El desgarro de dejar a los hijos en El Salvador para limpiar casas en Espa?a: ¡°Consolaba al hijo de otros si se ca¨ªa, pero a mi ni?a, ?qui¨¦n la consuela?¡±
Delmi Galeano es una abogada salvadore?a que lleva 10 a?os trabajando de limpiadora y camarera. En El Salvador dej¨® a sus dos hijos, a los que ha dado una educaci¨®n gracias a las remesas mensuales que env¨ªa. El precio es sentir que poco a poco pierde a su familia. Este es el relato de su vida, contado en primera persona, compartido por muchas otras migrantes que ven a su familia crecer en una pantalla de m¨®vil
¡ªHay d¨ªas en que me digo: ?Para qu¨¦ carajo me vine? Otros que me alegro de haber venido. Y as¨ª.
Me acuerdo perfectamente del d¨ªa en que tom¨¦ la decisi¨®n de venirme a Espa?a. Fue un viernes de hace 10 a?os. Mi marido se levant¨®, se fue al patio de la casa en San Salvador, yo me dije: ya se va a trabajar. Era abogado, pero no ejerc¨ªa y no ganaba mucho. Yo tampoco: hab¨ªa perdido mi trabajo, tambi¨¦n de abogada, por una enfermedad. Me levant¨¦ detr¨¢s de ¨¦l. Lo encontr¨¦ en el patio, con la cabeza pegada al muro. ¡°?Qu¨¦ te pasa?¡±, le pregunt¨¦. ¡°A ver¡±, me contest¨®, ¡°hay solo 25 c¨¦ntimos, tengo q...
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¡ªHay d¨ªas en que me digo: ?Para qu¨¦ carajo me vine? Otros que me alegro de haber venido. Y as¨ª.
Me acuerdo perfectamente del d¨ªa en que tom¨¦ la decisi¨®n de venirme a Espa?a. Fue un viernes de hace 10 a?os. Mi marido se levant¨®, se fue al patio de la casa en San Salvador, yo me dije: ya se va a trabajar. Era abogado, pero no ejerc¨ªa y no ganaba mucho. Yo tampoco: hab¨ªa perdido mi trabajo, tambi¨¦n de abogada, por una enfermedad. Me levant¨¦ detr¨¢s de ¨¦l. Lo encontr¨¦ en el patio, con la cabeza pegada al muro. ¡°?Qu¨¦ te pasa?¡±, le pregunt¨¦. ¡°A ver¡±, me contest¨®, ¡°hay solo 25 c¨¦ntimos, tengo que ir a trabajar, no hay comida y est¨¢n los dos ni?os¡±. Ese d¨ªa llam¨¦ a mi hermano, que ya estaba aqu¨ª en Espa?a: ¡°Gordo, es que no tengo ni para la comida. No puedo seguir as¨ª. As¨ª que me voy¡±. ¡°Pero, sab¨¦s a lo que ven¨ªs, ?no? Yo aqu¨ª no te voy a enga?ar, Delmi: ven¨ªs a limpiar¡±.
A Daniela la dej¨¦ con un vestido rojo a lunares, con sus dos coletitas, era una mumuja de tres a?os. Eduardo se qued¨® sentado en un banco que ten¨ªamos en el patio. ?l ya sab¨ªa. Ten¨ªa 11 a?os. Yo, 32. Mi idea era tra¨¦rmelos, pero pronto ver¨ªa que era imposible. Durmiendo en una habitaci¨®n o de interna, ?d¨®nde los iba a meter? Adem¨¢s, mi pareja es un buen padre, pero me confes¨® que no ten¨ªa arte en las manos, que no val¨ªa para esto, para limpiar. ?l quer¨ªa venir a Espa?a, pero a otra cosa.
Llegu¨¦ a Madrid un 27 de diciembre, con un fr¨ªo que yo cre¨ªa que era el aire acondicionado del aeropuerto que lo ten¨ªan mal puesto. Me dorm¨ª llorando y de la ansiedad y el miedo so?¨¦ que ve¨ªa a mi pap¨¢ parado en la puerta, que me dec¨ªa: ¡°Tranquila, Gorda¡±.
A los 10 d¨ªas me sali¨® un trabajo de interna en La Moraleja. Ten¨ªa que cuidar a dos ni?os. Itziar, de 10, y el otro, con dos a?itos m¨¢s que Daniela. Yo me dec¨ªa: aqu¨ª estoy cuidando a dos ni?os cuando deber¨ªa estar cuidando los m¨ªos. Lloraba de pena, de rabia, de culpa y de enojo. Consolaba al ni?o si se ca¨ªa y pensaba: ?y a mi ni?a qui¨¦n la est¨¢ consolando hoy? Les daba de comer y pensaba: ?y mis hijos c¨®mo est¨¢n comiendo hoy?
