Exuberantes y malditos
Uno dio clases a Jeffrey Eugenides y Jenny Offill, el otro casi gan¨® el National Book Award y tiene una estrella de la fama en St. Louis. La obra de Gilbert Sorrentino y Stanley Elkin llega tarde y con cuentagotas porque existieron en los m¨¢rgenes de los m¨¢rgenes sin dejar de ser fundamentales
Es una noche de invierno en Nueva York. En un reservado del North Square, un peque?o bar subterr¨¢neo que sirve c¨®cteles que se llaman como la mujer que salv¨® urban¨ªsticamente Manhattan, Jane Jacobs, A. M. Homes, la escritora, habla de su hija adolescente y de Stanley Elkin. De su hija dice que est¨¢ preocupada porque en realidad no sabe qu¨¦ le pasa por la cabeza. Es un misterio, dice. Y uno complicado, porque tiene amigos complicados. De Stanley dice que tambi¨¦n era un tipo complicado pero que ...
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Es una noche de invierno en Nueva York. En un reservado del North Square, un peque?o bar subterr¨¢neo que sirve c¨®cteles que se llaman como la mujer que salv¨® urban¨ªsticamente Manhattan, Jane Jacobs, A. M. Homes, la escritora, habla de su hija adolescente y de Stanley Elkin. De su hija dice que est¨¢ preocupada porque en realidad no sabe qu¨¦ le pasa por la cabeza. Es un misterio, dice. Y uno complicado, porque tiene amigos complicados. De Stanley dice que tambi¨¦n era un tipo complicado pero que lo que hac¨ªa va a gustarme porque era ¡°muy divertido¡±. ¡°Era de Brooklyn¡±, dice. ¡°Como Gilbert Sorrentino¡±, dice tambi¨¦n. Apenas he o¨ªdo hablar de ninguno de los dos entonces.
Los investigo. Compro todos los libros de cada uno de ellos que consigo encontrar. Descubro que el primero naci¨® en 1929, y que el segundo naci¨® un a?o despu¨¦s. Imagino a sus madres cruz¨¢ndose con ellos en los cochecitos por las calles de Brooklyn. Fantaseo con que se han visto en tantas ocasiones en el supermercado que han empezado a reconocerse y a saludarse. No saben que lo que berrea ah¨ª dentro, en cada uno de sus carritos, alg¨²n d¨ªa va a tratar de hacer pedazos todo lo que toque escribiendo, de formas muy distintas, pero igual de exuberante e incorrectamente malditas. ?Y los imagino luego a ellos coincidiendo en alguna biblioteca? No, porque los Elkin se mudaron a Chicago al poco.
Y, pese a ello, Elkin volv¨ªa tan a menudo a Nueva Jersey ¡ªpasaba los veranos en una colonia vacacional jud¨ªa¡ª que buena parte de sus historias est¨¢n ambientadas en Nueva York. Su sentido del humor es salvajemente negro, macabro. Una buena muestra de ello es la incorrectamente delirante Magic Kingdom (La Fuga), el ¨²ltimo eslab¨®n de la cadena de recuperaci¨®n de su obra en Espa?a que se inici¨® en 2015 con la tambi¨¦n negr¨ªsima El condominio (tambi¨¦n en La Fuga) y continu¨® en 2018 con los relatos inc¨®modos de Po¨¦tica para acosadores (Contra). El protagonista de Magic Kingdom es un padre que acaba de perder a un hijo y se lleva a siete ni?os enfermos a Disney World.
Los ni?os se est¨¢n muriendo de todo tipo de enfermedades raras. Hay uno que ya es tan viejo como lo ser¨ªa el m¨¢s viejo de sus tatarabuelos. Bale, un amante de la vida ¡ª¡±Solo los dementes creen que la vida es dura. ?Dura? Si es m¨¢s suave que un pijama de seda¡±¡ª, quiere que esos cr¨ªos disfruten como maraj¨¢s de lo que les queda, como no pudo hacerlo su hijo ¡ªque, sin embargo, muri¨® siendo discretamente famoso por su enfermedad, y feliz, creyendo que iban a esculpirle en el Madame Tussaud¡ª, que pereci¨® en medio de una infinidad de pruebas absurdas. Elkin dispara, desde el aparente centro de la incorrecci¨®n m¨¢s incorrecta, una trepidante e invasiva delicia estil¨ªstica llena, parad¨®jicamente, de vida.
¡°Un escritor al que le preocupe la correcci¨®n pol¨ªtica, ser¨¢, con toda probabilidad, uno incapaz de escribir s¨¢tiras, porque la s¨¢tira, por naturaleza, ofende a alguien o algo¡±, dijo en 1994 Gilbert Sorrentino, el, sin duda, a juzgar por relatos como el majestuoso, juguet¨®n y perfecto La dignidad del trabajo, m¨¢s claro maestro de David Foster Wallace ¡ª que acab¨® perdi¨¦ndose en una frondosidad sin, por momentos, salida¡ª, y a su vez, el hijo putativo norteamericano del genial Flann O¡¯Brien. Sorrentino, que muri¨® en 2006, dej¨® a su partida una veintena de t¨ªtulos formalmente expansivos y suculentamente absurdos, tanto como los 20 relatos reci¨¦n rescatados de La luna en fuga (Cielo El¨¦ctrico).
