En defensa de una libertad fr¨¢gil
Discurso ¨ªntegro del consejero delegado del grupo Prisa, Juan Luis Cebri¨¢n
El 10 de noviembre de este a?o cumple el bicentenario del primer decreto en la Historia de Espa?a que aprob¨® la abolici¨®n de la censura y la implantaci¨®n de la libertad de prensa. La Declaraci¨®n de Derechos de Virginia, en 1776, y la de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, en la Francia revolucionaria de 1789, fueron los precedentes m¨¢s directos de dicha norma, que posteriormente ser¨ªa incluida en el articulado de la Constituci¨®n de 1812. El art¨ªculo primero del decreto citado declaraba la libertad de las corporaciones y de las personas particulares de "escribir, imprimir y publicar sus ideas pol¨ªticas sin censura previa". De modo que, desde su instauraci¨®n, la libertad de imprenta se configura como la ausencia de cualquier tipo de imposiciones que eviten la publicaci¨®n o difusi¨®n de noticias o ideas que no satisfagan a la autoridad competente. Esta libertad de imprenta fue uno de los logros m¨¢s importantes del programa revolucionario de la burgues¨ªa liberal y sus consecuencias resultaron formidables. En l¨ªnea con el pensamiento de la ¨¦poca, los liberales consideraban que la libertad de expresi¨®n era la base de la libertad en general. De modo que desde hace m¨¢s de dos siglos, el derecho a informar y a estar informado, a comunicar libremente noticias y opiniones y, en general, a la libertad de expresi¨®n del pensamiento, forma parte en las Constituciones democr¨¢ticas del elenco de derechos pol¨ªticos e individuales de los ciudadanos. Todas estas cosas, bien conocidas desde hace m¨¢s de dos siglos, siguen sin ser entendidas cabalmente por los poderes actuales, y es frecuente toparse a cada paso con la indignaci¨®n inquisitorial de algunos de ellos, o de todos a la vez, cuando se sienten conmovidos por el ejercicio de esa libertad.
La libertad de imprenta se configura como la ausencia de cualquier tipo de imposiciones
Con el parlamentarismo pol¨ªtico naci¨®, en resumidas cuentas, el periodismo tal y como ha llegado hasta nuestros d¨ªas
La red de redes (world wide web) ha trastocado pr¨¢cticamente todos los modelos de relaciones sociales
El mundo de los diarios tal y como lo hemos vivido toca a su fin
Hace tiempo que el peri¨®dico no es el principal sistema de transmisi¨®n de las noticias
Las democracias son reg¨ªmenes basados en la opini¨®n p¨²blica. La expresi¨®n formal de esta se transmite en las urnas, de forma peri¨®dica, mediante el sufragio universal y secreto. Pero para que ese acto pueda, a la vez, ser libre y responsable, los ciudadanos tienen necesidad de estar informados, han de ser capaces de conocer y discernir sobre las diversas opciones electorales, poder analizarlas y pronunciarse sobre ellas.
