Relatos de la ocupaci¨®n napole¨®nica
El bicentenario de la muerte del emperador franc¨¦s sirve de ocasi¨®n para recordar uno de los motivos de la novela europea del siglo XIX, de ¡®La Cartuja de Parma¡¯ a ¡®Guerra y Paz¡¯: la presencia del invasor en tierra ocupada. Para unos simbolizaba la llegada de las luces. Para otros, una humillaci¨®n nacional
Por una antigua costumbre de guerra, cuando un invasor toma una poblaci¨®n, suele aposentarse en casa de alg¨²n notable de la localidad. Los conflictos de esta convivencia impuesta han dado bastante juego en la literatura. En uno de los pasajes m¨¢s entretenidos de Poes¨ªa y Verdad (1811-1830), Goethe ya contaba que a su padre, como notable de Frankfurt, le metieron en casa a un lugarteniente del rey Luis XV, en el curso de la Guerra de los Siete A?os. Y, mientras el hombre, indignado, estaba ¡°de mal humor y cada d¨ªa m¨¢s hipocondr¨ªaco¡±, madre e hijo, lejos de compartir esta repugnancia, enseguida se pusieron a aprender franc¨¦s. El alojado les parec¨ªa correct¨ªsimo, ¡°alegre y activo¡± ¨D?los ni?os de Frankfurt descubrieron el helado gracias a ¨¦l!¨D, y Goethe, a los 10 a?os, empez¨® con entusiasmo a declamar a Racine ¡°a la manera teatral¡±. El drama de la invasi¨®n fue para ellos m¨¢s bien la comedia de la hospitalidad, donde el papel m¨¢s c¨®mico naturalmente lo interpreta la figura de autoridad ofendida. Veamos otros ejemplos a costa de Napole¨®n.
En Mil¨¢n
Una situaci¨®n an¨¢loga a la vivida por Goethe la encontramos en La Cartuja de Parma (1839), que empieza justo el 15 de mayo de 1796, el d¨ªa en que las tropas de Napole¨®n entran en Mil¨¢n. Solo que aqu¨ª se trata de un episodio picante. El marqu¨¦s del Dongo, un pusil¨¢nime con ¡°un odio vigoroso a las Luces¡±, se ve obligado a acomodar en su palacio de la ciudad y hasta en su castillo del lago de Como a un tal teniente Robert, ¡°mozo quintado bastante atrevido¡±. El d¨ªa que se presenta, este indeseable inquilino lleva las suelas de los zapatos hechas de trozos de sombreros recogidos en el campo de batalla. Pero a la hora de la cena se explaya sobre su pobreza y la de sus compa?eros y enternece a las damas ¨Dla marquesa y su joven cu?ada¨D, que a partir de entonces no se separar¨¢n de ¨¦l.
El teniente y sus compa?eros, adem¨¢s de pobres, son j¨®venes y muy alegres. Estimulan ¡°el olvido de los sentimientos tristes, o sensatos sin m¨¢s¡± y pronto todo el Milanesado est¨¢ encantado con ellos: ¡°aquel pueblo ¨Ddice el narrador¨D llevaba cien a?os aburri¨¦ndose¡±. De ah¨ª surge la insinuaci¨®n de un incidente: mientras el marqu¨¦s ¨Del c¨®mico de turno¨D conspiraba furioso, la marquesa y el teniente podr¨ªan haber cometido adulterio y concebido un hijo, el que ser¨¢ el h¨¦roe de la novela, Fabrice del Dongo. Cuando el teniente tiene que partir, la marquesa se viste de luto varios meses.
Stendhal fue funcionario del Ministerio de Guerra de 1805 a 1813 y sigui¨® a Napole¨®n de Berl¨ªn a Mosc¨². Seg¨²n dec¨ªa en sus inacabadas Memorias sobre Napole¨®n (1837), lo importante del emperador fue que ¡°civiliz¨®¡± al pueblo ¡°haci¨¦ndolo propietario y d¨¢ndole la misma cruz que a un mariscal¡±. En La Cartuja, valoraba adem¨¢s su capacidad de concienciarlo de que ¡°todo cuanto hasta entonces hab¨ªa respetado era rid¨ªculo y, en ocasiones, aborrecible¡±. Napole¨®n habr¨ªa expandido ¡°las Luces¡± y la ¨¦galit¨¦ de una forma muy divertida.
