Alto Volta, un pa¨ªs con forma de nube
La quinta y ¨²ltima entrega de la serie de la escritora Laura Ferrero dedicada a lugares que han cambiado de nombre viaja hasta un territorio a punto de desvanecerse, un c¨²mulo de agua, vapor y deseo
Es dif¨ªcil imaginarse a Franz Kafka feliz y, sin embargo, creo que lo fue. O, al menos, me gusta pensarlo as¨ª, habitando en esa frase del poeta Robert Frost que afirma que la felicidad compensa en altura lo que le falta en longitud. En 1923, un a?o antes de morir, Kafka sol¨ªa pasear por el Parque Stieglitz, en ese Berl¨ªn en crisis de despu¨¦s de la Gran guerra. Fue a lo largo de uno de esos paseos cuando Kafka escuch¨® el llanto inconsolable de una ni?a que le cont¨® que hab¨ªa perdido su mu?eca. ¡°Tu mu?eca ha salido de viaje¡±,...
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Es dif¨ªcil imaginarse a Franz Kafka feliz y, sin embargo, creo que lo fue. O, al menos, me gusta pensarlo as¨ª, habitando en esa frase del poeta Robert Frost que afirma que la felicidad compensa en altura lo que le falta en longitud. En 1923, un a?o antes de morir, Kafka sol¨ªa pasear por el Parque Stieglitz, en ese Berl¨ªn en crisis de despu¨¦s de la Gran guerra. Fue a lo largo de uno de esos paseos cuando Kafka escuch¨® el llanto inconsolable de una ni?a que le cont¨® que hab¨ªa perdido su mu?eca. ¡°Tu mu?eca ha salido de viaje¡±, le dijo el escritor. ¡°Me ha mandado una carta. Me la he dejado en casa sin darme cuenta, pero ma?ana te la traigo¡±, sigui¨®. Y aquella tarde, al llegar a casa, con seriedad y su habitual dedicaci¨®n, se sent¨® a escribir la carta. Dora Diamant, su ¨²ltima compa?era, cuenta que lo hizo tan concentrado como cada vez que se sentaba en su escritorio. Al d¨ªa siguiente la ni?a lo esperaba en el parque, y durante tres semanas, sin fallar en ninguna ocasi¨®n, la correspondencia se mantuvo a raz¨®n de una carta por d¨ªa. En aquellas misivas, Kafka le contaba a la destinataria las andanzas de su antigua amiga, esa mu?eca perdida que, cansada de ese mundo tan peque?o en el que viv¨ªa, hab¨ªa partido a ensanchar sus horizontes embarc¨¢ndose en lejanas aventuras que no permit¨ªan su vuelta. La mu?eca extra?aba mucho a la ni?a y nunca olvidaba incluir unas palabras de cari?o para ella, pero sigui¨® con su periplo, que termin¨® en noviazgo, compromiso, y finalmente, en matrimonio e hijos, con lo que se despidi¨® para siempre de su amiga. Pero para entonces, la ni?a se hab¨ªa reconciliado con la p¨¦rdida: no ten¨ªa mu?eca, pero s¨ª una historia. ?Para qu¨¦ necesitaba entonces a su mu?eca?
Ocurre de forma parecida con un pa¨ªs que tiene forma de nube. Al menos en el mapa que a¨²n conservo de mis tiempos de estudiante. En mi familia, donde todas las mujeres ¡ªabuela, t¨ªa abuela, madre¡ª han sido modistas menos yo, abundaba el papel de manila que ellas utilizaban para hacer patrones y yo para calcar con exactitud mis mapas y fingir ser mejor dibujante de lo que en realidad era. En ese mapa de ?frica en papel de manila, Alto Volta, un pa¨ªs sin salida al mar y encajado como una pieza de puzle entre sus vecinos, tiene forma de nube, como si en vez de ser un pa¨ªs fuera un c¨²mulo de agua, vapor y deseo. Un pa¨ªs a punto de desvanecerse, de huir de las ataduras que impone la cartograf¨ªa.
