Tres s¨¢bados de por la tarde
El periodista Jacobo Garc¨ªa muestra tres retazos de los v¨ªnculos entre Madrid y Latinoam¨¦rica en esta cr¨®nica realizada para el proyecto Cuenta Centroam¨¦rica
Durante a?os, Madrid me pareci¨® una ciudad antigua y tierna, alejada de las grandes ligas europeas. Me impresionaba aprender en las calles de Londres geopol¨ªtica mundial, de la causa palestina en Par¨ªs o de los Sij en un tranv¨ªa de ?msterdam. El Madrid en que crec¨ª fue una de las ciudades que m¨¢s dinero don¨® tras el terremoto de Hait¨ª, pero la movilizaci¨®n internacional que agitaba sus calles eran las ovejas atraves¨¢ndola para reivindicar la trashumancia. La realidad, sin embargo, sac¨® a Madrid de su confortable segunda divisi¨®n y hoy los venezolanos llenan la puerta del Sol, los mexicanos se concentran para celebrar el grito de Independencia y en los parques de Carabanchel se escucha m¨¢s guaran¨ª que espa?ol.
Maduro en la Puerta del Sol
Un s¨¢bado de agosto, Sara Rodr¨ªguez, venezolana nacida en Yaracuy, distribuye mesas, ordena comandas y sirve cervezas a toda velocidad en un restaurante de Fuencarral. Es hija de canarios que tuvieron cultivos de caf¨¦, naranjas y hasta algo de ganado. Todo un milagro encontrar familias que produzcan alimentos en un pa¨ªs acostumbrado a vivir del petr¨®leo. Pero hoy, en esas tierras, crecen la maleza y los matojos. Me lo ense?a en las fotos de su tel¨¦fono m¨®vil, mientras le piden pan de una mesa y de otra la cuenta. Durante a?os hice reportajes sobre Saras. Decenas de gallegos, canarios o asturianos, pero tambi¨¦n portugueses e italianos, a los que, de un d¨ªa para otro, les quitaron sus tierras. Pero aquello no fue suficiente. Desde el poder se aliment¨® un racismo t¨®xico. Fue la ¨¦poca del ¡°expr¨®piese¡± de Ch¨¢vez, al que medio mundo re¨ªa las gracias en cadena nacional.
En Espa?a residen unos 400.000 venezolanos y el t¨®pico que m¨¢s se repite es el del venezolano rico que se apropi¨® del barrio de Salamanca. La frase suele venir de quien jam¨¢s podr¨ªa vivir en el barrio de Salamanca. Poco se dice, sin embargo, de que estadounidense o saud¨ªes est¨¢n detr¨¢s del fondo que controla 300 pisos en Puerta del ?ngel. En general, jode ver a latinoamericanos ricos. Los preferimos limpiando nuestras casas o cuidando a nuestros ancianos. Una de las historias escritas en el ¨²ltimo a?o que m¨¢s me han agradecido era un texto sobre venezolanos pobres. Los que trabajan en Rapid, Carrefour o vendiendo recambios para m¨®viles. J¨®venes expulsados de una tierra sin futuro que jam¨¢s pensaron votar a Mar¨ªa Corina. Ni son opositores ni reciben dinero de Elon Musk. Trabajan doce horas poni¨¦ndonos caf¨¦. El esc¨¢ndalo generado en Espa?a por el reparto de unos pocos miles de subsaharianos ha provocado una pol¨¦mica que har¨ªa sonre¨ªr a Colombia: tres millones de venezolanos han llegado en los ¨²ltimos a?os a ese pa¨ªs de renta media, que ha asimilado ese ¨¦xodo sin comparaci¨®n en Europa.
Este s¨¢bado, Sara ha pedido salir antes para ir a la Puerta del Sol. Es s¨¢bado y Madrid sestea, a 6.698 kil¨®metros de distancia de Caracas, cuando Mar¨ªa Corina aparece subida en un cami¨®n. Son miles de venezolanos los que abarrotan el centro.
Evang¨¦licos, el yoga de los pobres
Diez mil latinoamericanos se re¨²nen este viernes en una plaza de toros de Madrid, para ver a un telepredicador, sin que la noticia genere el menor inter¨¦s en la ciudad. Hay m¨¢s gente de la que re¨²nen todos los musicales en un fin de semana y la noticia podr¨ªa ser que las personas entran y salen del recinto sin subir la voz, armar ning¨²n lio o dejar un papel en el suelo.
