Rosal¨ªa rima con poes¨ªa
?Qu¨¦ pasar¨¢ cuando a alguien se le ocurra la osad¨ªa de incluir a la cantante ¡ªen cuyas letras se encuentran Lorca y san Juan de la Cruz, la poes¨ªa m¨ªstica como la criolla¡ª en una antolog¨ªa de poes¨ªa reciente espa?ola? ?Les quedar¨¢n a los puristas vestiduras que rasgarse?
La primera vez que escuch¨¦ a Rosal¨ªa a¨²n no sab¨ªa que sus canciones vuelan lejos de ser solo canciones y que requieren por eso ojos como platos. De modo que los cerr¨¦ como suelo hacer cuando escucho m¨²sica. En absoluto esperaba que aquella voz trenzada de oscuridades a medias me devolviera los grafitis en los soportales noventeros de mi barrio, como flechas indicando sue?os de salida de un laberinto invisible. No confiaba tampoco en recuperar, por espacio de dos minutos y veintinueve segundos, a mis hermanas adolescentes esperando el tren del viernes por la noche, con el eyeliner ligeramente corrido, licra y plataformas para tensar y hacer temblar el and¨¦n ¡ªla galaxia¡ª a su paso: asustar para sentir menos miedo.
Aquellos acordes motores, los rumores en la escalera, la voz en penumbra y el cristalito crujiendo me acertaron, como a millones de fans, en el centro de la diana. Al abrir los ojos e ir penetrando en la selva de im¨¢genes que constituye el universo Rosal¨ªa, la afinidad, el entusiasmo y la emoci¨®n no hicieron m¨¢s que acrecentarse. Tratando desde entonces de ahondar en el porqu¨¦, he llegado a esbozar algunas conclusiones.
La primera de ellas tiene que ver, valga la redundancia, con esa primera vez. El primer contacto ciego con las muchas voces dentro de la voz de Rosal¨ªa Vila Tobella.
Los entendidos ahora lo llaman beat, aunque ya exist¨ªa en todos los descansillos de cualquier adolescencia est¨¢ndar de extrarradio: madres y abuelas que ven¨ªan de campos del sur meneaban la cabeza preocupadas al ver marchar a hijas y nietas rumbo al chundachunda. Suspiraban. Se santiguaban. Golpeaban el rodapi¨¦ con la escoba. Palmeaban, repet¨ªan refranes y entonaban estribillos que a esas hijas o nietas les segu¨ªan zumbando en los o¨ªdos, aunque no lo quisieran o supieran, cuando entraban ¡ªentr¨¢bamos¡ª fingiendo inmunidad en las discotecas de moda. En ese ritmo familiar, la memoria del coraz¨®n intercala adem¨¢s los pasos por el aula de todas las maestras de escuela que nos recitaron poemas con los ojitos brillantes. Me consta que no soy la ¨²nica que en Rosal¨ªa volvi¨® a percibir, sin esperarlo, algo muy parecido a ese beat que fuera canci¨®n de cuna. La vocaci¨®n de aprender a respirar entre lo arcaico y lo futuro, lo mam¨ªfero y lo el¨¦ctrico, ellas y nosotras.
1. Rosal¨ªa lorquiana y hernandiana
Basta aguzar el coraz¨®n cuando Rosal¨ªa canta Que no salga la luna para escuchar de nuevo a aquellas madres y abuelas canturreando coplas, a aquellas maestras explic¨¢ndonos el significado de los s¨ªmbolos en la tragedia en verso Bodas de sangre (1931) de Federico Garc¨ªa Lorca. El mal augurio de la luna brillando como el filo de un arma traicionera. La corona inmaculada de la novia virgen que, al dirigirse al altar, se arroja sin saberlo hacia un abismo de dolor.
La novia de Lorca, recordemos, avanza tocada de flores blancas de azahar. En el cap¨ªtulo 2 (Boda) de El mal querer (2018), la de Rosal¨ªa lo hace coronada de brillantes y de perlas igualmente blancos.
Esa pureza alarmante del color blanco, esa luna mortal y los destellos met¨¢licos resultan, en efecto, arteriales tanto en la po¨¦tica lorquiana como en el universo simb¨®lico de Rosal¨ªa. En Que no salga la luna nos deslumbra el fulgor amenazante de ¨¦sta en anillos, puntas de navaja, hojas de cuchillos y esclavas de plata. Tambi¨¦n, si se mira con detenimiento, en todas y cada una de las visiones convocadas en este ¨¢lbum nocturno ba?ado, desde el principio hasta el fin, por su sutil luz; y en pasajes capitales de ese periplo oscuro hacia un resquicio de claridad que es el disco Los ?ngeles ¡ªesc¨²chese y v¨¦ase, por poner un ¨²nico ejemplo, De plata¡ª.
