La siesta, una pr¨¢ctica ¡®cool¡¯
¡®Babelia¡¯ adelanta el pr¨®logo de ¡®El don de la siesta¡¯ de Miguel ?ngel Hern¨¢ndez, un ensayo sobre un h¨¢bito que se ha transformado en un imperativo del bienestar
El 9 de marzo de 1999 la pareja formada por William y Camille Anthony instituy¨® en Estados Unidos la celebraci¨®n del National Napping Day. Con esta festividad oficiosa, los autores del popular libro sobre el arte de dormir en el trabajo trataban de eliminar los m¨²ltiples prejuicios de los norteamericanos ante la siesta y resaltar los beneficios para la salud de esos peque?os periodos de sue?o.
El 9 de marzo de 2020, como no pod¨ªa ser de otro modo, celebr¨¦ ese d¨ªa por todo lo alto con una siesta de dos horas. El mundo hab¨ªa comenzado a resquebrajarse, pero yo a¨²n no me hab¨ªa dado cuenta de ello. Las noticias sobre la incidencia de la covid-19 en China y en Italia eran constantes desde hac¨ªa alg¨²n tiempo, pero la pandemia me parec¨ªa a¨²n un asunto lejano, un desastre que jam¨¢s podr¨ªa suceder en Espa?a. Viv¨ªa en una especie de burbuja de ingenuidad. Apenas cinco d¨ªas despu¨¦s, las cifras de muertos y contagiados se hab¨ªan disparado, y el viernes 13 el presidente del Gobierno anunci¨® en rueda de prensa el estado de alarma, que entr¨® en vigor el domingo 15, a las 00.00 horas.
Durante las primeras semanas de la cuarentena me cost¨® horrores concentrarme. Para cualquier cosa, pero especialmente para leer y escribir. El presente era tan desbordante y urgente que el m¨¢s m¨ªnimo horizonte que se desviara de la actualidad era incapaz de captar mi atenci¨®n. Despu¨¦s lo he hablado con muchos amigos; a todos nos sucedi¨® lo mismo. La realidad y lo inmediato nos bloquearon, como si el mundo se hubiera vuelto turbio y brumoso.
En esos d¨ªas sin concentraci¨®n, yo intentaba poner orden a unas notas que hab¨ªa comenzado a escribir sobre la siesta. Hab¨ªa terminado un ensayo sobre el tiempo en el arte contempor¨¢neo y, antes de meterme de lleno en una nueva novela, me hab¨ªa propuesto escribir un peque?o texto sobre esa costumbre que suelo cultivar con placer. Estaba pr¨¢cticamente esbozado y en unas pocas semanas podr¨ªa haberlo finalizado. Sin embargo, esos d¨ªas lo frenaron todo. No me centraba. Pero sobre todo sent¨ªa que lo que hab¨ªa escrito ya no ten¨ªa sentido. Al menos no lo tendr¨ªa publicarlo. ?Un ensayo sobre la siesta, en medio de la cat¨¢strofe? Demasiado trivial para lo que suced¨ªa a nuestro alrededor.
Cre¨ª que ese encierro nos servir¨ªa tambi¨¦n para reformular nuestras prioridades, para atender lo que realmente valiese la pena, para escribir sobre lo verdaderamente importante. ?La siesta? Lo que hab¨ªa escrito pod¨ªa ir a la papelera sin problema.
Aun as¨ª, durante d¨ªas trat¨¦ de rescatarlo. Pero escribir me resultaba artificial y confuso. Los p¨¢rrafos parec¨ªan monta?as y no encontraba el modo de llegar a las palabras.
Las que s¨ª ven¨ªan eran las siestas. Siestas de varias horas de las que me levantaba sin saber muy bien cu¨¢ndo y d¨®nde estaba. Siestas en pijama ¨Ca veces no me lo quitaba en todo el d¨ªa¨C que me recordaban las siestas largas de mi adolescencia. En ese sue?o del mediod¨ªa encontraba refugio, una especie de oasis en medio de la cat¨¢strofe.
