Schopenhauer: el teatro de la mente
El fil¨®sofo alem¨¢n describi¨® la realidad como una ficci¨®n: lo que vemos no es verdadero, sino una representaci¨®n orquestada por la voluntad
Schopenhauer camina con una inusual ligereza y, cuando la luz transfigura el paisaje, se detiene a contemplar el espect¨¢culo a trav¨¦s de su mon¨®culo. Momento que aprovecha para sentenciar: ¡°La materia es un efecto, nunca un fundamento¡± o ¡°no podemos saber a qu¨¦ profundidad llegan las ra¨ªces de la individualidad¡±. Frauenst?dt, que plante¨® inteligentes objeciones al concepto de voluntad, recordar¨ªa las semanas pasadas con el fil¨®sofo como las mejores de su vida. Abundan los testimonios de quienes lo conocieron cuando ya era famoso, o de quienes compart¨ªan su mesa en el Hotel de los Ingleses, donde com¨ªa habitualmente (el almuerzo de caliente; la cena, fiambres y una jarra de vino). Gracias a ellos podemos compartir intimidad con el m¨¢s hura?o de los fil¨®sofos. Hay tambi¨¦n sitio para los paseos, convencido como estaba de que las mejores ideas advienen al aire libre. Para el cortejo de Flora Weiss (y las posteriores calabazas), para las visitas al pabell¨®n de los melanc¨®licos (en la Charit¨¦ de Berl¨ªn), para la m¨²sica que tocaba a diario (interpretaba a flauta las ¨®peras de Rossini), para ocurrencias y exabruptos imp¨ªos. Podemos adentramos en su estudio y verlo tumbado sobre el div¨¢n, con su levita gris, enfrascado en conversaciones sobre fantasmas, sue?os y otras clarividencias. Escuchamos juicios inmisericordes sobre su altaner¨ªa y su fabulosa capacidad de sobreestimarse, sobre su misoginia y su relaci¨®n amorosa con Atman, un perrito de lanas que lo acompa?a en los paseos y al que reprime llam¨¢ndolo ¡°hombre¡±.
El fil¨®sofo ten¨ªa un temperamento dif¨ªcil. Tras romper con su madre, por la que sent¨ªa una abierta antipat¨ªa (por parlanchina y gastarife, por haber arruinado la vida de su padre), vivi¨® aislado y nunca aprendi¨® a llevar con paciencia las debilidades de los dem¨¢s. Se convirti¨® en una especie de ogro de intimidantes ojos azul-grises, profundos pliegues en el rostro y afiladas patillas. Pero tambi¨¦n tuvo facetas m¨¢s amables, al parecer era una persona extraordinariamente sensible y excitable. Si escuchaba una heroicidad se le llenaban los ojos de l¨¢grimas y se le quebraba la voz cuando contaba un acto noble o conmovedor. Despreciaba todo lo superficial y vulgar, pero era capaz de mostrar una extraordinaria afectividad con aquellos que admiraba. Pod¨ªa ser ameno y locuaz, sobre todo en los paseos, que acompa?aba de su cigarro y en los que charlaba de todo cuanto se le ocurr¨ªa. Era mon¨¢rquico y enemigo de revoluciones. Conoc¨ªa el griego y el lat¨ªn, aunque nunca aprendi¨® s¨¢nscrito, y muchas otras lenguas, entre ellas el espa?ol (fue entusiasta lector de Graci¨¢n), el italiano o el franc¨¦s, que consideraba una jerga. Tuvo gran estima por el ingl¨¦s (dec¨ªa que hab¨ªa sido concebido en Inglaterra, en un viaje de sus padres) y todas las tardes le¨ªa The Times.
A diferencia de los ¡°maestros del galimat¨ªas¡± como Hegel o Fichte, Schopenhauer fue un excelente escritor y su lectura proporciona momentos de gran placer. Detestaba toda la parafernalia y el papanatismo del mundo acad¨¦mico. Especialmente a los profesores de filosof¨ªa, gusanos que se alimentaban del cad¨¢ver del fil¨®sofo. Amaba a Plat¨®n y Kant. Consideraba que el segundo le hab¨ªa curado de las fantasmagor¨ªas del primero. Cre¨ªa que los hombres habitan dos mundos, uno dominado por la raz¨®n suficiente, y el otro libre de la tiran¨ªa del l¨ªmite y la causalidad.
