?Por ahora o para siempre?
El tapabocas no es favorable a di¨¢logos extensos, sino a los que trasmiten un mensaje o una informaci¨®n precisa
El domingo 21 de marzo empez¨® el BAFICI, festival de cine de Buenos Aires. La inauguraci¨®n tuvo lugar en el cine Gaumont y ¨¦ramos pocos, muy pocos, los que autorizaba el aforo y dispon¨ªa el miedo. El Gaumont fue renovado durante los meses anteriores y su fachada nunca se vio tan reluciente, como si los vidrios y travesa?os de acero fueran nuevos. Todos los d¨ªas segu¨ª el avance de las obras, con una mezcla de alegr¨ªa y nostalgia futura, como sucede con la renovaci¨®n de una vieja fachada familiar. En este cine he visto infinitas pel¨ªculas y grandes retrospectivas, que alcanzaron el mismo ¨¦xito que la de Pere Portabella, que organiz¨® Quint¨ªn, y la de Straub-Huillet, que organiz¨® Sergio Wolf, en recintos m¨¢s atildados. Ambas fueron grandes momentos de la cultura europea en Am¨¦rica. Pero en el viejo Gaumont siempre ocurr¨ªa algo interesante.
Este a?o, la inauguraci¨®n le toc¨® a un ensayo musical e hist¨®rico de Mariano Llin¨¢s. Un filme original. Pero lo m¨¢s inesperado fue que pudi¨¦ramos estar all¨ª esas 100 personas, los invitados, unos pocos directores, cin¨¦filos tenaces que antes de perder el comienzo del BAFICI prefieren correr riesgos.
Camin¨¦ hasta el cine sin la electricidad de todas las inauguraciones. La tarde ca¨ªa luminosa y calma, ideal para llegar por la avenida de Mayo hasta el Gaumont. Sin embargo, algo me faltaba, porque en la puerta del cine no encontrar¨ªa los abrazos de todos los a?os. En el hall nos destrozamos los codos y las manos a pu?etazo limpio, que es la forma hiperb¨®lica con la que hoy se expresa la alegr¨ªa de encontrar a alguien. Los argentinos, que acostumbr¨¢bamos a besarnos incluso cuando nos presentaban a un desconocido, hemos aprendido modales que tranquilizan a los estadounidenses y a muchos europeos, a los que sorprend¨ªa ese contacto f¨ªsico ritualizado que, para nosotros, no significa confianza sino el simple proleg¨®meno de una charla.
En la puerta del cine no hab¨ªa una multitud, como la que ocupaba la acera en todas las inauguraciones anteriores desde que comenz¨® el BAFICI en 1999, y tuvo grandes momentos bajo la direcci¨®n pionera y exploradora de Andr¨¦s Di Tella, Quint¨ªn y Sergio Wolf. La enumeraci¨®n es incompleta, porque el BAFICI nunca defraud¨®. Nos saludamos de lejos, agitando el brazo y sonriendo, pero nos acercamos con cautela si alguien amagaba ser m¨¢s demostrativo. Me cruc¨¦ con Mariano Llin¨¢s, el director de esa noche, a quien conozco desde hace a?os, y nos saludamos con sendas inclinaciones de cabeza, como si nos hubieran presentado la semana anterior.
Los argentinos, que acostumbr¨¢bamos a besarnos incluso cuando nos presentaban a un desconocido, hemos aprendido modales que tranquilizan a los estadounidenses y a muchos europeos
Sin embargo, durante la espera antes de que nos revisaran los papeles, nos tomaran la fiebre y nos ba?aran las manos en alcohol fino, se escuchaban nuestras voces. Habl¨¢bamos a los gritos, como lo exige el tapabocas reglamentario y la distancia. Poco puede decirse a los gritos, excepto breves felicitaciones o insultos.
Muchos debemos haber evocado otras inauguraciones del festival. En lugar de alegrarme porque el director Javier Porta Fouz y su equipo pudieron alcanzar la haza?a de organizarlo, yo estaba all¨ª, como una vieja melanc¨®lica, evocando el pasado. En lugar de dar vivas a lo que hab¨ªan conseguido con un trabajo que seguramente recorri¨® todos los vericuetos de la burocracia sanitaria, all¨ª estaba yo recordando los abrazos y los besos que intercambiaba con quienes dirigieron el festival en mejores tiempos. Una desagradecida, que no se merec¨ªa ese atardecer perfecto, que cambiaba minuto a minuto los colores de la plaza del Congreso, frente a la cual est¨¢ emplazado el cine que iba a cobijarnos.
Despu¨¦s nos hicieron pasar y nos asignaron asientos separados por dos o tres butacas. Desde ellas agit¨¢bamos las manos hacia los amigos y conocidos, como si todo fuera una sucesi¨®n de saludos, cuya repetici¨®n era de rigor por la ausencia de conversaciones. No digo que aquellas conversaciones de los a?os pasados fueran siempre interesantes. Simplemente recuerdo que no pod¨ªamos dejar de hablar. El barbijo, tapabocas o como se llame no es favorable a di¨¢logos extensos, sino a los que trasmiten un mensaje o una informaci¨®n precisa. Las preguntas al director, tradicional intercambio que en los festivales suele llamarse Q&A, ya que se trata de comentarios en tono interrogativo y sus correspondientes respuestas, fueron, esta vez, muy cortas. Nadie estaba dispuesto a pedir explicaciones complejas. Hab¨ªa que salir del encierro lo antes posible.
Las manos y codos del director del filme de la inauguraci¨®n deben haber quedado destrozados, ya que ese era el saludo de felicitaci¨®n y despedida, no el habitual comentario con que puede iniciarse una conversaci¨®n que termine en cr¨ªtica o elogio. Hab¨ªa ca¨ªdo la noche y les se?al¨¦ a algunos amigos que, a 300 metros, hab¨ªa un bar donde es posible sentarse en la ancha acera, en torno a mesas bien separadas. Se llama Los 36 Billares y lo frecuento casi todos los d¨ªas, ya que est¨¢ a pocas cuadras de mi estudio. Para all¨¢ se fueron algunos.
Prefer¨ª no seguir construyendo imitaciones y reemplazos, que cambiar¨¢n el estilo de estos encuentros qui¨¦n sabe por cu¨¢nto tiempo. Segu¨ª sola por la avenida de Mayo, caminando hacia el sur.
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