Durante esas semanas, el tiempo se aceler¨® y, a la vez, se espes¨®. Para aquellos que tuvimos que quedarnos en casa, todos los d¨ªas eran iguales. Nadie sab¨ªa cu¨¢ndo iba a terminar la pesadilla. No ve¨ªamos el fin ¨Ctampoco es que ahora lo tengamos demasiado claro¨C. Y, en parte, yo me acostaba con la secreta intenci¨®n de acelerar el tiempo, para que todo pasara m¨¢s r¨¢pido y, al despertar, el mundo hubiera regresado a la normalidad. Pero tambi¨¦n dorm¨ªa para frenar el tiempo. La siesta interrump¨ªa la nueva cotidianidad acelerada que hab¨ªa acabado introduci¨¦ndose en las casas. El tiempo de la sobreinformaci¨®n, del teletrabajo, de la conexi¨®n continua con el exterior, el ritmo fren¨¦tico de la f¨¢brica y la ciudad, que hab¨ªa penetrado ya del todo en el espacio dom¨¦stico.
Un tiempo enloquecido en el que no hab¨ªa espacio para el aburrimiento. Esa fue una de las obsesiones desde el primer momento. Hacer cosas. No parar un instante. Y a la cascada de noticias cambiantes que desbordaban nuestra capacidad de entendimiento y asimilaci¨®n se sum¨® una cantidad delirante de actividades de ocio digital que desquici¨® nuestra rutina. Las redes sociales se llenaron de v¨ªdeos en directo, recomendaciones, conciertos, recetas, ejercicios, visitas virtuales a museos... Era imposible llegar a todo. Especialmente si a?adimos el teletrabajo y la escalada creciente de la comunicaci¨®n afectiva ¨Cllamadas, videoconferencias y mensajes con familiares y amigos con los que hac¨ªa a?os que no convers¨¢bamos¨C. Hab¨ªa que estar activo constantemente. Comunicar. Crear. Producir. Mover el sistema hacia delante. ¡°Me rebelo ante esta demanda de productividad cuando solo siento desconcierto¡±, escribi¨® Mariana Enr¨ªquez en su participaci¨®n en el Diario de la pandemia de la Revista de la Universidad de M¨¦xico. Pon¨ªa as¨ª palabras a esa sensaci¨®n de ansiedad que nos hab¨ªa pose¨ªdo tambi¨¦n como un virus.
La casa ¨Cen realidad, la pantalla¨C se convirti¨® en f¨¢brica, en bar, en plat¨® de televisi¨®n, en sala de conciertos, en librer¨ªa, en gimnasio... La nuestra y la de los dem¨¢s. Las esferas de lo p¨²blico y lo privado se entrelazaron a¨²n m¨¢s de lo que ya estaban. El interior se desvel¨® y las ¨²ltimas sombras que nos quedaban para resguardarnos en la intimidad saltaron por los aires.
En un art¨ªculo aparecido durante los primeros d¨ªas de la cuarentena, la escritora suiza Mona Chollet llamaba la atenci¨®n sobre el modo en que se hab¨ªa introducido en el hogar la temporalidad y rutina del exterior, especialmente la del espacio laboral. Frente a esos ritmos externos, Chollet vislumbraba en el confinamiento una oportunidad para ?liberar el uso del tiempo de la obsesi¨®n mercantilista por la productividad? y planteaba apagar los despertadores, incluso las pantallas ¨Cnuestros ¡°braseros virtuales¡±¨C, y desconectarnos del mundo exterior.
Esta incitaci¨®n a la desconexi¨®n fue una de las constantes de muchas de las intervenciones que, como un goteo, fueron public¨¢ndose durante las primeras semanas de la cuarentena. Es lo que suger¨ªa Olga Tokarczuk: regresar al tiempo de la naturaleza y de los cuerpos, ese que la pandemia hab¨ªa tra¨ªdo de nuevo, pues ¡°lo anormal era el fren¨¦tico mundo anterior al virus¡±. Desconectar mentalmente para mantenernos a salvo, pero tambi¨¦n de modo real y efectivo, como plante¨® con radicalidad Paul B. Preciado, para quien, bajo la llamada de los gobiernos al encierro y al teletrabajo, se escond¨ªa un camino inexorable hacia la descolectivizaci¨®n y el telecontrol. Su propuesta era tajante: ¡°Apaguemos los m¨®viles, desconectemos Internet. Hagamos el gran blackout frente a los sat¨¦lites que nos vigilan e imaginemos juntos la revoluci¨®n que viene¡±.