La implantaci¨®n de la libertad de prensa en C¨¢diz alumbr¨® una nueva era en la pol¨ªtica de nuestro pa¨ªs, que vio nacer el mito de las dos Espa?as al amparo de las discusiones entre liberales y serviles de la ¨¦poca, y sirvi¨® tambi¨¦n de fermento revolucionario en las provincias ultramarinas. A ra¨ªz del decreto de 1810, los diarios se multiplicaron casi por centenares a uno y otro lado del Atl¨¢ntico; se abri¨® el espacio de la pol¨ªtica; se institucionalizaron las tertulias, literarias o no, y proliferaron los movimientos c¨ªvicos y solidarios, no todos necesariamente al abrigo de la denostada francmasoner¨ªa. En definitiva, los ciudadanos comenzaron a sentirse part¨ªcipes del poder. Escritores e intelectuales que hasta entonces se hab¨ªan refugiado en otros g¨¦neros buscaron en el periodismo un medio m¨¢s efectivo y urgente de dar a conocer sus ideas y sus personas. Alcal¨¢ Galiano, Mesonero Romanos o Larra son buenos ejemplos de ello en la Pen¨ªnsula, mientras en la otra orilla de Espa?a los independentistas fundaban publicaciones en las que clamaban por la libertad. Un criollo de la Nueva Espa?a, don Jos¨¦ Fernandez de Lizardi, autor de la primera novela moderna de Am¨¦rica Latina, publicaba al amparo de las libertades proclamadas en el istmo gaditano su peri¨®dico El pensador mexicano, desde el que se pronunciaba valerosamente contra el r¨¦gimen esclavista de la colonia y a favor de la separaci¨®n de la Iglesia y el Estado. La Inquisici¨®n se encarg¨® de que acabara con sus huesos en la c¨¢rcel. Con el parlamentarismo pol¨ªtico naci¨®, en resumidas cuentas, el periodismo tal y como ha llegado hasta nuestros d¨ªas. Aunque los inquisidores vistan h¨¢bitos distintos, quienes como yo pertenecen a la generaci¨®n del 68 lamentamos que el puritanismo de los nuevos tiempos haya olvidado la m¨¢xima, a un tiempo rom¨¢ntica y sublime, que campeaba en los muros de la Sorbona: prohibido prohibir.
Nacida nuestra profesi¨®n al albur de las revueltas populares contra la nobleza y el clero que apoyaban el absolutismo, los periodistas tendemos con frecuencia a suponer que somos los representantes de la opini¨®n p¨²blica. Esta es una afirmaci¨®n cuando menos discutible. M¨¢s que representarla, contribuimos a formar esa opini¨®n, y no es de extra?ar por lo mismo que los constituyentes gaditanos se decidieran a enmarcar la libertad de imprenta en el apartado dedicado a la Instrucci¨®n P¨²blica. A partir del triunfo de los parlamentarismos los peri¨®dicos jugaron un importante papel de mediaci¨®n entre Gobiernos y ciudadanos, que se ha visto reforzado a lo largo de la historia con la llegada de la radio y la televisi¨®n. Ya a mediados del siglo XX se consideraba que nos encontr¨¢bamos ante una sociedad fundamentalmente medi¨¢tica y la importancia de los medios de comunicaci¨®n a la hora de analizar el ejercicio del poder en las democracias modernas est¨¢ fuera de dudas. Pero desde hace un par de d¨¦cadas el panorama ha cambiado por completo. La irrupci¨®n en nuestras vidas de la red de redes (world wide web) ha trastocado pr¨¢cticamente todos los modelos de relaciones sociales hasta ahora conocidos y, coincidiendo con la actual crisis financiera, los medios se encuentran ante un complejo proceso que les lleva a preguntarse por su supervivencia.
Desde el nacimiento de la Red en 1989 la sociedad de la informaci¨®n ha recorrido un largo y r¨¢pido camino, desarroll¨¢ndose a pasos agigantados pr¨¢cticamente en todo el mundo. Con la expansi¨®n del correo electr¨®nico, primero tuvimos la web.1.0 orientada a la comunicaci¨®n y al comercio. Sufri¨® la primera crisis a principios de este siglo, cuando el estallido de la burbuja que provoc¨® la quiebra de las puntocom. Surgi¨® despu¨¦s la web 2.0 constituida por las redes sociales y basada en la comunicaci¨®n entre personas y comunidades. Y al tiempo se desarrollaron los portales P2P, que permiten el disfrute en l¨ªnea de todo tipo de contenidos, empaquetados por nuevos intermediarios que no se somet¨ªan, ni se someten, a control ni jerarqu¨ªa conocidos, intercambiando archivos gratuitos realizados por otras personas que han invertido su tiempo y su dinero. Se implant¨® as¨ª el principio de gratuidad en el funcionamiento de la Red y se destruyeron los modelos de negocio tradicionales. La industria musical primero, la de la informaci¨®n ahora, vieron derrumbarse verdades que parec¨ªan inmutables y nos hallamos ahora todos, Gobiernos y ciudadanos, inmersos en un debate casi apocal¨ªptico sobre el futuro de los medios. Hay quien se pregunta si cuando la gratuidad de los contenidos se generalice a escala mundial, se acabar¨¢ la informaci¨®n contrastada y fiable, el conocimiento no adulterado y las pel¨ªculas y m¨²sica de calidad.
