El mundo es una conversaci¨®n absurda de William Gaddis
Heredero de la mejor literatura posmoderna, Joshua Cohen reivindica con su narrativa mutante el papel de la escritura como catalizadora hoy de una realidad que se autoconsume porque no tiene otro remedio que hacerlo
He aqu¨ª la teor¨ªa: todo lo que en literatura norteamericana era juego durante la d¨¦cada de los 70 es hoy fundamentada necesidad si lo que se pretende es capturar el mundo tal y como lo conocemos. O como tratamos de conocerlo. El autor de dicha teor¨ªa es Joshua Cohen (Nueva Jersey, 1980), uno de los mejores exponentes ¨Csi no el mejor¨C de la nueva literatura posmoderna desde David Foster Wallace, o, tambi¨¦n, el mejor heredero con el que John Barth y Robert Coover pod¨ªan so?ar. Acaba de publicar Cuatro mensajes nuevos (De Conatus), un libro de relatos que se descomponen, a la manera en que lo hac¨ªan los relatos del fundacional El hurg¨®n m¨¢gico, de Robert Coover. Historias que avanzan en todas direcciones y en todas a la vez, o tambi¨¦n, historias que se devoran a s¨ª mismas en la digresi¨®n porque no pueden no hacerlo hoy en d¨ªa, seg¨²n Cohen, el tipo que de ni?o cre¨ªa que cre¨ªa que los libros sal¨ªan de alg¨²n tipo de f¨¢brica. Que no exist¨ªan los escritores, solo los libros. Que los nombres de los escritores eran solo eso, nombres.
Cohen, peque?as gafas redondas, un vaso de whisky con hielo sobre la mesa, una cerveza, una mirada a la par intensa y divertida, vive en Manhattan ¨C¡°?como un verdadero adulto!¡±, exclama ¨C desde que cuida de su t¨ªa enferma, y se dir¨ªa, no hace otra cosa que escribir. ¡°Ahora mismo llevo nueve d¨ªas sin escribir, por culpa de los viajes, y estoy completamente perdido. No me gusta pensar que la literatura para m¨ª es algo terap¨¦utico, pero en cierto sentido, lo es. No tengo forma de entender el mundo cuando no escribo¡±, dice. Es un d¨ªa de finales de mayo en Barcelona. El lugar es un bar de tapas. ¡°?Mi relaci¨®n con Coover y con Barth? La misma que con mis padres. No les amo, querr¨ªa matarles¡±, suelta. ¡°Ellos parec¨ªan estar divirti¨¦ndose cuando hac¨ªan lo que hac¨ªan, lo suyo era impostura, lo m¨ªo, la forma m¨¢s l¨®gica de narrar el presente¡±, a?ade el, se dir¨ªa, enfant prol¨ªfico: ha publicado cinco novelas y cuatro colecciones de cuentos, y tiene en una carpeta en su ordenador hoy por hoy cinco libros a la espera de ser publicados.
En sus historias se revuelven un camello al que las redes han arruinado la vida, un redactor farmac¨¦utico que est¨¢ tratando de escribir un relato en el que un cad¨¢ver rebota en el asiento trasero del coche de un tal Ronald Ray, una pareja que acude al taller de un tal profesor Greener y confunde la realidad (del escritor) con la ficci¨®n (de su personaje), y un le?ador creando una cama que sobrevivir¨¢ generaciones y que ya ning¨²n sentido tendr¨¢ para nadie que no sea ¨¦l mismo. Pero lo curioso no es lo que cuentan sino c¨®mo lo hacen. Porque en sus cuentos el lector es tambi¨¦n el escritor: est¨¢ sometido a la tensi¨®n en la que vive el creador de historias, expuesto a la posibilidad de que todo cambie en cualquier momento, obligado a decidir todo el tiempo, entre m¨²ltiples capas de posible realidad. Opina Cohen que el mundo que imaginaron los posmodernos es el mundo en el que vivimos hoy, el mundo de la interrupci¨®n constante. Y no le falta raz¨®n.
Menciona un ejemplo, mientras el camarero le interrumpe para dejar un plato de jam¨®n sobre la mesa. Dice que ya no se escribe sobre arte, que en cuanto empieza a hablarse de una pieza determinada, alguien interviene y pregunta por el precio, y el titular es el precio, o qui¨¦n la ha comprado, o c¨®mo ha llegado hasta all¨ª. Da un trago a su cerveza, o tal vez al vaso de whisky. Todo es como en una conversaci¨®n absurda de una novela de William Gaddis, dice. Tambi¨¦n que cualquier literatura que pretenda hoy capturar el mundo debe devorarse a s¨ª misma porque eso es lo que hace el mundo. ?Y c¨®mo evade esa necesidad la ficci¨®n? Apart¨¢ndose del camino del Todo y centr¨¢ndose en la Peripecia. ?O no explicar¨ªa la incapacidad para atrapar ese escurridizo mundo en el que todo sucede a la vez y en todas partes, el viraje hacia el uno mismo, el yo, la historia atrapable porque ya ha sido vivida?
