Confinados en la Espa?a rural, pero con pan
?scar Garc¨ªa y Ra¨²l Jim¨¦nez siguen llevando sus barras y chapatas a 15 pueblos sorianos cerca de Almajano, en Soria
?scar Garc¨ªa y Ra¨²l Jim¨¦nez llevan 24 a?os siendo los panaderos de Almajano (Soria) y a¨²n no se acostumbran a madrugar. Empiezan la jornada a las 4.00 y no acaban hasta mediod¨ªa, tras el periplo habitual por 15 peque?os pueblos de la zona que no tienen panader¨ªa dado su bajo censo. Cirujales del R¨ªo, Aldealse?or, Fuentelfresno, Carrascosa de la Sierra... Ninguna de estas localidades suma m¨¢s de cien habitantes. Como el 80% de los pueblos sorianos. La dispersi¨®n geogr¨¢fica de estos territorios y el continuo goteo de vecinos que se marchan dificultan a diario la comunicaci¨®n y el desarrollo de estas localidades que se van extinguiendo. Pero no les priva de comer con pan. Desde que el Gobierno decret¨® el estado de alarma, ambos cu?ados siguen entregando los pedidos casi a domicilio los lunes y los viernes. Para ellos, los vecinos ya son familia. ¡°Es un servicio que no podemos dejar de hacer. Y menos ahora¡±, dice Jim¨¦nez coloc¨¢ndose la mascarilla que usa desde el confinamiento.
En Pan Almajano huele a chapatas y magdalenas reci¨¦n horneadas y suena Rock Fm. Desde aqu¨ª se ven las casas de ambos socios que, si antes serv¨ªan de segunda residencia, hoy son ¡°una buena opci¨®n para pasar la cuarentena¡±. Suena el timbre de la panader¨ªa. Garc¨ªa se sacude los guantes de harina y va hacia el mostrador. ¡°Hombre, Miguel ?ngel. ?Qu¨¦ tal?¡±. Es un vecino de Narros y lleva ¡°toda la vida viniendo¡±. Se lleva seis barras de pan y dos bizcochos de naranja. La mitad del pedido es para su suegra de 86 a?os. ¡°Sigue trabajando, ?verdad?¡±, pregunta Garc¨ªa tras untarse con gel antis¨¦ptico las manos. ¡°Esa mujer no parar¨¢ nunca. Ah¨ª est¨¢, en el quiosco del pueblo¡±, responde sacudiendo la cabeza.
D¨ªas antes de la cuarentena, en las instalaciones de Pan Almajano se horneaban entre 1.200 y 1.300 barras de pan. Estos d¨ªas la producci¨®n no pasa de 900. ¡°Hace a?os que esto no nos es rentable¡±, dice Garc¨ªa mientras mete las barras en las cajas. ¡°?Pero qu¨¦ hacemos? ?Les dejamos sin pan?¡±, se pregunta. En la empresa tienen tres trabajadores que se han tomado una semana de vacaciones acordadas. ¡°No podemos cerrar y dejarlos en la calle. Pero esto va para largo y no s¨¦ cu¨¢nto aguantaremos¡±, explica preocupado el hombre, de 50 a?os.
?nicamente falta por meter el pedido de los vecinos de Fuentelfresno. Garc¨ªa saca un papel del bolsillo con anotaciones a l¨¢piz y revisa el m¨®vil. ¡°Ahora me mandan un WhatsApp con lo que quieren y as¨ª solo llegan y lo pagan. Tienen miedo a contagiarse¡±, explica. Panes y bizcochos en el maletero y una mascarilla FFP2 bien ajustada en la cara de Jim¨¦nez. Todo listo para empezar a repartir. La primera parada es Cirujales del R¨ªo. Son las 10.15 y Nuria Escalada ya espera en la placita con una bata a cuadros y las monedas en un tarrito de metal. Vive con su marido y su hijo en un adosado de piedras con huerto en este pueblo de 22 habitantes.
