El rastro de la nieve en tu sangre
Avanzamos uno de los relatos contenidos en el nuevo libro del autor mexicano Antonio Ortu?o, ¡®Esbirros¡¯, que llega este mi¨¦rcoles a las librer¨ªas espa?olas
Despu¨¦s de ganar en 2017 el V Premio Ribera del Duero con el libro ¡®La vaga ambici¨®n¡¯, este 7 de abril llega a las librer¨ªas espa?olas ¡®Esbirros¡¯, el nuevo libro de cuentos del escritor mexicano Antonio Ortu?o (Jalisco, 1976). Un conjunto de relatos editado por P¨¢ginas de Espuma que exploran la doble condici¨®n de v¨ªctima y victimario que todo individuo lleva dentro, a trav¨¦s de una serie de personajes que a veces oprimen y otras son oprimidos.
Avanzamos ¨ªntegro uno de esos relatos, titulado ¡®El rastro de la nieve en tu sangre¡¯.
El imb¨¦cil de Caruso lleg¨® tarde. Lo digo aunque no hab¨ªamos acordado cita alguna y ni siquiera est¨¢bamos en contacto antes de aquella noche. No: Caruso lleg¨® tarde, en realidad, para evitar que recayera luego de ocho a?os. Una hora tarde, cuando la nieve, el polvo maldito, hab¨ªa invadido mi sistema.
Me explico. Durante mis tiempos juveniles me aficion¨¦ al consumo de nieve y luego, no sin pasar por noches de sudor, aullidos y v¨®mitos, la dej¨¦. Ocho a?os dur¨¦ limpio, ocho a?os como ocho soles. Consegu¨ª separarme de la costra de amistades ineptas con que se suele revestir un consumidor incluso al precio de no tener con quien salir. Fui capaz de tolerar la enfermedad y muerte de mi madre y la partida de mi hermana Clarita, que se apag¨® como una santa en brazos de su esposo, sin entregarme a los consuelos de la nieve. Dej¨¦ de preocupar a los jefes en la agencia de publicidad en la que trabajaba (esos fariseos igual consum¨ªan, pero se?alaban con el dedo a cualquier empleado con huellas de vivir la noche como ellos lo hac¨ªan) y me convert¨ª en ejemplo de readaptaci¨®n.
Pero la inercia conspir¨® en mi contra. Por respeto a mi condici¨®n de remiso dej¨¦ de ser convocado a las fiestas de oficina, me alej¨¦ de los jefes y termin¨¦ arrinconado, primero, y olvidado despu¨¦s. Me recordaron apenas a tiempo para pedirle al guardia, una tarde, que me acompa?ara a la puerta y revisara que todos los objetos apilados en mi caja de cart¨®n me pertenecieran. Me echaron, s¨ª.
Sobrevinieron quince meses de exilio. Busqu¨¦ amigas en la red y las inund¨¦ con mensajes incitantes que declinaron responder. Cuaj¨¦ de curriculumsvitae los correos de cada ejecutivo de cada agencia de la ciudad, tecleando incluso al azar (Fito Caruso, por ejemplo, pod¨ªa haber tenido la direcci¨®n fitocarusoarrobapublitechpuntocom o fcaruso o f.caruso o incluso fito.caruso, sin descartar la confianzuda carusoarroba).
Y una noche, reconciliado con los dudosos amigos de mi etapa de consumidor, flaque¨¦. Hugo, al calor de los tragos y unas cuantas partidas de billar, me llev¨® aparte. Tengo algo, si quieres. Las miradas de todos los presentes se encajaron en mi nuca. Hubo gestos de incredulidad cuando inclin¨¦ la cabeza en se?al de aceptaci¨®n. Hugo se apresur¨® a conducirme a la bodeguita de los viejos tiempos, la de siempre, se rebusc¨® en los bolsillos y, luego de pelear a oscuras contra s¨ª mismo y su torpeza, ofreci¨® un montoncito de nieve en la esquina de una credencial. Lo aspir¨¦. Un corifeo de rostros pasmados me recibi¨® al salir. Mi espinazo se sacud¨ªa.
Una hora despu¨¦s apareci¨® por el bar Paco Caruso, elegante y derrochador. Acababa de mudarse a una nueva agencia, mayor y poderosa y se acerc¨® sin pesta?ear a mi lado. Necesito que te vengas conmigo, viejo. Haces unas pruebas sencillas lunes y martes y el mi¨¦rcoles est¨¢s trabajando. ?Te parece?
Una hora tarde, hijo de puta. Una hora tarde.
***
Me sab¨ªa condenado. Despert¨¦ con las p¨²as de la culpa clavadas en el est¨®mago. Hab¨ªa sobrevivido de ahorros precarios y trabajos de freelance. Y ahora Caruso era mi salvaci¨®n y mi condena. Si su agencia ped¨ªa an¨¢lisis de sangre a sus futuros empleados era porque sus gerifaltes conoc¨ªan de sobra la afici¨®n del gremio a meterse ilegalidades por las narices. Y ese examen no hab¨ªa modo de pasarlo.
