Sicarios
A caballo entre el desbarajuste de la narcocultura y la violencia que siempre ha generado el narcotr¨¢fico, est¨¢n los sicarios. El asesinato en Ecuador del candidato Fernando Villavicencio vuelve a poner la mirada sobre este fen¨®meno, tan cercano para los colombianos
Am¨¦rica Latina, que nunca ha sido extra?a a la violencia, se ha puesto por estos d¨ªas a hablar de violencia como nunca antes. El asesinato en Ecuador del candidato Fernando Villavicencio nos dio la sensaci¨®n, in¨¦dita para los ecuatorianos y ya olvidada para muchos otros, de asistir a una degradaci¨®n (al s¨ªntoma de una degradaci¨®n) sin vuelta atr¨¢s. De inmediato fue evidente que Ecuador estaba viviendo su propio momento Conversaci¨®n-en-la-Catedral: cuando s...
Am¨¦rica Latina, que nunca ha sido extra?a a la violencia, se ha puesto por estos d¨ªas a hablar de violencia como nunca antes. El asesinato en Ecuador del candidato Fernando Villavicencio nos dio la sensaci¨®n, in¨¦dita para los ecuatorianos y ya olvidada para muchos otros, de asistir a una degradaci¨®n (al s¨ªntoma de una degradaci¨®n) sin vuelta atr¨¢s. De inmediato fue evidente que Ecuador estaba viviendo su propio momento Conversaci¨®n-en-la-Catedral: cuando se pregunta uno, como se pregunt¨® Santiago Zavala en la primera p¨¢gina de la novela, en qu¨¦ momento se jodi¨® nuestro pa¨ªs. Y los colombianos nos pusimos a recordar los muchos magnicidios que han marcado nuestra historia, pero en particular uno: el de Luis Carlos Gal¨¢n, abaleado en p¨²blico el 18 de agosto de 1989. Apenas acababa de subirse a la tarima de madera donde iba a dar su discurso de candidato en Soacha cuando sonaron los tiros, y su cuerpo cay¨® y los que lo rodeaban se tiraron al suelo, y esos breves segundos abrieron una tronera en la historia colombiana de la cual todav¨ªa no conseguimos reponernos.
El asesinato de Gal¨¢n, que habr¨ªa sido presidente si no lo hubieran matado, tiene muchos parecidos con el de Villavicencio, y estoy seguro de no ser el primero que los nota. Pero hay dos m¨¢s estremecedores que los otros: primero, las dos muertes eran muertes anunciadas, pues los dos candidatos se hab¨ªan enfrentado al mismo enemigo poderos¨ªsimo: las mafias del narcotr¨¢fico. Los dos hab¨ªan denunciado amenazas con nombre propio, los dos sab¨ªan qui¨¦n los quer¨ªa matar, los dos hab¨ªan dicho que no retroceder¨ªan o que seguir¨ªan en su persecuci¨®n de sus perseguidores. El segundo parecido es m¨¢s circunstancial, pero en el fondo tiene una importancia profunda: los dos cr¨ªmenes se vieron en video. Eso era raro en el tiempo del crimen de Gal¨¢n, esas ¨¦pocas extra?as en las que la gente no andaba con un aparato en la mano, grab¨¢ndolo todo en lugar de vivirlo, como espectadores de su propia vida; pero ahora ya no sorprende a nadie que un momento de transformaci¨®n haya quedado grabado para siempre, y pueda ser visto y revivido de manera inmediata. Nos hemos acostumbrado a este rasgo de nuestro tiempo, y m¨¢s bien nos parece ex¨®tico enterarnos de que ha sucedido algo importante ¨Cun asesinato, una violaci¨®n, un esc¨¢ndalo¨C y descubrir que no lo podemos ver ahora mismo en YouTube.
En video est¨¢ el momento en que los asesinos disparan contra Villavicencio. No lo vemos caer, como s¨ª vimos caer a Gal¨¢n a las 8:45 de esa noche, pero s¨ª cae el tel¨¦fono que est¨¢ grabando y se oyen los gritos y se sacude el mundo, y los ecuatorianos ¨Cno s¨®lo los familiares de la v¨ªctima¨C podr¨¢n acudir a estas im¨¢genes en el futuro para recordar uno de los momentos que transformaron el pa¨ªs. Los colombianos lo seguimos haciendo, o lo hacemos por lo menos los que tenemos la costumbre insana de seguir pensando en las violencias del pasado: los asesinatos de Gal¨¢n, de Pizarro, de Bernardo Jaramillo o de ?lvaro G¨®mez forman parte del imaginario de mi generaci¨®n, igual que el de Gait¨¢n form¨® parte del imaginario de la generaci¨®n de mis abuelos. Mucho dice de un pa¨ªs el que vayan naciendo y muriendo las generaciones sin que se acabe la violencia pol¨ªtica; mucho dice el hecho simple de que cada generaci¨®n tiene sus muertos, sus asesinados, y el hecho de que los cr¨ªmenes siguen estando, por lo menos hasta cierto punto, en la impunidad. Ya no hay gente que haya vivido el asesinato de Rafael Uribe Uribe, pero los hay que no s¨®lo estaban vivos sino presentes el 9 de abril de 1948. Ya morir¨¢n tambi¨¦n y desaparecer¨¢ la memoria viva del crimen de Gait¨¢n, y algo se perder¨¢ con ello.