Basta aguzar el coraz¨®n cuando Rosal¨ªa canta Que no salga la luna para escuchar de nuevo a aquellas madres y abuelas canturreando coplas, a aquellas maestras explic¨¢ndonos el significado de los s¨ªmbolos en Bodas de sangre
A veces, no se sabe bien si esa luna es la verdadera ¡°o es un anuncio de la luna¡±, como escribi¨® otro gran poeta andaluz, Juan Ram¨®n Jim¨¦nez. Mas no importa, mientras alumbre.
Luna, luna.
La misma que nos vigila, adem¨¢s de en Bodas de sangre, desde textos lorquianos tan de todos como el Romance de la luna, luna, muchas veces musicado:
En el aire conmovido mueve la luna sus brazos
y ense?a, l¨²brica y pura, sus senos de duro esta?o.
Huye luna, luna, luna.
Si vinieran los gitanos, har¨ªan con tu coraz¨®n collares y anillos blancos.
Ni?o, d¨¦jame que baile.
Cuando vengan los gitanos,
te encontrar¨¢n sobre el yunque con los ojillos cerrados.
En estos versos, tiembla la tierra bajo los cascos desbocados de los caballos de los gitanos acerc¨¢ndose a la fragua. Los caballos, en Lorca, a menudo se asocian con el deseo sexual arrollador y con la violencia de cierta masculinidad. Volvemos a pre sentirlos y a temerlos, por ejemplo, en la Nana del caballo que no quiso el agua o Nana del caballo grande intercalada en la ya mencionada Bodas de sangre (acto I, cuadro II). Camar¨®n de la Isla la version¨® magistralmente en su m¨ªtico La leyenda del tiempo, del a?o 1979. Cont¨® entonces con el talento del m¨²sico flamenco Jes¨²s Bola para los arreglos. Casi cuarenta a?os despu¨¦s, el mismo Bola ha sido el arreglista de la seguiriya Reniego (cap. 5: Lamento) de El mal querer.
El original de Lorca y la reinterpretaci¨®n de Camar¨®n duelen hasta tal punto que ¡°el caballo se pone a llorar¡±. En Rosal¨ªa, sobrecoge el grito de auxilio de una mujer que ¡°r¨ªe por fuera¡± y llora ¡°por dentro¡±. Ambas versiones, como si de dos caras de la misma moneda de plata se tratara, lanzan al aire un mismo ge mido estremecedor, capaz de romper el coraz¨®n en infinitos espejos ¡ªlos vemos reducidos a a?icos, por cierto, en el videoclip del tema de la artista¡ª.
Pero ?y los caballos? ?D¨®nde y c¨®mo trotan, galopan y re linchan los caballos lorquianos en Rosal¨ªa, si es que lo hacen? Lo hacen. Son el¨¦ctricos. Supers¨®nicos. Motores. Tuneados. Coches, motos y camiones: para ganar carreras, algunas veces; para fingir que se deja ganar y conceder la ilusi¨®n de una relativa ventaja, otras. En cualquier caso, sabemos por el tema Con altura que siempre arrancan con ¡°Camar¨®n en la guantera¡± y que embisten, como la Kawasaki de A pal¨¦, ¡°por seguiriyas¡±.
O como el miura de dos ruedas que derrapa en Malamente. Al hilo del videoclip de este tema plagado de met¨¢foras visuales ¡ªlos capotes urbanos o el nazareno en monopat¨ªn, por citar tan s¨®lo dos¡ª, cabe, por supuesto, seguir teniendo presente a Lorca. Su fascinaci¨®n por la liturgia del toreo, por la religiosidad y por la cultura popular bien lo permite. No obstante, resulta casi imposible evocar la simbolog¨ªa taurina sin reivindicar la huella del alicantino Miguel Hern¨¢ndez, miembro de la Generaci¨®n del 27, ¡°poeta del pueblo¡± en cuya obra el toro sintetiza lo bello y lo terrible tanto del ser humano como del devenir espa?ol: amores, deseo, belleza, nobleza, furia, valor, dolor, destino, infortunio, muerte.
Observamos todos esos rostros de la vida, que a su vez nos observan fijamente, en Rosal¨ªa. Deteng¨¢monos a continuaci¨®n en el ¨²ltimo de ellos.
