As¨ª me expulsaron de Venezuela
El escritor chileno Patricio Fern¨¢ndez relata su llegada al aeropuerto de Maiquet¨ªa y su repentina deportaci¨®n del pa¨ªs, sin que mediara ninguna explicaci¨®n, en v¨ªsperas de las elecciones presidenciales
No me dejaron entrar a Venezuela. Aterric¨¦ con una visa de turismo entregada por su Consulado en Chile. Mi principal objetivo era estar ah¨ª, vivir la elecci¨®n, conversar con mis amigos y con los amigos de mis amigos. Si me alcanzaba el tiempo, pasar un par de d¨ªas en Choron¨ª. Y escribir algo a mi regreso. Se lo dije as¨ª a los dos musculosos que me interrogaron de pie antes de llegar a las casetas de migraci¨®n.
¡ª?A qu¨¦ viene? -pregunt¨® el m¨¢s ancho.
¡ªTengo conocidos que hace rato insisten en que los visite y como mis alumnos est¨¢n de vacaciones y aqu¨ª se vive un momento pol¨ªtico tan interesante, me pareci¨® una ocasi¨®n inmejorable.
¡ª?O sea viene a observar las elecciones?
¡ªNo vengo como ¡°observador¡±. No pertenezco a ninguna instituci¨®n.
¡ª?Pero le interesa ver lo que sucede durante las elecciones?
¡ªCiertamente. Es un momento muy significativo.
¡ª?Alg¨²n contacto en Venezuela?
¡ªVarios.
¡ª?Alg¨²n tel¨¦fono de contacto?
¡ª?Le parece bien el de nuestro embajador?
Despu¨¦s su compa?ero pidi¨® que le diera el m¨ªo, fotografi¨® de la pantalla la reservaci¨®n de hotel y mi boleto de regreso. Otro se fue con mi pasaporte. El gordo volvi¨® para preguntarme si trabajaba en alguna cadena. Mientras tanto, supongo, me googleaban. Todo suced¨ªa de pie, antes de llegar al espacio de la institucionalidad . ¡°Estos quieren meter miedo -pens¨¦-. M¨¢s vale andarse con cuidado¡±. Me hab¨ªan advertido que, una vez identificado, pod¨ªan hacerme caer en trifulcas inventadas.
Al cabo de cincuenta minutos en que algunos consegu¨ªan llegar a las casetas de migraci¨®n mientras yo continuaba de pie al costado, uno de estos funcionarios, con ropa camuflada azul y actitud de guardia de discoteque, ley¨® cinco nombres. Entre ellos, el m¨ªo.
¡ªVamos por aqu¨ª¡ª dijo una mujer.
La mujer polic¨ªa comenz¨® a caminar. Los nombrados la seguimos mientras media docena de uniformados nos rodeaba como perros ovejeros. Al poco andar me di cuenta de que avanz¨¢bamos de vuelta por el mismo pasillo con guirnaldas tricolores por el que hab¨ªamos llegado.
¡ªNos llevan de regreso al avi¨®n¡ª dijo la argentina.
¡ª?Eso es cierto?¡ª pregunt¨¦ a uno de la Guardia Bolivariana.
¡ªMovi¨® la cabeza afirmativamente.
¡ª?Me est¨¢ hueveando? ?Y se podr¨ªa saber por qu¨¦?
La pregunta le interes¨® poco. Sigui¨® caminando como si nada, con cara de p¨®ker. Despu¨¦s me enter¨¦ de que tanto la argentina como el boliviano eran pol¨ªticos de derecha. Ella una macrista, llamada Mar¨ªa Eugenia Talerico, candidata a senadora de Juntos por el Cambio, y ¨¦l, Samuel Doria Medina, un empresario con aspiraciones presidenciales.
