¡®Little Birds¡¯: La ley del deseo femenino
Los relatos er¨®ticos de Ana?s Nin intentan tomar cuerpo en un pastiche ambientado en el T¨¢nger de 1955 que firma Sophia Al-Maria
Un d¨®lar por p¨¢gina. Eso le pagaba Milton Luboviski a Ana?s Nin por sus relatos er¨®ticos. Corr¨ªa la d¨¦cada de los 40, ella acababa de llegar a Estados Unidos, y no hac¨ªa otra cosa que salir con Henry Miller, y sus colegas. Luboviski no era editor, era librero. Y no quer¨ªa literatura, quer¨ªa sexo. No en vano, el lema de aquellos textos absolutamente pornogr¨¢ficos era ¡°menos poes¨ªa y m¨¢s sexo¡±. Los de Miller eran direct¨ªsimos. Los de Nin, exuberantes y ambiguos. El papel de la mujer en unos y otros era discutible. La propia Nin sol¨ªa decir que todo lo que hab¨ªa construido lo hab¨ªa construido a partir de la visi¨®n del hombre, pero que su voz ¡°no qued¨® ahogada por completo¡±. De hecho, se consideran la primera muestra del deseo femenino puesto por escrito. En realidad, se consideran un ejemplo de c¨®mo de compleja fue la lucha de ese deseo por contarse a s¨ª mismo. Por darse forma, tan invadido como estaba por el relato masculino.
Lo ¨²ltimo que se esperar¨ªa de la adaptaci¨®n televisiva de uno de los vol¨²menes p¨®stumos que reunieron esos relatos, en concreto, el aqu¨ª llamado P¨¢jaros de fuego, es que resultase tan torpemente convencional como resulta. Little Birds (Starzplay) es un pastiche de ¨¦poca, que pretende, formalmente, alzar el vuelo, con un tratamiento casi on¨ªrico, de f¨¢bula, de la imagen, pero que se estrella en la rigidez de un guion afectad¨ªsimo que, lejos de explorar los l¨ªmites con los que jugaban los texto de Nin, se amolda a los clich¨¦s de la telenovela m¨¢s o menos kitsch. Detr¨¢s del invento est¨¢ Sophia Al-Maria (Washington, 38 a?os), suerte de nombre propio en la industria de la ficci¨®n catar¨ª. Al-Maria naci¨® en Estados Unidos, pero ha vivido toda la vida en el Golfo P¨¦rsico, y ha acu?ado incluso un g¨¦nero dentro de la ficci¨®n especulativa, algo llamado Golfo Futurismo, que tiene que ver con la arquitectura dist¨®pica del lugar.
Pero no hay futurismo ni nada que se le parezca en Little Birds. Lo que hay es una jovencita de ciudad, Lucy Savage (una limitada Juno Temple) que viaja a T¨¢nger para casarse con un tipo al que ni siquiera conoce y al que resulta que no le gustan las chicas. Hugo Cavendish Smythe (Hugh Skinner), que as¨ª se llama el chico, est¨¢ liado con el pr¨ªncipe egipcio Adham Abaza (Raphael Acloque). Lejos de su aburrido y fr¨ªo mundo, Lucy est¨¢ abierta a experimentar con todo lo que se tope, pero va a tener que buscarse la vida, y fijarse en lo que hacen pues, por qu¨¦ no, una dominatrix que disfruta del poder que le dan sus clientes, o Lili von X, especie de todopoderosa show-woman, que parece vivir en un mundo dise?ado para ella. El a?o, por cierto, es 1955. Marruecos est¨¢ a punto de independizarse de Francia. Ah, y Rossy De Palma tiene un peque?o papel, y hasta ella, que es siempre todo naturalidad, parece forzada a encajar.
Porque lo que Al-Maria ha dise?ado es un zapato de cristal propio en el que pretende hacer encajar el esp¨ªritu siempre demasiado libre, y en el caso de esos relatos, como ella misma dijo, ¡°salvaje y expl¨ªtico¡±, de Nin. No hay nada salvaje ni expl¨ªcito en Little Birds, hay un pretendidamente lujurioso coming of age repleto de lugares comunes y frases para el sonroje ¨Ccomo la que le dice el egipcio enamorado de Hugo a Hugo cuando ¨¦ste asegura que ¡°no va a cambiar nada¡± porque se case. ¡°Lo cambia todo¡±, contesta, afectad¨ªsimamente herido en su orgullo, y subi¨¦ndose al descapotable sin camiseta¨C que lo ¨²nico que parece conservar de Nin es su obsesi¨®n por el padre, y, por supuesto, el suntuoso viaje en barco, y en general, todo lo que Lucy, la protagonista, deja en Nueva York al partir, empezando por una madre narcotizada que aborrece la idea misma de ser mujer en ese, su mundo, en el que s¨®lo se concibe la mujer esposa.
Dice Al-Maria que cuando reley¨® P¨¢jaros de fuego le pareci¨® que ten¨ªa un deje ¡°orientalista, racista y sexista¡±, y, curiosamente, pudiendo haber optado por expandir la visi¨®n reducida que aquellos relatos pod¨ªan haber dado del mundo en un momento en el que el mundo no se ten¨ªa tan en cuenta como deber¨ªa haberse tenido, parece limitarse a encerrar, ella tambi¨¦n, su ficci¨®n basada en aquella otra ficci¨®n ¨Clos episodios m¨¢s o menos er¨®ticos son, en muchos casos, narrados; en otros, se les da un ¨ªnfimo espacio, a menudo, como en el caso de la escena de presentaci¨®n de Cherifa Lamour, casi fuera de lugar, si lo que se pretende es enaltecer al personaje ¨C, en t¨®picos que ning¨²n favor le hacen a nadie. Y podr¨ªa funcionar si la miniserie, por cierto, dirigida por Stacie Passon (Billions, House of Cards) estuviese caricaturizando la propia idea del t¨®pico, como hac¨ªa Nin, de alguna manera, con la sexualidad (masculin¨ªsima) que retrat¨® en su momento. Pero nada est¨¢ ah¨ª para ser destruido y reconstruido. La narraci¨®n parece tan c¨®moda en su inc¨®moda y torpe rigidez que no ve m¨¢s all¨¢, y es una l¨¢stima.
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