Los exilios
Comparar a los exiliados de la Rep¨²blica con esos se?oritos supremacistas catalanes es m¨¢s que una injusticia: es una vileza
El vicepresidente segundo del Gobierno, Pablo Iglesias, que habla tanto y tan aceleradamente, con una facundia de profesor universitario acostumbrado a encandilar y a embaucar a estudiantes incautos, deber¨ªa saber que hay palabras sagradas. Exilio es una de ellas. Son palabras sagradas porque expresan de golpe una vivencia radical, en lo m¨¢s ¨ªntimo y en lo p¨²blico y colectivo, un trance de vida o muerte que separa radicalmente a quien lo ...
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El vicepresidente segundo del Gobierno, Pablo Iglesias, que habla tanto y tan aceleradamente, con una facundia de profesor universitario acostumbrado a encandilar y a embaucar a estudiantes incautos, deber¨ªa saber que hay palabras sagradas. Exilio es una de ellas. Son palabras sagradas porque expresan de golpe una vivencia radical, en lo m¨¢s ¨ªntimo y en lo p¨²blico y colectivo, un trance de vida o muerte que separa radicalmente a quien lo sufre de todos los dem¨¢s que se han quedado a salvo. En espa?ol exilio es una palabra m¨¢s sagrada todav¨ªa, porque nuestro pa¨ªs ha sido m¨¢s fecundo que otros en dictaduras y en persecuciones, a lo largo de los siglos. Henry Kamen dedic¨® un libro de extraordinaria erudici¨®n a los destierros espa?oles, pero se dej¨® llevar, en mi opini¨®n, por un sectarismo que malograba en parte su solidez de historiador. Espa?a no ha tenido el monopolio, y ni siquiera la primac¨ªa, en la expulsi¨®n de una parte de sus habitantes. La historia del mundo, y la actualidad de cada d¨ªa, es un cat¨¢logo de abusos y persecuciones, de gente que lo abandona todo para huir del hambre o del despotismo o de la muerte. Pero nuestra fisonom¨ªa como pa¨ªs est¨¢ marcada por las cicatrices innegables de los que tuvieron que irse y los que murieron lejos, y muchas de las tumbas memorables o an¨®nimas de nuestros compatriotas se encuentran en tierra extranjera, cuando no en el destierro m¨¢s negro todav¨ªa de una fosa com¨²n. Francia tiene a sus muertos insignes bajo la c¨²pula de solemnidad laica del Pante¨®n. Inglaterra celebra a los suyos en la abad¨ªa de Westminster. Los nuestros est¨¢n en Colliure, en Montauban, en las laderas ¨¢speras del barranco de V¨ªznar, en M¨¦xico, en Nueva York, en Puerto Rico.
A los exiliados espa?oles ni siquiera despu¨¦s de la muerte se les acab¨® el exilio. A Margarita Xirgu, que muri¨® en la generosa Montevideo, donde hab¨ªa vivido y trabajado durante muchos a?os, la iban a enterrar en Barcelona, cumpliendo su deseo, pero el infame C¨¦sar Gonz¨¢lez-Ruano, tan admirado ahora, escribi¨® una columna injuriosa y p¨®stuma contra ella y ni siquiera las cenizas de Margarita Xirgu pudieron descansar en su tierra. Algunos de los encuentros memorables de mi vida lo han sido con exiliados que volv¨ªan, o con hijos de los que hab¨ªan muerto en el destierro. Durante a?os tuve el privilegio de conversar con Francisco Ayala, de preguntarle cosas y escuchar sus respuestas, que me permit¨ªan casi ver con mis propios ojos un mundo y un tiempo en los que estaban las ra¨ªces de mi conciencia pol¨ªtica y de mi vocaci¨®n literaria. Hacia mediados de los a?os ochenta, en el Caf¨¦ Suizo de Granada, que ya ten¨ªa una atm¨®sfera como de otro tiempo, tuve una larga conversaci¨®n con Juan Marichal y Solita Salinas, los dos amables y un poco espectrales, tocados por una melancol¨ªa que era personal y tambi¨¦n hist¨®rica, porque la derrota de la Rep¨²blica y el exilio los hab¨ªan dejado como fuera del tiempo, entre la Espa?a de la infancia y la primera juventud y la Am¨¦rica de la vida adulta, en la que nunca hab¨ªan dejado de ser extranjeros. Comparar con cualquiera de ellos a esos se?oritos supremacistas catalanes que aprovecharon el dinero p¨²blico de todos en una mezcla de golpe de Estado y charlotada grotesca es m¨¢s que una injusticia: es una vileza.