Al llegar a la manga ca¨ª en la cuenta de que nos devolv¨ªan en el mismo avi¨®n en que hab¨ªamos llegado. Los pol¨ªticos no dec¨ªan palabra y yo comenzaba a despotricar en voz alta preguntando qu¨¦ mierda significaba esto. Mientras casi perd¨ªa los estribos ¡ªllevaba cerca de 15 horas viajando, estaba mal dormido, con un ligero dolor de cabeza y ese sebo f¨ªsico y mental que se acumula despu¨¦s de tanto tiempo sin moverse¡ª lo ¨²nico que atinaba a repetir era ¡°expl¨ªqueme, por favor¡±, pero los guardias parec¨ªan escucharme como quien oye llover.
Ya en la puerta del avi¨®n volte¨¦ para filmar a mis arrieros. Insistieron en que no pod¨ªa usar el tel¨¦fono, aunque ellos nos fotografiaban de manera incesante. Buscaron rincones, se cubrieron con carpetas, agacharon las cabezas. Uno respondi¨® que me expulsaban resguardando la seguridad del Estado.
Las azafatas se limitaron a obedecer y nos sentaron en los pocos asientos disponibles. Yo qued¨¦ en una de las ¨²ltimas hileras. A mi izquierda, una guagua comenz¨® a chillar como endemoniada. M¨¢s que llantos eran alaridos. Parec¨ªa que la estuvieran desollando. A m¨ª derecha iba un adolescente con la mollera rubia y rizada. Le ped¨ª por favor que me compartiera internet para informar a un par de personas antes de despegar sobre lo que me estaba pasando. Los gritos de la guagua se filtraron en mis mensajes de voz.
El viaje hasta ah¨ª hab¨ªa sido eterno y problem¨¢tico. Antes de llegar a Caracas, de donde ahora nos expulsaban, una tormenta el¨¦ctrica impidi¨® que aterriz¨¢ramos en el aeropuerto internacional Tocumen, donde har¨ªa escala. Nos desviaron a una pista privada, a orillas del canal. Ah¨ª fueron estacion¨¢ndose, uno al lado del otro, los aviones de la flota de Copa que a esa hora deb¨ªan arribar a Panam¨¢. Una docena. Quiz¨¢s m¨¢s. Yo los ve¨ªa ordenarse a trav¨¦s de mi escotilla. Con los motores apagados dej¨® de funcionar el aire acondicionado y subi¨® la temperatura en el avi¨®n. Deb¨ªamos esperar que amainara la tormenta o al menos los rayos. Los pasajeros de las filas posteriores comenzaron a reclamar. Un veintea?ero avanz¨® hasta la puerta de la cabina del piloto gritando que atr¨¢s no se pod¨ªa respirar. El avi¨®n era capitaneado por una mujer que, acto seguido, describi¨® la situaci¨®n por los parlantes. Esperar¨ªamos en esa pista hasta que amainara la tormenta el¨¦ctrica.
Dos horas despu¨¦s, comenzaron a despegar los aviones estacionados a nuestro alrededor hasta que s¨®lo qued¨® el nuestro en la pista. El mismo veintea?ero pidi¨® explicaciones en voz alta. Se le dijo que hab¨ªa un problema con el motor de partida del avi¨®n y que est¨¢bamos esperando la llegada de un ¡°carro detonador¡±. No recuerdo si le llam¨® as¨ª o ¡°carro bater¨ªa¡± o ¡°carro motor de partida¡±. El vuelo hasta Tocumen dur¨® 7 u 8 minutos. Mi conexi¨®n a Caracas se hab¨ªa aplazado de acuerdo a la tardanza general, pero nosotros nos hab¨ªamos demorado m¨¢s y llegamos a 5 minutos de su despegue. Corr¨ª como enajenado. Felizmente la puerta de embarque estaba a 10 n¨²meros de la puerta por la que llegu¨¦ y ya comenzaban a cerrarla cuando, acezando, le dije a la se?orita que faltaba yo.