2. Rosal¨ªa eleg¨ªaca y matrioska
La muerte parece, sin lugar a dudas, el tema principal de Los ?ngeles (2017), que podr¨ªa por lo tanto clasificarse de trabajo eminentemente eleg¨ªaco. La austeridad de su est¨¦tica en blanco y negro, su asociaci¨®n con el Guernica de Picasso en una de sus puestas en escena m¨¢s memorables y la sobriedad sonora ¡ªla voz de la artista acompa?ada en exclusiva por la guitarra espa?ola de Ra¨¹l Refree¡ª parecen subrayar esta dimensi¨®n eleg¨ªaca.
El t¨ªtulo mismo nos remite a las ideas de fe y de tr¨¢nsito divinos. La ¨®pera prima de Rosal¨ªa se abre, de hecho, con el sonido angelical de una voz infantil recitando titubeante a la Ni?a de los Peines: ¡°Toma este pu?al dorado / Y ponte t¨² en las cuatro esquinas...¡±. No es en absoluto casual la elecci¨®n de ese ni?o o de esa ni?a para el primer corte del disco. Con su presencia nueva, reci¨¦n estrenada, nos situamos en el ed¨¦n perdido, antes de todos los pecados y de la invenci¨®n misma del llanto. Al inicio de la Odisea. En el nacimiento del r¨ªo. Muy lejos a¨²n de ¡°ese mar que es el morir¡±, en palabras del poeta medieval Jorge Manrique en las celeb¨¦rrimas Coplas a la muerte de su padre (1483).
Para arribar a la absoluci¨®n del limbo que nos aguarda a todos por igual en la desembocadura al oc¨¦ano ¡ªen este disco, se corresponde con las pistas und¨¦cima y duod¨¦cima: Redentor y I See a Darkness, respectivamente¡ª, hemos de explorar cada recodo del camino. Teniendo en cuenta el potente caudal de simbolismo religioso que contiene el n¨²mero doce, no parece arbitrario que dicha senda discurra precisamente por una docena de temas. Doce eran los ap¨®stoles de Jes¨²s, doce los Frutos del Esp¨ªritu Santo y doce las puertas de la Jerusal¨¦n celeste, custodiadas por doce ¨¢ngeles que esperaban a las doce tribus nacidas de los doce hijos de Israel, abocadas a vagar por los desiertos.
A lo ancho de una docena de temas, pues, confirmamos que en el viaje se suceden la aspereza implacable de la llanura y los oasis. Afectos y soledades, encuentros y p¨¦rdidas, guerras y treguas, ¨¢rboles y aves que, a pesar del llanto, se obstinan en seguir cantando ocultas en ¡°la verde oliva¡±. Verde esperanza, andaluz y lorquiano, una vez m¨¢s.
El mensaje de ese color, sumado a la menci¨®n del olivo ¡ª¨¢rbol longevo donde los haya¡ª, permite regresar al influjo hernandiano y descubrir que Los ?ngeles, contrariamente a lo que pueda parecer en un primer momento, en realidad no versa en exclusiva sobre la muerte. Porque la muerte nunca existe por s¨ª sola, sino hondamente imbricada en la vida. De modo que lo que vertebra el ¨¢lbum son los tres grandes temas de toda creaci¨®n o las tres heridas existenciales que cantara el poeta de Ori huela:
Con tres heridas yo:
la de la vida,
la de la muerte,
la del amor.
Hablando en plata ¡ªnunca mejor dicho¡ª, Los ?ngeles trata tanto de la vida como de su p¨¦rdida, y del amor: de aprender a vivir y de lograr amar incluso en la muerte o en su inevitable cercan¨ªa.
Y Rosal¨ªa los aborda proponiendo su personal actualizaci¨®n de una serie de cantes flamencos antiguos ¡ªalegr¨ªas, fandangos, tangos, saetas...¡ª o, dicho de otra manera, de un conjunto de poemas cantados de honda raigambre popular.
Resulta l¨®gico que la m¨¦trica de las reinterpretaciones de Los ?ngeles recoja con soltura el testigo folkl¨®rico de las formas populares comunes del cancionero cl¨¢sico flamenco y espa?ol
Resulta, pues, l¨®gico que la m¨¦trica de las reinterpretaciones de Los ?ngeles recoja con soltura el testigo folkl¨®rico de las formas populares comunes del cancionero cl¨¢sico flamenco y espa?ol. Encontramos, por ejemplo, sextetas o cuartetas. El tema Por mi puerta no lo pasen ofrece un emocionante ejemplo de este ¨²ltimo tipo de estrofa, compuesta por cuatro versos octos¨ªlabos con rima consonante de esquema ABAB:
Ya yo he dicho que a tu entierro
No lo pasen por mi puerta
Porque mirarte no quiero
A la carita ni viva ni muerta.