No voy a sumarme al linchamiento c¨ªnico de los que hoy se rasgan las vestiduras porque Pablo Iglesias ha infamado la memoria del exilio y ayer mismo celebraban la decisi¨®n municipal y cainita de quitar los nombres de Indalecio Prieto y de Francisco Largo Caballero de las calles de Madrid. Si Prieto tuvo que morir en el exilio mexicano sin volver nunca a su Bilbao de su alma y Largo Caballero apenas sobrevivi¨® un a?o despu¨¦s de su liberaci¨®n de un campo nazi fue por la culpa exclusiva de un r¨¦gimen vengativo al que su victoria no indujo al menor rasgo de clemencia y que hizo todo lo que pudo por seguir persiguiendo fuera de Espa?a a aquellos que hab¨ªan tenido que huir para no ser encarcelados y ejecutados. Pistoleros falangistas y polic¨ªas inmundos viajaban a la Francia ocupada para acompa?ar a la Gestapo en sus cacer¨ªas de republicanos espa?oles. A Manuel Aza?a lo salv¨® su muerte r¨¢pida y la protecci¨®n de la Embajada de M¨¦xico. Lo que nombra la palabra exilio es el vendaval de desgracia que persegu¨ªa a los espa?oles que hab¨ªan cruzado en pleno invierno la frontera de Francia y se encontraron la crueldad de los gendarmes, la indiferencia criminal de las autoridades, el desamparo de una Europa que hab¨ªa abandonado a su suerte a la Rep¨²blica espa?ola y estaba a punto de rendirse al fascismo. Antonio Machado es una presencia an¨®nima en la multitud de los espa?oles perdidos por los caminos. Ilse y Arturo Barea se mor¨ªan de hambre en un hotel de Par¨ªs, en la misma calle en la que sobreviv¨ªa otro exiliado sin esperanza, Walter Benjamin.
Ahora algunos nos parece que vuelven, pero eso no es una compensaci¨®n porque ellos no llegaron a saberlo. La justicia po¨¦tica no es justicia. Ahora vuelve Elena Fort¨²n, porque publica su biograf¨ªa y se reedita una novela tan magistral como Celia en la revoluci¨®n; vuelve Concha M¨¦ndez, que se muri¨® de tristeza en M¨¦xico; vuelve Josefina Carabias, porque Seix Barral publica de nuevo su retrato de Manuel Aza?a. Vuelve, incluso, Manuel Aza?a, en una gran exposici¨®n de la Biblioteca Nacional. Vuelven Ilsa y Barea, y vuelve Manuel Chaves Nogales, a quien Mar¨ªa Isabel Cintas rescat¨® del olvido en una proeza de filolog¨ªa y de dignidad democr¨¢tica. Hace unos meses, en la noche oscura del confinamiento, muri¨® la inolvidable Elena Aub, que hab¨ªa dedicado su vida entera a reintegrar la obra exiliada de su padre a la cultura espa?ola.
Vuelven pero no vuelven. Y no vuelven porque las vidas humanas son muy cortas y fr¨¢giles, y todos ellos murieron sin saber, sin imaginar siquiera, que sus obras y su ejemplo acabar¨ªan encontrando un lugar en la memoria, en la cultura, de un pa¨ªs tan propenso a la amnesia como a la ignorancia. El vicepresidente segundo del Gobierno, cuya especialidad pol¨ªtica y universitaria parece ser la palabrer¨ªa embaucadora, deber¨ªa ser un poco m¨¢s respetuoso con la palabra exilio y no pronunciarla tan en vano como pronuncia muchas otras, olvidando tal vez la responsabilidad del cargo que ocupa, y tan poco interesado en buscar la concordia p¨²blica en estos tiempos de aflicci¨®n como algunos de los mayores hip¨®critas que ahora se escandalizan contra ¨¦l.