Hoy existen 1.200 millones de personas conectadas a redes sociales, casi 200 millones de p¨¢ginas web y cerca de 2.000 millones de usuarios de Internet en el mundo, la mitad de los cuales tienen entre 15 y 34 a?os. La Red se ha instalado en nuestras vidas y es dif¨ªcil imaginar que en la actualidad pudi¨¦ramos prescindir de ella para buscar y obtener informaci¨®n, acceder al conocimiento, investigar en no importa qu¨¦ especialidad, controlar la salud p¨²blica, implementar procesos educativos, comprar productos o realizar transacciones. Estamos ante un cambio social y cultural de grandes dimensiones que comporta nuevos valores y actitudes, y exige tambi¨¦n nuevas pautas de comportamiento. Aunque algunos parece que se hayan visto pillados por sorpresa en este proceso, hace m¨¢s de diez a?os que pod¨ªamos prever muchas de las cosas que han venido sucediendo. Numerosos testimonios en infinidad de libros y publicaciones de todo el mundo dan prueba de ello. Pero obsesionados por el d¨ªa a d¨ªa y los resultados a corto plazo, los dirigentes pol¨ªticos, los l¨ªderes sociales, los intelectuales y los empresarios hicimos caso omiso de las se?ales de alerta. El pinchazo de la burbuja digital sirvi¨® de motivo, o de pretexto, para paralizar muchas investigaciones y para que el mundo del poder establecido mirara con desconfianza una civilizaci¨®n nueva que se abr¨ªa paso en los dormitorios universitarios de Estados Unidos y en los garajes donde los adolescentes acostumbraban a ensayar con sus grupos de rock. En la discusi¨®n sobre si las nuevas tecnolog¨ªas eran y son una amenaza o una oportunidad para los medios de comunicaci¨®n tradicionales todos optamos por declarar esto ¨²ltimo al tiempo que nos aprest¨¢bamos a adoptar una actitud defensiva. Y en el fragor de la batalla olvidamos velar por la supervivencia de valores intr¨ªnsecos a las sociedades democr¨¢ticas que corren peligro de perecer si no se corrigen algunas realidades de la globalizaci¨®n.
Algunos pueden pensar que este acto de entrega de los Ortega y Gasset, que ya goza de tradici¨®n en el periodismo madrile?o, es el marco menos apropiado para declarar algo sobre lo que tengo una firme convicci¨®n: el mundo de los diarios tal y como lo hemos vivido toca a su fin. No constituir¨¢n m¨¢s esa especie de imperios industriales verticalmente integrados en torno a los cuales se socializaban todas las relaciones de poder. Naturalmente deseo que los peri¨®dicos sigan existiendo, pues ya va para cincuenta a?os el tiempo en que los llevo fabricando, pero tienen que cambiar su naturaleza, su modelo productivo, su mirada sobre los acontecimientos y sobre s¨ª mismos, si quieren pervivir. Nuestra obligaci¨®n es controlar y dirigir ese proceso, orientar los cambios, y ser¨¢ imposible hacerlo si nos resistimos a ellos.
La pervivencia del reinado de la informaci¨®n, su influencia en el comportamiento de los ciudadanos, su centralidad en la organizaci¨®n de la sociedad, est¨¢n garantizadas por las nuevas tecnolog¨ªas digitales. La de los diarios, no necesariamente. Un diario es un microcosmos en cierta medida cerrado, corresponde a una manera de ver las cosas, una concepci¨®n del mundo, que no puede reproducirse en un universo tan convergente, fragmentado y ambiguo como el de Internet. La comunidad lectora que suele agruparse en torno a un peri¨®dico tiene comportamientos, sensibilidades y actitudes diferentes a las de las comunidades en red. Un lector habitual mantiene una adhesi¨®n, una solidaridad y un compromiso con su diario incomparable a los que puedan exhibir los usuarios de una p¨¢gina en la web. Salvo que uno se sientan prisionero del entorno de su comunidad virtual, lo propio de la Red es la navegaci¨®n, el surf, deslizarse sobre las aguas, buscando las olas, desafi¨¢ndolas, traicion¨¢ndolas. Los periodistas, sin embargo, nos seguimos acercando a esta como si las antiguas normas siguieran vigentes.