Hace unas semanas, la W hizo un sondeo que dej¨® una revelaci¨®n lamentable: un porcentaje grande de los j¨®venes colombianos confunden a Gait¨¢n con Gal¨¢n. Creo que lo coment¨® Enrique Santos en su columna de Cambio, y tambi¨¦n Alberto Casas: los dos hombres de una generaci¨®n que hab¨ªa comenzado a vivir cuando Gait¨¢n fue asesinado, y que siguieron viviendo con (o tal vez en) las consecuencias directas del crimen. Igual que nosotros, los nacidos a comienzos de los a?os 70, fuimos testigos del mundo que salt¨® por los aires cuando mataron a Gal¨¢n: cuatro a?os despu¨¦s muri¨® Pablo Escobar, el asesino m¨¢s visible o m¨¢s c¨¦lebre de una d¨¦cada de violencia desaforada que no s¨®lo destruy¨® decenas de miles de vidas, sino que impuso toda una manera de ver el mundo que todav¨ªa manda entre nosotros. Los j¨®venes no lo confundir¨¢n con nadie, me temo, porque Escobar est¨¢ directa o indirectamente en las series fr¨ªvolas que llenan sus pantallas, y en las camisetas con las que se paga su vida su hijo, y en el culto que le profesan los desorientados y los tontos del mundo entero. M¨¢s all¨¢ de todo aquello, lo que llamamos narcocultura ha ganado: ha ganado su tabla de valores, han ganado sus prioridades, ha ganado su est¨¦tica repugnante. Y hay que ser muy ciegos para no rendirse a la evidencia.
A caballo entre el desbarajuste de la narcocultura y la violencia que siempre ha generado el narcotr¨¢fico ¨Co cualquier prohibicionismo puritano, como el que trat¨® en otros tiempos de proteger a los norteamericanos del alcohol y s¨®lo consigui¨® inventar mafias¨C est¨¢n los sicarios, que son parte del legado de los a?os 80. Asesinos ha habido siempre en nuestros pa¨ªses violentos, y siempre ha sido un asunto de cuidado nuestra facilidad para matarnos entre nosotros, pero el fen¨®meno del sicariato es otra cosa: y no tienen ustedes que haber le¨ªdo No nacimos pa¡¯ semilla, la investigaci¨®n estremecedora de Alonso Salazar, para saber a qu¨¦ me refiero. El asesinato de Villavicencio en Ecuador nos deber¨ªa lanzar tambi¨¦n a ciertas preguntas sobre la descomposici¨®n de esta sociedad que ya no s¨®lo fabrica sicarios para sus violencias dom¨¦sticas. Seis colombianos fueron arrestados despu¨¦s del crimen en Ecuador, igual que lo hab¨ªan sido antes por el crimen del fiscal paraguayo (un crimen exportado o, si ustedes quieren, trasnacional, aunque ocurriera en la costa colombiana) y antes incluso por el del presidente Jovenel Mo?se en Hait¨ª. Tres muertos que persegu¨ªan a los narcos.
Es dif¨ªcil no verlos todos como coletazos de una descomposici¨®n general que empez¨® hace cuatro d¨¦cadas mal contadas; por otra parte, es dif¨ªcil no pensar que todo es consecuencia del prohibicionismo est¨²pido que sigue convencido de que est¨¢ luchando contra la droga, cuando lo que hace es fortalecer a?o tras a?o a las mafias traficantes. Cada muerto en esta guerra absurda es una prueba de su fracaso, y no porque sea imposible proteger a los ciudadanos de violencias tan extremas y tan poderosas, sino porque los asesinos son, por lo menos en parte, la creaci¨®n o la invenci¨®n del sistema que los persigue: para que haya sicarios se necesita que haya mafias, y para que haya mafias se necesita que haya prohibici¨®n. En otras palabras, las v¨ªctimas siguen cayendo porque persiguen a las mafias violentas; pero persiguen a mafias que no exist¨ªan antes de la prohibici¨®n; y la prohibici¨®n es un invento que supuestamente protege a la gente de sustancias que le hacen da?o. Todo es absurdo. Todo podr¨ªa evitarse. Pero nadie parece dispuesto a tener seriamente esta conversaci¨®n dif¨ªcil. Y la descomposici¨®n sigue avanzando por Am¨¦rica Latina.
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