Su padre quiso que fuera comerciante y para convencerlo le ofreci¨® un viaje de placer de dos a?os por Europa. La otra alternativa era dedicarse al humanismo (como ¨¦l quer¨ªa) y quedarse sin viaje. Se decidi¨® por el viaje y conoci¨® el mundo. Tras la muerte de su padre, rompi¨® con su iniciada carrera en el comercio y volvi¨® a la filosof¨ªa. Comerci¨® con las Indias orientales, pero no con especias, sino con ideas. Ideas que llegaron escritas en lat¨ªn de la mano de un franc¨¦s. La versi¨®n de las upani?ad de Anquetil Duperron le impresion¨® profundamente. Confes¨® que fue la m¨¢s gratificante y conmovedora de sus lecturas. Hab¨ªa sido el consuelo de su vida y lo ser¨ªa de su muerte. Se trataba de una traducci¨®n del persa al lat¨ªn que utilizaba la versi¨®n encargada por Dara Shikoh. Un triple desplazamiento (sanscrito-persa-lat¨ªn-alem¨¢n) que dejaba muchas cosas en el tintero y suscitaba otras tantas. Ello no le impidi¨® que tratara con sospechas, por su sesgo te¨ªsta y europeizante, las traducciones directas del s¨¢nscrito de Colebrooke, R?er y Roy. En 1816, mientras escrib¨ªa El mundo como voluntad y representaci¨®n, tuvo por primera vez contacto con las upani?ad y, en la segunda edici¨®n, encontramos ya adiciones y enmiendas que dan cuenta de sus avances indol¨®gicos. Hab¨ªa tesis fundamentales que casaban bien con el ved¨¡nta: la unidad fundamental de lo real, la representaci¨®n como proyecci¨®n de apariencias espacio-temporales (culminaci¨®n del kantismo: cuyos a priori reduc¨ªa a espacio, tiempo y raz¨®n suficiente) y la realidad imparable del deseo ciego, llamado voluntad, que no conoce prop¨®sitos ni direcciones y que le sirve para oponerse a Hegel (la historia como sinsentido). La realidad que vemos no es la verdadera y todas las diferencias que observamos corresponden a una misma entidad que las trasciende: la voluntad. El fil¨®sofo lo ilustra con una representaci¨®n teatral. Los personajes se muestran antag¨®nicos y en discordia, pero, una vez concluida la funci¨®n, todos comparten la misma esencia, constatando lo ilusorio de aquella individualidad.
La voluntad es la ¡°cosa en s¨ª¡±, que no se puede conocer. La representaci¨®n es su desciframiento. Para Schopenhauer, el error de todos los fil¨®sofos es creer en un entendimiento original, al margen de la voluntad. El entendimiento carece de soberan¨ªa, es un mero accidente de la voluntad. Lo racional, desde su base, est¨¢ condicionado por lo irracional ciego y depende de esa voluntad infatigable que no puede saciarse jam¨¢s. S¨®lo la experiencia contemplativa del arte puede librarnos de la tiran¨ªa de la voluntad. La alegr¨ªa est¨¦tica anticipa otro mundo. De todas las artes, s¨®lo la m¨²sica (imagen inmediata de la voluntad) puede lograr que, por un instante, quede en suspenso la propia voluntad y el mundo sea s¨®lo representaci¨®n. Lo que los budistas trataban de obrar con la meditaci¨®n, Schopenhauer lo atribu¨ªa a la m¨²sica.
Schopenhauer advirti¨® cierto paralelismo entre las doctrinas brahm¨¢nicas y las plat¨®nico-kantianas. Asociaba la voluntad con el br¨¢hman-¨¡tman de las upani?ad, mientras que los fen¨®menos se corresponden con la ilusi¨®n de m¨¡y¨¡. Hay, sin embargo, dos diferencias importantes. En primer lugar, mientras en Schopenhauer la voluntad domina sobre la representaci¨®n (que es su instrumento), en la filosof¨ªa india, que es una filosof¨ªa de la cultura mental, lo contrario es posible. En segundo lugar, esa esencia compartida, unidad de todo lo real, en Schopenhauer es negativa, ciega y avasalladora (ante ella s¨®lo caben recetas luteranas: reprimir todo deseo o pasi¨®n), mientras que en las upani?ad se trata de un principio algo m¨¢s atractivo y magn¨¦tico. No obstante, al margen de comparaciones simplistas, Schopenhauer subraya aquello que comparten ambas tradiciones: la mente misma es el velo que induce a ver los fen¨®menos de modo ilusorio, y que el sabio es aquel capaz de rasgar ese velo (aunque Schopenhauer no facilite las instrucciones).
