La ense?anza de la mina
Las antiguas galer¨ªas y pozos de Asturias son un Ecomuseo que recuerda una forma vida casi extinta
¡°Estamos a una profundidad de 32 metros bajo tierra, m¨¢s o menos la altura de un edificio de ocho pisos¡±, dice ?scar Rodr¨ªguez se?alando un punto del diagrama de la mina que cuelga en la pared rocosa. Al ciudadano de a pie, poco habituado a adentrarse en las profundidades de la tierra m¨¢s all¨¢ del and¨¦n de metro o el aparcamiento subterr¨¢neo, le puede provocar cierta de impresi¨®n estar a esta profundidad, pero cuando se le pone realmente un nudo en la garganta es cuando Rodr¨ªguez, el gu¨ªa, se?ala mucho, mucho m¨¢s abajo en el diagrama y explica que las ¨²ltimas galer¨ªas est¨¢n a m¨¢s de 400 metros de profundidad y que all¨ª se bajaba en trepidantes jaulas en las que los mineros viajaban bien apretujados de camino a ocho horas de duro trabajo rodeados de peligros y oscuridad.
Y que all¨¢ abajo, las galer¨ªas del pozo San Luis est¨¢n conectadas con otras minas cercanas, que alcanzan profundidades mayores, de hasta m¨¢s de 600 metros, como el pozo Sot¨®n o el pozo Mar¨ªa Luisa (c¨¦lebre por la canci¨®n Santa B¨¢rbara bendita, aquella que narra la muerte de cuatro mineros y la vuelta a casa con la camisa roja de sangre de un compa?ero), formando un intrincado laberinto subterr¨¢neo. En esta primera galer¨ªa hace algo de fr¨ªo y se puede mascar la humedad en el aire, incluso puede caerle a uno una gota g¨¦lida en el cogote, pero est¨¢ perfectamente iluminada, no se escucha el fragor del arranque de carb¨®n por los abnegados mineros y no hay alima?as ni cucarachas a la vista, porque el pozo San Luis es ahora un museo, el Ecomuseo Minero de Samu?o, en Cia?o (concejo de Langreo, Asturias), y en ¨¦l se explica detalladamente c¨®mo era la mina: una labor, una cultura y una forma de vida al borde de la extinci¨®n en tierras asturianas.
Al museo se accede a bordo de un curioso y diminuto tren minero de intenso color amarillo, en el que se entra doblando la cerviz, tra¨ªdo de Chequia y parecido al que se utiliza en los trabajos de extracci¨®n actuales, pero adaptado para trasportar a los visitantes y dotado de amplias ventanas para admirar el exuberante paisaje natural asturiano que precede a la entrada en un estrecho t¨²nel de un kil¨®metro. Se trata del socav¨®n Emilia, que perfora la ladera hasta llegar a la ca?a principal de pozo. Antiguamente este trazado ferroviario, que surca un estrecho valle, era utilizado por otro tren minero, el de la ¨¦poca, para transportar el entonces preciado mineral del pozo a Cia?o, y era explotado por la empresa Carbones La Nueva.
La idea de crear el Ecomuseo surgi¨® hace mas de 15 a?os de la asociaci¨®n de vecinos de La Nueva, el poblado minero aleda?o al pozo, y fue finalmente proyectado por la empresa Sadim, perteneciente a la minera estatal Hunosa, y realizado con el apoyo del Ayuntamiento de Langreo y la empresa p¨²blica Tragsa, con la financiaci¨®n de los Fondos Mineros. ¡°De los proyectos que se han llevado a cabo con estos fondos, este es uno de los que m¨¢s han contribuido a dinamizar la econom¨ªa local, atrayendo a visitantes y creando empleos directos (unas 25 personas), aparte de los puestos indirectos en negocios hosteleros de la zona y dem¨¢s¡±, explica Tom¨¢s Fern¨¢ndez, que fue jefe de obra y ahora responsable de explotaci¨®n del museo.
La obra cost¨® algo m¨¢s de siete millones de euros. ¡°Es un ecomuseo, porque aunque en s¨ª mismo el proyecto del tren minero es muy importante por su atractivo tur¨ªstico, es parte de otro de mayor calado denominado Ecomuseo del Valle de Samu?o, que abarca la totalidad del valle, y que pretende explicar su pasado e identidad basada en la industria de la miner¨ªa del carb¨®n, sin olvidar el paisaje protegido de las cuencas mineras en el que se encuentra ubicado¡±, contin¨²a Fern¨¢ndez. Abierto al p¨²blico en junio de 2013, en su primera temporada conoci¨® el ¨¦xito atrayendo la curiosidad de 36.000 visitantes.
