El Brasil de los olvidados: sin dinero, sin comida, sin vacuna
En Ocupa??o Esperan?a, a 40 minutos del centro de S?o Paulo, se sobrevive a la falta de agua y con la miseria al acecho. Casi todas las familias viv¨ªan de su trabajo hasta que lleg¨® la pandemia y, con ella, la dependencia de los programas del Gobierno
Son poco m¨¢s de las 8.00, 26 grados a la sombra, y Andreia Ven?ncio ya ha recorrido cinco veces el camino que separa su casa del dep¨®sito de agua comunal donde llena cubos para limpiar, ba?ar a sus cinco hijos, de entre cinco y 16 a?os, y cocinar la poca comida que le queda. La mujer de 37 a?os camina inclinada hacia la derecha, equilibrando el peso de los 10 litros de agua que lleva. Hasta el anochecer har¨¢ esta ruta innumerables veces, demasiadas para contarlas con exactitud. En la Ocupa??o Esperan?a, en Osasco, a 40 minutos en coche del centro de S?o Paulo, el agua es un bien escaso. ¡°Llevamos m¨¢s de un mes sin agua en la casa, me paso el d¨ªa cargando cubos¡±, dice quien, como la mayor¨ªa de los m¨¢s de mil residentes de la ocupaci¨®n, depende casi exclusivamente de las prestaciones del Gobierno de Brasil para sobrevivir.
Ven?ncio recibe 510 reales (casi 90 d¨®lares, unos 75 euros) del programa Bolsa Familia y, hasta diciembre, pod¨ªa contar con la ayuda de emergencia, de 600 reales (105 d¨®lares, 88 euros), creada por el Gobierno durante la pandemia. Cuando la ayuda se cort¨® en diciembre, lo que ya era dif¨ªcil se complic¨® a¨²n m¨¢s. ¡°Mi marido sigue haciendo trabajos espor¨¢dicos como pintor, pero, precisamente en el a?o de la pandemia, los alimentos se encarecieron y ya no podemos comprar carne. ?La carne es un lujo! Hasta el precio de los huevos, que antes eran m¨¢s baratos y que siempre com¨ªamos, ha subido¡±, se lamenta frente a los cuatro vecinos con los que comparte callej¨®n. Todos asienten con la cabeza y est¨¢n de acuerdo con sus quejas. ¡°Incluso hay escasez de arroz y frijoles. Nos las arreglamos, pedimos ayuda a nuestros vecinos... Y hay d¨ªas en los que, en lugar de hacer arroz y alubias, solo hacemos macarrones y farofa¡±, a?ade. El 18 de marzo, el presidente Jair Bolsonaro firm¨® la medida provisional con las reglas para la nueva ronda de este beneficio, que consistir¨¢ en cuatro cuotas, pagadas a partir de abril a 45,6 millones de personas, 22,6 millones menos que las contempladas en 2020. Sin embargo, solo recibir¨¢n entre 150 y 375 reales (entre 26 y 65 d¨®lares, 22 y 55 euros), seg¨²n la composici¨®n de la familia.
Ven?ncio es una de los m¨¢s de 116,8 millones de brasile?os que vivieron con alg¨²n grado de inseguridad alimentaria en los ¨²ltimos tres meses de 2020, una situaci¨®n que se repite en el 55% de los hogares del pa¨ªs, seg¨²n la Encuesta Nacional de Inseguridad Alimentaria en el contexto de la pandemia de la covid-19, realizada por la Red Brasile?a de Investigaci¨®n sobre Soberan¨ªa y Seguridad Alimentaria y Nutricional (Red PENSSAN). El mismo informe indica que el 9% de los brasile?os sufrieron inseguridad alimentaria grave el a?o pasado. Es decir, 19 millones de personas pasaron hambre, un retroceso a los niveles de 2004, casi un a?o despu¨¦s del lanzamiento del programa Hambre Cero.