Pr¨¢cticamente no hay nada del conocimiento humano, incluso del conocimiento supuestamente secreto, de los servicios secretos de inteligencia, que no est¨¦ en la Red. Lo que puede faltar es la capacidad t¨¦cnica para acceder a ella o la preparaci¨®n para poder analizarla o comprenderla. En esta situaci¨®n se produce un cambio de paradigma en el que los criterios y valores tradicionales no sirven para analizar la realidad. Siempre hemos pensado que la credibilidad y el rigor de los peri¨®dicos eran la base, entre otras cosas, no solo de su influencia pol¨ªtica sino de su beneficio econ¨®mico, de su rentabilidad o de su configuraci¨®n como empresa. El desarrollo de las noticias en la Red pone de relieve que m¨¢s cantidad no significa m¨¢s calidad, ni m¨¢s credibilidad, ni m¨¢s rigor, ni m¨¢s rentabilidad.
Dec¨ªa antes que muchos parecen haber sido cogidos por sorpresa cuando sus negocios, sus profesiones y en cierta medida, su propia existencia, se ve arrumbada por la ola digital. El profesor Meller, en su libro Vanishing Newspaper formula una profec¨ªa: en el a?o 2043 dejar¨¢n de existir los peri¨®dicos escritos. En realidad lo que dice Meller no es que desaparecer¨¢n los diarios sino los lectores, no habr¨¢ nadie que los lea y que los compre y, por tanto, las empresas no los publicar¨¢n. Bill Gates, Rupert Murdoch, y muchos otros autoproclamados gur¨²s de la actual situaci¨®n, han declarado hasta la saciedad que "en el pr¨®ximo decenio todos los diarios dejar¨¢n de existir". Verdad o no, los datos no son muy halag¨¹e?os: Desde enero de 2008 se han suprimido 21.000 empleos de periodistas en los peri¨®dicos estadounidenses y m¨¢s de tres mil en Espa?a. En los ¨²ltimos tres a?os m¨¢s de mil peri¨®dicos se cerraron en aquel pa¨ªs, y solo un porcentaje relativamente escaso de ellos sobrevivi¨® gracias a su migraci¨®n a la Red.
Datos semejantes sirven para ilustrar lo fundado de los temores respecto a la pervivencia de la prensa peri¨®dica en las democracias occidentales. Algunos tratan de consolarse sugiriendo que, d¨ªgase lo que se diga, una buena raz¨®n para que los peri¨®dicos sigan existiendo es que siempre los ha habido. No puedo imaginar -dicen- tomar el caf¨¦ del desayuno sin leer mi diario, o prescindir de ¨¦l para educar a mi perro amenaz¨¢ndole con el ruido de sus hojas, y mucho menos ignorar que es un instrumento c¨®modo, muy flexible capaz de ser utilizado en la cama. Es verdad que a lo largo de la historia los diarios han recibido los m¨¢s variados usos. Miguel de Unamuno los utilizaba para abrigarse, entre el chaleco y la camisa, en las fr¨ªas ma?anas salmantinas, presumiendo as¨ª de andar a cuerpo, y las gentes de mi generaci¨®n nos serv¨ªamos de ellos para envolver la basura o proteger de las pisadas los suelos reci¨¦n fregados. En cualquier caso hace tiempo que el peri¨®dico no es el principal sistema de transmisi¨®n de las noticias. Desde a?os atr¨¢s, tantos como treinta o cuarenta, m¨¢s del setenta por cierto de la poblaci¨®n se entera primero de ellas a trav¨¦s de la televisi¨®n y ahora, en los pa¨ªses desarrollados, casi la mitad de los ciudadanos lo hace por Internet. Si tienen menos de treinta a?os, ese porcentaje sube hasta el 60 o el 65 por ciento.
