Apple I, una joya en la basura
Un centro de reciclaje busca a la due?a del primer ordenador creado por Jobs y Wozniak
El ¨²ltimo misterio en Silicon Valley es una mezcla de arqueolog¨ªa inform¨¢tica y despiste. Parte de culpa la tiene la obsesi¨®n con el reciclaje. No se cansan de repetirlo. En la radio, en la televisi¨®n, en los banners de la web. Las tres R -¡°reciclar, reducir y reutilizar¡±- son un mantra en la muy ecol¨®gica California. Esa obsesi¨®n ha hecho que un ordenador pieza de museo termine en un centro de reciclaje de Milpitas, al sur de Silicon Valley.
Cuando se compra cualquier aparato, este viene acompa?ado de las instrucciones para deshacerse del mismo cuando ya no sea ¨²til sin dejar demasiada huella en el planeta. En el caso de la ¨²ltima joya tirada al contenedor de los cacharros no vino con advertencia alguna. Era el a?o 1976 y el producto se vend¨ªa, casi de manera informal, en la tienda de Byte de Paul Terell. La apariencia exterior no desvelaba su valor; apenas una caja de madera, con un teclado rudimentario para tapar la placa base. Para un ne¨®fito era dif¨ªcil desvelar que ese artilugio sali¨® del garaje de 2066 Crist Drive en Los Altos, el lugar donde Steve Jobs y Steve Wozniak hicieron su primer ordenador. En total solo se vendieron 200 unidades. A finales de abril una se?ora, de alrededor de 70 a?os, dej¨® este Apple I, como se llam¨® oficialmente al ordenador que en su d¨ªa se vendi¨® por 666 d¨®lares y carec¨ªa de monitor, en el centro de reciclaje.
La mujer confes¨® ser viuda reciente y expres¨® su deseo de deshacerse de recuerdos de su marido. La tristeza y las prisas hicieron que se fuese sin recibo
Victor Guichun, vicepresidente de la empresa de reciclaje, radicada entre un hotel para ejecutivos y el mayor outlet de California, busca desesperadamente a la anterior propietaria. El ordenador ahora ya est¨¢ en manos de un coleccionista privado. Su compa?¨ªa, sin ¨¢nimo de lucro, ha conseguido 200.000 d¨®lares por ello. El problema est¨¢ en que, seg¨²n sus propias normas, deben compartir la mitad con la anterior due?a. En Clean Bay Area, como se llama la organizaci¨®n, solo recuerdan que la enigm¨¢tica se?ora lleg¨® a finales de abril. Confes¨® ser viuda reciente y expres¨® su deseo de deshacerse de recuerdos de su marido. La tristeza y las prisas hicieron que se fuese sin recibo y ah¨ª comenz¨® el entuerto. ¡°Ten¨ªamos demasiado trabajo en ese momento, as¨ª que no insistimos¡±, explica el responsable.
Dos semanas despu¨¦s de la venta, siguen sin dar con ella. A las pesquisas se ha sumado una pareja inesperada de voluntarios. El primero es Steve Wozniak, residente en Los Gatos, una zona cercana a la actual sede de Apple y el garaje donde comenzaron. En parte, se siente un poco padre de la criatura. Adem¨¢s, asegura saber, si se le deja un poco de tiempo, qui¨¦nes eran la mayor¨ªa de los entusiastas que compraron una de sus m¨¢quinas. La otra es Patti VanderVelden, una investigadora de Wisconsin, que tras conocer el caso del ordenador por las noticias comenz¨® a rastrear los obituarios de la zona de la Bah¨ªa. Ella rastrea a trav¨¦s de redes sociales y noticias de diarios. ?l lo verifica y trata de hacer memoria.
Un coleccionista privado ha pagado 200.000 d¨®lares por el ordenador
No es que se arrepienta, pero Guichun empieza a estar algo cansado de la expectaci¨®n creada, de las llamadas preguntando cu¨¢nto podr¨ªan sacar por otros modelos y, sobre todo, lamenta no haber abierto la caja con la an¨®nima delante y haberse dado cuenta del tesoro que ten¨ªa ante s¨ª. Tan solo espera que esta an¨¦cdota sirva para animar a usar sus servicios con m¨¢s frecuencia. En Silicon Valley, hasta la basura puede ser valiosa.
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