A pesar de todo, la situaci¨®n de Ven?ncio no es todav¨ªa la peor que se puede encontrar en Ocupa??o Esperan?a. Su casa es una de las pocas construidas con mamposter¨ªa en la parcela de 48.000 metros cuadrados de la colina que ocupaban 500 familias en 2013, pero que a¨²n no aparece ni siquiera en los mapas satelitales m¨¢s avanzados. Hoy en d¨ªa, en cada parcela viven hasta tres o cuatro familias que comparten chozas de madera y revestimiento. Sin el reconocimiento del Ayuntamiento de Osasco, algunas casas siguen recibiendo ¡ªlenta y escasamente¡ª agua de Sabesp (Compa?¨ªa de saneamiento b¨¢sico de S?o Paulo), pero la mayor parte de la comunidad depende del dep¨®sito de 20.000 litros de agua (que nunca est¨¢ completamente lleno), comprado con el dinero de todos, para abastecerse. All¨ª peregrinan d¨ªa y noche mujeres y ni?os con sus cubos sedientos.
Y si falta agua, falta casi todo. ¡°Todos en la comunidad sobreviven con trabajos espor¨¢dicos, casi nadie tiene un trabajo formal, con un contrato firmado¡±, dice Maura Lopes, de 49 a?os, una de las responsables de Ocupa??o Esperan?a, en el espacio antes destinado al peque?o bar que regentaba y que hoy se ha convertido en la cocina de la casa donde vive con su marido y sus tres hijos. ¡°Con la pandemia, muchas personas se quedaron sin trabajo y empezaron a depender de la ayuda. Pens¨¢bamos que la pandemia al menos no ser¨ªa tan fuerte este a?o, que habr¨ªa vacunas para todos y podr¨ªamos volver a nuestras rutinas, pero no fue as¨ª¡±, a?ade.
Lopes es quien organiza las pocas cestas de alimentos que llegan como donaciones a los residentes ¡ªcaf¨¦, az¨²car, arroz, latas de aceite y jud¨ªas¡ª y las distribuye, una tarea nada f¨¢cil: ¡°?C¨®mo seleccionar, entre m¨¢s de 500 familias, a qui¨¦nes vamos a dar 30 cestas de alimentos? Intentamos dar prioridad a las madres solteras, que no tienen trabajo y solo pueden contar con esta ayuda. Es muy triste ver a una madre bajar la colina para pedir al menos un paquete de arroz para alimentar a sus hijos¡±, se lamenta esta mujer de Maranh?o (Estado del nordeste), de estatura media, fuerte, con el pelo rizado te?ido de caoba y una larga sonrisa que se adivina bajo su mascarilla, que sale a relucir cuando habla de la solidaridad comunitaria.
Ahora las cestas de alimentos se reducen, y los residentes sobreviven con la ayuda de los dem¨¢s. Quien tenga un poco de arroz, lo cambia por un poco de jud¨ªas. Quien tiene un poco m¨¢s de agua, llena un cubo para los necesitados. ¡°Somos nosotros para nosotros¡±, resume Lopes, con el ruido de fondo de una olla el¨¦ctrica en la que cuece jud¨ªas. Su bombona de gas se agot¨® hace tres d¨ªas y todav¨ªa no puede comprar otra. La l¨ªder de la ocupaci¨®n tuvo covid-19 el a?o pasado y se infect¨® de nuevo a principios de marzo. Ella, que hac¨ªa trabajos de planchado en la lavander¨ªa donde trabajaba su marido, se encontr¨® enferma y sin trabajo. ¡°Mi hijo mayor [de 21 a?os, que trabaja en una empresa de inform¨¢tica] tuvo que convertirse en el hombre de la casa. Era el hombre de la casa cuando todos est¨¢bamos sin trabajo¡±, explica mientras gu¨ªa al reportero por la comunidad, una subida empinada por una colina de tierra y rocas, pero con una vista privilegiada de todo S?o Paulo.
Lopes solo se detiene al desviarse de un peque?o chorro de aguas residuales formado por una tuber¨ªa que se rompi¨® y esparci¨® excrementos por los callejones, un olor que impregna el aire, pero que no impide que la gente y sus cubos sigan saliendo de casa hacia el dep¨®sito de agua. Se acerca la hora de comer y hay que cocinar. Pero ?qu¨¦? ¡°Con estos 150 reales de ayuda no podemos sobrevivir, nos vamos a morir de hambre¡±, se lamenta Marinalva Souza, Nan¨¢, como prefiere que la llamen, de 49 a?os, residente en la ocupaci¨®n. ¡°Porque un paquete de cinco kilos de arroz cuesta 40 reales, una lata de aceite cuesta 10, una bandeja de huevos que antes comprabas por seis reales ahora cuesta 14 o 15¡±, a?ade, mientras tose, sentada frente a la chabola que comparte con su marido, despedido de la cristaler¨ªa donde trabajaba al principio de la pandemia en Brasil.
