El arte del hombre-perro
A Duchamp le sali¨® una especie de hijo adoptivo, Maurizio Cattelan. El artista va por la vida molestando, pero su cuento tiene un mundo propio. A su modo, es insuperable: un c¨ªnico que trabaja en los l¨ªmites

El secreto de que Marcel Duchamp sea el centro del canon alternativo del arte desde hace casi un siglo reside en su libertad ideol¨®gica, su falta de trascendencia. Nunca aire¨® sus ideas pol¨ªticas pero s¨ª supo transmutarlas en cada una de sus obras, que representaba universalmente asequibles a pesar de la carga te¨®rica que muchos le endilgaron. No tuvo escuela, es m¨¢s, fue contra todas, desenterrando para el arte las ense?anzas de los grandes fil¨®sofos de la libertad, aquellos disc¨ªpulos de S¨®crates llamados ¡°hombres-perro¡± (adem¨¢s del m¨¢s conocido, Di¨®genes, hubo una mujer, Hiparquia) que se encerraban en un gimnasio de las afueras de Atenas, el Cinosargo, para practicar ardorosamente la autarqu¨ªa y la desverg¨¹enza. Los c¨ªnicos, con toda su larga estirpe, son una panoplia de met¨¢foras. Si les buscamos un sentido que desaf¨ªe los t¨®picos, entonces deber¨ªamos ponernos a estudiar asuntos desconcertantes, absurdos, del tipo de si las pulgas del perro saltan m¨¢s alto que las del gato o el efecto de la m¨²sica country en el suicidio.
Cuando intentamos aislar el arte c¨ªnico de la realidad, lo m¨¢s probable es que nos veamos a nosotros mismos como unos moralistas, monstruos de la maledicencia y la sospecha arrasando en nuestras escritos con afirmaciones como ¡°existieron y nos tomaron el pelo¡±, conclusi¨®n ya caduca y sin embargo adecuadamente escenificada en el nuevo santuario de moda del arte, la Bourse de commerce de Par¨ªs, sede de la Colecci¨®n Pinault, ese vac¨ªo cosmol¨®gico en el que nos hemos visto arrojados los curiosos cuando cre¨ªamos que ya lo hab¨ªamos visto todo. La impecable y narcisista rotonda dise?ada por Tadao Ando se contempla a s¨ª misma como una obra de arte. No siente nada, a la vez que no nos permite verla en un t¨¦rmino medio. Es apocal¨ªptica, su exaltaci¨®n es un tormento. Se dirige populista pero aristocr¨¢ticamente contra la facci¨®n de eruditos de Duchamp, nunca contra el propio Duchamp. Sin embargo, lo que menos cuenta es lo que quieren decir las obras de sus artistas, todos eminentemente heterodoxos, con sus objetos ideales del deseo apagado para siempre.
Lo m¨¢s asombroso de esta colecci¨®n es que hoy por hoy proporciona el contexto y el marco perfectos (el edificio alberg¨® la antigua bolsa de trigo, le pain quotidien) en el que el arte mismo se explica mejor que lo har¨ªa cualquier neomarxista (?Haacke?, ?Hirschhorn?), incluso el infalible Marcel Broodthaers. La llamarada con que los franceses dieron la bienvenida a la colecci¨®n del plut¨®crata parisiense arras¨® todo contexto, a la vez que abri¨® la posibilidad de aceptar una ruina primigenia, como si todo ¡°el mundo del arte¡± pudiera por fin decir, ¡°hasta aqu¨ª hemos ca¨ªdo, adieu al pasado y a toda ideolog¨ªa, ahora cada uno es libre de leer y comprender lo que esto significa¡±.
Entre los artistas de la Pinault ¡ªDavid Hammons, Urs Fischer, Bertrand Lavier, Louise Lawler, Marlene Dumas, Kippenberger, Prince, Sherman¡¡ª est¨¢, c¨®mo no, Maurizio Cattelan (Padua, 60 a?os), ¡°el artista italiano m¨¢s famoso del mundo¡±, un genio del birlibirloque que ha vuelto a despertar nuestro inter¨¦s por el arte y por toda la vulgaridad de sus comerciantes. Observamos sus palomas disecadas, que llevan emigrando desde la bienal de Venecia de Germano Celant (Tourists, 1997), all¨¢ en las balconadas de la Bourse de Commerce con un sesgo intimidante semejante al de su ¡°adorno¡± m¨¢s aplaudido: una mano con cuatro dedos cortados que hace un gesto obsceno, (L.O.V.E., 2010) sobre un pedestal frente al Palazzo Mezzanotte, sede de la (otra) Bolsa de Mil¨¢n. La desfachatez de Cattelan consiste en representar la fecundidad del nihilismo est¨¦tico como si fuera una sentencia de Nietzsche: ¡°El cinismo es lo m¨¢s elevado que puede alcanzarse en la Tierra. Para conquistarlo hacen falta los pu?os m¨¢s audaces y los dedos m¨¢s delicados¡± (Ecce homo).
Cattelan derrib¨® al papa Wojtyla coloc¨¢ndole un meteorito justo donde la t¨²nica perd¨ªa su nombre (La Nona Ora, 1999); convirti¨® a Hitler en un mocoso arrodillado (Him, 2001, vendida por 15 millones de euros); en Perfect Day (1999) fij¨® al dealer Massimo de Carlo con cinta adhesiva a la pared de una galer¨ªa; en la feria Art Basel Miami 2019 vendi¨® una banana (Comedian) por 120.000 d¨®lares ¡ªque el artista David Datuna engull¨® (Artista hambriento, 2019)¡ª; forr¨® un v¨¢ter de oro (America, 2016) y el Guggenheim se lo ofreci¨® a Donald Trump para decorar la Casa Blanca; y hasta fij¨® el a?o de deceso de Mark Zuckerberg (*1984-?2025) en una l¨¢pida. Y como si el mundo nunca fuera suficiente, en 2018 Cattelan fue beneficiario de lo que parec¨ªa otra provocaci¨®n, esa vez del Arte con may¨²sculas: profesor honorario de escultura en la Accademia di Belle Arti de Carrara. Toda nuestra admiraci¨®n.
Ahora, Hangar Bicocca, sede art¨ªstica de Pirelli en Mil¨¢n, le dedica una exposici¨®n, comisariada por Roberta Tenconi y Vicente Todol¨ª, donde el artista vuelve a rendir homenaje a los animales, especialmente el perro y las palomas. Los sit¨²a en un drama en tres actos (con la impecable iluminaci¨®n de Pasquale Mari) que representan las tres fases de la vida: Breath, escultura hecha con m¨¢rmol de Carrara donde vemos un perro y un hombre tumbados en el suelo, uno frente a otro en posici¨®n fetal; Ghosts, miles de palomas disecadas colocadas como fantasmas vigilantes en las barandillas y vigas del hangar; y la m¨¢s monumental, Blind, un monolito negro atravesado por un avi¨®n. En cada obra, la cuesti¨®n para el artista no es su significado, por muy obvio que sea, sino lo que provocan.
Cattelan sabe lo bueno que es este trabajo, pero no seguir¨¢ por este camino.
Breath Ghosts Blind. Pirelli Hangar Bicocca. Mil¨¢n. Del 15 de julio al 26 de febrero.
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