Viaje al coraz¨®n (televisivo) del jazz
Filmin tiene 64 conciertos jazz¨ªsticos de las grandes estrellas del g¨¦nero, como Louis Armstrong, Ella Fitzgerald, Miles Davis y Chet Baker. Un cat¨¢logo en el que se destapan las esencias de tanto gigante
Aplausos. Muchos aplausos. Comienza el espect¨¢culo. No ha subido el tel¨®n, sino que, en este mundo hiperconectado y digitalizado, se ha dado al bot¨®n de play. As¨ª es. Desde casa. ?Zas! Ella Fitzgerald ha salido al escenario con su vestido de reflejos y sus largos pendientes colgantes. Esas l¨¢grimas de perlas se zarandean risue?as como bailarinas acompa?ando al canto oto?al de la gran dama del jazz. ?C¨®mo se puede cantar tan profundamente y con esa sonrisa tan despejada al mismo t...
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Aplausos. Muchos aplausos. Comienza el espect¨¢culo. No ha subido el tel¨®n, sino que, en este mundo hiperconectado y digitalizado, se ha dado al bot¨®n de play. As¨ª es. Desde casa. ?Zas! Ella Fitzgerald ha salido al escenario con su vestido de reflejos y sus largos pendientes colgantes. Esas l¨¢grimas de perlas se zarandean risue?as como bailarinas acompa?ando al canto oto?al de la gran dama del jazz. ?C¨®mo se puede cantar tan profundamente y con esa sonrisa tan despejada al mismo tiempo? Ella no baila, solo se balancea y, de vez en cuando, sigue el ritmo de la banda chasqueando los dedos. Lo est¨¢ haciendo ahora, cantando April In Paris. Aplausos. Muchos aplausos. El p¨²blico de Par¨ªs enloquece. Fitzgerald chasquea los dedos, sonr¨ªe y sabe c¨®mo ganarse al respetable. Es 1957, pero podr¨ªa decirse lo mismo en 1962, acompa?ada del inmenso y fin¨ªsimo Oscar Peterson. El pianista grandull¨®n toca con ella de nuevo en Par¨ªs, esta vez en el Olympia, y su anillo de oro brilla en su dedo me?ique. Pasa sus manos por las teclas con los ojos cerrados, como orando, entrando en cl¨ªmax espiritual. Llega el momento m¨¢s esperado: Ella se pone a hacer su caracter¨ªstico scat, canta sobre melod¨ªas y ritmos improvisando, no se la entiende nada, no hay ning¨²n sentido en lo que dice, pero, mientras se lleva las manos a la cara y luego da palmas, no se puede dejar de escuchar, de seguir a esa golondrina garabateando dentro del swing.
Son dos conciertos de Ella Fitzgerald, pero hay tres m¨¢s. Actuaciones en blanco y negro, como si el recuerdo solo nos dejase acceder a ellas bajo ese prisma. Forman parte de la colecci¨®n Conciertos de jazz de Filmin, la plataforma especializada en cine cl¨¢sico e independiente. Un amplio cat¨¢logo compuesto por 64 actuaciones, que durante una temporada fueron 71. Jazz en blanco y negro, pero tambi¨¦n en color, aunque en tonos viejos, como estampas de otra ¨¦poca de este sonido son¨¢mbulo. Colarse en todas estas actuaciones da como resultado este art¨ªculo. 71 conciertos vistos y escuchados en un viaje al coraz¨®n mismo del jazz. Un viaje televisivo, pero un viaje al fin y al cabo a la gloria de un g¨¦nero que transform¨® el esp¨ªritu norteamericano y otorg¨® al siglo XX un atractivo sin igual. Una m¨²sica que moldea el presente hasta deshacerlo en pedazos de lluvia o en disparos de nieve.
Es el turno de Louis Armstrong, el mejor rostro del jazz, el primer gran genio. Acompa?ado de los All-Stars en 1959, sopla la trompeta como si llevase dentro un elefante ebrio de felicidad. Sus ojos se salen de esa cara redonda, buscan el espacio exterior como platillos volantes, intentan comunicarse con el p¨²blico y el m¨¢s all¨¢, mientras la trompeta es puro hot de Nueva Orleans, ardiente ritmo que nos recuerda la alegr¨ªa de vivir, como tambi¨¦n sucede en el concierto del pianista Sammy Price y su banda, cl¨¢sico jazz orquestal de NOLA. Luego, Armstrong baila y canta con la mastod¨®ntica Velma Middleton, tan ligera en sus brincos que parecen efectos especiales. Ambos r¨ªen. La risa de Armstrong es la risa del jazz, el sonido de otro mundo posible.