Nan¨¢, que lavaba la ropa para las madres de la comunidad que trabajaban fuera como jornaleras, tambi¨¦n perdi¨® su medio de vida. ¡°No me pagaban mucho, pero era suficiente para sobrevivir. Ahora no tengo ingresos, porque estas madres tambi¨¦n est¨¢n sin trabajo. Vivimos de las donaciones de la asociaci¨®n de vecinos, todav¨ªa queda un poco de arroz¡±, dice.
Con seis hijos adultos que viven lejos, Nan¨¢ es una especie de madre para todos en Ocupa??o Esperan?a. Cuando la salud no llega, es ella quien prescribe t¨¦ de sa¨²co, un ¨¢rbol que se encuentra cerca de su casa, para tratar el asma y la tos de ni?os y adultos. ¡°Este sa¨²co ha sido la salvaci¨®n de la gente de aqu¨ª¡±, dice quien adem¨¢s no duda en llenar botellas de refresco con agua de su peque?a caja para d¨¢rselas a la gente que llama a su puerta. Nan¨¢ solo siente rencor por los gobernantes. ¡°No hay dinero para los pobres, los trabajadores. Mientras quieren pagar 150 reales de ayuda, est¨¢n all¨ª comprando mansiones de seis millones de reales¡±, dice en referencia a la propiedad adquirida por el senador Fl¨¢vio Bolsonaro, hijo del presidente, investigado por lavado de dinero.
¡°No hay trabajo, no hay vacuna. Nuestro destino es morir de hambre y en el interior¡±. Nan¨¢ lamenta no tener dinero ni para comer un pl¨¢tano, pero, generosa, se emociona al hablar de las familias m¨¢s numerosas, que tienen ¡°m¨¢s problemas¡± que ella y su pareja. ¡°Nos las arreglamos. Pero una madre de familia que tiene tres o cinco hijos ve a los ni?os llorar por la ma?ana sin tener nada que comer¡±.
Es el caso de Ana Teresa Couto, de 39 a?os, madre de dos ni?os de cuatro y tres a?os. Mientras calienta agua en un cubo con un cable el¨¦ctrico conectado a la corriente, una improvisada varilla caliente, para ba?ar a sus hijos, dice que con los 234 reales que recibe de Bolsa Familia solo puede comprar leche ¡°y alguna mezcla¡± (como llaman los paulistanos a la prote¨ªna animal). ¡°Todav¨ªa colecciono monedas para comprar una galleta o algo as¨ª. Todav¨ªa conseguimos comprar a cr¨¦dito en las tiendas de comestibles de la comunidad, pero tenemos que pagar para volver a comprar¡±, a?ade. Acaba de utilizar otro cubo de agua para lavar el suelo de su casa, que consta de una habitaci¨®n que es a la vez sal¨®n y cocina, y otra que es el dormitorio, donde una cortina de pl¨¢stico separa el ba?o.
Adem¨¢s de los ni?os, Couto vive con su marido, soldador, que tuvo un accidente de coche hace dos meses y se rompi¨® la cadera. A pesar de ello, sale a diario a buscar trabajo. ¡°Ya era dif¨ªcil antes de la pandemia, ahora es peor. No puedo trabajar porque no hay escuela, tengo que quedarme con los ni?os. Mi marido solo encuentra trabajo de vez en cuando, porque con la covid-19, la gente tiene miedo de llamarle para trabajar en casa¡±, se lamenta.