M¨¢s ac¨¢ de los aspectos formales ¡ªmerecer¨ªan un an¨¢lisis exhaustivo por s¨ª solos, que dejaremos para otra ocasi¨®n¡ª, lo capital parece comprender que Los ?ngeles vibra po¨¦ticamente en un plano ret¨®rico y simb¨®lico. Tambi¨¦n El mal querer. Resulta posible e interesante rastrear una poeticidad com¨²n a ambos trabajos, que constituyen de este modo los cimientos de un s¨®lido universo po¨¦tico con nombre propio, engarzado de tradici¨®n e innovaci¨®n.
Aletean querubines, por ejemplo, en ambos discos. En el debut de Rosal¨ªa, se trata de una presencia marcadamente polif¨®nica. Se acierta a escuchar un coro de voces ser¨¢ficas doli¨¦ndose a las puertas de la muerte, propia o tan cercana que afecta como tal. Destacan el joven dueto de los hu¨¦rfanos de madre en Nos quedamos solitos, el ¡°hermanico¡± querido que asciende al cielo en D¨ªa 14 de abril o la joven hija de Juan Sim¨®n en la pista 10.
En el cap¨ªtulo 9 de El mal querer resuenan de alg¨²n modo ecos de ese coro celestial, convertido en estremecedora Nana al hijo perdido y entonada por una madre rota por el luto cuyas l¨¢grimas lava la lluvia: ¡°Detr¨¢s de cada gota, te mira un ¨¢ngel¡±. La fatalidad de la muerte sobrevenida en la flor de la vida o el peso de la vida a¨²n por vivir, aspirando a cierta ligereza y a la lumbre a pesar del trauma de la muerte tempranamente descubierta, se nos muestran desnudos en ambos trabajos.
Algo similar ocurre con la reflexi¨®n amorosa, pluralmente entendida. Hay en Rosal¨ªa amores rom¨¢nticos, destructores como ciclones; amores filiales, amores espirituales y, por fin, amor propio.
Para llegar a este ¨²ltimo y experimentar el renacimiento, el empoderamiento, la libertad y la metamorfosis ¨ªntima, en definitiva, que el amor propio procura, se aborda la necesidad de padecer primero el calvario y los m¨²ltiples barrotes del amor t¨®xico. En la apertura de Preso (cap. 6: Clausura), la voz de la actriz Rossy de Palma lo resume como sigue:
Bueno, yo por amor, uf, bueno, hasta baj¨¦ al infierno
Eso s¨ª, como sub¨ª con dos ¨¢ngeles
(Duele, duele, duele, duele)
Pues, no me arrepiento de haber bajado
Pero bajar, baj¨¦, ?eh!
Bajar, baj¨¦
(Duele, duele, duele, duele).
Las im¨¢genes del infierno y de la prisi¨®n se relacionan con t¨®picos literarios cuyos or¨ªgenes se remontan a la Francia medieval y a los preceptos del amor cort¨¦s, que volveremos a evocar en el ep¨ªgrafe 3. En la tradici¨®n po¨¦tica cl¨¢sica, las composiciones que juegan con la alegor¨ªa del amor como prisi¨®n se denominan ¡°carceleras¡±. En efecto, ese bagaje queda patente en composiciones como Di mi nombre (cap. 8: ?xtasis), donde se contorsiona la amante literalmente encerrada y esposada; o como A ning¨²n hombre (cap. 11: Poder), que nos sit¨²a en el momento exacto de la asunci¨®n con estos versos:
Hasta que fuiste carcelero
Yo era tuya, compa?ero
Hasta que fuiste carcelero
La estaci¨®n central del v¨ªa crucis, del purgatorio o de la peregrinaci¨®n desde la c¨¢rcel de amor a la liberaci¨®n ser¨ªan los celos, explorados con lucidez por la artista catalana en ambas propuestas. Los ojos-pu?ales que hienden el pecho del amante celoso en Pienso en tu mir¨¢ (cap. 3: Celos) acechaban ya en Los ?ngeles, en el tema D¨ªa 14 de abril:
Cuando me miras, me matas
Y si no me miras m¨¢s
Cuando me miras, me matas
Son pu?ales que me clavas
Y los vuelves a sacar
Y los vuelves a sacar.
