Palabras infecciosas
Terror es lo que uno siente al descubrir ahora en libros y documentales sobre el 11-S a qu¨¦ extremos de barbarie puede llegar un poder incontrolado
Algunas palabras y expresiones son tan infecciosas que aun quien rechaza lo que significan puede verse contaminado por ellas. En los a?os de luto del terrorismo etarra la inicua expresi¨®n ¡°lucha armada¡± se infiltraba v¨ªricamente incluso en el lenguaje de quienes tomaban partido abiertamente contra el crimen. Si uno se declaraba en contra de la lucha armada, ya estaba asintiendo en una cierta medida al hecho sanguinario que esas palabras encubr¨ªan. Lucha armada puede sonar noble, o descriptivo, o neutro. Hay algo impl¨ªcitamente heroico en la palabra ¡°lucha¡±: una idea de contrincantes enfrentados, de desaf¨ªo y ¨¦pica. La lucha armada consist¨ªa en que un canalla o un simple descerebrado se acercaba por detr¨¢s a una persona inerme y la asesinaba de un tiro en la nuca. Lucha armada era matar y mutilar a jubilados, a ni?os, a periodistas, a concejales, a camareros. Declarar que uno rechazaba la lucha armada ya implicaba un principio verbal de legitimidad. Usar las palabras de los criminales es dejarse ensuciar con distracci¨®n inconsciente por ellos.
El Humbert Humbert de Nabokov dice que un fancy prose style es muy apropiado para un homicida convicto y confeso. Los asesinos de vocaci¨®n pol¨ªtica y los dirigentes de las vastas organizaciones criminales que a veces alientan los gobiernos son peculiarmente puntillosos en su uso del lenguaje. ¡°Lucha armada¡±, ¡°conflicto¡±, ¡°socializaci¨®n del sufrimiento¡± fueron t¨¦rminos muy queridos por valedores pol¨ªticos del independentismo vasco que sin disparar un solo tiro tuvieron las manos manchadas de sangre inocente hasta los codos. Algunos siguen por ah¨ª, impermeables a la piedad y al remordimiento, envueltos en su celof¨¢n de eufemismos inmundos. Socializar el sufrimiento era poner una gran carga explosiva en un cuartel o en el aparcamiento de un supermercado y condenar a muerte o a mutilaci¨®n o a un trauma de por vida a cualquiera que tuviese la mala suerte de pasar por all¨ª. Ahora, con motivo del aniversario del 11 de septiembre, se acumulan los libros y los documentales que atestiguan la empresa criminal de mayor escala en lo que va de siglo, que es la llamada war on terror declarada por el presidente George W. Bush a los pocos d¨ªas del ataque contra las Torres Gemelas. En todos ellos algo que llama la atenci¨®n es el peculiar inter¨¦s por las acu?aciones verbales que mostraron los gobernantes y sus asesores, y sus redactores de discursos. Yo los ve¨ªa en la televisi¨®n americana, aquel oto?o, y me daban p¨¢nico, con sus caras teatrales de determinaci¨®n y belicosidad vengativa y patri¨®tica, con sus banderitas de pronto omnipresentes en todas las solapas de los trajes oscuros. Un d¨ªa, en directo, el presidente Bush exager¨® su postizo acento tejano para comparar la cacer¨ªa de Osama Bin Laden con aquellos antiguos carteles del Far West en los que debajo de la cara y el nombre de un perseguido se indicaba en grandes letras negras: WANTED DEAD OR ALIVE. Daba miedo la amenaza de posibles nuevos atentados, y la del polvo blanco del ¨¢ntrax en sobres mandados por correo. Pero tanto o m¨¢s miedo daba la unanimidad de las voces en la televisi¨®n, en los peri¨®dicos, en la radio, el fervor colectivo con que se celebraba la inminencia de la guerra, el tono ¨¦pico y las m¨²sicas militares en los informativos, el hurac¨¢n de banderas multiplic¨¢ndose en un pa¨ªs ya muy aficionado a ellas. En un art¨ªculo reciente, Siri Hustvedt ha recordado el acoso a que fueron sometidas las pocas personas temerarias que se atrevieron a disentir de la unanimidad: Susan Sontag, que escribi¨® que de los terroristas que secuestraron los aviones pod¨ªa decirse cualquier cosa, pero no que eran cobardes; y sobre todo la congresista dem¨®crata por California Barbara Lee, que fue la ¨²nica que emiti¨® su voto negativo y expres¨® en voz alta su rechazo de la ley de urgencia que otorgaba al presidente poderes ilimitados y pr¨¢cticamente incontrolados para declarar la war on terror. ¡°Perra negra¡± fue lo m¨¢s suave que la llamaron.