En la fila para escuchar al predicador brasile?o Edir Macedo, fundador de la Iglesia Universal del Reino de Dios, est¨¢ Nancy Obreg¨®n, que lleg¨® sola de Ecuador hace 12 a?os y que desde entonces cuida ancianos en Usera. Cuando m¨¢s triste se sent¨ªa se acerc¨® al templo y encontr¨® a otras emigrantes que tambi¨¦n cuidaban ancianos y tambi¨¦n hab¨ªan dejado hijos en Quito. Jorge y Selvia, colombianos del Choc¨®, llegaron juntos a Espa?a y juntos asisten cada jueves y domingo a una iglesia de Carabanchel. Cuando llegaron ¡°¨¦l beb¨ªa mucho y le costaba mantener el trabajo¡±, dice ella, se?al¨¢ndolo: viste una elegante americana negra a la que sobran dos dedos en la manga. ¡°Pero en el templo hemos hecho comunidad y se ha ido tranquilizando¡±, dice Selvia. Detr¨¢s de ellos est¨¢ Jord¨¢n Morales, salvadore?o de 28 a?os que lleg¨® a Espa?a siendo adolescente. Le dio ¡°recio a las drogas y al alcohol¡± y coquete¨® con las bandas latinas, pero ¡°aprend¨ª el camino del Se?or¡±, dice entusiasta.
Con casi 1500 centros de culto, Madrid y Barcelona son los lugares con m¨¢s fieles, seguido de Andaluc¨ªa y Valencia, con unos 500 templos. En el caso de la Iglesia Universal del Reino de Dios de Edir Macedo, los expertos niegan que sea una iglesia evang¨¦lica y la califica de secta. Durante el evento, el telepredicador cura c¨¢nceres, par¨¢lisis terminales y leucemias. Edir Macedo es el Mbapp¨¦ de los predicadores y su organizaci¨®n es como los Globetrotters, tanto en ingresos como en convocatoria. Este a?o se ha triplicado el n¨²mero de asistentes en Madrid. Macedo forma parte de la lista Forbes de Brasil, gracias a una red de medios que compite con Globo y de su apoyo a Bolsonaro. Se calcula que en Espa?a hay 1.5 millones de evang¨¦licos y su crecimiento ha sido exponencial. En 1998 solo el 0.2% de la poblaci¨®n se consideraban evang¨¦lico, en 2018, el 2%. Por supuesto, casi todos son latinos. La derecha ha capitalizado este crecimiento, mientras la izquierda trata de acercarse a algo que no entiende.
La muerte absurda de Arnaldo
Un domingo de octubre, seis amigos juegan al voleibol en un parque de Carabanchel. Son paraguayos y viejos conocidos, r¨ªen y bromean sobre un bal¨®n perdido, un punto dudoso, una pelota poco hinchada. A un costado, las mujeres hablan entre ellas alternando el espa?ol y el guaran¨ª, mientras suena m¨²sica popular en un peque?o altavoz. Entre ellos se mueve con sus fiambreras Do?a Ana, que vende pollo y empanadas. En un equipo est¨¢n Carlos, que limpia portales, Sebasti¨¢n, que trabaja en Mercamadrid, y Marco, que cuida ancianos. Pasadas las siete de la tarde, con el partido igualado, Arnaldo mira el bal¨®n, salta junto a la red y, con un glorioso golpe, logra el punto que da la victoria a los suyos. Tres minutos despu¨¦s, agoniza en el suelo.
Arnaldo Ben¨ªtez era un tipo grande, de casi 1.85 metros, con rostro afable y tendencia a la risa. Le fue mal con el lavadero de coches que mont¨® en Asunci¨®n y hace cinco a?os decidi¨® probar suerte en Espa?a. Encontr¨® trabajo como alba?il y enviaba la mitad del sueldo a su padre, recuerda uno de sus amigos paraguayo, parte de una de las comunidades migrantes m¨¢s discretas de Espa?a. Tan discreta que, en una b¨²squeda de noticias sobre paraguayos en Espa?a, solo aparece la historia de Romina Celeste, a quien su marido madrile?o, Ra¨²l D¨ªaz Chac¨®n, troce¨® y cocin¨® en una barbacoa en Canarias y quien qued¨® en libertad a principios de 2023, por falta de juicio.
Pero volvamos a Arnaldo: tras golpear el bal¨®n con fuerza, entre risas y palmadas, sus amigos se abrazaron a ¨¦l. Era el punto definitivo y estaba anocheciendo, as¨ª que por fin pod¨ªan irse todos a casa. Alberto, el m¨¢s entusiasta, quiso celebrar con el h¨¦roe, lo agarr¨® a la altura de las rodillas y lo levant¨®, para que todos lo vieran. Pero, grande como era, Arnoldo venci¨® la fuerza de su amigo y ambos cayeron de espaldas. Arnaldo se golpe¨® la cabeza se desnuc¨®. Alberto huy¨® asustado.
Una semana despu¨¦s de su muerte, la colonia paraguaya volvi¨® al parque. Francisco cocin¨® chipaguas¨², Mar¨ªa dulce de man¨ª y Clarisa sopa de ma¨ªz: quer¨ªan juntar algo de dinero. Alberto hab¨ªa sido localizado por la polic¨ªa, pero Ese d¨ªa no hubo m¨²sica de arpa ni risas. La Embajada de Paraguay pag¨® los gastos de repatriaci¨®n y dos horas de tanatorio, pero con el dinero recaudado, los amigos de Arnoldo pagaron 10 horas m¨¢s de flores y tanatorio. Cuando, dos d¨ªas despu¨¦s, en Asunci¨®n, su padre recibi¨® el cuerpo, supo que hab¨ªa muerto de forma absurda, pero que nunca estuvo solo.