A diferencia de Elkin, Sorrentino estuvo donde deb¨ªa cuando deb¨ªa, pero evit¨® salir en ning¨²n tipo de foto. Es decir, vade¨® a los beatniks ¡ªfue amigo de un ya viej¨ªsimo William Carlos Williams, el poeta sin el que no hubieran existido¡ª, a todo movimiento po¨¦tico de la ¨¦poca ¡ªel Black Mountain, o los proyectivistas¡ª, y, por supuesto, al inevitablemente desarticulado posmodernismo narrativo ¡ªlos Gaddis, Barth, Coover, Vonnegut, Barthelme, Pynchon¡ª. Se situ¨®, qui¨¦n sabe si a conciencia, en los m¨¢rgenes de los m¨¢rgenes, algo que hizo el propio Elkin sin querer. Y solo por eso el mundo nunca ha hablado suficiente ni del uno ni del otro.
Es decir, con dificultad se encuentra hoy una entrevista con cualquiera de los dos en alguna publicaci¨®n de mayor rango que el Brooklyn Rail ¡ªy ni siquiera es una entrevista cuando lo haces, es un art¨ªculo escrito por un alumno de uno de ellos, en este caso, Sorrentino¡ª, pero cuando se hace, lo que cada uno de ellos dice de su trabajo es de una una lucidez soberbia. ?Por qu¨¦? Porque los ¨²nicos que se acercaban a ellos sab¨ªan a qu¨¦ se enfrentaban. Por eso cada peque?o art¨ªculo, o peque?o pu?ado de preguntas, es casi una tesis sobre su obra. Es decir, puede que fuesen poco le¨ªdos, pero deb¨ªan sentirse muy entendidos. ¡°No debe confundirse el espect¨¢culo con la escritura¡±, dijo una vez Sorrentino.
¡°Lo ¨²nico que debe preocuparle a un escritor, si se entiende el escritor como artista, es hacer arte. Y deber¨ªa poder permitirse el lujo de hacerlo, de la misma manera que el f¨ªsico hace f¨ªsica y el cirujano, opera. Si le preocupa convertirse en alg¨²n tipo de anacronismo, deber¨ªa dejar de escribir y dedicarse a otra cosa¡±, dijo tambi¨¦n. Habl¨® de que deber¨ªa darse por hecho que ese escritor no iba a vender demasiado ¡ªlleg¨® a decir que pod¨ªa no superar los 1.500 ejemplares, lo que en Estados Unidos es casi una cifra infinitesimal¡ª porque a veces, o casi siempre, eso ocurr¨ªa con el arte. No hubo menci¨®n al hecho de que era muy probable que los destinatarios se convirtiesen en escritores.
Escritores que pod¨ªan, tomando esto de ac¨¢ y aquello otro de all¨¢, convertirse en escritores de los que todo el mundo le¨ªa y respetaba en todas partes. Como dos de sus alumnos reales ¡ªporque s¨ª, Sorrentino dio clases en Stanford, y en algunas otras universidades, y era, recuerda un tal Eugene Lim, un maestro ¡°apasionado¡± que sobre todo hablaba de otros escritores¡ª, Jeffrey Eugenides y Jenny Offill. En d¨¦cadas distintas, uno y otro han puesto el mundo (editorial) a sus pies, y aunque de forma distinta, la influencia por la deconstrucci¨®n formal de Sorrentino es evidente y necesaria. Se dir¨ªa que les ha moldeado, permiti¨¦ndoles elegir un molde distinto en cada caso.
Lo mismo ocurri¨® con Hubert Selby Jr. Por la ¨¦poca en la que Selby Jr. estaba empezando a escribir, Sorrentino editaba una revista, Neon. Como eran amigos desde ni?os, Sorrentino se prest¨® a echarle un vistazo a lo que Hubert escrib¨ªa. Y le anim¨® a descomponer, como lo hizo, las historias ¡ªque, de alguna forma, se devoran a s¨ª mismas entre ellas¡ª de la que acab¨® siendo su primera y m¨¢s exitosa novela, ?ltima salida para Brooklyn. Sorrentino estaba convencido de que la estructura, o una serie de estructuras, pod¨ªan, de alguna forma, ¡°generar contenido¡±, y convertirse ¡°en la obra en s¨ª misma¡±. Y en eso se emple¨® a fondo.
Compuso, Sorrentino, relatos y novelas, novelas como la ¨²nica que por el momento puede leerse en espa?ol, Aberraci¨®n estelar (Underwood, 2018), que se r¨ªen de la propia idea de la composici¨®n. Que, en realidad, la exponen, la desnudan, lo que incluye al lector en el juego de la creaci¨®n de sentido. Su genialidad no es incorrecta, como la de Elkin, que si algo tiene de posmoderno es la manera en que construye de historias a partir de personajes que son siempre gigantescos ¡ªcomo enormes muppets¡ª en comparaci¨®n con la trama ¡ªapenas un anecd¨®tico hilo que los une¡ª y, tambi¨¦n, la manera en que esta parece querer descontrolarse sin hacerlo. Pero est¨¢ igualmente maldita.
Y, pese a ello, Elkin estuvo a punto de ganar un National Book Award, y tiene una extra?a estrella de la fama en un paseo de St. Louis. Como Bale, el protagonista de Magic Kingdom, parec¨ªa recordarse a s¨ª mismo constantemente que ten¨ªa ¡°pocas posibilidades de ganar¡±, pero eso no iba a impedirle seguir escribiendo. Como nada va a impedir a Bale llevar a esos ni?os a Disney World, por m¨¢s que el mundo no quiera ni o¨ªr hablar de ello. ¡°Era como un m¨²sico de jazz que soltase riffs sin parar¡±, dijo de ¨¦l William Gass. Cada disparo, un acto de redenci¨®n, y a la vez, un camino inexplorado. Elkin y Sorrentino, exuberantes y malditos, y, por fin, entre nosotros.
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