Ayahuasca y agua bendita para buscar a los ni?os perdidos en la selva de Colombia
Ante la falta de esperanzas, los voluntarios ind¨ªgenas que buscaban a los menores perdidos en la selva recurrieron a rituales sagrados
Ese d¨ªa era el d¨ªa. El d¨ªa que iban a aparecer. Un cham¨¢n llamado El Rubio hab¨ªa bebido yag¨¦ la noche anterior y se hab¨ªa encontrado con los ni?os en su sue?o. Lo interpret¨® como una se?al divina. Los ind¨ªgenas Nicol¨¢s, Dairo, Eliezer y ?lex caminaban al d¨ªa siguiente por la selva con ese convencimiento m¨ªstico. Iban solos, un rato antes se hab¨ªan adelantado a los militares con los que iban y se hab¨ªan perdido entre la maleza. Eran las tres de la tarde, una hora en la que lo prudente era volver al campamento antes de que la noche se echara encima. Pero ellos segu¨ªan adelante por la fe que ten¨ªan en las palabras del hechicero. En esa caminata sin rumbo, los cuatro se toparon con una tortuga.
¡ªTortuguita, si usted no entrega los ni?os me voy a comer frito su h¨ªgado¡ª, le dijo Eliezer entre risas.
¡ªY yo me bebo su sangre¡ª, fue m¨¢s expl¨ªcito Nicol¨¢s.
La tortuga no se inmut¨®. Eliezer se la at¨® a la espalda y se la llev¨® consigo como una mochila. Los rastreadores avanzaron una decena de metros m¨¢s, hasta un claro. All¨ª, Dairo escuch¨® a lo lejos lo que parec¨ªa el llanto de un beb¨¦. Calcula que hab¨ªa unos 50 metros de distancia en l¨ªnea recta. ¡°?Son los ni?os!¡±, tuvo el impulso de gritar. Y todos salieron corriendo. Nicol¨¢s fue el primero en llegar a ellos y se encontr¨® a Lesly, la mayor, de 13 a?os, con el beb¨¦ de un a?o en brazos. Le dio un abrazo y le dijo que no temieran, que ellos eran ind¨ªgenas del Putumayo y que llevaban semanas busc¨¢ndolos.
Los hermanos se guarec¨ªan en ese momento en un refugio levantado con hojas de platanillo, una planta tropical, y unas s¨¢banas que hab¨ªan sacado de la avioneta que se hab¨ªa estrellado 40 d¨ªas atr¨¢s. Ellos, que viajaban en la cola, salieron ilesos del golpe frontal contra el suelo. Los tres adultos, en cambio, iban en la parte delantera y murieron del impacto. Desde entonces, los ni?os vagaban solos por la Amazonia.
Los ind¨ªgenas, agradecidos a los dioses por el hallazgo, soplaron tabaco como ofrenda a la selva y rociaron a los ni?os con agua bendita. El ¨²nico var¨®n, el ni?o de cinco a?os, les dijo que su madre hab¨ªa muerto en el accidente. Dairo, para avisar de lo ocurrido, golpe¨® la ra¨ªz de una bamba, lo que produce un sonido que se extiende a m¨¢s de un kil¨®metro de distancia. Pero nadie le respondi¨® de vuelta. Estaban solos y en breve se iba a hacer de noche. Deb¨ªan correr, cuenta Dairo, porque tem¨ªan que el duende de la selva, el que cre¨ªan que hab¨ªa mantenido a los ni?os retenidos todo este tiempo, pod¨ªa volver a llev¨¢rselos. As¨ª que cada uno carg¨® a uno de los ni?os y emprendieron el camino de vuelta al campamento militar m¨¢s cercano. Cuando divisaron entre la maleza los uniformes de los soldados, Dairo grit¨®: ¡°Encontramos el objetivo¡±. La tortuga hab¨ªa cumplido con su parte.
De esta forma acab¨® el viernes pasado el rescate que ten¨ªa a medio mundo en vilo. Era poco menos que un milagro: primero porque los ni?os resultaron ilesos en un accidente a¨¦reo y segundo porque lograron sobrevivir despu¨¦s durante casi siete semanas en una selva plagada de jaguares, serpientes venenosas y plantas t¨®xicas. El ej¨¦rcito y las comunidades ind¨ªgenas los hab¨ªan buscado sin descanso. Hab¨ªan recorrido media selva tras ellos, pero los ni?os aparecieron a solo cinco kil¨®metros de la avioneta accidentada. ?C¨®mo pudo ocurrir eso? Una teor¨ªa es que los ni?os evitaban a los adultos por miedo a que los rega?asen y por eso permanec¨ªan quedos cuando escuchaban los pasos de los militares.