En esta primera galer¨ªa, al lado de la ca?a principal del pozo, por donde bajaba la jaula, se ven algunas inscripciones hechas a mano en la pared: son los homenajes que los trabajadores hac¨ªan a sus compa?eros muertos en el tajo, algunos en fechas tan cercanas como los a?os noventa. La mayor tragedia vivida en esta mina ocurri¨® en el 7 de diciembre de 1927, a eso de las 11 de la ma?ana, cuando una explosi¨®n de gris¨² provoc¨® la muerte de 16 mineros. Pero salgamos a la superficie: tomando un ascensor que no es una jaula, pero trata de recrearla (y logra asustar a algunos), se llega a la superficie del pozo, donde se conoce uno de aquellos microcosmos laborales. Rodeado de verdes y frondosos montes, est¨¢ el castillete, pieza fundamental del pozo, de 28 metros de altura, que con sus poleas bajaba y sub¨ªa el traj¨ªn de herramientas, carb¨®n y trabajadores.
Dentro del hermoso e inopinado edificio modernista de 1930, la casa de m¨¢quinas, se encuentran los enormes ingenios alemanes (de la marca Siemens) que obraban aquel movimiento. El pozo San Luis comenz¨® su actividad a finales de los a?os veinte y continu¨® sus trabajos de extracci¨®n hasta 1969. Desde entonces hasta 2002, fecha de cierre, se dedic¨® a servicios de mantenimiento (bajada de materiales, ventilaci¨®n y reparaciones) de las minas circundantes, precisamente porque tiene conexiones subterr¨¢neas con ellas.
Alrededor de los edificios principales hay una constelaci¨®n de peque?as instalaciones relacionadas con este trabajo, como la carpinter¨ªa, la fragua, el botiqu¨ªn (la enfermedad propia de la miner¨ªa era la incurable silicosis, que transformaba en piedra los pulmones de los trabajadores, y que se erradic¨® con mejoras tecnol¨®gicas en la extracci¨®n), la lampister¨ªa (donde los mineros empezaban y acababan su jornada recogiendo o depositando la l¨¢mpara, su ¨²nica fuente de luz en el trabajo) o la casa de ba?os (donde se cambiaban para bajar a la mina y posteriormente se limpiaban el cuerpo de los restos de carb¨®n que les cambiaban el color de la piel). Tambi¨¦n la pagadur¨ªa: una ventanilla del edificio de oficinas en la que los d¨ªas de cobro los mineros hac¨ªan cola, indefensos ante las inclemencias propias del clima astur, para recoger el sueldo que su trabajo les hab¨ªa reportado esa semana.
Un par de guardias civiles vigilaban que ning¨²n revoltoso causara problemas: las tensiones laborales en el mundo de la mina son bien conocidas, y el colectivo minero alcanz¨® notoriedad hist¨®rica como vanguardia revolucionaria y combativa, a base de luchas, huelgas y encierros. No hace tanto, en 2012, la Marcha Negra que llev¨® a los mineros asturianos hasta Madrid en protesta por el fin de la miner¨ªa fue recibida clamorosamente por miles de participantes en los movimientos sociales (mareas, indignados, etc) que reaccionaron contra la crisis. Parec¨ªa que los heroicos mineros nos iban a salvar todos, pero volvieron del ministerio de Industria, despu¨¦s de fuertes disturbios, con las manos vac¨ªas.
La explotaci¨®n minera en Asturias se inici¨® a mediados del siglo XIX, animada por inversores alemanes, franceses o belgas, y en el XX, sobre todo en tiempos de autarqu¨ªa, conoci¨® su ¨¦poca de apogeo. ¡°Todo sale de la mina¡±, sol¨ªa decirse en estas cuencas, y as¨ª era: la explotaci¨®n del carb¨®n trajo consigo el ferrocarril (que transportaba el mineral hasta los puertos y las f¨¢bricas) e industrias como la siderurgia o las centrales t¨¦rmicas, y otras subsidiarias. La miner¨ªa se convirti¨® no solo en el espinazo econ¨®mico de estas comarcas, sino tambi¨¦n en la se?a de identidad de la zona, una identidad y una cultura que va desapareciendo al ritmo que agoniza la mina por la falta de competitividad del carb¨®n asturiano frente al extranjero, m¨¢s barato. Hoy en d¨ªa, del alrededor de 60 minas que llegaron a operar, solo quedan seis, gestionadas por Hunosa, que el gobierno y la Uni¨®n Europea planean desmantelar en los pr¨®ximos a?os, antes de 2018.
La zona, tras un intento de reconversi¨®n industrial que parece un fracaso colectivo, se vuelca en proyectos muse¨ªsticos como este Ecomuseo, el cercano Museo de la Siderurgia (MUSI) en la cercana localidad de La Felguera, o el Poblado Minero de Bustiello, en Mieres, un ejemplo vivo de paternalismo industrial de la primera mitad del siglo XX. Pero cuando la principal actividad econ¨®mica de una geograf¨ªa se acaba musealizando y nada la sustituye, se presenta un grave problema para el futuro. La mina daba empleo, de forma directa o indirecta, a casi toda la poblaci¨®n de las cuencas. Hoy queda la inyecci¨®n monetaria de las prejubilaciones, la huida y falta de iniciativa emprendedora de la juventud y la incertidumbre ante el futuro. La Nueva, el poblado minero en el que se encuentra el pozo San Luis, ten¨ªa en los buenos tiempos 3.000 habitantes. Ahora tiene 300. De la mina ya sale poca cosa.
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