Cuando Trump encarg¨® a Warhol unos cuadros y no los compr¨® porque no le gustaba el color
El presidente, sin embargo, admira la filosof¨ªa econ¨®mica del artista, que tendr¨¢ su mayor retrospectiva en el Whitney.
En unos d¨ªas se inaugurar¨¢ en el Whitney de Nueva York la que se anuncia como la mayor monogr¨¢fica dedicada a Andy Warhol, con m¨¢s de 350 obras que abarcan cuatro d¨¦cadas de trabajo. Aunque da la impresi¨®n (correcta) de que siempre hay una (o 15, ¨® 20) exposiciones dedicadas a Warhol en alg¨²n lugar del mundo, en realidad es la ¨²nica gran retrospectiva que monta un museo estadounidense desde la que organiz¨® el MoMA en 1989 y por eso su comisaria, Paola de Salvo, que ha pasado a?os pele¨¢ndose con coleccionistas privados para que descolgaran sus warhols de sus salas de reuniones y los cediesen al Whitney, cree que ser¨¢ la gran oportunidad de presentar al artista a una nueva generaci¨®n. Por supuesto que la palabra ¡°Instagram¡± est¨¢ presente en el cat¨¢logo. Pero hay otra palabra, un apellido en realidad, que sobrevuela esta nueva lectura del artista de Pittsburgh: Trump, Donald Trump. Hasta el punto que The Art Newspaper se pregunt¨® hace unos d¨ªas: ¡°?Tiene Andy Warhol la culpa de Donald Trump?¡±.
El presidente no ha hecho precisamente amigos en el mundo del arte. Sus presupuestos intentan dejar sin liquidez al Fondo Nacional para las Artes y sus preferencias personales no van precisamente con la vanguardia. Se sabe que ha colgado en la Casa Blanca un retrato grupal con ambiente de timba de p¨®ker del artista Andy Thomas que le representa a ¨¦l junto a algunos presidentes republicanos, entre ellos Reagan y los dos Bush, tomando unas copas. Para ¨¦l una coca-cola, que es abstemio. En alguna ocasi¨®n ha presumido del Renoir que cuelga en su jet privado y por el que dice que pag¨® una fortuna, para hilaridad de los historiadores del arte y de cualquier visitante que pague su entrada para el Art Institute of Chicago. Ah¨ª es donde cuelga, como una de las estrellas de su colecci¨®n, el cuadro Dos hermanas (en una terraza), una famos¨ªsima obra que form¨® parte de la exposici¨®n impresionista en Par¨ªs en 1882. Lo que tiene el presidente en el avi¨®n es una copia como la que puede haber en cualquier calendario de impresionistas, junto a los girasoles y los nen¨²fares.
As¨ª que no, Trump no siente demasiado aprecio por el arte. Pero hace una excepci¨®n con Andy Warhol, al que admira de verdad porque cree compartir su filosof¨ªa. Hay una cita en concreto, que el pintor incluy¨® en su libro Mi filosof¨ªa de la A la B y de la B a la A, que al presidente le priva. Dice as¨ª: ¡°Ganar dinero es arte, y trabajar es arte y hacer buenos negocios es el mejor arte¡±. Trump, o el negro que escribi¨® su libro m¨¢s famoso, El arte de la negociaci¨®n, la incluyen dos veces en el texto. Por supuesto, ya que se mov¨ªan en c¨ªrculos no tan distantes, el empresario y el artista se conocieron y se trataron en el Nueva York de los 80, y hasta hicieron un intento de trato que acab¨® mal.
En 1981, Warhol y los Trump se conocieron en la fiesta de cumplea?os del abogado Roy Cohn, la mano derecha del senador cazacomunistas McCarthy. Dos meses m¨¢s tarde, el director de arte de la revista Interview, Marc Balet, organiz¨® una visita del matrimonio a la Factory. A Balet le hab¨ªan encargado que aportase un poco de distinci¨®n al atrio de la Trump Tower, que estaba a punto de inaugurarse, y se le ocurri¨® que Warhol pod¨ªa aportar algo a aquella torre que vendr¨ªa a simbolizar los excesos de la d¨¦cada. El artista dej¨® constancia en su diario: ¡°?l (Balet) le dijo a Donald Trump que yo deb¨ªa hacer un retrato del edificio que colgar¨ªa sobre la entrada de la residencial. Fue muy extra?o, esta gente es tan rica. Hablaron de comprar un edificio ayer por 500 millones de d¨®lares o algo as¨ª. ?l es un tipo bruto. Nada qued¨® fijado, pero voy a hacer unos cuantos cuadros de todas formas¡±.
En efecto, Warhol cre¨® una serie de ocho cuadros con varias capas, basados en unas fotos de la Torre que hizo su asistente, Christopher Makos, con dibujos y serigraf¨ªas sobreimpuestas y acabados con el famoso polvo de diamante que daba un acabado como de purpurina. Los hizo en dorado, negro y plateado. Y ah¨ª estuvo el problema. Cuando Donald e Ivana volvieron a la Factory unas semanas m¨¢s tarde, no les gust¨® lo que vieron. Esos colores, ni siquiera su amado dorado, no eran lo que ellos esperaban. Llegaron a sugerirle a Warhol que le enviar¨ªan a su decorador, Angelo Donghia, con muestras de las telas que estaba utilizando para las tapicer¨ªas, en tonos rosas y naranjas, para que ¨¦ste pudiera hacer cuadros a juego.
Al pintor, que le gustaba tan poco como a Trump salir mal parado en un negocio, no le hizo ninguna gracia tener que comerse sus ocho Torres Trump. ¡°Creo que Trump es un taca?o. Tengo esa sensaci¨®n¡±, escribi¨® en su diario. Y aun as¨ª no se rindi¨®. Antes de que terminase esa visita, Warhol ense?¨® a Ivana un retrato que acababa de hacer de Lynn Wyatt, una millonaria socialit¨¦ de Texas, y confi¨® en que Ivana se encaprichar¨ªa y querr¨ªa tener su propio warhol en casa. Pero aquello tampoco fructific¨®. Dos a?os despu¨¦s, el artista escribe en su diario sobre otro encuentro con la antigua esquiadora checa: ¡°vino y cuando me vio estaba como avergonzada y dijo: ¡®oh, ?qu¨¦ pas¨® con aquellos cuadros?¡¯ Yo ten¨ªa un discurso preparado en mi cabeza ri?¨¦ndola pero no me decid¨ª. Ella estaba intentando escapar y lo consigui¨®¡±. En entradas posteriores repite varias veces: ¡°Todav¨ªa odio a los Trump por no comprarme los cuadros¡±.
Dos de las Torres Trump se guardan en el almac¨¦n del Museo Warhol de Pittsburgh y los otros seis est¨¢n en manos privadas. Que se sepa, Ivanka Trump y Jared Kushner, que tienen una importante colecci¨®n de arte contempor¨¢neo con piezas de David Ostrowski, Nate Lowman, Dan Colen ¨Ccompraron uno de sus cuadros hechos con chicles masticados- y Alex da Corte, no tienen ese ni ning¨²n otro warhol.
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