Ocurre que, en El mal querer, esta met¨¢fora ¡ªpopular, flamenca y lorquiana donde las haya¡ª se moderniza visualmente de forma radical, como ya lo hicieran toros y caballos. Los ojos-pu?ales se trocan, por arte de celos, en modernas armas de fuego, porras y armas blancas de todo tipo esgrimidas en un paisaje industrial hecho de hormig¨®n, remolques, pal¨¦s y containers.
Quiz¨¢s haya que buscar una de las claves del ¨¦xito rotundo de la ret¨®rica de Rosal¨ªa justo en esa antagon¨ªa, en esa oposici¨®n, en esa mudanza de elementos variados de la tradici¨®n a?eja al horizonte contempor¨¢neo, urbano, obrero y poligonero. A muchas ese decorado nos recuerda d¨®nde permanecen enterradas nuestras ra¨ªces.
En mi barrio, cuando empec¨¦ a adentrarme en los milagros de la poes¨ªa, a¨²n donde no llegaba el metro y los libros de texto, nos ense?aban a buscarla quietecita en una torre de marfil. Pero el vuelo, en cuanto las ni?as nos d¨¢bamos media vuelta o fing¨ªamos cerrar los ojos para hacernos las dormidas, iba adem¨¢s ¡ªsobre todo¡ª por lejanos derroteros. La poes¨ªa sobrevolaba nuestras ciudades dormitorio, los descampados, los hangares, las gr¨²as, las f¨¢bricas y los pasos elevados, tambale¨¢ndose sobre las carreteras de circunvalaci¨®n.
Encuentro que hablar exclusivamente de m¨²sica al hablar de Rosal¨ªa ser¨ªa como considerar s¨®lo la parte esperada de aquel vuelo. Negar lo salvaje y que la mariposa po¨¦tica, se pongan como se pongan los acad¨¦micos, se las arregla para lograrse a s¨ª misma donde y como nadie la aguarda.
La poes¨ªa ¡ªla buena poes¨ªa¡ª sorprende. Brinca. Se disfraza. Aletea con igual brillo donde le da la real gana: en la flor o en el barr(i)o. En un endecas¨ªlabo o en un videoclip. En el Palace o en el chino. Decirle donde debe hacer un alto equivaldr¨ªa a disecarla.
Reducirla a estrecheces can¨®nicas implicar¨ªa afirmar que s¨®lo entre las altas murallas inmaculadas de los grandes mu seos cabe el arte o que la m¨²sica resuena exclusivamente en los refinados escenarios de las ¨®peras. Artificialidad. Taxidermia. Har¨ªa falta caminar bajo este sol con el coraz¨®n herm¨¦tico para pensar as¨ª. ?Qu¨¦ dif¨ªcil, latiendo sangre, respirar de ese modo!
Defiendo que la obra de Rosal¨ªa rebosa poes¨ªa. El argumento que [sus detractores] esgrimen en sus juicios es tan manido como sopor¨ªfero: la pureza. ?A qui¨¦n le importa la pureza?
Defiendo que la obra de Rosal¨ªa Vila Tobella, tambi¨¦n en ese sentido, rebosa poes¨ªa. Me acuerdo, tecleando esta ¨²ltima frase, de una pol¨¦mica antolog¨ªa de poetas aragonesas que se public¨® ya hace algunos a?os en Zaragoza. La cantante Eva Amaral estaba incluida en la n¨®mina de autoras. Personalmente, me pareci¨® un gran acierto. ?Qu¨¦ pasar¨¢ cuando a alguien se le ocurra la osad¨ªa de incluir a Rosal¨ªa en una antolog¨ªa de poes¨ªa reciente espa?ola? ?Les quedar¨¢n a los puristas vestiduras que rasgarse? El argumento que con mayor vehemencia esgrimen en sus juicios es tan manido como sopor¨ªfero: la pureza. ?A qui¨¦n ¨¢ngeles le importa la pureza? ?Muera la pureza y sigan los puristas pasando fr¨ªos! Existen pocos poemas m¨¢s hermosos que un uniforme hecho trizas.
Esa pulsi¨®n de desgarro recorre la totalidad del trabajo de Rosal¨ªa. Tiene que ver con el movimiento de la mirada que se desborda a s¨ª misma: vertical, ancha, porosa y el¨¢stica. Ojos que todo lo cuestionan, devoran y redefinen. No entienden de pre juicios. O tal vez s¨ª, pero escogen en su lugar la alegre desmesura. La sorpresa en construcci¨®n. La poeticidad del contraste. La hermosura de la adulteraci¨®n. Los extremos. La hibridaci¨®n abierta. El sincretismo. El reciclaje. La permeabilidad. El mestizaje. La mixtura. La impureza. Lo plural. Lo cosmopolita. Lo charnego. Lo criollo. El viaje, en fin, por lo abisal de las cuatro esquinas del mapa: por esos cuatro angelitos de la guarda que nos velaban la cama cuando, reci¨¦n inventadas, aprend¨ªamos a aprender a cantar y, lo que es m¨¢s importante, a jugar a reinventarnos. As¨ª, en may¨²sculas.
