El Aleph digital: la implosi¨®n
Internet nos ha llevado a vivir un fen¨®meno de implosi¨®n, no de explosi¨®n, hasta llegar a un espacio sin lugares, sin distancias
La hominizaci¨®n se remat¨® con la evoluci¨®n fabulosa del lenguaje. Conseguir que unos cerebros tan grandes y compactos se relacionen estrechamente a trav¨¦s de ondas de aire es preparar las condiciones para una aceleraci¨®n evolutiva incomparable. Las conexiones y actividades cerebrales de un humano se transfieren por el sonido a otro cerebro, que se altera con la llegada de esas fluctuaciones de aire. Fascinante. Porque el potencial que supone el entrelazamiento de cerebros producir¨¢ unas emergencias ignotas y desbordantes.
Pero este logro tiene un l¨ªmite: por el gradiente del campo sonoro, la posibilidad de recepci¨®n de las ondas sonoras decrece r¨¢pidamente con las distancia. Hay, por tanto, que estar pr¨®ximo al emisor. Los seres humanos han pasado miles y miles de a?os agrupados en peque?as bandas, en comunidades de unas decenas de personas, en donde la palabra circula, trenzando sus cerebros y reorganiz¨¢ndolos constantemente. Para estos entornos reducidos, el legado evolutivo del lenguaje funciona satisfactoriamente. Pero mayor concentraci¨®n que la grupal no es posible, ya que su subsistencia necesita de la caza y de la recolecci¨®n
Ese l¨ªmite f¨ªsico constri?e la posibilidad expansiva y transformadora de la palabra. Por eso, cuando la manipulaci¨®n de la naturaleza lleva a la domesticaci¨®n y a la agricultura y, en consecuencia, a la capacidad de producir y acumular muchos m¨¢s recursos, se produce una nueva aceleraci¨®n evolutiva que llamamos civilizaci¨®n.
Con la civilizaci¨®n, la concentraci¨®n de los humanos en un lugar es ya muy superior. Si el cr¨¢neo confina el cerebro, las murallas de una ciudad concentran muchos cerebros, que ya pueden, por esta proximidad, comunicarse. La base del fen¨®meno civilizador est¨¢ en haber alcanzado una capacidad elevada y creciente de concentraci¨®n de las personas. La ciudad es su expresi¨®n m¨¢s significativa.
A la vez, el desarrollo del transporte es una forma tambi¨¦n de aproximar, de salvar la separaci¨®n de las distancias. Pero no solo se transportan mercanc¨ªas y personas, sino que con la escritura y con la imprenta (y, recientemente, con los ingenios de un mundo transformado por la electricidad) se transportan las palabras. ?stas pueden llegar as¨ª mucho m¨¢s all¨¢ que el grito m¨¢s intenso y tambi¨¦n permanecer en el tiempo mucho m¨¢s que el eco.
En muy pocos milenios, el efecto combinado de la concentraci¨®n en grandes comunidades y de la aproximaci¨®n por el transporte ha resultado explosivo evolutivamente.
Pues bien, estamos comenzando a vivir otro fen¨®meno amplificador de lo conseguido por la hominizaci¨®n y por la civilizaci¨®n. Es tan reciente e impactante que quiz¨¢ no somos conscientes de su trascendencia. Desorientados por la radical novedad, recurrimos para visualizarlo a lo que ya tenemos: de ah¨ª que hablemos de la Red. Una cada vez m¨¢s tupida malla de artefactos conectados y de personas conectadas a ellos. De igual modo que hemos vivido la extensi¨®n de otras redes, como la red viaria, la red el¨¦ctrica, la red de agua¡
Pero esta imagen de capilaridad lleva a la confusi¨®n de pensar que el fen¨®meno es expansivo: una red planetaria, m¨¢s y m¨¢s densa. Cuando el fen¨®meno perturbador es de sentido contrario: lo que estamos viviendo es un fen¨®meno de implosi¨®n, no de explosi¨®n. Una brutal contracci¨®n, hasta llegar a la singularidad de un espacio sin lugares, sin distancias y, por tanto, sin demoras.
?Qu¨¦ nuevas experiencias de presencia tendremos, al estar al alcance un mundo sin lugares?
Tenemos que pedir la imagen adecuada para visualizar el fen¨®meno a un poeta, a un narrador, a Jorge Luis Borges y su relato El Aleph. La experiencia que vive el autor cuando en el s¨®tano de la casa de su amigo, echado en una determinada posici¨®n, contempla el prodigio de una peque?a esfera tornasolada, situada en el decimonono escal¨®n, donde todos los sucesos y lugares coinciden sin confundirse en ese punto.
Pero lo que estamos viviendo sobrepasa la experiencia del Aleph borgeano, pues no tenemos que ir a un lugar para que el prodigio se manifieste. Es ubicuo, lo portamos como pr¨®tesis.
?Qu¨¦ empuje evolutivo van a producir unas condiciones as¨ª? ?Qu¨¦ conexiones entre cerebros, independientemente de las distancias? ?Qu¨¦ nuevas experiencias de presencia tendremos, al estar al alcance un mundo sin lugares? ?Qu¨¦ aceleraci¨®n de todo lo que ha aportado la hominizaci¨®n y la civilizaci¨®n?
A estos seres prot¨¦ticos, afectados tan profundamente por esta fenomenal contracci¨®n, les vamos a llamar alefitas, y en entregas sucesivas iremos creando un escenario posible acerca de las transformaciones que quiz¨¢ tengan sus vidas en digital.
Antonio Rodr¨ªguez de las Heras es catedr¨¢tico en la universidad Carlos III de Madrid
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