¡°A m¨ª no me cambia mucho la vida porque puedo estar en mi jard¨ªn¡±, cuenta agarrando bien sus dos barras en la bolsa de tela. ¡°Pero a m¨ª me da que esto es el fin del mundo. Ya no quiero ni escuchar las noticias¡±, a?ade. Al llegar a casa, desinfectar¨¢ con lej¨ªa las monedas y preparar¨¢ el almuerzo. Antes de que se encerrara en casa, congel¨® medio cerdo y un cordero. ¡°Carne no nos va a faltar estos d¨ªas, hija¡±, dice la mujer de 62 a?os. Sus gatos aprovechan el sol que descansa en el tejado.
Jim¨¦nez conoce a todos por sus nombres. Sabe qui¨¦n saldr¨¢ a por pan y a qui¨¦n dej¨¢rselo en la ventana de la cocina. Les pregunta por su familia y por su salud. ¡°No te acerques, ya te lo dejo yo ah¨ª¡±, le dice a un vecino que viene sin protecci¨®n. ¡°Antes, si te descuidabas, se te colgaban de la ventanilla y te contaban su vida¡±, dice con una sonrisa que se le adivina detr¨¢s de la mascarilla. ¡°Es gente que est¨¢ muy sola y me preocupa c¨®mo lo estar¨¢n pasando estos d¨ªas¡±. Por eso siguen viniendo. Y los vecinos asom¨¢ndose.
Blanca tiene 85 a?os pero el coronavirus no le impide salir a buscar el pan al o¨ªr la sirena de la furgoneta. Ella reside en Aldealse?or, un pueblo de 30 vecinos. Aunque vive con su hijo Jes¨²s, los trabajadores del grupo asistencial de los Centros de Acci¨®n Social de la provincia la llaman ¡°casi todos los d¨ªas¡±. Le preguntan si est¨¢ bien o si necesita que alguien le haga la compra. ¡°Hasta me felicitaron el cumplea?os¡±, presume la anciana.
El Departamento de Servicios Sociales de la Diputaci¨®n de Soria cuenta con diez centros de acci¨®n social que, hasta antes de la crisis del coronavirus, acompa?aban a 946 usuarios. Actualmente, el miedo de los mayores a estar en contacto con los trabajadores ha provocado un fuerte descenso, hasta 183. Benito Serrano, presidente de la Diputaci¨®n, asegura que estos servicios se est¨¢n ¡°adaptando a las circunstancias¡± y que ahora est¨¢n m¨¢s enfocados en labores de acompa?amiento telef¨®nico aunque no descuidan a las personas m¨¢s dependientes.
En Carrascosa de la Sierra hoy nadie espera sentado al sol a que llegue el pan, en lo que antes llamaban ¡°el Parlamento¡±. A Angelita y Arturo, vecinos desde hace m¨¢s de 30 a?os, les separan tres metros de distancia en la fila de dos que se ha creado tras el maletero del panadero. ¡°Ya sabes, tres chapatas muy majas y no muy negritas¡±, le pide Angelita ¡ªque se presenta como la m¨¢s joven de la localidad y la ¨²nica que tiene WhatsApp¡ª. Tiene 60 a?os y dice estar ¡°mejor en el pueblo que en las capitales¡±. Con la excusa de ir a por el pan, se quedan charlando un buen rato, sin acercarse.
El s¨¢bado viene el frutero y cada dos lunes el chico de los congelados. ¡°As¨ª nos vamos apa?ando¡±, cuenta Angelita. Su vecino hace uso de los productos de su huerta: calabacines, calabaza, pimientos, cebollas, tomates¡ ¡°Tengo el supermercado en casa¡±, bromea. Su mujer, Carmen, aprovecha estos d¨ªas para hacer mermeladas y dulces caseros. Lo ¨²nico que extra?a es no poder salir a la plaza a regalar a los vecinos la fruta y la verdura que no necesitan. ¡°Yo solo espero que aqu¨ª no entre el bicho¡±, suplica Angelita con un hilo de voz. ¡°Si ya ¨¦ramos pocos, como nos pille a alguno, entonces s¨ª que se van a morir los pueblos¡±.
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