Irse
Me ha parecido tan fresco como impagable el encuentro romano entre Maruja Torres y Jordi ?vole
Hay algo que a¨²n me provoca m¨¢s horror y compasi¨®n que la masacre de ni?os en las guerras, o por hambruna o en las pateras, o ejecutados por psic¨®patas. Son los cr¨ªos que se suicidan, los que ya han conocido la oscuridad en una ¨¦poca de la vida donde disfrutar de la luz es algo natural, ni?os insomnes, acorralados, temerosos, incapaces de soportar m¨¢s su dolor y su espanto. Cada vez que tengo noticias de que eso ha ocurrido se me forma un nudo en la garganta. Tambi¨¦n humedad en los ojos ante la certeza de que seres inocentes, que todav¨ªa no han dispuesto de tiempo para culparse de nada, se larguen al otro barrio por decisi¨®n propia, porque el mal, la soledad o la intemperie se han cebado prematuramente con ellos.
Y es comprensible, desesperado, irremediable o liberador el suicidio entre gente adulta, que ya no tienen fuerzas o ganas para seguir tirando, para cargar con un fardo insoportable llamado supervivencia. Y que probablemente sigan teniendo el recuerdo de que en alguna ¨¦poca se sintieron vivos. El Estado, esa cosa tan prosaica, gen¨¦ticamente mezquina, falaz, s¨®rdida y corrupta deber¨ªa proporcionar a los que se sienten desahuciados de la existencia una muerte dulce, indolora e incolora.
A cambio, los que dispongan en ese momento del poder pueden pedirle a los que quieren morir que les otorguen anticipadamente su voto. Hasta los habitantes del limbo saben que nada es gratis.
Me ha parecido tan fresco como impagable el encuentro romano entre Maruja Torres y Jordi ?vole. Maruja le cuenta a ?vole que si las cosas se le pusieran muy crudas no dudar¨ªa en pegarse un tiro en la boca mientras contempla el atardecer en una playa del L¨ªbano, su lugar m¨¢s amado. Pero si la palmara all¨ª ser¨ªa deseable que fuera sin sangre, sin v¨ªsceras. Con una sonrisa, con gesto placentero.
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