En los espejos que Rosal¨ªa juega a ponernos ante los ojos cerrados se dan la mano infinitas mujeres. Hijas, madres y abuelas, como ya sabemos. Tambi¨¦n brujas negras de los juicios de Salem. Inmaculadas azulinas de Murillo. Barrocas Mar¨ªas Magdalenas esculpidas por Pedro de Mena. Dolorosas sevillanas. Majas goyescas. Gitanas de Julio Romero de Torres. Nazarenas con tacones. Diosas que Miguel ?ngel se olvid¨® de pintar, al otro lado de la mano extendida de Ad¨¢n, en los frescos de la Capilla Sixtina. Adolescentes anud¨¢ndose el hiyab a la puerta del instituto. Fridas con la doble columna rota en mil pedacitos de noche llena.
La artista ensambla una po¨¦tica que desbarata toda l¨®gica jer¨¢rquica y logra aunar, en un eficaz caos creativo, un enjambre de apariciones y ecos de muy diversas latitudes. El resultado es una fiesta de los sentidos, como ocurre con todo buen poema. Esa celebraci¨®n nos habla tambi¨¦n de la esencialidad de la poes¨ªa. Incluso cuando golpea o desgarra, la l¨ªrica se alza en brindis. Levantar la copa cuando m¨¢s duele es comenzar a curarse. Por eso, al pensar en grandes poemas o en las mejores canciones de Rosal¨ªa, algunas vemos esa trenza laaarga por donde se escapan las princesas cautivas de los cuentos.
Y pensamos en conjuros donde retumban palabras como palimpsesto o crisol. En vestidos que se ensanchan para que todas quepamos dentro. En ese prodigio po¨¦tico que son las mu?e quitas rusas. Eso es: como en una matrioska. Exactamente as¨ª se imbrican en el poema de Rosal¨ªa los compases todos, desde el pop a lo sacro, pasando por los ritmos sintetizados, latinos, raperos, traperos, callejeros; la literatura, las artes pl¨¢sticas, la performance, la fotograf¨ªa, la interpretaci¨®n, la escenograf¨ªa, la danza, la moda, el folklore...
La artista ensambla una po¨¦tica que desbarata toda l¨®gica jer¨¢rquica y logra aunar, en un eficaz caos creativo, un enjambre de apariciones y ecos de muy diversas latitudes
?Qu¨¦ hay m¨¢s po¨¦tico? No sobra recordar, llegadas a este punto, la etimolog¨ªa del t¨¦rmino poes¨ªa, pues insin¨²a sendas posibles donde ensanchar a¨²n m¨¢s la respuesta al interrogante: no es ning¨²n secreto que ¦Ð¦Ï¦É?¦Ç¦Ò¦É? proviene del verbo griego ¦Ð¦Ï¦É¦Å¦É?¦Í, cuyo significado apela a crear. Construir. Y, sobre todo, hacer.
3. Rosal¨ªa m¨ªstica y cort¨¦s
Es cosa sabida que el amor se hace. Para los poetas m¨ªsticos, el amor se hace retir¨¢ndose al silencio, desapeg¨¢ndose de los placeres mundanos, manteniendo viva la llama de la fe hasta confrontar la ¡°noche oscura del alma¡±, estremecedora y perfecta, donde el hombre se une al fin con Dios. Rosal¨ªa homenajea esta tradici¨®n revisitando en Aunque es de noche uno de los poemas cumbres del m¨ªstico castellano San Juan de la Cruz, ya versionado por el flamenco Enrique Morente en los a?os ochenta. ?A nadie m¨¢s le parece un milagro que millones de personas de todo el mundo entonen con fervor, seis siglos despu¨¦s, la plegaria iluminada del santo de ?vila?
Que bien s¨¦ yo la fonte que mana y corre, aunque es de noche.
Aquella eterna fonte est¨¢ escondida, que bien s¨¦ yo do tiene su manida, aunque es de noche...
Aproximadamente dos siglos antes de que San Juan de la Cruz rezara estos versos en una c¨¢rcel toledana, all¨¢ por el a?o 1578, manos an¨®nimas escribieron en lengua occitana esa nove la an¨®nima, en verso, en cuya hero¨ªna ¡ªla desdichada Flamenca¡ª sabemos que se inspira El mal querer.
