Los desalojados por el fuego en Gran Canaria: ¡°Parece que va lento, pero se come la monta?a entera¡±
Centenares de lugare?os han sido evacuados y temen perder sus casas en Monta?a Alta, Tejeda y en todo el per¨ªmetro del incendio, que amenaza el parque natural de Tamadaba
El cementerio de Monta?a Alta se convierte por una tarde en una especie de mirador de la muerte. Desde esa atalaya t¨¦trica se divisa el incendio que amenaza el ecosistema?de Gran Canaria que mezcla vegetaci¨®n centenaria con especies introducidas durante el ¨²ltimo siglo. La gama crom¨¢tica pasa del verde al negro a gran velocidad ante el pasmo de los lugare?os. El fuego se ve, se huele. Y hace ruido en un espacio habitualmente silencioso: el crepitar de los ¨¢rboles causa un estruendo arrollador. ¡°Parece que va lento, pero se come la monta?a entera¡±, acierta a resumir Paca D¨¦niz. Con las maletas en el coche, acaba de abandonar su casa: en el cementerio, a apenas medio kil¨®metro, observa petrificada c¨®mo el fuego se va acercando a su vivienda.?El incendio, el m¨¢s grave en Espa?a desde 2013, ha quemado ya m¨¢s de 10.000 hect¨¢reas y ha obligado a desalojar a 9.000 personas.
A. M. lleva dos evacuaciones en una semana; ya tuvo que dejar su casa hace 10 d¨ªas por el incendio que se inici¨® en Artenara. Y volvi¨® a ser evacuado el s¨¢bado por la tarde, esta vez porque las llamas ven¨ªan a una velocidad nunca vista barranco abajo. En el momento en el que se inicia la conversaci¨®n est¨¢ en la m¨¢s absoluta incertidumbre: ¡°Ahora mismo no sabemos como est¨¢ la vivienda, ni siquiera si sigue ah¨ª¡±, arranca. Duerme en la casa de amigos; sus vecinos han sido acogidos por familiares y en una residencia escolar cercana. ¡°Pas¨¦ por la ira y ahora ya estoy en la resignaci¨®n y aceptaci¨®n: el desastre ya est¨¢ hecho, pero ahora mismo hay que estar sereno¡±, asegura como tratando de convencerse. Le mandan un audio por WhatsApp y se aleja: en los incendios forestales las alegr¨ªas y las penas se digieren en directo. Vuelve a la conversaci¨®n con una sonrisa: su casa no se ha quemado. Al menos todav¨ªa no.
La incertidumbre envuelve la mayor¨ªa de las conversaciones. Coralia Gonz¨¢lez, que es pastora, apura una botella de agua para aguantar el calor, que a media tarde supera los 40 grados. Tiene una queser¨ªa en Lomo del Palo, G¨¢ldar. Es su medio de vida como lo fue el de su madre y el de su abuela: los productos que elabora los abastece gracias a 111 ovejas y 17 cabras. Tuvo que huir de la queser¨ªa de forma preventiva; los animales est¨¢n confinados y no sabe si est¨¢n vivos o no. ¡°Qu¨¦ pena¡±, acierta a decir, ¡°me gustar¨ªa entrar un momento, darles agua y comida y volver a salir¡±, dice al otro lado del cord¨®n que impide el paso. Otro de los vecinos, Ferminito, aparece por all¨ª con la misma petici¨®n: ¡°Es solo darle agua; es lo m¨ªnimo, hombre¡±. Pero es dif¨ªcil: el fuego se ceba con el monte. Entonces, el alcalde de la localidad, Pedro Rodr¨ªguez, permite a los dos vecinos acercarse a sus animales escoltados por Protecci¨®n Civil. Otra vez las alegr¨ªas y las penas en directo.
A medida que avanza el d¨ªa, el barrio se va vaciando sin que nadie lo haya ordenado. En el bar, un televisor escupe las ¨²ltimas noticias: Ayacata, en Tejeda, es el en¨¦simo n¨²cleo urbano desalojado. Tejeda es noticia porque ha sufrido dos incendios forestales en 10 d¨ªas; tanto los habitantes de su casco urbano como los de diversas barriadas han sido evacuados. Los ¨¢nimos est¨¢n por los suelos. Las fiestas, que sol¨ªan ser un im¨¢n para quienes emigraron hace tiempo a la ciudad, han sido canceladas. En principio, las casas se han salvado del fuego, pero los vecinos saben que el incendio es una suerte de bomba de relojer¨ªa y que el peligro puede volver en cualquier momento.
Ra¨²l Garc¨ªa y su familia tambi¨¦n son de Tejeda y est¨¢n entre los evacuados. Se han instalado en el albergue de San Mateo, el pueblo vecino que ha desplegado un sistema de voluntariado organizado por su Ayuntamiento que est¨¢ permitiendo no solo alojar, sino tambi¨¦n alimentar y acompa?ar a decenas de personas. Ra¨²l vio quemarse sus tierras ¡ªsu forma de vida¡ª en el primer incendio, hace unos d¨ªas. Ahora, ya con resignaci¨®n, sabe que el paisaje que ve¨ªa a diario se ha convertido en ceniza.
A unos kil¨®metros de all¨ª, Agaete tambi¨¦n deber¨ªa estar en fiestas. Se trata de un pueblo marinero y alegre que ha tenido que aparcar la feria y asiste at¨®nito a los devastadores efectos del incendio, que ha ido empujando barranco abajo a los vecinos de El Hornillo y El Sao, y que amenaza a los de El Valle, San Pedro y otros pagos. El viento empuja con fuerza las llamas. El parque natural de Tamadaba, un pinar verde que se asoma al Atl¨¢ntico, es la azotea de este pueblo: centenares de hect¨¢reas est¨¢n siendo devoradas. Familias enteras han pasado la noche en Agaete; lo que se dice dormir, seg¨²n cuentan, no durmi¨® nadie. Y tiene pinta de que hoy tampoco ser¨¢ posible. ¡°La noche va a ser complicada¡±, le dice Fermina a su hija al tel¨¦fono. ¡°No s¨¦ si volveremos a la casa¡±, anuncia poco antes de colgar y de alejarse con un lento y pegajoso caminar hacia la plaza en la que se re¨²nen los evacuados. Ese es el temor que comparte mucha gente: m¨¢s all¨¢ del desastre medioambiental, se abre paso el desasosiego ante la posibilidad de perder la casa.
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