha juzgado a La Manada, hab¨ªa permanecido seis minutos y treinta segundos en silencio, arrugando la boca. Subi¨® el labio inferior al superior, cubri¨¦ndolo, y las comisuras se quedaron a la altura de la barbilla. Ten¨ªa las gafas en la mano y dirig¨ªa la mirada de la puerta al p¨²blico. Cuando se sentaron los ¨²ltimos estudiantes en la sala, Cobo a¨²n dej¨® un minuto m¨¢s de silencio. A su derecha, en la bancada lateral de la acusaci¨®n, la fiscal Elena Sarasate ("?alguien cree que en ese momento si ella dice 'no quiero hacer eso' o 'no me apetece', la dejan marchar sin m¨¢s?") ten¨ªa la expresi¨®n tranquila y una mano sobre la otra encima de la mesa; hubo un momento en que mir¨® hacia abajo y luego levant¨® la mirada y la clav¨® en Cobo, como invit¨¢ndole a empezar. La acusaci¨®n del Ayuntamiento de Pamplona, V¨ªctor Sarasa (¡°la v¨ªctima no pod¨ªa entender lo que suced¨ªa y entr¨® en p¨¢nico¡±) se frotaba la barbilla. Mientras, enfrente, el abogado defensor de cuatro de los cinco acusados (acogi¨® a uno m¨¢s tras la catastr¨®fica intervenci¨®n de otro letrado en el juicio), Agust¨ªn Mart¨ªnez, cog¨ªa aire tras llegar a la sede judicial con la toga puesta y arrastrando un trolley. Mart¨ªnez (¡°mis defendidos pueden ser unos cerdos, unos imb¨¦ciles y unos lerdos, pero no son unos violadores¡±) suspir¨® durante el silencio interminable de Cobo; en cuanto escuch¨® la primera sentencia, contra el Prenda, se puso unas gafas, garabate¨® algo en un papel y luego cogi¨® su iPhone para consultarlo fren¨¦ticamente.
A las 13.15, Jos¨¦ Francisco Cobo supuso a todo el mundo acomodado y dijo: ¡°Buenos d¨ªas¡±. Tres minutos despu¨¦s, ya escuchaba un ¡°fuera, fuera¡± procedente de la plaza Juez El¨ªo, bautizada as¨ª fechas despu¨¦s del juicio a La Manada en homenaje a un juez republicano represaliado en la Guerra Civil, que salv¨® su vida gracias al comisario de Pamplona y se escondi¨® tres a?os en el cuartucho de un lavadero infame antes de poder emigrar a M¨¦xico. Esa plaza fue ocupada por voces femeninas, voces en estado de excepci¨®n desde que se conoci¨® la denuncia por violaci¨®n m¨²ltiple de una chica de 18 a?os por parte de cinco j¨®venes que presum¨ªan de conquistas, sexo en grupo y bromeaban con violaciones y m¨¦todos para ejecutarlas; voces que han acompa?ado dos a?os a la v¨ªctima bajo un lema, Hermana, yo s¨ª te creo, y un movimiento que ha implosionado en Espa?a sin vuelta atr¨¢s y entreg¨® las calles, el pasado 8 de marzo, a millones de mujeres en lucha: #metoo, yo tambi¨¦n.
¡°?No es no, no es no!¡±, se escuchaba en la sala nada m¨¢s empezar a leerse la sentencia; nada m¨¢s saberse fuera, gracias a la retransmisi¨®n en directo a todo el pa¨ªs de la lectura del fallo, que la justicia hab¨ªa dictaminado que no hubo violencia ni intimidaci¨®n en el abuso sexual de seis hombres a una mujer cuyo consentimiento se obtuvo ¡°prevali¨¦ndose el responsable de una situaci¨®n de superioridad manifiesta que coarte la libertad de la v¨ªctima¡±.
Jos¨¦ Francisco Cobo no se inmut¨®. Solo cambi¨® el gesto de su rostro un poco despu¨¦s, cuando el grito de la calle le interpel¨® directamente: ¡°No es abuso, es violaci¨®n¡±. Cobo estaba leyendo lo contrario: hubo abuso, pero no violaci¨®n. Los gritos ahora eran muchos m¨¢s y resultaba imposible no escucharlos; se adue?aron de la sala. Cobo dej¨® de leer dos segundos, tomando aire para el siguiente folio, y en ese momento en la sala 102 s¨®lo se escuch¨® la sentencia de la calle. Luego prosigui¨® con la suya, pero ya con una banda sonora por debajo que le contradec¨ªa.