En Mosc¨²
La teor¨ªa de la Historia de Tolst¨®i en Guerra y paz (1869) abomina de ¡°los llamados grandes hombres¡±, descree de las voluntades, de las estrategias y de las libertades, por lo que es l¨®gico que fulmine a Napole¨®n. En su caso, con especial inquina. En Tolst¨®i no hay comedia; ni mucho menos, como en Stendhal, revoluci¨®n. Un narrador hostil cuenta la ocupaci¨®n de la casa en Mosc¨² del difunto mas¨®n Bazd¨¦iev por parte de un tal capit¨¢n Ramballe y su ordenanza Morel, el 2 de septiembre de 1812. El joven Pierre, conde Bez¨²jov, que est¨¢ alojado en la casa, impide que un hermano loco y borracho del difunto propietario mate de un tiro al invasor, y luego cena con ¨¦l cosas sabrosas. Muy agradecido, el capit¨¢n se recrea en sus haza?as b¨¦licas y er¨®ticas y Pierre siente ¡°un involuntario placer al charlar con aquel hombre alegre y afable¡±, hasta tal punto que se sincera y le cuenta su propia historia de amor. Despu¨¦s de cenar, contentos de vino, salen a la calle, ven los primeros resplandores del incendio de Mosc¨² y Pierre vuelve a sentir ¡°una alegre emoci¨®n¡±. Dura poco: enseguida se marea.
Al d¨ªa siguiente, coge una pistola y un cuchillo de sierra y sale dispuesto a matar a Napole¨®n. La hospitalidad, como bien resalta el narrador, ha sido en ¨¦l una debilidad, un enga?o. Para Tolst¨®i, todo es un caso grave, y Napole¨®n siempre fue un mentiroso.
En Espa?a
En el cuento El extranjero (1854) de Pedro Antonio de Alarc¨®n, una viejecita de Fi?ana y un arriero cuidan de un soldado polaco napole¨®nico, enfermo de tercianas. Un soldado espa?ol apodado Risas apalea a la viejecita ¡°por su falta de patriotismo¡± y tambi¨¦n al ¡°arriero afrancesado¡±; al polaco lo mata, le corta una oreja y le roba un medall¨®n. El Risas este luego se lleva su castigo por malo, pero la hospitalidad aparece a menudo asociada a la sospecha de traici¨®n en la literatura napole¨®nica espa?ola del siglo XIX. En otro cuento de Alarc¨®n, El afrancesado (1856), un boticario de Padr¨®n ofrece en 1808 una cena a veinte oficiales franceses; cuando el pueblo indignado irrumpe en el fest¨ªn, descubre que el anfitri¨®n ha envenenado a todos sus invitados, y muerto ¨¦l mismo en el empe?o. Un personaje de Gerona (1874) de Gald¨®s cuenta c¨®mo el alcalde de San Mart¨ªn dio ¡°boletas de alojamiento¡± en casa de los vecinos a los soldados de un batall¨®n napole¨®nico; luego mand¨® al pregonero con el siguiente mensaje: ¡°Eixa nit a las dotse, cada veh¨ª matar¨¤ son porch¡±.
Nos tememos que la hospitalidad con Napole¨®n ser¨¢ falsa y sangrienta en Espa?a hasta 1959, gracias a la pel¨ªcula con canciones Venta de Vargas. Ah¨ª se lleva el conflicto, m¨¢s all¨¢ del alojamiento, al terreno del amor rom¨¢ntico, y sin necesidad de las retorcidas fatalidades patri¨®ticas que merec¨ªa Lola la Piconera en Cuando las Cortes de C¨¢diz (1934) de Pem¨¢n y sus versiones cinematogr¨¢ficas. En Venta de Vargas, al principio por coqueter¨ªa y porque se ha enfadado con su medio novio, Lola Flores cede a las atenciones del apuesto capit¨¢n Pierre, aposentado en And¨²jar, y pasa una noche con ¨¦l a orillas del r¨ªo. Por la ma?ana le dice: ¡°Hasta he olvidado que eres franc¨¦s: solo he visto en ti a un hombre¡±. ?l responder¨¢ m¨¢s tarde, cuando ya tenga que huir, que lo suyo ha sido ¡°m¨¢s que la aventura de un soldado invasor¡±. Lola, mujer madura y estoica, esc¨¦ptica del amor, se toma la separaci¨®n como algo normal en este mundo donde todo es ¡°cara y cruz¡±, ¡°amigo y enemigo¡±, como en la l¨ªrica del Siglo de Oro. Y no solo nadie la fusila, sino que hasta se reconcilia con el medio novio. Pero esto quiz¨¢ ya no sea hospitalidad, sino un moderno y templado episodio de amor imposible.
Luis Magriny¨¤ es escritor y editor de la colecci¨®n Cl¨¢sicos de Alba Editorial.
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