Los ni?os, que aparecieron malnutridos y con s¨ªntomas de deshidrataci¨®n, llenos de picaduras de mosquito, han sido internados en el Hospital Militar de Bogot¨¢ a la espera de que Bienestar Familiar, la instituci¨®n que se encarga de los menores en el pa¨ªs, decida qui¨¦n se queda con su custodia. Muerta su madre, Magdalena Mucutuy, en el accidente, una mujer que en su juventud corr¨ªa maratones, lo m¨¢s natural es que acabaran en manos del padre, Manuel Ranoque, pero sobre ¨¦l pesa la sospecha de que maltrataba a su esposa e hijos. Ranoque es el padre biol¨®gico de los dos menores, el beb¨¦ y el de cinco a?os, y padrastro de Lesly y la otra ni?a de nueve a?os, Soleiny. Los abuelos maternos aseguran que ¨¦l nunca se ocup¨® de su familia, lo acusan de ser alcoh¨®lico y violento. El Gobierno decidir¨¢ en los pr¨®ximos meses qu¨¦ ocurre con unos menores que seguramente no sepan que, ah¨ª fuera, se les considera unos h¨¦roes.
El ej¨¦rcito destin¨® m¨¢s de 100 miembros de las fuerzas especiales a encontrarlos. El presidente de Colombia, Gustavo Petro, asegur¨® que era una prioridad nacional. El comando Flores descendi¨® en rapel a la selva desde un helic¨®ptero a 60 metros de altura. Cargaba con un fusil M-4, granadas de mano, visor nocturno y un tel¨¦fono satelital. Iba armado ante la posibilidad de encontrarse con las disidencias de las FARC, los guerrilleros que no se acogieron al proceso de paz y todav¨ªa est¨¢n levantados en armas en los lugares m¨¢s inaccesibles del pa¨ªs. Flores y sus compa?eros comenzaron una misi¨®n parecida a buscar una aguja en un pajar.
Durante el mes que estuvieron inmersos en la selva no se ducharon. El agua de la lluvia que corr¨ªa por sus cuerpos era todo lo que los aseaba. No hac¨ªan caf¨¦ y ten¨ªan prohibido usar desodorante por temor a que ese aroma llegase al enemigo. En los ca?os, colaban whisky o aguardiente para contentar a los esp¨ªritus de la selva. ¡°Nosotros hac¨ªamos nuestra b¨²squeda, pero respet¨¢bamos las creencias ind¨ªgenas¡±, cuenta Flores. Rociaban tabaco por el suelo en se?al de buena voluntad. Los militares eran muy esc¨¦pticos al principio a la idea de que un duende reten¨ªa a los hermanos. ¡°Pero acabamos creyendo en lo que dec¨ªan. Encontr¨¢bamos las huellas de los ni?os, pero no a ellos. Era como si algo sobrenatural los hicieran invisibles. Conste que creo en Dios¡±, a?ade Flores.
Lesly, mientras, manten¨ªa con vida a sus hermanos. La joven ten¨ªa nociones de supervivencia en la selva. Viv¨ªa en Chuquiqui, una comunidad de Araracuara, un pueblo en mitad de la selva que naci¨® alrededor de una c¨¢rcel que un presidente colombiano construy¨® para los delincuentes m¨¢s peligrosos. Los presos no ten¨ªan celdas, viv¨ªan a la intemperie, pero atrapados por la selva. Cruzarla era una muerte segura. No para Lesly, que desde ni?a aprendi¨® a moverse por ella. Sab¨ªa orientarse por los pocos rayos que se filtraban entre los ¨¢rboles, reconocer los caminos transitables, las ramas quebradas por donde hab¨ªa pasado alguien, las plantas venenosas. Su familia materna cuenta que a veces hu¨ªa de las palizas de su padre y se escond¨ªa dos y tres d¨ªas en la selva.
Lesly perdi¨® unas tijeras a los pocos d¨ªas de estar extraviada y a partir de entonces utiliz¨® sus dientes para cortar ramas y hacer refugios. Se le acab¨® la comida y masticaba frutos para meterlos en el biber¨®n o una botella de agua para alimentar a la beb¨¦. Cuando la encontraron llevaba encima una bolsa de fari?a, una especie de harina gruesa derivada de la yuca, y milpes, un fruto de color violeta. De la avioneta sac¨® unas sabanas, la fari?a, el toldo con el que se resguardaban y de paso vaci¨® el botiqu¨ªn.
¡ªFue demasiado imaginativa¡ª, asegura Pedro S¨¢nchez, general de las fuerzas especiales colombianas al que se le aguan los ojos en la entrevista.
¡ª?Qu¨¦ opina de esa teor¨ªa de que los ni?os se escond¨ªan de ustedes por miedo a que los rega?aran?
¡ªPasamos a 40 metros de ellos, tal vez el mismo d¨ªa, o un d¨ªa antes o despu¨¦s. Y nos escucharon, tanto a los soldados como a los ind¨ªgenas. Lesly escuch¨® el helic¨®ptero, los parlantes con la voz de su abuela, pero no s¨¦ por qu¨¦ no nos ayud¨® a encontrarla f¨¢cil. Eso solo lo sabe ella.
