Dedicado a quienes no leen las dedicatorias
Las p¨¢ginas con la que empiezan los libros, a menudo ignoradas, relatan una historia secreta de la literatura. De Camilo Jos¨¦ Cela a Carmen Mart¨ªn Gaite y de Edna O¡¯Brien a Jonathan Safran Foer, esta es una selecci¨®n de las m¨¢s memorables
Intensas, largas y cr¨ªpticas, pero tambi¨¦n ligeras, monosil¨¢bicas y di¨¢fanas. Cualquier afirmaci¨®n y su contraria es v¨¢lida para definir las dedicatorias. Algunas son un enigm¨¢tico mensaje en una botella mientras que otras se dirigen a alguien con nombres y apellidos. Las hay que son dardos envenenados y en ellas anida ese dicho, el de que la venganza es un plato que se sirve fr¨ªo. Otras, sin embargo, destilan nostalgia, dolor, y son misivas que el destinatario no puede leer ya porque la palabra permanece, pero nosotros no.
Las dedicatorias, esa p¨¢gina tantas veces ignorada que encabeza los libros, conforman a menudo la imperceptible marca de agua sobre la que se imprime una historia. Pero m¨¢s all¨¢ de lo dispuestos que estamos siempre a bucear en las vidas ajenas, es necesario navegar las dedicatorias sin rumbo, sin pistas, porque no hay ex¨¦gesis que valga. Estas l¨ªneas pretenden dialogar con algunas de ellas y poner de manifiesto aquello que cuenta Mar¨ªa Gainza en El nervio ¨®ptico: que uno escribe algo para contar otra cosa.
Lo he hecho lo mejor que he podido
Algunas dicen gracias. O lo intentan. Porque el agradecimiento es en ocasiones un caramelo envenenado, como aquellas l¨ªneas de Camilo Jos¨¦ Cela con las que se abre La familia de Pascual Duarte: ¡°Dedico esta edici¨®n a mis enemigos que tanto me han ayudado en mi carrera¡±. Pero, por lo general, la mala baba queda fuera de estos inicios que son una manera como otra de mencionar a los que estuvieron cerca en el proceso de escritura. As¨ª, damos las gracias por la compa?¨ªa, el aliento, los ¨¢nimos, la oportunidad. Pero tambi¨¦n a los momentos fundacionales de la vida, como el que cuenta la periodista y escritora Gloria Steinem en la singular dedicatoria de Mi vida en la carretera:
¡°Este libro est¨¢ dedicado al doctor John Sharpe, m¨¦dico londinense que en 1957, una d¨¦cada antes de que en Inglaterra fuera legal practicar abortos salvo en el supuesto de que la vida de la mujer corriera peligro, asumi¨® el considerable riesgo de ayudar a una estadounidense de veintid¨®s a?os que iba camino de la India. Sin saber nada aparte de que la chica hab¨ªa roto un compromiso en su tierra para salir en busca de un destino incierto, le dijo: ¡°Tienes que prometerme dos cosas. Primero, que no le dar¨¢s mi nombre a nadie. Segundo, que har¨¢s con tu vida lo que te apetezca¡±. Mi querido doctor Sharpe, conf¨ªo en que a usted, consciente como era de la injusticia de las leyes, no le molestar¨¢ que diga esto tanto tiempo despu¨¦s de su muerte: lo he hecho lo mejor que he podido. Este libro es para usted¡±.
A veces, las dedicatorias delimitan un espacio del que surge todo lo dem¨¢s. Son un alto en el camino antes de empezar la lectura y la vida. Para m¨ª, la memoir de Steinem est¨¢ condensada en esas l¨ªneas y se llama, en realidad, Lo he hecho lo mejor que he podido.
Eterno mientras dura
Uno de los m¨¢s prol¨ªficos subg¨¦neros dentro de las dedicatorias de agradecimiento es el de las dedicatorias rom¨¢nticas. Un acto ¨ªntimo, una declaraci¨®n de amor, se convierte as¨ª en algo p¨²blico con todos los peligros que eso conlleva. Que el amor es eterno mientras dura lo saben tambi¨¦n, adem¨¢s de los tatuajes en los b¨ªceps ¡ªy especialmente el l¨¢ser que despu¨¦s se encarga de borrar las sobras del amor¡ª las dedicatorias de los libros, convertidas en un sism¨®grafo de la vida sentimental de sus autores. As¨ª, esa vibrante declaraci¨®n de amor de la primera edici¨®n se va desvaneciendo en sucesivas reimpresiones hasta el apag¨®n final. E incluso ocurre a veces que el amor reverdece de nuevo bajo un nombre distinto en la ¨²ltima de las ediciones.
Un caso m¨¢s peligroso a¨²n es el de las dedicatorias entrelazadas, una suerte de correspondencia entre parejas de escritores. En Tan fuerte, tan cerca, Jonathan Safran Foer estampa al inicio: ¡°Para Nicole, mi idea de lo hermoso¡±. Nicole Krauss, su mujer de entonces, le responde en la dedicatoria de La historia del amor: ¡°Para mis abuelos, que me ense?aron lo contrario de desaparecer. Y para Jonathan, mi vida entera¡±. Lo que ocurre es que la idea de lo hermoso cambia, y lo que entendemos por la vida entera tambi¨¦n.
Dedicatorias de amor las hay tan simples como bellas, aquella de Oriana Fallaci a Alexandros Panagoulis en Un hombre: ¡°¦£¦É¦Á ¦Ò¦Å¦Í¦Á. Para ti¡±, imposible de leer desgajada de las turbulencias de la historia que ambos compartieron. O la de Miguel Hern¨¢ndez a Maruja Mallo en El rayo que no cesa: ¡°A ti sola, en cumplimiento de una promesa que habr¨¢s olvidado como si fuera tuya¡±. O esta divertida y certera de Gillian Flynn en Lugares oscuros: ¡°?Qu¨¦ puedo decir sobre un hombre que sabe c¨®mo pienso y todav¨ªa duerme a mi lado cada d¨ªa con las luces apagadas?¡±.