Tom¨¦ asiento junto a un venezolano que viv¨ªa entre Santiago y Caracas. Antes de migrar a Chile trabajaba en PDVSA. Entonces era chavista y me dijo que le deb¨ªa al comandante lo que era hoy. Hab¨ªa partido en 2014, despu¨¦s de su muerte, porque pisp¨® que la situaci¨®n empeoraba. Como ten¨ªa muchas vacaciones acumuladas decidi¨® probar suerte en Chile, donde ten¨ªa un amigo cercano. Si resultaba, se quedaba; si no, volv¨ªa. Puso una empresa de fletes. Empez¨® haciendo mudanzas con una camioneta y le fue mucho mejor de lo esperado.
¡ªEl a?o pasado regres¨¦ a Venezuela, aunque mantengo casa y el negocio en Chile. Ahora Caracas est¨¢ mucho m¨¢s segura. Los criminales se fueron. Ellos buscan mercado, como cualquiera, y en Venezuela ya no ten¨ªan qu¨¦ robar. Yo creo que ahora Caracas es m¨¢s segura que Santiago.
¡ªNo exageres¡ª le dije.
Lo cierto es que en Chile antes abundaban los ladrones, pero no conoc¨ªamos asesinatos como los actuales. Se sab¨ªa de los mal llamados ¡°cr¨ªmenes pasionales¡±, esos que se llevan a cabo por celos y desmesuras machistas, o entre borrachos, pero a nadie lo mataban para quitarle la droga ni se le disparaba a los carabineros ni aparec¨ªan cuerpos desmembrados. Sab¨ªamos de asesinatos pol¨ªticos y espantosos llevados a cabo por la dictadura pinochetista. Los carabineros, cuando no operaban como organismos de seguridad del Estado, hac¨ªan rondas por las calles con una porra de madera que acostumbraban menear como un llavero. Los carabineros eran gordos y pololeaban con las empleadas dom¨¦sticas frente a las casas del barrio alto. No exist¨ªa el crimen organizado. Eso suced¨ªa en otras partes. Ac¨¢ el ¨²nico crimen organizado respond¨ªa al r¨¦gimen militar, pero no a bandas de civiles.
¡ªCh¨¢vez y Maduro son muy distintos¡ª me dijo mi compa?ero de asiento. Ch¨¢vez ten¨ªa carisma y quer¨ªa cosas buenas. Esto ya no lo puedo decir delante de mis compatriotas. Me matan. La cosa est¨¢ muy caliente. Ch¨¢vez representaba lo que ahora es Mar¨ªa Corina: la respuesta a un problema de injusticia y corrupci¨®n. A m¨ª no me gusta Mar¨ªa Corina. Yo soy de izquierda, pero esta elecci¨®n no es entre la izquierda y la derecha. Es sobre si se quiere que siga la cosa como est¨¢ o se prefiere un cambio. Es entre democracia y dictadura.
?l hablaba de Mar¨ªa Corina. No de Edmundo.
¡ªProbablemente si gana Edmundo lo primero que har¨ªa es quitarle a ella las sanciones que le aplic¨® Maduro y a continuaci¨®n llamar¨ªa a elecciones, aunque tambi¨¦n podr¨ªa ser que ella lo acompa?e durante todo su gobierno y se postule despu¨¦s.
Agreg¨® que Maduro ya no ten¨ªa el apoyo de sus viejos amigos, ni de Lula, ni de Fern¨¢ndez, ni de Petro. Ni hablar de la gente normal.
¡ªLa cosa es darle una salida.
¡ªLas bestias acorraladas¡ª dije. Se vuelven locas y hacen tonteras.
¡ªLa esperanza est¨¢ en la ruptura interna.
Le cont¨¦ la historia del general Mattei la noche del plebiscito que termin¨® con Pinochet el 5 de octubre. Que entonces el fraude estaba en curso hasta que apareci¨® ¨¦l y reconoci¨® el triunfo del NO¡±.
¡ªSiempre queda la esperanza del factor sorpresa, del acontecimiento inesperado, de la irrupci¨®n de alguien que desarma el guiso malparido¡ª teoric¨¦.