A esa b¨²squeda se uni¨® el padre, Manuel Ranoque. Hab¨ªa conocido a Magdalena, la madre de los ni?os, cuando ambos trabajaban en la miner¨ªa informal extrayendo oro. Para hacerlo, amalgamaban el sedimento con sustancias t¨®xicas como el mercurio. Una vez separado el oro, ese mercurio volv¨ªa al r¨ªo, envenen¨¢ndolo. Este negocio suele estar en manos del crimen organizado. En 2015 se fueron a vivir juntos, muy cerca de la madre de ¨¦l. A Magdalena le ocurri¨® lo que viene pasando desde el primer sol de la humanidad: se llev¨® mal con su suegra. ?l se convirti¨® despu¨¦s en gobernador de Puerto S¨¢balo, un resguardo ind¨ªgena. En Semana Santa de este a?o se fue de repente, dejando a su familia atr¨¢s. Seg¨²n su versi¨®n, recibi¨® amenazas de las disidencias ¡ªque lo han negado en un comunicado¡ª. La madre y los ni?os agarraron la avioneta, conducida por un antiguo taxista, el 1 de mayo, pensando en reunirse con ¨¦l. La idea era empezar una nueva vida en Bogot¨¢, lejos de la Amazon¨ªa.
¡°Entr¨¦ el d¨ªa 7 en la selva y no volv¨ª a salir. Quer¨ªa encontrarlos¡±, asegura Ranoque. Calcula que recorri¨® 30 kil¨®metros al d¨ªa, algo casi imposible para un occidental que sin embargo es com¨²n entre los ind¨ªgenas que viven en las zonas selv¨¢ticas. Primero busc¨® por la cuenca del r¨ªo Apaporis, al lado de donde cay¨® la avioneta. ?l tambi¨¦n ofrend¨® cigarrillos y aguardiente a la madre naturaleza. Masticaba hoja de coca en polvo para ¡ªeso se llama mambear¡ª conectarse con los esp¨ªritus. Pero los d¨ªas pasaban y no hab¨ªa rastro de sus hijos. Un dolor le oprim¨ªa el pecho
Pedro S¨¢nchez, el comandante, tambi¨¦n se desesper¨® y fue ¨¦l en persona a la selva el d¨ªa 7. Entre la maleza, rez¨® un padrenuestro con sus hombres y despu¨¦s, abriendo los brazos, dijo: ¡°Oh, madre selva, permite que estos humildes mortales encuentren a estos ni?os y los llevemos pronto a casa¡±. Camin¨® con dificultad entre el barro y las ra¨ªces de los ¨¢rboles y comprob¨® lo dif¨ªcil que era moverse en el terreno. Se encontr¨® con los ind¨ªgenas, que le hab¨ªan pedido que trajera whisky. S¨¢nchez lo hab¨ªa mandado comprar en el supermercado, pero ahora le dijeron que ya no hac¨ªa falta, que con el aguardiente era suficiente. El duende estaba saciado. S¨¢nchez encontr¨® a sus comandos cansados despu¨¦s de 30 d¨ªas de b¨²squeda, as¨ª que orden¨® su relevo. El soldado Flores se marchaba a casa.
El comandante hab¨ªa vivido ya antes momentos muy duros en ese mes de b¨²squeda. El 18 de mayo le informaron de que hab¨ªan encontrado una huella y que era reciente, como mucho de un d¨ªa antes. Crey¨® entonces que hab¨ªa llegado la hora. Movi¨® m¨¢s helic¨®pteros, aviones, im¨¢genes satelitales. ¡°Ustedes no pueden dormir esta noche, tienen que seguir 24 horas¡±, les pidi¨® a los soldados. ?La raz¨®n? Eran las horas m¨¢s importantes, las doradas, dice ¨¦l. Utiliz¨® todos los recursos a su alcance. Pero despu¨¦s de tanto esfuerzo no encontraron nada. S¨¢nchez no daba cr¨¦dito, no sab¨ªa qu¨¦ les imped¨ªa hallarlos.
Pasaron otros 18 d¨ªas sin noticias de los ni?os. Se cumplieron 36 d¨ªas de b¨²squeda. El comandante estaba desesperado. Fue a la capilla a orar y a esperar se?ales. No se le manifest¨® nada. Ley¨® la Biblia para encontrar alg¨²n pasaje que lo iluminara, pero tambi¨¦n fue en vano. ¡°Dame alguna se?al, Dios m¨ªo¡±, implor¨®. Solo recibi¨® silencio, lo que interpret¨® como un llamado a que siguiera trabajando y no perdiera la fe. Para los ind¨ªgenas los ni?os estaban en manos de un duende, para ¨¦l en las de Jesucristo.
?l no lo sab¨ªa entonces, pero todo estaba a punto de resolverse. El comandante Cota, uno de sus militares sobre el terreno, lo llam¨® de urgencia el d¨ªa 9. Los ind¨ªgenas, con la tortuga a cuestas, ya hab¨ªan entregado a los ni?os.
¡ªMilagro, milagro, milagro¡ª, dijo Cota alterado.
Era la palabra clave que hab¨ªan dispuesto para el momento del hallazgo.
¡ª?Y c¨®mo est¨¢n los ni?os?¡ª, pregunt¨® S¨¢nchez.
¡ªVivos.
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