Mi desconexi¨®n fue quiz¨¢ menos ambiciosa. Consisti¨® en dejar en ocasiones la mente en blanco. Cerrar moment¨¢neamente los ojos y los o¨ªdos. Crear algunos d¨ªas una coraza afectiva. Convertir el interior de la casa en un b¨²nker. Y sobre todo dormir la siesta. Despu¨¦s de comer frente al telediario del mediod¨ªa, necesitaba digerirlo todo ¨Cno tanto la comida como la informaci¨®n¨C, retirarme a la oscuridad de la habitaci¨®n y cerrar los ojos. Abandonarme al sue?o para resguardarme, al menos por un momento, de todo aquello que me desbordaba: noticias, ocio, afectos. Era un corte necesario. Un reencuentro con algo que esos d¨ªas sent¨ªa que hab¨ªa perdido: el centro, las certezas, la distancia necesaria para pensar, habitar y entender el mundo.
Con el tiempo, comenz¨® a regresar la concentraci¨®n. El mundo segu¨ªa derrumb¨¢ndose, pero es curioso c¨®mo la excepcionalidad acaba integr¨¢ndose en la rutina y, aunque todo se resquebraje, volvemos a interesarnos por lo m¨¢s nimio e intrascendente. Tal vez por eso acab¨¦ atrevi¨¦ndome a regresar al peque?o libro sobre la siesta para terminar de darle la forma definitiva. Fue entonces, al revisar ese texto fragmentario y deslavazado, cuando me di cuenta de que, aunque hab¨ªa escrito acerca de la siesta, esas notas ¨Cque se mov¨ªan entre el ensayo, la memoria y la narrativa¨C hablaban en realidad de otra cosa. Orbitaban en torno a tres problemas fundamentales que aparec¨ªan en el texto una y otra vez: el tiempo, el cuerpo y la casa. Cuestiones que en ese estado de excepci¨®n resonaban de modo especial.
El tiempo: la siesta como interrupci¨®n, como intervalo necesario para frenar, aunque sea por un instante, el ritmo continuo, acelerado y capitalizado de la experiencia cotidiana. La siesta como regalo, como don, como evento excesivo capaz de fracturar la l¨®gica productiva.
El cuerpo: la siesta como reencuentro con nuestra biolog¨ªa, en esos d¨ªas en los que tomamos conciencia de la fragilidad de nuestro organismo, pero tambi¨¦n en los que el cuerpo del otro se transforma en un peligro y todos somos presa de una suerte de noli me tangere parad¨®jico. El miedo al otro, al contacto, pero tambi¨¦n la desconfianza en nosotros mismos, en nuestro cuerpo potencialmente contagioso. El yo como amenaza constante.
Y, por ¨²ltimo, la casa: la siesta como hogar, como refugio interior. La casa, el sof¨¢, la cama, el territorio de la retirada. La siesta como trinchera, como espacio de desconexi¨®n con el exterior, pero tambi¨¦n de reconexi¨®n con eso que esos meses, m¨¢s que nunca, sentimos en peligro: la vida. Una especie de afirmaci¨®n de que uno sigue vivo y que, aunque el mundo se est¨¦ derrumbando, algo ah¨ª a¨²n se mantiene. Una protecci¨®n ingenua: la creencia de que nada malo puede sucedernos mientras sigamos durmiendo la siesta.
La casa, el tiempo y el cuerpo, entretejidos. La siesta como regreso, como resistencia, como reencuentro con algo que cre¨ªamos perdido. La siesta como un arte de la interrupci¨®n. Sobre eso hab¨ªa escrito. Dialogaba con el presente mucho m¨¢s de lo que, en principio, hab¨ªa llegado a imaginar. Me convenc¨ª entonces de que deb¨ªa acabar de darle forma a esas notas. Incluso publicarlas. Y tambi¨¦n pens¨¦ en ese momento que ser¨ªa necesario un pr¨®logo. Uno como este, escrito al final pero situado al principio ¨Cen realidad, un ep¨ªlogo¨C. Unas palabras breves para tratar de enlazar dos mundos. El mundo conocido en que el texto fue escrito y el mundo incierto y extra?o en el que ahora ve la luz.
'El don de la siesta'
Editorial: Anagrama. 2020
Formato: Tapa blanda o bolsillo. 136 p¨¢ginas
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