El nuevo fascismo eterno
George Orwell plante¨® la pregunta de por qu¨¦ exist¨ªa una incapacidad para definir el uso de ese t¨¦rmino
En un art¨ªculo de 1944 formulaba George Or?well ¡°la m¨¢s importante quiz¨¢¡± de ¡°todas las preguntas sin respuesta de nuestro tiempo: ?qu¨¦ es el fascismo?¡±. No le preocupa a Orwell precisar las notas caracter¨ªsticas de los reg¨ªmenes llamados fascistas, pues, tocante a eso, afirma, ¡°sabemos en t¨¦rminos generales lo que queremos decir¡±. Lo que le interesa es llamar la atenci¨®n sobre el hecho, civil a fuer de ling¨¹¨ªstico, de que ¡°en la pol¨ªtica interior esta palabra [fascismo] ha perdido el ¨²ltimo vestigio de significado¡±.
Con fina iron¨ªa registra Orwell las familias pol¨ªticas de toda especie que en manifestaciones escritas se han hecho acreedoras del sobrenombre de fascistas (o criptofascistas, de mentalidad o tendencia fascista), tanto da conservadores que socialistas, comunistas que ¡ªa decir de estos¡ª trotskistas, cat¨®licos que nacionalistas, pacifistas que belicistas. Cu¨¢l no ser¨¢, a?ade divertido, el panorama del habla cotidiana, en el que, a la voz de fascistas, se abigarran granjeros y tenderos, la caza del zorro y la fiesta de los toros, Kipling y Gandhi, la homosexualidad y las locuciones radiof¨®nicas de J. B. Priestley, a m¨¢s de los albergues juveniles, la astrolog¨ªa, las mujeres, los perros¡
Orwell, muy socr¨¢ticamente, deja sin responder la pregunta de qu¨¦ sea el fascismo para suscitar esta otra: ?por qu¨¦ esa incapacidad de definir el uso del t¨¦rmino? Acaso, apunta sibilinamente, porque habr¨ªa que admitir cosas que ¡°ni los propios fascistas, ni los conservadores, ni los socialistas del color que sea est¨¢n dispuestos a reconocer¡±. Y se limita a recomendar, a modo de moral provisoria, ¡°cierta dosis de circunspecci¨®n¡± en el trato con la palabra¡ hasta desvelar el ¡°significado enterrado¡± en ella.
En 1995, haciendo memoria de la resistencia contra el fascismo, Umberto Eco se?ala: ¡°Estamos aqu¨ª para recordar lo que ocurri¨® y decir solemnemente que ¡®Ellos¡¯ no deben hacerlo otra vez
Medio siglo despu¨¦s, en 1995, haciendo memoria de la liberaci¨®n y de la resistencia contra el fascismo, intentar¨¢ Umberto Eco sacar a la luz ese significado: ¡°Estamos aqu¨ª para recordar lo que ocurri¨® y decir solemnemente que ¡®Ellos¡¯ no deben hacerlo otra vez. Pero ?qui¨¦nes son Ellos?¡±. Eco reconoce que la palabra fascismo tiene car¨¢cter de sin¨¦cdoque; es m¨¢s, que es un t¨¦rmino borroso (fuzzy), un enjambre de contradicciones, y esto desde su primer¨ªsima figura hist¨®rica, el fascismo italiano. En referencia impl¨ªcita a los juegos de lenguaje wittgensteinia?nos, Eco constata que ¡°el juego fascista puede jugarse de formas distintas¡±. La borrosidad del significado es el elemento propicio de una versatilidad eminentemente pragm¨¢tica. Es justo su endeblez conceptual lo que le confiere eficacia pol¨ªtica al nombre.
En esta tesitura de la palabra hace pie Eco para proponer la noci¨®n de ¡°ur-fascismo¡±, de fascismo originario o ¡°eterno¡±. Su estrategia consiste en identificar un conjunto no consistente de 14 aspectos, de manera que la sola presencia de uno de ellos es suficiente para hacer coagular a su alrededor la noci¨®n entera. Algunos de estos rasgos son consabidos (culto de la tradici¨®n, explotaci¨®n del miedo a la diferencia, apelaci¨®n a una clase media frustrada, nacionalismo o nativismo¡); otros, como el ¡°elitismo popular¡± o el ¡°populismo selectivo¡±, no son tan intuitivos. Last but not least, menciona Eco la ¡°neolengua¡± o ¡°neohabla¡± (Newspeak) de 1984, ¡°un vocabulario empobrecido y una sintaxis elemental, a fin de limitar los instrumentos del razonamiento complejo y cr¨ªtico¡±. En su proteica inestabilidad, estos atributos dan cuerpo a ¡°una manera de pensar y sentir¡±, conforman y se nutren de ¡°h¨¢bitos culturales¡±.
La noci¨®n de ur-fascismo, ?contribuye a la comprensi¨®n o a la mitificaci¨®n? Los estudiosos del fascismo hacen hincapi¨¦ en la obligaci¨®n de contraponer la historiograf¨ªa a la ¡°ahistoriolog¨ªa¡± (Emilio Gentile), a una refecci¨®n de la historia en funci¨®n de los intereses del momento pol¨ªtico. Haciendo de la necesidad virtud (pues, como reconoce Stanley G. Payne, ¡°es probable que el t¨¦rmino fascismo sea el m¨¢s vago de los t¨¦rminos pol¨ªticos contempor¨¢neos¡±), se han esforzado por construir la tipolog¨ªa de un ¡°fascismo gen¨¦rico¡±. Roger Griffin ha propuesto, en este sentido, lo que denomina ¡°tipo ideal emp¨¢tico del fascismo¡±, que busca comprenderlo ¡°a partir del modo en que los propios fascistas entend¨ªan su misi¨®n pol¨ªtica¡±. Pero esta perspectiva emic, ?acaso no enfatiza la caracterizaci¨®n del fascismo, antes que como doctrina, como cultura? Una cultura pol¨ªtica de la ¡°ultra-naci¨®n¡± (Griffin), o sea, de la renovaci¨®n de un pasado nacional mitificado y transfigurado en destino colectivo. Es esto lo que no deja de retornar (?fantasmalmente?) como ¡°nuevo fascismo¡±.
What¡¯s in a name? No el flatus vocis, sea el haz de varas (fasces) de los lictores, sean las ligas (fasci) de combate mussolinianas lo que designe su etimolog¨ªa. Sino el nombre, inquietantemente familiar, que convocamos cada vez que nos libramos a sus juegos de lenguaje y nos enredamos en sus parecidos de familia, incluso, y sobre todo, cuando decimos ¡°antifascismo¡±. Nomen omen: ?ser¨¢ el nombre el destino? Pues, ?qu¨¦ trato, no solo con la cosa, sino con el nombre ¡°fascismo¡±, requiere una cultura pol¨ªtica que se dice democr¨¢tica?
Alejandro del R¨ªo Herrmann es editor y doctor en Filosof¨ªa.
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