El papel de los diarios en la formaci¨®n de la opini¨®n p¨²blica mediante an¨¢lisis, comentarios y debates, que es primordialmente a lo que se dedican, junto al periodismo de investigaci¨®n, tiene ahora que competir con la eclosi¨®n de confidenciales, intercambios en las redes sociales, tweeters, youtubes, y dem¨¢s familia. Gentes que viven bajo reg¨ªmenes represivos escapan a la censura informando sobre los hechos gracias a los v¨ªdeos captados y transmitidos con sus tel¨¦fonos m¨®viles. El control jer¨¢rquico y vertical del poder est¨¢ llegando a su fin. Sin embargo el tama?o de los mensajes que algunas de estas herramientas permiten dif¨ªcilmente puede generar reflexiones y espacios alternativos aut¨®nomos, aunque sean capaces de producir nuevas formas de movilizaci¨®n y liderazgo, de planear campa?as electorales y, en definitiva, de hacer pol¨ªtica. Internet es un entorno muy democr¨¢tico en todos los sentidos, muy igualitario y muy participativo: cualquiera puede decir u o¨ªr lo que le parezca cuando le parezca. Aunque para muchos lo de menos es que sea verdad o mentira.
La tecnolog¨ªa actual en manos de los ciudadanos est¨¢ provocando gigantescos cambios sociales porque el poder de la comunicaci¨®n reside ahora en gran medida en manos de los votantes. En las elecciones presidenciales de 2008 se vieron 1.500 millones de v¨ªdeos sobre Obama y McCain en YouTube y solo uno de cada diez eran propaganda pol¨ªtica. ?Qu¨¦ significaba eso? Que la maquinaria de los partidos hab¨ªa perdido el control. Con cuatro mil millones de tel¨¦fonos m¨®viles en poder de la gente (pr¨¢cticamente la mitad de la Humanidad conectada), es obvio que la democracia representativa tiene que cambiar.
Pero hay valores que no deben hacerlo: la informaci¨®n es un bien p¨²blico administrado profesionalmente por determinadas personas, los periodistas; pero pertenece a la comunidad, al colectivo de los ciudadanos y a cada individuo en particular. Los periodistas somos tan solo intermediarios. Como dice Eugenio Scalfari, gente que cuenta a la gente lo que le pasa a la gente. Qu¨¦ pueda significar eso en un mundo en el que la propia idea de mediaci¨®n desaparece, en el que el narrador es a la vez protagonista y primer oidor de los hechos que narra es algo que todav¨ªa, como dicen los castizos, est¨¢ por ver. Pero mientras llega ese momento el periodismo tiene que volver a sus fuentes: verificar la informaci¨®n y contar la verdad.
Podemos preguntarnos si sobrevivir¨¢n o no los peri¨®dicos en un estadio m¨¢s o menos parecido al actual, cu¨¢ntos han de hacerlo y de qu¨¦ manera van a ser financiados. Pero en realidad la interrogante reside en saber qu¨¦ tenemos que hacer los periodistas y los editores, las autoridades y las instituciones legislativas, si queremos que sigan existiendo. Antes de elaborar las respuestas a nuestros problemas es preciso definir bien en qu¨¦ consisten: hasta qu¨¦ punto la clase pol¨ªtica y el sistema de las democracias se sienten amenazados o no por la eventual desaparici¨®n de la prensa impresa como lugar privilegiado para el debate en la gesti¨®n del espacio p¨²blico compartido. La experiencia ense?a que, en no pocas ocasiones, el poder se siente m¨¢s aliviado que concernido ante las malas noticias que sobre el futuro de la prensa llegan.