La defensa de La Manada ped¨ªa la absoluci¨®n y las acusaciones reclamaban m¨¢s de veinte a?os de c¨¢rcel por violaci¨®n. Hasta su compa?ero de tribunal, el magistrado Ricardo Gonz¨¢lez, emiti¨® un voto discrepante porque pidi¨® la absoluci¨®n de los acusados. En esencia, era ¨¦l y Raquel Fernandina, su compa?era de tribunal, contra el mundo.
En los instantes previos a la lectura de la sentencia, el exterior del Palacio de Justicia parec¨ªa los aleda?os de un hip¨®dromo. Todo el mundo parec¨ªa tener la informaci¨®n definitiva sobre cu¨¢l ser¨ªa la sentencia. El tr¨¢fico de rumores inclu¨ªa desde ¡®agresi¨®n sexual 3-0¡¯ hasta ¡®absoluci¨®n 0-3¡¯ con un enorme margen de resultados; las voces m¨¢s autorizadas se inclinaban por condena por agresi¨®n sexual con dos votos favorables y uno discrepante. Otras dejaban caer el abuso sexual por unanimidad para evitar que, de tres jueces, dos hubiesen visto una agresi¨®n -o abuso- sexual de cinco hombres a una mujer y otro una org¨ªa. No ocurri¨®: uno vio relaciones sexuales consentidas y dos vieron abusos. ?Puede haber en tres magistrados semejante diferencia de criterio? Puede. Los tres vieron el delito en im¨¢genes y los tres no se pusieron de acuerdo en si lo era o no. S¨ª coincidieron en algo: no vieron violaci¨®n.
Fue el acto final de un delito al que sigui¨® un juicio desagradable en el contexto de unas fiestas, las de San Ferm¨ªn, marcadas desde el asesinato de Nagore Laffage en 2008 por resistirse a las pretensiones sexuales de Jos¨¦ Diego Yllanes. Un juicio en el que se quiso incluir informes de espionaje a la v¨ªctima para demostrar que, al llevar una vida normal y ver determinados programas de televisi¨®n, no pod¨ªa haber sido violada. Un juicio que dedic¨® seis horas de sesi¨®n en una sala con las ventanas empapeladas para pasar una y otra vez un v¨ªdeo de 96 segundos en el que los acusados, que grabaron el acto, manten¨ªan relaciones sexuales de todo tipo con una chica que no sab¨ªa sus nombres, no sab¨ªa cu¨¢ntos eran y los vio marcharse uno a uno dej¨¢ndola desnuda mientras se llevaban su tel¨¦fono m¨®vil. Hubo que escrutar esa grabaci¨®n para tratar de discernir si los actos sexuales, las respiraciones, los gemidos y los gestos de unos y otra eran parte de una org¨ªa concertada o una violaci¨®n en masa a una chica que, paralizada seg¨²n dijo, no expres¨® su rechazo (¡°si te rodean cinco hombres en un callej¨®n sin salida y te piden el m¨®vil y la cartera, y se los das sin decir nada, ?puedes denunciar por robo?¡±, dijo en el juicio la fiscal, Elena Sarasate).
La sentencia a La Manada ha cerrado un juicio y abierto otro, de diferentes proporciones, acerca del consentimiento o deseo de la v¨ªctima, c¨®mo calcularlo o distinguirlo, y hasta qu¨¦ punto hay que expresar rechazo ante un abuso para que este pueda ser considerado agresi¨®n. Y, sobre todo, qui¨¦n y c¨®mo calcula el riesgo asumido por la v¨ªctima al resistirse.
La tensi¨®n explot¨® cuando acab¨® la lectura de la sentencia entre las 200 personas que se concentraban fuera, y que siguieron el fallo con radios y m¨®viles pegados a la oreja. Entonces se form¨® tal algarada que la gente empez¨® a pisar involuntariamente a un viejo perro labrador que ech¨® la boca a diestro y siniestro tratando de defenderse. La polic¨ªa foral reaccion¨® yendo hacia ¨¦l para tratar de calmarlo; ese movimiento rompi¨® el cord¨®n y la gente aprovech¨® para tirar las vallas, lo que provoc¨® varios enfrentamientos entre mujeres y polic¨ªas; a algunas de ellas se les pidi¨® la identificaci¨®n.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.