Una vez m¨¢s: el malentendido de las drogas
Nuestra hipocres¨ªa prefiere seguir fingiendo que la corrupci¨®n y la violencia vienen del consumo de drogas, no de las mafias que trafican con ellas
Primero hablemos del lamentable espect¨¢culo que dieron nuestros congresistas en estos d¨ªas: hablemos de la indignidad general de su comportamiento, que ya no nos sorprende demasiado, pues hay varios que nos tienen acostumbrados a sus gritos grotescos, sus ademanes de barras bravas y su lenguaje de matones de barrio. Y enseguida entremos en materia, porque lo que hay detr¨¢s del comportamiento lamentable tambi¨¦n es lamentable, aunque de otra manera. Nuestro Congreso respondi¨® esta semana a la pregunta que nos hacemos tantos: ?por qu¨¦ no cambia este pa¨ªs? El personaje de una de mis novelas se lamenta en alg¨²n momento de que esto sea Colombia, inevitablemente: un rat¨®n corriendo en un carrusel. Es la impresi¨®n que tenemos los ciudadanos, por ejemplo, cuando asistimos impotentes a la dilapidaci¨®n de los acuerdos de paz, que tanto trabajo nos han costado, igual que antes asistimos impotentes a la derrota de los acuerdos en un plebiscito contaminado por el odio, el miedo, la mentira y la ignorancia; y es la impresi¨®n que tuvimos en estos d¨ªas, viendo c¨®mo se hund¨ªa en el Senado el proyecto de ley que buscaba la regulaci¨®n de la marihuana.
Lo ocurrido es una oportunidad perdida, como tantas que pierde este pa¨ªs experto en no reconocer lo bueno cuando lo ve, y lo triste es que se pierda por ignorancia de la realidad y por miop¨ªa moral: la enfermedad responsable de que nos quedemos anclados en modelos de sociedad que da?an a la gente con el pretexto de cuidarla. Comienzo con el aspecto legal, para sac¨¢rmelo r¨¢pidamente de encima, porque hablar del aspecto legal es inevitable en un pa¨ªs como el nuestro: hay que ver algunos de los argumentos con que se hundi¨® el proyecto (vean las entrevistas de El Tiempo el pasado domingo) para recordar hasta qu¨¦ punto nuestro destino est¨¢ en manos de leguleyos. Pues bien, lo que han logrado los congresistas que se opusieron al proyecto es preservar un absurdo que dar¨ªa risa si sus consecuencias no fueran perversas, y que se resume en la siguiente incoherencia: en Colombia es legal tener marihuana y consumir marihuana, pero es ilegal comprarla. Esta flagrante contradicci¨®n es una met¨¢fora perfecta de la inmarcesible hipocres¨ªa nacional, que es tambi¨¦n una de las razones por las que no avanzamos, y una muestra de esa convicci¨®n, tan infantil y tan nuestra, de que basta con prohibir algo para erradicarlo.
Y no es as¨ª. El hundimiento del proyecto no disminuir¨¢ el consumo ni librar¨¢ a nuestros j¨®venes inocentes de la amenaza de las drogas, ni ninguna de las memeces que adornaron esos debates de altura lamentable; lo que han logrado quienes celebraron como una victoria la continuaci¨®n del prohibicionismo es, simplemente, que la venta de marihuana siga enriqueciendo a las mafias y a cada j¨ªbaro de esquina, como ha sucedido hasta ahora, y que esos dineros sigan financiando nuestras violencias y nuestras guerras, cuando podr¨ªan estar financiando la educaci¨®n (por ejemplo, la educaci¨®n sobre los efectos negativos del consumo de drogas) y la salud (por ejemplo, el tratamiento de los efectos negativos del consumo de drogas). Prevenci¨®n y tratamiento: las dos palabras resumen la ¨²nica receta exitosa que han descubierto nuestras sociedades para lidiar con lo que ha sucedido siempre, en todas partes, desde que el mundo es mundo: el consumo de sustancias. Lo contrario, la criminalizaci¨®n del consumo (y de la producci¨®n y de la comercializaci¨®n, porque todo va inevitablemente junto), ha tenido las mismas consecuencias cada vez que se ha intentado, y nunca han sido las que han querido los prohibicionistas.