El peregrinar amoroso de Flamenca no se comprende sin el contexto de los tratados po¨¦ticos medievales sobre el ?fin¡¯ amors?, los amores ¡°de lejos¡± o ¡°de o¨ªdas¡± y, en fin, los preceptos del amor cort¨¦s o buen amor. Es preciso pensar, para entender a Flamenca, en juglares y en trovadores, en un mundo donde la poes¨ªa irrigaba todas las artes. De modo especial, se impone recordar al primer trovador conocido en lengua occitana, Guillermo IX de Aquitania, para quien el buen querer pasaba por crear, construir, hacer canciones-poemas ¡°non er de mi ni d¡¯autra gen¡±, es decir, ¡°ni de uno mismo ni de los dem¨¢s¡±. Versos en tonados ¡°durmiendo a lomos de un caballo¡±, que trataran ¡°sobre el infierno de nuestro amor y sobre el para¨ªso de nuestro amor¡±, ¡°dulces y da?inos¡± por igual. As¨ª lo abrevia Loquillo en un curioso tema repleto de gui?os a la composici¨®n m¨¢s c¨¦lebre del duque de Aquitania ¡ªcon letra del poeta Luis Alberto de Cuenca¡ª. Y, por supuesto, hay que evocar a la reina Leonor de Aquitania, nieta de Guillermo IX: mujer, poeta, guerrera, mecenas, amante, poderosa, herida, juzgada, libre...
4. Rosal¨ªa criolla y can¨ªbal
No dir¨¦ nada nuevo, pero igualmente me autorizo a pronunciarlo: Rosal¨ªa, al metabolizar desde la frescura todas estas ¡ªy otras¡ª influencias heterog¨¦neas, democratiza poes¨ªa, flamenco y creaci¨®n en general. Arranca el cercado de los cotos vedados de la tradici¨®n. Sostiene que la ortodoxia, lo castizo, lo selecto y lo inmaculado valen poco. Seamos cristalinas: nada. Lo que se impone como importante, en cambio, es desguazar las puertas del templo para quienes no nacimos dentro. Invitarnos a entrar con los zapatos que traigamos de casa, o incluso con los pies descalzos. Pero entrar. Pasearnos por los altares con los ojos muy abiertos, sin mapa, las manos extendidas; y, sobre todo, sin temor a quebrar las estatuas al rozarlas.
Rosal¨ªa, al metabolizar desde la frescura todas estas ¡ªy otras¡ª influencias heterog¨¦neas, democratiza poes¨ªa, flamenco y creaci¨®n en general
De este modo, siguiendo libre de culpa las miguitas el¨¦ctricas de pan, se puede ir llegando, como acabamos de ver, a Lorca, Hern¨¢ndez, Juan Ram¨®n, San Juan de la Cruz, Guillermo IX, Leonor de Aquitania, Camar¨®n de la Isla, Manuel Vallejo, Tom¨¢s Pav¨®n, Pepe Marchena, Rafael Farina, La Repompa de M¨¢laga, Gabriel Macand¨¦, Enrique Morente... Poco importa que se llegue tarde, mientras se llegue bien, con ¨¢nimo de quedarnos a comprender.
Desde los acelerones o frenazos que se escuchan en muchos de sus temas es imposible no deslizarse a los milagros del caj¨®n, el zapateo que exorciza toda pena y el lirismo del palmeo. Descubrir que no hay emoci¨®n comparable a la sentida cuando la bailaora se golpea el pecho o el muslo, zapatea, da palmas; que el sonido y el oscilar del cuerpo ¡ªla m¨¢s primitiva y sublime de las percusiones¡ª conmueven como el soneto m¨¢s perfecto. Encontrar intacto bajo los samples ese quej¨ªo antiguo del verso que pugna por encontrar un idioma para lograrse. Cuerpos para tiritar.
En el temblor se advierte, por cierto, tanta fragilidad como punta de lanza. La explicaci¨®n po¨¦tica, por ejemplo, a esas u?as kilom¨¦tricas decoradas con manicuras vertiginosas, en apariencia siempre a punto de quebrarse. Menos mal que las apariencias enga?an. En lugar de romperse, centellean con el brillo de mil cotas de malla. La joya, ante el miedo, se torna arma capaz de rasgar y clavarse como las garras o los colmillos de un animal amenazado.