Desde hace mucho tiempo la cobertura informativa, las noticias, no es ni todo ni lo m¨¢s importante de lo que nos han dado los peri¨®dicos. Han ejercido en nombre de la opini¨®n p¨²blica una poderosa influencia sobre el Estado, denunciando errores, desvelando corrupciones, agitando y propiciando la diversidad. Hoy dicha influencia corre peligro. Todav¨ªa ahora, la prensa sigue siendo un fen¨®meno cultural, social y econ¨®mico de gran trascendencia en la vida en la colectividad. Por eso su fin como cuarto estamento, como eso que se denominaba antes el cuarto poder, implica un cambio formidable en el funcionamiento de los sistemas pol¨ªticos. Los peri¨®dicos han ayudado a controlar las tendencias al desvar¨ªo tanto en el gobierno como en los negocios. En un estudio llevado a cabo por el Banco Mundial en 2003 se analizaba la relaci¨®n entre corrupci¨®n y la libre circulaci¨®n de los diarios por persona. Los autores llegaban a la conclusi¨®n de que cuanto m¨¢s baja es la circulaci¨®n de peri¨®dicos de un pa¨ªs, m¨¢s alta es la posici¨®n de dicho pa¨ªs en el ¨ªndice de corrupci¨®n.
Cuando en 1972 una patrulla de la polic¨ªa local de Washington descubri¨® una operaci¨®n de espionaje en la oficina del Partido Dem¨®crata, el Washington Post acababa de salir al mercado de capitales y tuvo que enfrentarse a numerosas presiones, tendentes a parar los pies a los reporteros del diario encargados de la investigaci¨®n sobre pr¨¢cticas delictivas en la Casa Blanca. Los abogados y gerentes del diario avisaron de los peligros que encerraba un enfrentamiento abierto con el poder, que acabar¨ªa por redundar en perjuicio de los accionistas, da?ando el mercado publicitario y arriesgando la renovaci¨®n de las licencias de televisi¨®n que la empresa ten¨ªa. Katherine Graham comprendi¨® de inmediato que un diario es una empresa mercantil, y como tal se debe a sus accionistas, pero estos saben que invierten en algo que constituye tambi¨¦n un ¨®rgano de opini¨®n p¨²blica, por lo que su obligaci¨®n es servir, antes que nada, a los ciudadanos. Esta es la filosof¨ªa que entonces triunf¨®, sobre cuya vigencia cabe preguntarse hoy, ante las modas en boga, las nuevas realidades y las diferentes amenazas que sobre la libertad de expresi¨®n se ejercen. El equipo de Nacional de El Pa¨ªs, a quien ha correspondido uno de los Premios Ortega de este a?o, fue capaz de descubrir y denunciar el Caso Gurtel de corrupci¨®n pol¨ªtica a pesar de los numerosos intentos y las presiones de muchos sectores por ocultar la verdad. Durante los 14 meses que dur¨® la investigaci¨®n, importantes dirigentes pol¨ªticos pretendieron ocultar la verdad, torpedeando y descalificando las informaciones que EL PA?S ofrec¨ªa, minimizando hasta el rid¨ªculo su importancia, y esgrimiendo todo tipo de amenazas contra la redacci¨®n. El premio a los redactores de la secci¨®n de Nacional de EL PA?S pone de relieve la contribuci¨®n que el buen periodismo es capaz de seguir haciendo a las libertades democr¨¢ticas. Quiz¨¢s desaparezcan o no los diarios, pero nunca han de hacerlo los periodistas, cualquiera que sea su medio de expresi¨®n, si no queremos que la convivencia democr¨¢tica se vea seriamente da?ada.
Esta funci¨®n social que los profesionales del periodismo ejercen incorpora no obstante peligros mayores que las amenazas de los bur¨®cratas o el ce?o fruncido de algunos jueces. En lo que va de a?o han muerto ya 42 periodistas en todo el mundo, v¨ªctimas de la violencia ejercida contra ellos. Aunque algunos corresponsales de guerra cayeron durante y despu¨¦s de la invasi¨®n de Irak en 2003, la mayor¨ªa de los fallecimientos fue de reporteros locales que cubr¨ªan historias cuyos protagonistas no quer¨ªan que se conocieran. El narcotr¨¢fico, el crimen organizado y la corrupci¨®n pol¨ªtica est¨¢n con frecuencia detr¨¢s de esos asesinatos, a los que habr¨ªa que sumar las intimidaciones y estragos causados por las actividades del terrorismo de cualquier especie. Judith Torrea, galardonada hoy por su blog (Ciudad Ju¨¢rez, en la sombra del narcotr¨¢fico). Es una de esas reporteras que ha sabido desafiar al miedo y demostrar la utilidad y versatilidad de las nuevas tecnolog¨ªas a la hora de ejercer un periodismo profesional de calidad, al servicio de la comunidad lectora, capaz de sacudir la conciencia p¨²blica. Lo mismo que Jos¨¦ Cend¨®n, cuyo reportaje Somalia en el fin del mundo, pone de relieve las dif¨ªciles circunstancias en las que miles de profesionales de todo el mundo tienen que desenvolverse a la hora de comunicar a los dem¨¢s una realidad tan oscura y deshuesada como la de la globalizaci¨®n de la pobreza.