Ese mundo est¨¢ lleno de nombres en este viaje televisivo: el maestro Duke Ellington, obligando a saludar a su banda y dirigiendo de pie su fest¨ªn de sonido selv¨¢tico; la portentosa Sara Vaughan, llorando penas con una fragilidad imposible; el elegant¨ªsimo Dexter Gordon, al que se deber¨ªa escuchar siempre con el licor adecuado en el cuerpo. El de Gordon no es el ¨²nico saxo que escupe maravilloso fuego l¨ªquido. Cambio de escenario y sale John Coltrane con su cuarteto en 1965. Interpretan Crescent, Naima y My Favorite Things, actuaci¨®n memorable, fuego estelar. Hay una ¨¦tica en esa deconstrucci¨®n tan luminosa, expandi¨¦ndose en todas direcciones como una galaxia en crecimiento. Entre las actuaciones flojas, por sonido y realizaci¨®n, la conjunta de Oscar Peterson y Roy Eldridge en 1963.
Todas son actuaciones europeas, especialmente sucedidas en Francia. Al margen del dilema racial, clavado en el pecho de Estados Unidos desde sus or¨ªgenes, Europa siempre supo entender que el jazz era un arte grande. Un arte con Chet Baker besando la trompeta, aguja con la que coser su alma. Se le ve en 1964, a¨²n con belleza de efebo, antes de que su rostro acabe magullado por la hero¨ªna. Un arte tambi¨¦n con Bill Evans, encorvado sobre el piano, con su bigotillo, melena y gafas, cual genio loco preparando una p¨®cima. La c¨¢mara se fija en sus manos desliz¨¢ndose veloces en las teclas. Durante el Standard Autumn Leaves asoma un reloj, esa ¡°cadena de rosas¡±, ese ¡°calabozo de aire¡±, seg¨²n Julio Cort¨¢zar, amante del jazz, perseguidor de sus misterios. Quiz¨¢ Cort¨¢zar tambi¨¦n dedicar¨ªa varios d¨ªas a ver estos 64 conciertos, sin atender a relojes, disfrutando del poder de las notas doradas.
Dibujos animados
Hay un mundo inevitable en el jazz, en su definici¨®n de libertad. Hubo rupturistas que lo anticipaban. Dizzy Gillispie fue uno de ellos. Es 1970 y su actuaci¨®n es majestuosa con su quinteto. Sus mofletes se hinchan como globos de helio, como un dibujo animado soplando una trompeta fuera de lo com¨²n. Fuera de lo corriente tambi¨¦n era Thelonious Monk, con su traje de ganga, un h¨¦roe pordiosero en 1963. Es teatro en estado m¨¢ximo: se mueve a espasmos, baila como un pato mareado con el solo de contrabajo, pero, cuando regresa al piano y se sienta, se encienden luces de ne¨®n como en ciudades abandonadas a la madrugada. ?C¨®mo hace para no sudar ni una gota con ese gorro grueso de lana, esa corona de los callejones? Todos sudan much¨ªsimo. Primeros planos y se ven rostros con gotas de sudor azabache bajo los focos. Sudor trepando en el ritmo endiablado. Miles Davis suda en 1974. El genio con gafas gal¨¢cticas, corbata de lunares, chaleco y brazaletes met¨¢licos. Controla a toda la banda. Est¨¢ en su etapa de jazz fusi¨®n, insuflando psicodelia y rock a su visi¨®n, tomando, una vez m¨¢s, la delantera a la historia. Hay otro concierto: Miles Davis y amigos, de 1969. Un concierto hist¨®rico con Chick Corea al piano, Wayne Shorter al saxo, Dave Holland al bajo y Jack DeJohnette a la bater¨ªa. Solo estuvieron un a?o y se les ve en color, con todo esplendor.
Dec¨ªa el escritor afroamericano LeRoi Jones que la historia tr¨¢gica del pueblo negro en EE UU ten¨ªa en la m¨²sica su mejor rito y resistencia. Es por eso que en este viaje se escribe jazz, pero se cuelan, por ejemplo, James Brown, Aretha Franklin y Ray Charles, tres colosos de la m¨²sica negra. Impresionantes actuaciones como la de Nina Simone en el Olympia en 1969. Se?ala al p¨²blico al ponerse a cantar, con una sonrisa retadora. Se le marca la vena en el cuello. Sentada al piano, es todo desaf¨ªo.
?Queda algo despu¨¦s de todas estas decenas de conciertos? S¨ª. Un regalo: el documental sobre la historia de Blue Note, el legendario sello que defini¨® al jazz moderno. Colof¨®n perfecto para este largo viaje. Aplausos. Muchos aplausos. Ojal¨¢ la vida siempre as¨ª.