En las ma?anas de all¨ª (son siete horas de diferencia) llamaba a mi marido y le ped¨ªa que me pusiera los ni?os al tel¨¦fono cuando se levantaban. Por lo menos que me oyeran. Tambi¨¦n sol¨ªa despertarme a las dos o las tres de la ma?ana, que era la hora a la que llegaba el ni?o del colegio y llamaba, y cuando comprobaba que ¨¦l estaba ya en casa, pues todo estaba bien, y me dorm¨ªa m¨¢s tranquila. Todav¨ªa hoy no soy capaz de hacer la videollamada del d¨ªa sin llorar. Todav¨ªa hoy.
Obsesi¨®n con ganar dinero y no gastar
Tras La Moraleja fui a otras casas. A los cuatro a?os, me fui de interna a una casa en la calle de Vel¨¢zquez: un casopl¨®n. Gente muy buena, muy maja, muy generosa. De lunes a viernes, estaba de interna. Sal¨ªa el viernes a las cuatro y, sin que lo supiera la jefa, me iba por el ascensor de servicio a limpiar otra casa dos pisos m¨¢s arriba. Y sal¨ªa de ah¨ª y me iba de camarera a un bar en Alcorc¨®n, hasta las tres o cuatro de la ma?ana.
En el bar trabajaba el viernes, el s¨¢bado o el domingo. Dorm¨ªa en M¨®stoles en un sof¨¢ que alquil¨¦ en una habitaci¨®n compartida por 180 euros. Y el lunes a las siete de la ma?ana ya estaba en la casa de Vel¨¢zquez, con mi uniforme. Y as¨ª estuve un a?o, con la obsesi¨®n de ganar dinero, de no gastar y de mandar para all¨¢. Ganaba unos 1.100 euros entre todo. Y me quedaba con lo justito. Llegu¨¦ a robar comida. Me da verg¨¹enza decirlo ahora, pero era as¨ª.
Los fines de semana, cuando no ten¨ªa dinero, que era casi siempre, me llevaba un filete de la casa de Vel¨¢zquez que hab¨ªa congelado el mi¨¦rcoles. As¨ª, supercongelado, me duraba en el bolso hasta el s¨¢bado o el domingo. O me llevaba una lata de at¨²n, o una de esas de foie gras de La Piara.
Una amiga me ayud¨® con los boletos. Y me fui al Salvador. Hab¨ªan pasado cinco a?os. Fue el viaje m¨¢s largo de toda mi vida. El m¨¢s impaciente. Eduardo ten¨ªa 16 a?os, se iba a graduar, y Daniela, ocho. Yo les mand¨¦ una foto un d¨ªa antes, dici¨¦ndoles: ¡°As¨ª soy¡±. Pero cuando los vi, no me conocieron igual. Su padre los empuj¨® hacia m¨ª. ¡°Es mam¨¢¡±, dec¨ªa.
Yo hab¨ªa cambiado much¨ªsimo. Hab¨ªa adelgazado casi 30 kilos. Ellos tambi¨¦n hab¨ªan cambiado. Mi hijo me sacaba media cabeza. Y a Daniela la vi muy grande. Esos cambios no se ven en las pantallas. Abrac¨¦ a Daniela y a Eduardo le pas¨¦ un brazo por encima. Dej¨¦ la maleta y las bolsas, dej¨¦ todo tirado y agarr¨¦ a mis hijos y me puse a llorar, pero a llorar, llorar.
Al principio fue bien all¨¢. Pero luego, no tan bien. En la cena de graduaci¨®n, en un momento, Daniela dijo: ¡°Me voy a jugar con mis amiguitas¡±. Y se levant¨® y se fue. Eduardo se fue con sus amigos, el padre me dijo: ¡°Voy a buscar a Daniela¡±. Y yo me qued¨¦ sola en la mesa. Ah¨ª lo entend¨ª todo. Me levant¨¦ y me puse a bailar sola. Por no llorar. Los hab¨ªa perdido. Yo ya no formaba parte de esa familia.
Ah¨ª aprendes a valorar qu¨¦ es lo que pesa m¨¢s. Pens¨¦ quedarme, buscar trabajo, habl¨¦ con compa?eras, con amigos. Incluso busqu¨¦ para limpiar all¨¢. Pero no hab¨ªa nada. Y cuando fui a montarme en el avi¨®n de vuelta, en el t¨²nel ese, me qued¨¦ parada al lado de un cartel que dec¨ªa: ¡°Salvador, impresionante. Buen viaje¡±. La gente iba pasando y entrando y yo me qued¨¦ parada ah¨ª. ?Qu¨¦ hago?, ?me quedo?, ?me voy?