Lucha armada puede sonar noble, o descriptivo, o neutro. Hay algo impl¨ªcitamente heroico en la palabra ¡°lucha¡±: una idea de contrincantes enfrentados, de desaf¨ªo y ¨¦pica
De nuevo las palabras. No se dijo nunca ¡°lucha contra el terrorismo¡±, sino ¡°guerra contra el terror¡±. La palabra guerra es muy querida por los dirigentes pol¨ªticos americanos. Hubo y hay todav¨ªa algo llamado war on drugs, y hasta una extra?a war on poverty. Una amarga experiencia ha ense?ado, en los pa¨ªses castigados por el terrorismo, como el nuestro, que no es con ej¨¦rcitos ni acciones militares como se lucha contra ¨¦l, sino con buenos servicios de informaci¨®n, con fuerzas de polic¨ªa bien dotadas y adiestradas, con jueces competentes, con todo el peso leg¨ªtimo que puede tener el estado democr¨¢tico. Estar en guerra es lo que quieren los terroristas: ascender de banda criminal a la categor¨ªa de organizaci¨®n armada, entregada a una ¡°lucha¡±.
Pero m¨¢s t¨®xica todav¨ªa que la palabra guerra es la palabra terror. El terrorismo es una categor¨ªa espec¨ªfica, identificable, con principio y fin, con frecuencia atroz pero siempre limitada en su escala. Pero si en vez de hablar de terrorismo hablamos de ¡°Terror¡±, y le a?adimos la may¨²scula, lo que era un hecho concreto se convierte en un fen¨®meno inabarcable, con resonancias sobrenaturales, no una amenaza que puede ser combatida con medios racionales sino una especie de abismo de negrura, un espanto mitol¨®gico, la pura encarnaci¨®n del Mal en las religiones apocal¨ªpticas. Reagan ya hab¨ªa llamado a la Uni¨®n Sovi¨¦tica Empire of Evil, el Imperio del Mal. Un evang¨¦lico converso como George W. Bush se complac¨ªa visiblemente usando la expresi¨®n war on terror, y otra m¨¢s integrista todav¨ªa, Axis of Evil, el Eje del Mal, recuerdo de aquel Eje totalitario de la Alemania nazi, la Italia fascista y el Jap¨®n militarizado. Al terrorismo era posible enfrentarse con normas legales, con polic¨ªas y jueces: en la guerra contra el Terror no pod¨ªa haber l¨ªmites, ni plazos, ni consideraciones de humanidad o de respeto por la ley. A un posible terrorista se le detiene, se le interroga, se le juzga: a un emisario del Terror se le puede torturar hasta matarlo o reducirlo a la locura, y para que esa barbarie no deje huella bastar¨¢ sustituir la palabra ¡°tortura¡±, tan desagradable, por enhanced interrogation technique, literalmente, ¡°t¨¦cnica de interrogatorio reforzada¡±. Mejor todav¨ªa si se usan las siglas: EIT.
Terror no designa a ning¨²n enemigo, por sanguinario que sea. Terror es lo que uno siente al descubrir ahora en libros y documentales a qu¨¦ extremos de barbarie puede llegar un poder incontrolado que lo manipula y lo corrompe todo a su servicio, incluido el lenguaje, las palabras de todos.
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