La prohibici¨®n ha convertido en delito lo que no es m¨¢s que un vicio, y a veces ni siquiera eso; y a m¨ª, que no uso drogas ni las he usado nunca, no me parece tolerable que sea el Estado quien le diga a la gente qu¨¦ puede y qu¨¦ no puede meterse en el cuerpo, si al hacerlo no da?a a nadie m¨¢s. Lo que la prohibici¨®n no ha hecho es reducir el consumo de ninguna manera apreciable, o, por decirlo de otro modo, no lo ha hecho de ninguna manera que justifique los enormes da?os colaterales que va dejando regados por ah¨ª; en cambio, ha multiplicado la rentabilidad del negocio, poniendo enormes cantidades de dinero ¨Dy de poder, por lo tanto¨D en manos de criminales, y ha provocado la violencia y la corrupci¨®n que son necesarias para proteger un negocio rentable. Los colombianos deber¨ªamos saberlo bien, pues llevamos cincuenta a?os enfrent¨¢ndonos a las fuerzas terroristas del narcotr¨¢fico, que han trastocado nuestros valores y han sido el combustible de nuestra guerra. Pero nuestra hipocres¨ªa prefiere seguir fingiendo que la corrupci¨®n y la violencia vienen del consumo de drogas, no de las mafias que trafican con ellas.
El problema de las drogas ¨Dnunca me cansar¨¦ de repetir esta obviedad¨D es doble: uno de salud p¨²blica ligado al consumo y otro de orden p¨²blico ligado al crimen. Legalizar las drogas es librarnos del segundo problema y quedarnos s¨®lo con el primero. ?Por qu¨¦ seguimos prefiriendo tener dos problemas gordos en vez de uno? Alguien m¨¢s benevolente dir¨ªa que la legalizaci¨®n de las drogas es un salto al vac¨ªo, pues nunca sabemos realmente lo que pueda pasar despu¨¦s. Pero s¨ª lo sabemos: lo sabemos porque lo hemos visto. No hay que haber le¨ªdo demasiado sobre el tema, no hay que saberse de memoria la obra de Antonio Escohotado (aunque se la recomiendo a los congresistas, que tal vez aprender¨¢n algo), para saber que en Estados Unidos hubo alcoholismo antes y despu¨¦s de la Prohibici¨®n, pero s¨®lo durante la Prohibici¨®n hubo adem¨¢s corrupci¨®n, violencia y mafias traficantes.
El economista Milton Friedman, que vivi¨® la Prohibici¨®n siendo adolescente, lo explicaba muy bien en una entrevista de 1991: ¡°La idea de que la prohibici¨®n del alcohol evitaba que la gente lo consumiera era absurda¡±, dice. ¡°Hab¨ªa bares ilegales por todas partes. Pero m¨¢s que eso, ten¨ªamos el espect¨¢culo de Al Capone, los secuestros, las guerras entre mafias. Cualquier persona con dos ojos pod¨ªa ver que era un mal negocio, que se hac¨ªa m¨¢s mal que bien¡±. Luego habla puntualmente de la droga: ¡°Les causa da?o a muchas personas¡±, dice, ¡°pero principalmente porque est¨¢ prohibida. El n¨²mero actual de v¨ªctimas inocentes es enorme¡±. Friedman habla de las personas ¡°que mueren en el azar de la guerra contra las drogas¡±: ha calculado que la prohibici¨®n causa indirectamente 10.000 homicidios al a?o (y les recuerdo que est¨¢ hablando en 1991). ?Es correcto, se pregunta Friedman, que un Estado tolere la muerte de 10.000 inocentes por perseguir una actividad que s¨®lo da?a a quien la hace? Y concluye: ¡°No me parece que sea moral imponerles un costo tan alto a las otras personas para proteger a la gente de sus propias decisiones¡±.
La entrevista es uno de muchos documentos fascinantes que public¨® la revista El Malpensante en su n¨²mero de septiembre del a?o 2000. La fecha es un triste memorando del tiempo que llevamos enredados sin avanzar en las mismas conversaciones, o creyendo que los problemas del presente van a solucionarse si adoptamos las mismas estrategias que han fracasado en el pasado. No creo que los senadores que hundieron el proyecto de regulaci¨®n de la marihuana hayan le¨ªdo esta revista, pero estoy seguro de que les servir¨ªa: al menos para que su voto venga sustentado con hechos y cifras duras, no con supersticiones, puritanismos o pensamiento m¨¢gico. Que de eso ya tenemos demasiado.
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