Unos callejones m¨¢s abajo, Rose Pereira, madre soltera de tres ni?as de tres, cuatro y nueve a?os, solo cuenta con la generosidad de la comunidad. Su choza consiste en una habitaci¨®n individual, con una cama doble, un fregadero, una lavadora y una peque?a cocina de dos fuegos con una olla el¨¦ctrica. Casi no hay juguetes esparcidos por el suelo. Pereira trabajaba como mujer de la limpieza antes de la pandemia, y a veces lava ropa para otros. ¡°Recibo 310 reales de Bolsa Familia, que es una cantidad peque?a, y solo he comprado comida una vez desde que dej¨¦ de recibir el subsidio. Aprovecho las cestas b¨¢sicas que llegan de las donaciones. Las ni?as tambi¨¦n reciben mucha ropa de donaciones, a veces incluso separo algunas para otros ni?os que no tienen, especialmente en el interior. No es bueno acumular muchas cosas dentro de la casa¡±, dice la mujer, sin dientes en la boca, a pesar de tener 37 a?os.
Con poco dinero, Pereira se las arregla para comprar pan, leche, ¡°un poco de mezcla¡± y al menos un cart¨®n de huevos. Cuando sus hijas le piden ¡°alguna galleta, alguna golosina que les guste a los ni?os¡±, compra a cr¨¦dito en alguna tienda de comestibles de la ocupaci¨®n. ¡°Me endeudo con la comida. Cuando recibo la Bolsa Familia, la entrego a la tienda de comestibles y compro las cosas para comer durante el mes. Pero entonces no tengo ni un c¨¦ntimo en el bolsillo. Es dif¨ªcil¡±. Esta ma?ana, el gas de Pereira se ha agotado y tendr¨¢ que cocinar el arroz en la olla el¨¦ctrica en la que fr¨ªe la carne. Eso es lo que comer¨¢n ella y sus hijas durante los pr¨®ximos tres d¨ªas, hasta que reciba otra ayuda social.
Entre la comida y la gasolina, Luciene da Rocha, de 30 a?os, eligi¨® lo m¨¢s esencial. Madre de tres hijos (de 12, nueve y cuatro a?os) y con su marido camionero en paro, volvi¨® a cocinar con le?a por falta de dinero. ¡°Mi estufa est¨¢ ah¨ª parada, me entristece mirarla¡±, se?ala, ingeniosa y de buen humor a pesar de la situaci¨®n. En octubre, ella y su familia dejaron de pagar el alquiler y construyeron una choza en una ocupaci¨®n rural a 15 minutos en coche de Ocupa??o Esperan?a. Adem¨¢s de la casa de madera con una especie de veranda donde se encuentra la cocina, hay un gran huerto en el lado izquierdo de la parcela, donde se mezclan gansos, patos, gallinas y cabras. En los pocos ¨¢rboles que hay delante de la casa cuelgan una hamaca y el columpio de los ni?os, que prefieren extenderse en el sof¨¢ viendo la televisi¨®n dentro de la propiedad.
¡°El a?o pasado, yo recib¨ªa el subsidio, pero mi marido no pudo inscribirse. Hoy solo recibo Bolsa Familia e incluso tengo que cocinar con manteca de cerdo, porque no hay manera de comprar una lata de aceite de 10 reales. Lo malo de la le?a es el humo, pero nos acostumbramos a ¨¦l. Luego criamos gallinas para comer un huevo, hacemos el huerto, vendo lechugas y, con el dinero, cuando da, compro una mezcla¡±, relata Luciene. En el campo, un problema al que no se enfrenta es la falta de agua.
Ni siquiera Lucimar Farias, que sigue recuper¨¢ndose de una ces¨¢rea de hace dos meses, se libra del peso del cubo en la atascada ocupaci¨®n en los m¨¢rgenes de la ciudad. ¡°Incluso despu¨¦s de la operaci¨®n, tengo que arregl¨¢rmelas¡±, resume, madre de tres hijas, la mayor es una adolescente de 14 a?os, la menor est¨¢ acunada en el regazo de su hermana de seis, mientras muestra su casa de ladrillo de dos plantas, a¨²n en construcci¨®n: abajo est¨¢n el sal¨®n, la cocina y el ba?o; arriba, los dormitorios. ¡°Mi marido estaba en el paro, pero ahora tiene un trabajo de alba?il. En los ¨²ltimos meses, viv¨ªamos de la ayuda de la gente¡±, dice a ¨²ltima hora de la tarde, mientras contin¨²a su peregrinaje hacia el dep¨®sito de agua. Porque en Ocupa??o Esperan?a, microcosmos del Brasil del desempleo y el hambre acechante, donde falta el agua, falta todo.
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