Incurr¨ª en la resignaci¨®n. Rec¨¦ sin fe oraciones elegidas entre las tinieblas de la memoria (comenc¨¦ con el padrenuestro y depar¨¦ en el avemar¨ªa y el angelito de la guarda). Me sac¨® la sangre una laboratorista de seriedad cient¨ªfica apertrechada tras unas gafas interminables. Mir¨¦ marchar mi sangre en la jeringa con un dejo de conmiseraci¨®n. Eran las siete de la ma?ana y no hab¨ªa desayunado. El juguito de naranja me supo como le debe haber sabido el vinagre a Jesucristo, all¨¢ en su cruz.
El martes despert¨¦ dos horas antes de lo necesario. Camin¨¦ a las oficinas de la agencia. Eran esplendorosas, admirables. Deambul¨¦ hasta el despacho de reclutamiento a donde se me hab¨ªa indicado presentarme. Ten¨ªa la ficha doce y, abri¨¦ndome paso entre solicitantes adormilados con gestos de mensajeros y afanadores, me aposent¨¦ en una silla. De inmediato asom¨® por la puerta una jovencita, pronunci¨® mi nombre y me hizo pasar. Soy la licenciada Ana Ch¨¢vez, dijo con una reverencia. Era morena, delgada, el cabello estirado en una coleta impecable. Sonre¨ªa con delicadezas de hada. Caruso pidi¨® que te atendiera. Sonre¨ª sin fuerza. Ocho a?os limpio y destroc¨¦ el Universo una hora antes de que el cielo se abriera para m¨ª. Me suicid¨¦ cuando despuntaba el amanecer.
Ocho a?os limpio y destroc¨¦ el Universo una hora antes de que el cielo se abriera para m¨ª. Me suicid¨¦ cuando despuntaba el amanecer.
Entregu¨¦ el cartapacio con mis documentos, que la bella Ana examin¨®. Se humedeci¨® los labios con una lengua m¨ªnima de gato y tembl¨¦. Formul¨® unas preguntas sobre experiencia y aptitudes y sin mostrar reacci¨®n ante mis desplantes de megaloman¨ªa (yo era el que hac¨ªa moverse la agencia, dije sin sonrojo) me pidi¨® dibujar un hombre y una mujer en una papelito. Tendr¨ªas que posar para m¨ª, repuse, perdida ya la dignidad. Ah, sabes dibujar. No. Pero soy un fot¨®grafo de antolog¨ªa. Celebr¨® el t¨¦rmino con otra risita. Nadie responde as¨ª una entrevista, advirti¨®. Yo s¨ª. Bueno, no creo que vuelvas a ped¨ªrmelo: arriba hay chicas muy guapas. No soy tan f¨¢cil, fing¨ª indignarme. Ella sonri¨®.
Tocaron a la puerta. Un mensajero tra¨ªa unos sobres plastificados con el r¨®tulo del laboratorio. Tus resultados, dijo ella, y abandon¨® la pila de an¨¢lisis junto al tel¨¦fono. ?Mi sangre? La tuya y la de otros cinco. El laboratorio manda los resultados y una interpretaci¨®n en caso de ser necesaria. Qu¨¦ necesidad. Ocho a?os perdidos, el cielo mismo desperdiciado.
Cerr¨¦ los ojos. Quiz¨¢ Hugo no me hab¨ªa dado polvo sino un placebo, aspirina, algo que le permitiera re¨ªrse de m¨ª. Quiz¨¢ la cantidad de nieve en mi sangre ser¨ªa m¨ªnima, infinitesimal, comparada con la de cualquier otro aspirante (esencialmente por eso, porque todos aspiraban). Quiz¨¢ Ana, movida por la curiosidad ante el cuarent¨®n que le coqueteaba, decidir¨ªa ocultar el examen. Nadie ten¨ªa por qu¨¦ saber el resultado, en el fondo. La luz me pic¨® las pupilas al levantar los p¨¢rpados. El cerebro se me contoneaba. Me encantas, licenciada Ana, dije con una voz aflautada que no parec¨ªa m¨ªa. Deber¨ªas aceptarme un caf¨¦. Y acostarte conmigo.
Ah¨ª estaba: la condena.
Ella no me prestaba la menor atenci¨®n. El sobre, a mi nombre, abierto en sus manos. Miraba la hoja blanca sin parpadear. Sus ojos saltaron entre el papel y mi rostro. Estaba, c¨®mo no inferirlo, horrorizada. Se llev¨® una mano a la boca, tap¨¢ndosela.
Quiz¨¢ es el tumor familiar, el que se llev¨® a mi madre y la pobre de Clarita, me dije. Quiz¨¢ hay tiempo de dormir con Ana, todav¨ªa.
?Es la nieve, no? Mi voz se perdi¨® en el puro babeo.
Ella no respondi¨®.
Esbirros
P¨¢ginas de Espuma, 2021
112 p¨¢ginas, 14 euros
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