Si me quedaba, todo lo que hab¨ªa sufrido aqu¨ª lo iba a tirar a la mierda. Me pude haber quedado y recuperar a mis hijos, mi vida, mi matrimonio, no s¨¦. Pero, econ¨®micamente hablando, aportaba a mis hijos, les ofrec¨ªa algo, unos estudios que no iban a tener si me quedaba. Y adem¨¢s la vida que tengo aqu¨ª no la voy a tener all¨¢, la libertad que tengo aqu¨ª no la voy a tener all¨¢. Yo ya sent¨ªa que no pertenec¨ªa a all¨¢. Yo hab¨ªa cambiado tambi¨¦n. No solo eran los kilos de menos. La Delmi que ha vivido todo lo que ha vivido aqu¨ª no es la misma Delmi que vino de all¨¢. Entr¨¦ en el avi¨®n. Fui la ¨²ltima en entrar.
Depresi¨®n
Contact¨¦ con el Sedoac, la asociaci¨®n de trabajadoras dom¨¦sticas. Pero tambi¨¦n volv¨ª a Vel¨¢zquez, a limpiar la casa de arriba, a trabajar los fines de semana en bares y casas. Y en un a?o ca¨ª en una depresi¨®n tal que yo o¨ªa el timbre de casa y me escond¨ªa. Ya entonces viv¨ªa en Alcorc¨®n, ya ten¨ªa una habitaci¨®n. Pero no sal¨ªa de la cama. Dej¨¦ los trabajos. Le escrib¨ª al padre de mis hijos y les dije que no ten¨ªa trabajo. Estuve as¨ª tres o cuatro meses. Solo sal¨ªa el s¨¢bado para ir al Sedoac. Eso me ayud¨®.
Fue un colapso de todo: el cansancio, los ni?os, el dinero, y yo dije: todo a la mierda, que pase lo que tenga que pasar. Llegu¨¦ a pensar en tirarme a las v¨ªas del tren y se acab¨®. ?Me sent¨ªa tan sola! Estaba tan harta, tan cansada. Yo no era yo, no hablaba, perd¨ª mi capacidad de socializar por ser interna, pas¨¦ tanto tiempo con la misma gente que hablar con otros ya me daba miedo y verg¨¹enza. ?Qu¨¦ les ibas a contar a los otros? ?C¨®mo lavaba los ba?os? Ah¨ª es donde te arrepientes de todo y dices: pero, ?para qu¨¦ carajo me vine?
Otros d¨ªas pienso que si me encontrara con la Delmi de la ma?ana esa del patio y de mi marido con la cabeza en el muro y tuviera que aconsejarla, le dir¨ªa: ¡°Te va a llevar putas, hija. Pero dale, vete. Vete¡±.
La psic¨®loga del Sedoac me ayud¨®. Me visitaba en mi casa. Me involucr¨¦ m¨¢s en la asociaci¨®n. Me fui levantando, consegu¨ª un trabajo de camarera en un bar cerca de Atocha, luego me fui a atender a un tetrapl¨¦jico. Encontr¨¦ una pareja espa?ola. Me fui a vivir con ¨¦l y con mi hermana. Dentro de dos meses asumir¨¦ la presidencia del Sedoac y ya no trabajar¨¦ m¨¢s limpiando, sino de abogada, lo que soy, ayudando a otras mujeres que est¨¢n pasando lo que yo, que tambi¨¦n han dejado a sus hijos all¨¢. Eso me hace muy feliz.
Pero todav¨ªa hay veces que digo: ?para qu¨¦ carajo me vine? Me duelen mis hijos. Yo ya no quiero tener hijos, porque ya tuve dos y no pude criarlos. Siento que les faltar¨ªa el respeto si tuviera otro aqu¨ª. Si yo no me hubiera venido no estar¨ªan como est¨¢n, no tendr¨ªan la educaci¨®n que van a tener y que les va a servir. Pero la relaci¨®n se difumina y se borra. Ya no es igual que antes.
Daniela tiene ya 13 a?os. A veces me cuenta, a veces no. Eduardo tiene 21, estudia en la universidad, con los a?os ya va entendiendo, me ha dado la raz¨®n en muchas cosas, pero no terminamos de encajar. Ellos est¨¢n all¨¢, en su mundo, en su vida, y yo estoy ac¨¢, en el m¨ªo, en mi vida. Algo se rompi¨®. Aunque estemos ah¨ª no estamos. Ellos se sienten solos, yo me siento sola, pero no somos capaces de hablar entre nosotros.