El imaginario de Rosal¨ªa, una vez desbordada la angostura del concepto mismo de poema, se sostiene sobre esa verticalidad siempre perseguida, pero de inagotable resiliencia. Erguirse a pesar de todo y de todos. Como el bamb¨² que tiende hacia el cielo y tal vez se inclina, mas se niega a romperse bajo el vendaval. Sabe aprovechar la violencia del medio, llegado el caso, para volverse daga.
Es justo aclarar que el hallazgo de esta potente imagen de la mujer-bamb¨² inquebrantable, guerrera, en constante pugna contra la horizontalidad de la derrota y del victimismo, se la debo a un poeta antillano de expresi¨®n franc¨®fona: el guadalupe?o Daniel Maximin.
La hero¨ªna Rosal¨ªa encaja en ese arquetipo de la ¡°mujer bamb¨²¡±, enraizada en la fragilidad pero capaz de crecer hasta ganarse el nombre de potomitan. Con esta palabra fascinante se refieren en criollo de Hait¨ª al pilar central e inquebrantable que sostiene los templos vud¨²es, lugares por excelencia del culto a lo h¨ªbrido.
Toda creaci¨®n conlleva cierta apropiaci¨®n. Alquimia. Asimilaci¨®n. Masticaci¨®n. Nutrici¨®n. Que la digesti¨®n sea buena o mala, al igual que ocurre en la mesa, depende de multitud de factores: el hambre, el plato, la(s) mano(s) que cocina(n)...
La matriz de la criollidad amplia y ricamente entendida esconde otra llave maestra para esclarecer la mara?a que envuelve el fen¨®meno Rosal¨ªa. Para recordar que nunca escribimos, pintamos, dibujamos, danzamos, componemos, fotografiamos, cantamos, representamos o esculpimos ¡ªo todo a la vez¡ª desnudos de genealog¨ªa, sino siempre saltando entre islas. O, mejor dicho, con las islas a cuestas.
Toda creaci¨®n, pues, conlleva cierta apropiaci¨®n. Alquimia. Asimilaci¨®n. Masticaci¨®n. Nutrici¨®n. Que la digesti¨®n sea buena o mala, al igual que ocurre en la mesa, depende de multitud de factores: el hambre, el plato, la(s) mano(s) que cocina(n)...
En Rosal¨ªa, fascinan sobremanera el apetito voraz, pantagru¨¦lico; la capacidad de nutrirse al tiempo en los mercados populares y en las cocinas de palacio; la pericia para sazonar en la medida exacta de picante lo agridulce, de salado lo amargo y viceversa; la intuici¨®n para propinar los bocados adecuados en el momento preciso, metaboliz¨¢ndolos siempre en nueva avidez po¨¦tica.
?En el momento preciso? Quiz¨¢s ser¨ªa m¨¢s apropiado escribir ¡°en el lugar preciso¡±. Contin¨²o pensando ¡ªdeformaci¨®n filol¨®gica¡ª en las literaturas caribe?as criollas. M¨¢s concretamente, en el Manifiesto antrop¨®fago, un ensayo po¨¦tico firmado por el poeta brasile?o Oswald de Andrade (1890-1954) en los a?os veinte del siglo pasado y que sirvi¨® de inspiraci¨®n a la novelista caribe?a Maryse Cond¨¦ para escribir un libro apasionante so bre la forja en libertad de una mujer artista: Histoire de la femme cannibale (2003).
El Manifiesto propone un ant¨ªdoto brillante contra la medio cridad creadora, un m¨¦todo infalible para desbordar la rigidez opresora de los moldes impuestos. Sugiere al artista emular metaf¨®ricamente a los indios tup¨ªes, adaptando al proceso creativo una peculiar costumbre: el canibalismo selectivo. Los tup¨ªes, al parecer, cre¨ªan que cocinar el coraz¨®n de sus opresores los volv¨ªa mejores: m¨¢s aguerridos, nobles, inteligentes, bellos, ?gigantes! Ante la imposibilidad art¨ªstica de partir de la tabula rasa, la soluci¨®n creadora para el oprimido pasar¨ªa, seg¨²n de Andrade, por explorar incluso los polos m¨¢s opuestos con apetito de saborear cada mendrugo de fuerza y de hermosura posibles.
En Rosal¨ªa, en fin, nos vive una poeta tup¨ª a quien felizmente s¨®lo le interesa explorar eso que no es del todo suyo. Ni de nadie.
Tupi or not tupi, that is the question.
Martha Asunci¨®n Alonso es poeta y fil¨®loga. Este texto est¨¢ incluido en La Rosal¨ªa. Ensayos sobre el buen querer (Errata Naturae), que llega este lunes a las librer¨ªas.
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