Cualquier literatura que pretenda hoy capturar el mundo debe devorarse a s¨ª misma, opina Cohen, porque eso es lo que hace el mundo
Como un gladiador de la ficci¨®n decidido a texturizar la realidad mutante que nos rodea, Cohen crea personajes que tratan de escapar a la ficci¨®n pero que est¨¢n condenados a no poder hacerlo, porque la realidad les devuelve constantemente a la casilla de salida, esa propia realidad cambiante y mareante. As¨ª, dice, es como se siente el escritor hoy en d¨ªa. ¡°Est¨¢s atrapado¡±, dice, y lo est¨¢s, en una especie de red en la que no solo debes luchar por crear sino tambi¨¦n por el espacio para crear. A. M. Homes no podr¨ªa estar m¨¢s de acuerdo. En enero me dijo que por primera vez en su vida le estaba costando escribir precisamente porque no encontraba ese espacio para escribir. El mundo a su alrededor no dejaba de brillar. No deja, en realidad, de pedirle que le escuche. Es como un beb¨¦ gigante que demanda atenci¨®n. ?Y existen los h¨¦roes, o algo parecido a la narrativa del h¨¦roe, a la historia completa, en ese mundo, m¨¢s all¨¢ de la que d¨¦ el titular? Cohen niega con la cabeza. La narrativa del h¨¦roe, la historia que avanza hacia un final es hoy, dice, ¡°una narrativa soci¨®pata¡±, construida a episodios impelidos a superponerse y desmontarse entre s¨ª.
Entiende Cohen la literatura como un ser vivo capaz de adaptarse al medio en el que intenta sobrevivir, y su metamorfosis hoy tiene mucho que ver con lo que ¨¦l llama El problema del cajero. ¡°La democratizaci¨®n de la cultura y la comunicaci¨®n ha hecho que cualquiera pueda alzar su voz y que los mensajes se multipliquen hasta un nivel inasumible, por lo que el deseo del escritor de controlar su ficci¨®n es tan ¨¦ticamente imposible como el de controlar la narrativa de nuestra propia vida. Se producen y se consumen textos sin descanso, y se compite tambi¨¦n sin descanso por imponer una narrativa dominante que ya no puede existir¡±, dice. Nuevo trago de cerveza, o tal vez de whisky. ¡°El mundo se adapta a la necesidad del ser humano, no al rev¨¦s. Hay un marco literario incluso en la manera en que funciona internet¡±, a?ade. Y est¨¢ en lo cierto, pero quiz¨¢ eso acent¨²e el bombardeo. Peor, la propia realidad intenta adoptar la forma de la ficci¨®n, construir una narrativa imposible, para dejarse comunicar.
Invitan, sus cuentos, como los de Ben Marcus, tambi¨¦n figura clave de esta nueva posmodernidad outsider ¨Cla sensaci¨®n es que son llaneros solitarios que han dejado de luchar contra el sistema para intentar desencriptarlo¨C, a reflexionar sobre la idea del fracaso. Sus personajes tienen profesiones absurdas que, de tan abundantes hoy, anulan incluso la propia idea del fracaso, ?no cree? ¡°Por supuesto. Ning¨²n ni?o sue?a con ser redactor farmac¨¦utico, pero tampoco lo hac¨ªan en la URSS con ser el octavo asistente de inspector de ganado, y ese oficio exist¨ªa. Los oficios absurdos siempre han existido. Pero s¨ª es cierto que hoy el fracaso y la idea de venderte han desaparecido porque se prima la supervivencia¡±. La otra cosa sobre la que llama la atenci¨®n su ficci¨®n son los padres. Est¨¢n por todas partes en lo que cuenta. Se dir¨ªa que es la suya una generaci¨®n sobreprotegida, que les necesita, que es incapaz de matarlos. Cuando lo que hace, dice, es envidiarlos. Vivieron una explosi¨®n cultural sin l¨ªmites y todo en su vida fue siempre a mejor, mientras que, en la nuestra, dice, la sensaci¨®n es la de que todo se est¨¢ desmoronando.
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