Recomend¨® que si ten¨ªa tiempo fuera a comer carnes en El Alaz¨¢n, cachitos frente al San Ignacio (un mall de la zona bien de Caracas) y tomar tragos en El Hatillo, al este de la ciudad. Para la noche: Las Mercedes, Los Palos Grandes y La Castellana.
¡ªSi gana la oposici¨®n, los festejos ser¨¢n en Altamira. Si Maduro, en el centro, en la avenida Bol¨ªvar.
Cuando le coment¨¦ que muchos destacan la confiabilidad del sistema electr¨®nico de votaci¨®n, me respondi¨® que no es tan as¨ª. Que ya no lo maneja la empresa privada Smartmatic, que le han dificultado mucho la vida a los testigos y que en la elecci¨®n de la Constituyente de 2017 se encargaron de trampear un importante n¨²mero de votos.
Me pregunt¨® si volaba seguido en Copa.
¡ª?ltimamente, bastante.
¡ªYo consegu¨ª la categor¨ªa ¡°Presidente¡±, la m¨¢s alta y esto me permite viajar hasta con tres maletas y cerca de 100 kilos, de modo que ahora tambi¨¦n hago encomiendas. Llevo encargos de Venezuela a Chile.
¡ª?Qu¨¦ tipo de cosas trasladas?
¡ªDocumentos, ropas, repuestos, de todo. S¨®lo productos legales, eso s¨ª.
Me pidi¨® el n¨²mero de tel¨¦fono para vernos durante mi estad¨ªa, y se lo di. Cuando bajamos del avi¨®n, la primera funcionaria aeroportuaria con que nos encontramos lo salud¨® con gran afecto y cercan¨ªa. Aunque hab¨ªa sido cuidadoso en todo lo que le dije, pens¨¦ que quiz¨¢s fuera un miembro de la seguridad y que me hab¨ªa cubaneado. Es cosa sabida que los cubanos le prestan servicios de seguridad al r¨¦gimen de Maduro a cambio de petr¨®leo, y en Cuba, mientras m¨¢s simp¨¢tico y pr¨®ximo es un interlocutor, resulta m¨¢s sospechoso.
Me apur¨¦ para llegar entre los primeros a la fila de Migraci¨®n. El corredor que daba al avi¨®n estaba completamente vac¨ªo y de su techo colgaban unas guirnaldas amarillas, azules y rojas, como la bandera. En los pasadizos formados por pilares de aluminio y cordeles, tampoco hab¨ªa nadie. Yo encabec¨¦ la fila que se form¨® a continuaci¨®n. El guardia bolivariano, macizo y pelado, me pidi¨® el pasaporte ah¨ª mismo, de pie, antes de ingresar a las ventanillas. Comenz¨® a interrogarme: que a qu¨¦ ven¨ªa, qu¨¦ qui¨¦n me hab¨ªa invitado, a qu¨¦ me dedicaba, etc., etc. Todo lo que narr¨¦ al comenzar este relato.
A m¨ª, a la argentina y al boliviano nunca nos dieron ninguna explicaci¨®n. El d¨ªa antes hab¨ªan deportado a dos parlamentarios de la derecha chilena y no dejaron despegar de Tocumen a los expresidentes Mireya Moscoso, de Panam¨¢, Miguel ?ngel Rodr¨ªguez, de Costa Rica, Jorge Quiroga, de Bolivia, y Vicente Fox, de M¨¦xico. Lo mismo sucedi¨® con una delegaci¨®n espa?ola que lleg¨® a Maiquet¨ªa y antes vetaron a una comisi¨®n de observadores europeos. A esta lista se suman varios otros nombres de pol¨ªticos e intelectuales a quienes sucedi¨® lo mismo.
En el avi¨®n, que iba repleto, la guagua chillaba. S¨®lo quedaba esperar que esa noche durmiera tranquila, aunque costaba imaginarlo. Llevaba el miedo muy adentro y no parec¨ªa haber arrumaco capaz de consolarla.
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