La familia, ese gran apoyo (o no)
Pero pocas l¨ªneas tan bellas como las que le dedica Carmen Mart¨ªn Gaite en Entre visillos a su hermana Ana Mar¨ªa: ¡°Para mi hermana Anita, que rod¨® las escaleras con su primer vestido de noche, y se re¨ªa, sentada en el rellano¡±. Su hermana mayor aparece tambi¨¦n en el cap¨ªtulo Los toros de Guisando de El cuento de nunca acabar. Le¨ª un obituario sobre Ana Mar¨ªa y recuerdo algunos datos como que trabaj¨® de correctora en la sede de Ginebra de Naciones Unidas, que nunca se cas¨® y que cuid¨® del legado de Carmen despu¨¦s de su muerte. De todas maneras, cualquier cosa que haya podido leer sobre ella se ve eclipsada por una dedicatoria tan fascinante como misteriosa que me resume la vida de dos hermanas en un par de l¨ªneas. Y el vestido, ?c¨®mo era el vestido de Ana Mar¨ªa? Carmen Mart¨ªn Gaite nunca dio pistas al respecto, porque lo m¨¢s fascinante es el misterio, lo velado. Hechizante tambi¨¦n, y con una pizca de maldad, es esta dedicatoria de Tobias Wolff en Vida de este chico: ¡°Mi primer padrastro sol¨ªa decir que con lo que no s¨¦ se podr¨ªa llenar un libro. Aqu¨ª est¨¢¡±. Se abre el turno para las preguntas: ?qu¨¦ es lo que no sab¨ªa Wolff?, ?constituye eso una novela autobiogr¨¢fica? S¨ª, y de las buenas.
Para todos nosotros
Si bien las dedicatorias rom¨¢nticas y familiares suelen estar muy centradas en personas concretas, las hay que nos apelan a todos. Por ejemplo, la escritora italiana Nadia Terranova encabeza as¨ª su novela Adi¨®s fantasmas: ¡°A los supervivientes¡±. Y responde afirmativamente a la pregunta de si puede una dedicatoria estar dedicada a todos nosotros. Existen, s¨ª, y pienso tambi¨¦n en una de las dedicatorias que m¨¢s me divierte y me apela, esta de Laura Fern¨¢ndez en La chica zombie, que habla de colegios y supervivientes: ¡°A Carry White, que no sobrevivi¨® al instituto. A los que s¨ª lo hicieron¡±.
Para los que se fueron
La vida se va, pero la palabra permanece, es por eso que las dedicatorias son tambi¨¦n glosas, una manera de retener lo que se ha ido. Pretenden lo imposible, conjurar al tiempo, volver atr¨¢s, claman un desgarrador ¡°y si¡¡± e impregnan las p¨¢ginas de la historia del agridulce poso de los condicionales.
En el mundo del cine, a pesar de que las dedicatorias no son tan habituales, los que se fueron est¨¢n especialmente presentes en la trilog¨ªa de la muerte, de Alejandro Gonz¨¢lez I?¨¢rritu cuya primera parte, Amores perros, est¨¢ dedicada ¡°a Luciano, porque tambi¨¦n somos lo que hemos perdido¡±. En 1996, Luciano, hijo de I?¨¢rritu, falleci¨® a los pocos d¨ªas de nacer. Es dif¨ªcil disociar la pel¨ªcula de esa frase, de la p¨¦rdida, del rastro que dejan aquellos que conocemos brevemente y de puntillas se van marchando para observarnos siempre desde ese otro lugar al que ni las palabras ni nosotros llegamos.
Para escribir otra cosa
En lo velado de las dedicatorias se esconde la intenci¨®n ¨²ltima de un libro, aquello que se le escapa incluso al autor. Por ejemplo, Madre Irlanda, de Edna O¡¯ Brien, empieza as¨ª: ¡°Para John Fortune¡, pues¡±. ?Pues? Ah¨ª, en ese adverbio, empieza la otra historia, pero esa solo la conoce O¡¯Brien. Uno escribe siempre para contar otra cosa, para dar las gracias, para sobrevivir, para esconder, para vocear eso que no se dice, para lograr alcanzar eso que se nos escapa. O uno escribe, quiz¨¢s, para atrapar en la dedicatoria una de sus mejores historias, como esta de Grace Paley en sus Cuentos completos:
¡°Me parece justo dedicar esta compilaci¨®n a mi amiga Sybil Clairbone, mi colega en las tareas de escribir y ser madre. Un buen d¨ªa de 1975 fui a su piso, en una quinta planta de la calle Barrow. Y all¨ª pude ver con mis propios ojos a sus dos maridos, que no estaban satisfechos con los huevos que les hab¨ªa hecho. Despu¨¦s de eso hablamos y hablamos durante cuarenta a?os. Hasta que Sybil muri¨®. Tres d¨ªas antes de su muerte me dijo, despacio, con la delicadeza de una persona insatisfecha a la que solo le quedan una docena de palabras: Grace, la gran pregunta es c¨®mo tenemos que vivir nuestras vidas¡±.
Tiempo despu¨¦s, sigo pensando en los huevos que Sybil les prepar¨® a sus dos maridos. En el ¡°pues¡±, o en el vestido de Anita rodando por la escaleras. Las mejores historias son las que no se cuentan: son las que est¨¢n siempre a punto de empezar.
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