Colonialismo colonizado
El colonialismo no es algo lejano en el espacio ni anterior en el tiempo, ni una fatalidad remota volcada exclusivamente sobre El Otro. Es un mecanismo inherente al ordenamiento del mundo contempor¨¢neo
Si cada vez que record¨¢ramos a Robespierre pens¨¢ramos en la guillotina, no tendr¨ªamos una relaci¨®n tan rom¨¢ntica con la revoluci¨®n. Esta idea, un tanto hiperb¨®lica, es de Milan Kundera y podr¨ªamos aplicarla al colonialismo. A su pasado y a su vigencia. A su actualidad m¨¢s l¨²gubre y a la m¨¢s fr¨ªvola. Siguiendo su estela, si cada vez que nos tom¨¢ramos un mojito o nos fum¨¢ramos un habano pens¨¢ramos en la plantaci¨®n, el ¨¦xtasis ya no ser¨ªa tan inocente. Ese latigazo invocar¨ªa los infinitos latigazos de la esclavitud productora de estos placeres, poniendo sobre la barra ¡ªtal cual lo advirti¨® Fernando Ortiz¡ª el entramado que los mercaderes ¡°habr¨ªan de torcer y trenzar durante siglos¡±. En ese preciso instante, se har¨ªan evidentes las mutaciones de la plantaci¨®n, actualizada hoy en la econom¨ªa de servicios propia del turismo y en los desplazamientos humanos; la descolocaci¨®n de las poblaciones migrantes y la deslocalizaci¨®n de las empresas globales; las minas de colt¨¢n que han posibilitado el tel¨¦fono m¨®vil que llevamos en el bolsillo y los resorts vacacionales; los hangares de apuestas chinos y las factor¨ªas de confecciones de las grandes marcas; recorridos por ruinas precoloniales y trata de mujeres; los t¨®picos de la industria cultural o los replanteamientos geopol¨ªticos de centros y periferias.
As¨ª, quedar¨ªa a la vista que el colonialismo no es algo lejano en el espacio ni anterior en el tiempo. Que no es una fatalidad remota volcada exclusivamente sobre El Otro. Que es un mecanismo inherente al ordenamiento del mundo contempor¨¢neo y no una fase puntual o superable de este. Incluidas aqu¨ª las nuevas plantaciones acad¨¦micas en las que el anticolonialismo ha quedado atrapado ¡ª?deconstruido?¡ª por la ret¨®rica decolonial que emana de los campus norteamericanos (el anticolonialismo de Ivy League tambi¨¦n existe).
Por todo ello, en este siglo XXI del blink, el tuit, el pantallazo o el zapeo, quiz¨¢ sea recomendable regresar a precursores del calibre de L¨¦opold S¨¦dar Senghor y Frantz Fanon, Stuart Hall y Aim¨¦ C¨¦saire, Manuel Moreno Fraginals y Eric Williams, Edward Said o ?douard Glissant. O a algunas ficciones verdaderas de C¨¦sar Vallejo, Lydia Cabrera o Jos¨¦ Mar¨ªa Arguedas. Lejos de comportarse como un altar intocable, esos viejos magisterios intervienen a la hora de entender las contradicciones de la historia anticolonial; propias de una muy desigual pelea a la riposta o una tensi¨®n casi siempre irresuelta entre las ideolog¨ªas, las identidades y los conflictos raciales. Tambi¨¦n nos servir¨¢n para desentra?ar en qu¨¦ consiste la reactivaci¨®n de esta guerra cultural que durante la Guerra Fr¨ªa se libr¨® como una contienda por el futuro y ahora parece sostenerse en una batalla por el pasado. Con parte de la derecha recuperando el macartismo para denunciar la infiltraci¨®n comunista en los movimientos anticoloniales y parte de la izquierda recuperando el estalinismo para repetir los viejos recelos que, desde los tiempos sovi¨¦ticos, sirvieron para rebajar al anticolonialismo como una desviaci¨®n reformista que solo servir¨ªa para entorpecer la misi¨®n del proletariado.
No s¨¦ si a alguien de esa Izquierda Verdadera se le ocurrir¨ªa hoy acusar al Che de ¡°posmo¡±, como en su d¨ªa lo hicieron de ¡°aventurero¡± biograf¨ªas encargadas desde el Krem?lin. Pero s¨ª puedo intuir, dada su propensi¨®n letal, que se estar¨ªa jugando la vida. Tambi¨¦n me puedo figurar que no ver¨ªa con mejores ojos las teor¨ªas decoloniales y que tratar¨ªa a Walter Mignolo con m¨¢s inclemencia que a R¨¦gis Debray.
En la parte contraria, es tan alarmante como rid¨ªcula la soberbia creciente que equipara orgullo colonial con grandeza a base de traducir la conquista de Am¨¦rica como una piadosa ONG embarcada al Nuevo Mundo con la encomienda de liberar a sus sociedades del canibalismo, evangelizarlas y alcanzar un pacto honorable por el oro y la plata.
Ya Edward Said alert¨® que proyectar el pasado sobre nuestras perspectivas actuales supone ¡°el riesgo de volverse loco o arruinarse¡±. Es absurdo, a?ad¨ªa, usar ¡°el Amad¨ªs de Gaula para comprender la Espa?a del siglo XVI (o la actual)¡± o ¡°utilizar la Biblia para comprender la C¨¢mara de los Comunes¡±. Pero esa prudencia en ning¨²n caso justifica reducir a conveniencia las atrocidades del colonialismo, su intr¨ªnseca pol¨ªtica de exterminio o negar que la esclavitud y traslado forzado de millones de africanos alcanz¨® la magnitud de un holocausto.
Resulta rid¨ªculo el contraste entre esa vanidad colonialista y la entrega, bien colonizada por cierto, a la apoteosis de un turismo bajo el cual, parafraseando a Henri Lefebvre, el pa¨ªs de consumo acaba por convertirse en el consumo del pa¨ªs. Es chirriante la contradicci¨®n entre la reivindicaci¨®n de su protagonismo en el origen lejano de la globalizaci¨®n y el desconcierto con el papel secundario que tiene Espa?a en lo que ha resultado finalmente ¨¦sta. Con nuestras ciudades, verdaderos museos al aire libre del expolio colonial, girando sin sosiego alrededor de una econom¨ªa de servicios cuyo rengl¨®n cultural fundamental no puede ser otro que la producci¨®n de estereotipos.
En ese modesto lugar que nos ha deparado esta plantaci¨®n gigantesca en la que se ha convertido el mundo, el anticolonialismo tendr¨ªa que empezar por casa: convertirse en una obligatoria e inaplazable agenda dom¨¦stica.
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