El verdugo siempre llama dos veces
La sobreactuaci¨®n de Otegi no busca cooperar con S¨¢nchez sino intoxicar la campa?a socialista
La rehabilitaci¨®n de un delincuente expresa la de la piedad de la Constituci¨®n en su naturaleza constructiva y hasta en su voluntarismo, pero el esfuerzo de la reinserci¨®n no justifica la arrogancia y la obscenidad con que Arnaldo Otegi interpreta su incorporaci¨®n insolente a la vida pol¨ªtica.
Hace de ella un espacio de derecho propio, de despecho y de resarcimiento. Otegi ha cumplido con la justicia. Ha pagado en prisi¨®n su pertenencia a ETA. Y tiene toda la legitimidad para recuperar su vida. El problema es que pretende hacerlo en las instituciones desde una posici¨®n vengadora y hasta justiciera. M¨¢s o menos como si las armas, la c¨¢rcel, los cr¨ªmenes, los a?os de plomo representaran el antecedente necesario, inevitable, preliminar, de la lucha pol¨ªtica convencional.
Un etarra se puede rehabilitar, pero la deontolog¨ªa pol¨ªtica y la ¨¦tica deber¨ªan contraindicar el ejercicio de todas aquellas funciones que impliquen ejemplaridad y compromiso de convivencia. No debe dedicarse a la cosa p¨²blica quien la intimida con la serpiente de la paz. Otegi aspira al cargo m¨¢ximo del cursus honorum de Euskadi. Quiere ser lehendakari cuando expire la inhabilitaci¨®n. Blanquear en las urnas el historial homicida del terrorismo etarra. Redimirse y retorcerse en la democracia que ¨¦l mismo sabote¨® y quiso reventar.
Es la raz¨®n por la que se ha propuesto sobreactuar con la relevancia de Bildu en el tablero nacional. Las peculiaridades aritm¨¦ticas de la Diputaci¨®n Permanente le han permitido proponerse como un aliado imprescindible de S¨¢nchez. No para ayudarlo, sino para retratar la corpulencia de la extorsi¨®n soberanista y para intoxicar la campa?a del PSOE.
Otegi ofrece la mano del verdugo. M¨¢s la acerca a S¨¢nchez, m¨¢s lo expone al oprobio de la? oposici¨®n y a la sensibildad de los votantes que tienen memoria de la atrocidad etarra.?La alianza que Bildu y Esquerra Republicana han urdido en las elecciones generales definen un cord¨®n sanitario que el l¨ªder socialista no puede permitirse transgredir, ni si quiera como pretexto de la investidura.
Puede entenderse as¨ª el alborozo con que S¨¢nchez se rodea de banderas espa?olas y se desentiende de las antiguas veleidades hacia el independentismo. Una campa?a de amnesia que abjura de la pluralidad de naciones y que se recrea en el fervor de la unidad territorial. Sanchez viene a decirnos que la mejor forma de sustraerse al chantaje del soberanismo es un resultado electoral generoso, imponente, cuya traducci¨®n en esca?os convierta en innecesarios los acuerdos con los partidos rupturistas.
Otegi no se ha quitado el pasamonta?as. Lo lleva puesto conceptualmente. Ning¨²n acuerdo postelectoral salubre puede concebirse entre sus manazas de say¨®n y el cinismo s¨®rdido de Junqueras. Es una v¨ªa muerta. O lo ser¨ªa si no fuera porque a veces las franquicias socialistas de Euskadi y Catalu?a se disfrazan de guardagujas.
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