¡°No se pod¨ªa hablar de Led Zeppelin tras el muro de Berl¨ªn¡±
La programadora de la sala El Sol lleg¨® a Madrid en 1978 desde el Berl¨ªn comunista
Cuando echa la vista atr¨¢s concluye que, tras una ajetreada infancia marcada por el ¡°miedo a los milicos¡±, la huida de Chile y el exilio en pa¨ªses comunistas, fue la m¨²sica lo que siempre le ayud¨® a evadirse. Y una vez asentada en una Espa?a que acababa de aprobar la Constituci¨®n en 1978 fue tambi¨¦n la m¨²sica lo que le dar¨ªa la felicidad. Marcela San Mart¨ªn (Santiago de Chile, 1967), programadora desde hace 17 a?os del c¨¦lebre local de conciertos madrile?o El Sol, que tiene 33 a?os de existencia y ha recibido el Premio de la M¨²sica Independiente a la mejor sala, lo tiene claro: ¡°Es un regalo dedicarme a la m¨²sica¡±.
Tal vez, por todo lo que le falt¨® a esa ni?a que jugaba con su padre a adivinar canciones en el tocadiscos, esta mujer de amplia sonrisa siente que por encima de todo hay que disfrutar. Todav¨ªa se le tuerce el gesto cuando recuerda c¨®mo huy¨® de Chile con seis a?os tras el golpe de Estado de Pinochet. ¡°En casa quemamos todos los libros¡±, cuenta. Su padre, que estaba en La Moneda aquel 11 de septiembre, era periodista de la radio nacional y los militares le condenaron. Pero logr¨® escapar. La familia le sigui¨® la pista. ¡°En Per¨² nos recibieron con una limusina pensando que ¨¦ramos dirigentes del Partido Socialista, y solo era una familia en busca del padre¡±, relata.
Le localizaron en Cuba. El r¨¦gimen de Fidel Castro dispuso un hotel a los exiliados chilenos. Vivieron puerta con puerta con Tati, la hija de Allende que se tir¨® por la ventana. ¡°En Cuba se politiz¨® mi vida¡±, se?ala. All¨ª, pas¨® los d¨ªas sin Navidades, entre trabajos sociales y cartillas de racionamiento, pero con m¨²sica. ¡°Cant¨¦ en el grupo Los Peques¡±, dice orgullosa. Fue la nota m¨¢s colorida de su estancia en la isla, algo que no tuvo en Alemania, cuando ¡°el partido¡± mand¨® al padre al Berl¨ªn comunista en octubre de 1974. ¡°Fue como en la pel¨ªcula de La vida de los otros, viviendo en una ciudad gris, triste, desconfiada, hura?a e incluso racista¡±, explica.
¡°Es un regalo dedicarme a la m¨²sica¡±, dice tras recibir el Premio de la M¨²sica Independiente a la mejor sala
Las purgas entre comunistas y socialistas les obligaron a abandonar Berl¨ªn en 1978. Por idioma, eligieron Espa?a. ¡°Salimos con una mano delante y otra detr¨¢s, pero nos toc¨® la loter¨ªa¡±, afirma. En la Espa?a democr¨¢tica, hab¨ªa ansia de libertad, aunque a ella le impact¨® otra cosa: ¡°Nunca olvidar¨¦ la bandeja de chirimoyas que vi al llegar¡±. Los comunistas prohib¨ªan el chicle, los vaqueros o los grupos de rock. ¡°Era un sistema donde no se pod¨ªa consumir nada occidental¡±, recuerda, y apunta un nombre: Led Zeppelin. ¡°Estaba en clase de Biolog¨ªa cuando lo vi escrito en el pupitre¡±, cuenta con mirada c¨®mplice. ¡°Pero nadie sab¨ªa qu¨¦ significaba¡±.
Lo descubri¨® en Espa?a, donde dio rienda suelta a su pasi¨®n. Todas las semanas escuchaba Radio 3 y compraba discos. Tras estudiar Publicidad, entr¨® a trabajar en la sala Siroco. Su buen hacer le llev¨® a fichar por El Sol, donde se involucr¨® hasta ser programadora. ¡°Durante cinco a?os, estuve todas las noches viendo conciertos¡±, cuenta. Recuerda con cari?o uno sorpresa que dio Alanis Morissette siendo ya una estrella, o apuestas personales como unos desconocidos Dover, The Corrs o Ben Harper, a los que no vieron ni 50 personas. Hoy, como a tantas salas, la subida del IVA ¡ªdel 8% al 21%¡ª les est¨¢ ¡°machacando¡±, aunque han mantenido los precios. ¡°La gente no tiene dinero. Hay que luchar como sea porque sin m¨²sica todo es m¨¢s triste¡±, sentencia.
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