Me encantar¨ªa volver a verlos, pero sigue habiendo un problema de dinero. Sigo siendo una mileurista y de lo que gano, van seiscientos y pico para all¨¢ cada mes. As¨ª que, ?de d¨®nde saco para los boletos? Me gustar¨ªa tener las fuerzas que ten¨ªa cuando vine y poder cargar tres o cuatro trabajos, pero ya no me da el cuerpo. Ya no. Ellos tambi¨¦n quieren venir de visita. Pero no se van a quedar: no quieren dejar solo all¨¢ a su padre.
¡°Llegu¨¦ a creer que mi mam¨¢ se fue por mi culpa¡±
“Cuando mi mamá me dijo que se iba a España me quedé sorprendido, porque no me lo esperaba y porque cuando mi mamá dice algo siempre lo cumple. Dijo que se iba a ir y no le tomó ni 15 días hacerlo. Yo hasta me reí: "¿Cómo te vas a ir si no han pasado ni 15 días?", le pregunté. Pero me enseñó la documentación y los boletos. De verdad que se iba a ir. Y se fue. Yo tenía 11 años.
Todo se volvió complicado, porque yo llevaba viviendo con ella siempre, ella me recibía del colegio, me hacía la comida… Y pasé de eso, de contarle cómo me iba en el colegio a no hablar con nadie, pasé a estar solo, ya no tenía quién me recibiera en la casa, porque mi papá también trabajaba. Pasé también a cuidar a mi hermana, de tres años. Estaba con ella la mayor parte del tiempo. Le hacía la comida. Casi siempre cosas fritas. Como se cansó de cosas fritas, me propuse hacer macarrones. Pero no sabía hacerlos así que llamé a mi mamá, que ya estaba en España. Me lo explicó mientras limpiaba un baño en una casa de Madrid.
Esos primeros días eran tristes, bien extraños. Uno quería decir que no importaba la distancia, pero la distancia se sentía. Y empiezas a pensar que tu mamá, pues eso, que ya no va a volver.
Me acuerdo una vez, con 14 o 15 años, que estaba muy enojado en el colegio. Antes, cuando estaba enojado mi madre me calmaba. Pero esa vez me puse a pensar un montón de cosas. Y lo primero que pensé fue: y qué, pues si hasta mi mamá me abandonó, ¿qué se puede esperar de las demás personas?
Yo llegué a creer que mi mamá se había ido por mi culpa, porque estudiaba en un colegio caro. Y yo pedía muchas cosas: un juego de video, un carro de juguete, un teléfono, y que aunque no estaban en condiciones de darme esas cosas, al final me las daban, así que pensé que la raíz de todo podía haber sido yo, por pedir tanto. También estaba molesto con ella, con mi madre, molesto con todo, con la situación, hasta con mi papá, con el colegio... Empecé a distanciarme de las personas, hasta que casi casi me quedé solo. Los únicos momentos en que me la pasaba tranquilo eran cuando me iba a jugar fútbol. Ahí iba solo, estaba solo, pero jugaba y me sentía bien.
Era consciente de la cantidad de horas que trabajaba mi madre, pero por otro lado no me quería dar cuenta, no quería pensarlo. Mi mamá me decía muchos días: "Estoy muy cansada, estoy trabajando mucho". Y mi padre me decía: "Mira, tu mama trabajando como trabaja y tú perdiendo el tiempo". Pero no me ponía en sus zapatos, no lo pensaba mucho, no quería pensarlo. No quería imaginarme a mi mamá trabajando, llorando, no quería imaginármela limpiándole la caca a los viejitos de allá. Porque ella estudió. Me sentía impotente y culpable. Lo que quería era ayudarla.
Ahora, con los años, lo entiendo y la entiendo. Si ella no se hubiera ido, mi hermana no habría podido estudiar donde estudia, ni yo haberme graduado en el colegio donde estaba. Ahora que trabajo y sé lo que cuesta ganarse el dinero, la entiendo. No a la perfección, pero sí que la entiendo. En realidad, no me abandonó. Y como ella dice: no lo vas a entender del todo hasta que no seas padre de familia. Pero yo no me iría dejando a mis hijos. Primero, porque no me veo teniendo hijos. Segundo, porque no tengo el valor que ella tuvo. A mí me ganaría el sentimentalismo.
Ahora estoy en la universidad. Termino en dos años. No tengo claro qué voy a hacer. Pienso en seguir estudiando, buscar un trabajo y sacar una maestría. Tal vez en otro país. Me gustan tres destinos: el primero es Argentina, luego es España y luego Japón”.