¡®La Tierra seg¨²n Philomena Cunk¡¯: la serie documental del momento es una comedia
El viejo/nuevo requiebro de Charlie Brooker (¡¯Black Mirror¡¯) es una ficticia serie de no ficci¨®n sobre el origen de nuestra civilizaci¨®n, con la Paquita Salas de los entrevistadores sesudos como m¨¢ximo reclamo
El g¨¦nero documental se ha aproximado tanto al entretenimiento comercial que la comedia comienza a ser uno de sus subg¨¦neros m¨¢s potentes. El mockumentary, una no ficci¨®n impostada, casi siempre con tintes humor¨ªsticos, dej¨® de ser algo nuevo con This is Spinal Tap (con el cineasta Rob Reiner retratando a mediados de los ochenta a un sat¨ªrico grupo de heavy). La idea del falso documental se est¨¢ revitalizando ¨²ltimamente en televisi¨®n. Si hace unas semanas llegaba Documentary Now!, parodia sobre el cine independiente que se pasea por los festivales europeos, Charlie Brooker, el creador de Black Mirror, insiste en la f¨®rmula recuperando a uno de sus personajes cl¨¢sicos.
La Tierra seg¨²n Philomena Cunk es la Paquita Salas de los entrevistadores sesudos y afectados. A trav¨¦s de cinco cap¨ªtulos de media hora, esta serie de Netflix muestra a una reportera que no tiene idea de nada, pero que intenta explicar al espectador el origen de nuestra civilizaci¨®n (o como la protagonista lo llama, sobre el ¡°hombre humano¡±), en una ficticia serie documental al m¨¢s puro estilo BBC.
Mientras explica la historia de nuestra especie, Cunk cita a Twitter y YouTube como fuentes ¨²nicas para sus preguntas, califica con naturalidad los temas que trata en su programa como aburridos, suelta disparates como que la vaca es el enemigo n¨²mero uno del hombre y cuela otros desvar¨ªos que, en cambio, tienen un amargo poso de verdad. El personaje interpretado por Diane Morgan es un monumento al humor desde la incomodidad y la verg¨¹enza ajena, dos recursos que Brooker no subraya ni apunta con el dedo.
De lo m¨¢s divertido es ver a expertos reales en cultura griega, egipcia o literatura, procedentes de las universidades m¨¢s prestigiosas del pa¨ªs, participando de esta broma en forma de serie. Responden con estoicidad a Cunk, para quien los deportes son teatro pensado para gente est¨²pida y la filosof¨ªa el acto de pensar sobre el pensar. Que cada espectador decida cu¨¢les de esas provocaciones son m¨¢s certeras que rid¨ªculas.
Las pacientes explicaciones de los entrevistados son lo m¨¢s aut¨¦nticas y articuladas posibles, como lo ser¨ªan, sin iron¨ªa, en un programa de la cadena p¨²blica brit¨¢nica. As¨ª nace la doble lectura que La tierra seg¨²n Philomena Cunk ofrece el espectador. A trav¨¦s de uno de sus disparates, cuando cuestiona al historiador John Man si es cierto que la Gran Muralla China puede escucharse desde el espacio, la par¨®dica periodista da la oportunidad de desmentir un bulo. El experto real da una respuesta real: lo cierto es que la muralla china tampoco puede verse desde all¨¢. Los astronautas de la NASA lo han confirmado. Pero Cunk no da tregua: ¡°Entonces. ?es una muralla invisible?¡±, repregunta, como aplicada interrogadora.
La serie tambi¨¦n tiene varias capas narrativas. En un momento dado, Cunk confiesa sentirse intimidada, a menudo est¨²pida, ante esos expertos con los que conversa. Es ese momento, la c¨¢mara rompe el ritmo de plano-contraplano habitual en este formato para fijarse en nuestra protagonista, que ofrece una sobrecogedora mirada de estupor hacia s¨ª misma in¨¦dito hasta el momento.
Los guiones de Brooker son un no parar de gags dial¨¦cticos, que se hacen fuertes con el afinado trabajo de Diane Morgan, que es el de interpretar a su personaje con la seriedad suficiente como para resultar terriblemente c¨®mica. Cunk tiene que ser el chiste y no parte del chiste.
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