Demasiados cocos
Los biocarburantes aparecieron en el momento menos propicio y en los lugares menos indicados
El coco de las importaciones de biodi¨¦sel y bioetanol ilegales, desleales o mediante dumping desde EE UU, Argentina e Indonesia. El de la acusaci¨®n de responsabilidad en la subida de precios de los alimentos. El de las malas cosechas de ma¨ªz y ca?a de az¨²car en EE UU y Brasil, respectivamente. El de desplazar a otros cultivos hacia la frontera forestal. Y ahora, el coco de la Comisi¨®n Europea, que propone limitar la contribuci¨®n de los biocarburantes de cultivos en los objetivos de energ¨ªas renovables en el transporte para 2020, que es como decir los biocarburantes a secas, porque los de cultivos son el 90% de los empleados en la actualidad.
Definitivamente, estos sustitutos renovables de los combustibles f¨®siles en el transporte aparecieron en el momento menos propicio y en los lugares menos indicados. Ni mucho menos son responsables de toda la hambruna y la deforestaci¨®n de que se les acusa, desde luego no m¨¢s que otras industrias con las que comparten materias primas (alimentaci¨®n, ganader¨ªa, cosm¨¦tica e higiene, farmacia¡) y a las que se les exige menos par¨¢metros de sostenibilidad. Tambi¨¦n es cierto que la escalada de los biocarburantes en algunos pa¨ªses preocupa: 40% de la cosecha de ma¨ªz para etanol en EE UU y 26% de la de soja para biodi¨¦sel en Argentina. Por si fuera poco, los biocarburantes compet¨ªan con las poderosas petroleras, que no han ahorrado codazos.
Estaba claro que era un riesgo depender de una materia prima for¨¢nea cultivada en terrenos conflictivos desde el punto de vista ambiental y social. El biocarburante m¨¢s consumido, el biodi¨¦sel, procede mayoritariamente de soja argentina y brasile?a y de palma indonesia. Al principio se emparej¨® el boom de los biocarburantes con la recuperaci¨®n de la agricultura (especialmente en Espa?a), ya que permitir¨ªa poner en valor tierras en abandono. Los intentos de diferentes sectores por crear una mesa de negociaci¨®n al efecto e impulsar cultivos energ¨¦ticos como la colza fracasaron. Mientras, se instalaban plantas sin freno, las m¨¢s potentes en puertos neur¨¢lgicos (El Ferrol, Castell¨®n, Palos de la Frontera, Bilbao¡) para recibir semillas y aceites de miles de kil¨®metros, algo cuestionable bajo el prisma de la sostenibilidad.
Solo la canciller alemana, Angela Merkel, ha alzado la voz para criticar la propuesta de la Comisi¨®n y defender su industria bioenerg¨¦tica. L¨®gico, es la que m¨¢s ha crecido y se ha consolidado en Europa y la que m¨¢s materia prima propia emplea. De hecho, a su potente industria del biog¨¢s tambi¨¦n le ha escocido la propuesta, ya que es la m¨¢s avanzada en la depuraci¨®n de este gas para usarlo en el transporte y la que m¨¢s depende de cultivos, en este caso de ma¨ªz. Pocos dirigentes europeos han defendido con contundencia los biocarburantes. Y en Espa?a menos. Un ejemplo es la retirada de la orden de apoyo al biodi¨¦sel espa?ol, despu¨¦s de que el ministro de Industria, Jos¨¦ Manuel Soria, la presentara como una medida ¡°contundente y clara¡±, tras la expropiaci¨®n de YPF por Argentina. Casi el 50% del biodi¨¦sel consumido en Espa?a procede de ese pa¨ªs. Demasiados cocos y solo una esperanza: que se incentive y acelere el paso industrial a la segunda generaci¨®n de biocarburantes, los de residuos y algas.
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