De la libertad de prensa, cuyo segundo centenario conmemoramos ahora en nuestro pa¨ªs, se esperaba que sirviera para la difusi¨®n de informaciones y para el debate entre las gentes, de forma que los ciudadanos tuvieran elementos suficientes a la hora de emitir su juicio; pero tambi¨¦n se confiaba en que gracias a ella estar¨ªan preservadas las restantes libertades y se pondr¨ªa un freno a la arbitrariedad y el despotismo de los poderes p¨²blicos.
Entonces, como ahora, la libertad de prensa tuvo sus detractores, reaccionarios serviles que ve¨ªan en ella una de las bestias negras destinadas a destruir el orden constituido y a favorecer la penetraci¨®n de ideolog¨ªa y concepciones desviadas respecto a la ortodoxia oficial. La Historia demuestra que la libertad es siempre un bien escaso y fr¨¢gil, en cuya defensa cualquier vigilancia es poca y cualquier empe?o insuficiente. Cuando desde instancias corporativas, sean jur¨ªdicas, legislativas, del poder constituido o de la oposici¨®n rampante se nos llueven protestas por las presiones que se ejercen sobre ellos con la publicaci¨®n de noticias u opiniones que afectan a la respetabilidad de su funci¨®n, es preciso recordar, una y otra vez, que la funci¨®n de las autoridades democr¨¢ticas no es defenderse de las cr¨ªticas adversas sino amparar y proteger por todos los medios legales posibles su existencia. El poder tiende a ver conspiraciones donde solo hay disentimiento, y la capacidad recuperada de los ciudadanos de hacer o¨ªr su voz frente a lo que consideran injusto.
Por eso es hoy tan grande nuestra satisfacci¨®n al poder reconocer la excelencia del periodismo, de toda una vida entregada a ¨¦l, en la persona de Jean Daniel, cuya condici¨®n de intelectual de primera l¨ªnea, de pensador y hombre de acci¨®n, no le han apartado en ning¨²n caso de su profesi¨®n de periodista, en la que se desempe?a con la humildad y la ausencia de arrogancia que solo en los m¨¢s grandes maestros es posible reconocer. Amigo y compa?ero de Albert Camus, que fue el fil¨®sofo de la modernidad, Jean Daniel encarna en su biograf¨ªa personal y profesional la imagen definida y fiel de todo lo mejor de nuestro oficio. Como Camus, y en palabras de este, ha sabido, a lo largo de su muy dilatado ejercicio, defenderse y luchar contra los peligros de nuestra profesi¨®n: "Someterse al poder del dinero, halagar, vulgarizar, mutilar la verdad con pretextos ideol¨®gicos: despreciar al lector". Cualquiera que sea el futuro de los peri¨®dicos impresos, resistirnos a ello es el destino de nuestra profesi¨®n desde hace m¨¢s de doscientos a?os. Un oficio que a la postre responde a la misma capacidad de asombro que animaba a los fil¨®sofos. O por decirlo como Larra en el Duende Sat¨ªrico del D¨ªa, a "un deseo de saberlo todo que naci¨® conmigo, que siento bullir en todas mis venas , y que me obliga m¨¢s de cuatro veces al d¨ªa a meterme en rincones excusados para escuchar caprichos ajenos, que luego me proporcionan materia de diversi¨®n para aquellos ratos que paso en mi cuarto y a veces en mi cama sin dormir; en ellos recapacito lo que he o¨ªdo, y r¨ªo como un loco de los locos que he escuchado."
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