Siguiendo con estas asociaciones, la voluntad c¨®smica fue para Schopenhauer un principio inmanente (no trascendente), que se corresponder¨ªa con la naturaleza primordial del s¨¡?khya. Una energ¨ªa ciega contraria al esp¨ªritu puro, el testigo (puru?a). Es precisamente en esa ¡°contrariedad¡±, en esa oposici¨®n no resuelta, donde el fil¨®sofo revela que es hijo de su tiempo y del luteranismo. El apego por las cosas del mundo, que los budistas llaman upadana, equival¨ªa a su ¡°voluntad de vivir¡±, mientras que el karma era una voluntad individual sin intelecto.
En cierta ocasi¨®n, Schopenhauer mencion¨® que albergaba la esperanza de que la sabidur¨ªa india produjera un cambio y una reorientaci¨®n radical del pensamiento europeo. Estaba convencido de que ¡°por las venas del cristianismo corr¨ªa sangre india¡± y que el conocimiento del pensamiento indio permit¨ªa acercarse m¨¢s cabalmente al cristianismo. De hecho, nunca consider¨® estas ideas como influencias o antecedentes hist¨®ricos (del despliegue del Esp¨ªritu, digamos) sino verdades perennes que no conocen las restricciones de ¨¦pocas o geograf¨ªas. Duperron cre¨ªa como ¨¦l que los sabios de todas las ¨¦pocas hab¨ªan dicho lo mismo y por supuesto ¨¦l era uno de ellos. Nunca tuvo ning¨²n rubor en afirmar que tanto Eckhart como Buda ense?aban lo mismo que ¨¦l.
Schopenhauer fue para algunos de sus contempor¨¢neos el gran sacerdote de la religi¨®n atea. Un santo que predic¨® la castidad y renunci¨® a las trampas del deseo. Se hab¨ªa acercado al budismo al constatar la ¡°maldad del mundo¡±, en una ¨¦poca de su vida en la que el mundo le parec¨ªa miserable, la creaci¨®n de un demonio maligno que se deleita con el sufrimiento de sus criaturas. Ante las visitas le gustaba presentarse como budista. ?¨¡kyamuni le parec¨ªa el ¨²nico que hab¨ªa comprendido la esencia del mundo, y en su estudio mand¨® colocar una estatua de Buda, que hizo recubrir de oro de la mejor calidad y encarg¨® una peana para sostenerla.
Es indudable que el ¡°buda de Fr¨¢ncfort¡± (que es como Moreno Claros titula su excelente libro sobre el fil¨®sofo), fue la figura que mejor ilustra el giro del pensamiento europeo hacia la India. Mostr¨® una genuina disposici¨®n a incorporar conceptos indios para ilustrar sus doctrinas. Frente al progreso y el racionalismo, sab¨ªa que el intelecto se encontraba al servicio de la voluntad (en esto segu¨ªa a Hume) y que la raz¨®n pod¨ªa ser una fuerza ciega, obsesionada por el control, que se expresaba en la ciencia y la t¨¦cnica.
Pero hay que admitir que no acab¨® de entender cabalmente el budismo. Cometi¨® el desliz de considerar el nirvana como una especie de extinci¨®n, una nihilizaci¨®n de la realidad, que casaba bien con su natural pesimismo. Precisamente en una ¨¦poca en la que el pesimismo era la gran acusaci¨®n contra el budismo, porque prescind¨ªa del para¨ªso o lo rebajaba a lugar de paso. En este sentido, los parecidos con su filosof¨ªa son superficiales o simples malentendidos. En Schopenhauer no hay menci¨®n alguna a la cultura mental o a la gracia, dos aspectos fundamentales del budismo. El fil¨®sofo cre¨ªa que el mundo, como sue?o de la voluntad, era una pesadilla e identificaba la vida misma con el sufrimiento. Al ser humano m¨¢s le valdr¨ªa no haber nacido. Nada m¨¢s alejado del budismo, para el que la vida humana constituye una plataforma inmejorable para el despertar. El mundo que habitamos no es una colonia penitenciaria, est¨¢ trufado de budas y bodhisattvas, que ejercen continuamente su actividad compasiva, hay remansos de paz y espacios purificados, ¡°campos de Buda¡±, donde el logro del despertar resulta accesible. En el universo de Schopenhauer no hay espacio para la gracia, es un mundo acosado por el dolor y el aburrimiento, por la angustia y la insatisfacci¨®n, amenazado por toda clase de cat¨¢strofes y enfermedades (visi¨®n frecuente en rentistas y funcionarios). Frente a esa perspectiva, que equipara ser y padecer, el budismo sostiene que cada ser vivo lleva inscrita la naturaleza de buda, la promesa del despertar, el logro de un estado de la mente donde no tiene cabida el sufrimiento. La representaci¨®n, como la m¨²sica, puede imponerse a la voluntad.
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