Yo lo estudi¨¦ ya como Burkina Faso, su nombre actual, pero su denominaci¨®n antigua, desgastada como las redondeces de sus fronteras en un mapa infantil, ejerci¨® sobre m¨ª, al igual que su forma, una fascinaci¨®n especial. Alto Volta fue colonia francesa y se independiz¨® el 5 de agosto de 1960. Este nombre suyo de resonancias ¨¦picas se explica por su territorio, que contiene el curso alto del r¨ªo Volta (Volta Negro), y sus dos afluentes, el Volta Blanco y el Volta Rojo, afluente del anterior. As¨ª, los colores de la bandera antigua ¡ªnegro, blanco y rojo, la bandera voltaica¡ª, representan a estos tres r¨ªos. Sin embargo, en julio de 1984 el pa¨ªs se rebautiz¨® y los r¨ªos desaparecieron tambi¨¦n de su bandera. Ahora responde al nombre de Burkina Faso y, en el idioma mor¨¦, hablado por los Mossi que conforman m¨¢s de la mitad de la poblaci¨®n significa ¡°tierra de hombres honorables¡±. Pero el territorio sigue conteniendo esos mismos r¨ªos y sus habitantes se llaman, al menos para m¨ª, voltaicos y no burkineses. Hasta donde yo s¨¦, las palabras, y lo que uno hace con ellas, es lo que queda. De manera que Burkina Faso es para m¨ª Alto Volta, el pa¨ªs con forma de nube que tantas veces imagin¨¦ justo antes de cerrar los ojos; mi mapa de ?frica en papel de manila que cuelga siempre de un corcho a los pies de la cama.
Cuando se estren¨® la pel¨ªcula Inland Empire, parte de la cr¨ªtica se le ech¨® encima a David Lynch. Es bien sabido que cuando algo no se entiende puede o bien ser categorizado como obra maestra o bien como desprop¨®sito. En este caso, al pobre Lynch le toc¨® m¨¢s bien la segunda opci¨®n. Hubo encarnizadas opiniones que instaron al cineasta a volver a hacer cine y a no repetir jam¨¢s aquel sinsentido. Fui a ver Inland Empire a la sala Verdi la primera vez que me aventur¨¦ a ir sola al cine. De entre el p¨²blico, solo cinco personas nos quedamos hasta el final. A lo largo de la proyecci¨®n escuch¨¦ maldiciones, bufidos, el furioso ruido del pl¨¢stico de una bolsa vac¨ªa. Cuando se encendieron las luces, los cinco que qued¨¢bamos nos miramos con curiosidad y sonre¨ªmos. A d¨ªa de hoy sigo sin entender de qu¨¦ va Inland Empire, pero hubo algo que me pareci¨® aut¨¦ntico y maravilloso y de ese d¨ªa me queda la convicci¨®n de que no es la pel¨ªcula o la novela o el poema, sino lo que sugiere, esa historia no siempre obvia a la que nos conduce. As¨ª, sin ning¨²n motivo aparente, de la pel¨ªcula me qued¨¦ para siempre con Sinnerman, la canci¨®n de Nina Simone ya entre los cr¨¦ditos, los conejos, o esa pregunta inquietante: ¡°?Quieres ver?¡±.
Las historias, todas, penden de esa pregunta. De querer ver, de querer leer. Pero especialmente, de querer imaginar. Y es necesario despojarlas del mandato de querer entenderlo y tenerlo todo. Porque volviendo a Kafka, el editor Klaus Wagenbach busc¨® durante a?os a esa ni?a a la que el escritor le entreg¨® las cartas, pregunt¨® a vecinos que frecuentaban el parque, revis¨® en el censo de la zona, pero todo fue en vano. Wagenbach, de 91 a?os, quiz¨¢s sigue yendo hoy al parque para dar con la ni?a que posee ese un tesoro largamente imaginado, codiciado. Pero mucho me temo que es necesario asumir que algunas cartas, libros, art¨ªculos, poemas, tienen a menudo un ¨²nico destinatario, un ¨²nico lector, y fueron escritas con tinta invisible que solo una determinada luz puede desvelar.
A veces ese destinatario somos nosotros, que escribimos para escribirnos. Y as¨ª, en un rinc¨®n del mundo duerme la ¨²nica novela luminosa de Franz Kafka, quiz¨¢s en el mismo caj¨®n donde habitan los nombres olvidados de la historia, los l¨¦xicos familiares de n¨²cleos que desaparecieron, lenguas muertas creadas por parejas que ya no lo son. Al final quiz¨¢s es cierto aquello que le¨ª: que Dios invent¨® al hombre porque le gustan las historias, pero estas cinco postales ¡ªCeil¨¢n, la Conhinchina, Zaire, Nuevas H¨¦bridas y Alto Volta¡ª no cuentan la verdadera historia de estos territorios a la fuga, olvidados bajo otros nombres y otros futuros, sino que trenzan una historia so?ada y en contra del olvido. Son, en definitiva, un artefacto contra el tiempo, contra los veranos, contra el calor, contra los contras, contra las imposiciones y los l¨ªmites de los mapas, contra la exactitud. Nos cuentan, en definitiva, la historia de un verano en una ciudad calurosa donde lo llena todo el deseo de viajar a otros lugares, aunque estos lugares no existan y haya que inventarlos.
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