Enzensberger, el ojo que lo vio todo en la Alemania nazi
¡®Un pu?ado de an¨¦cdotas¡¯ contiene memoria, risa, drama y la sustancia atroz de la Segunda Guerra Mundial contada por un adolescente incisivo y precoz
Hans Magnus Enzensberger ha escrito un libro que deber¨ªa anunciarse con campanillas, en las librer¨ªas y en los suplementos, para que el lector sepa que perd¨¦rselo ser¨ªa algo as¨ª como un fracaso personal. Nacido en 1929, el autor de El hundimiento del Titanic, poeta y ensayista, editor poderoso, por ejemplo, de toda la obra de Humboldt y tambi¨¦n experto editor (y estudioso) de Goethe, vive en M¨²nich, en una casa por la que parece que no han pasado las d¨¦cadas, porque sus paredes aparecen siempre limpias, ordenadas, recientes, hasta que rebuscas y ves que ah¨ª tiene almacenada su intensa relaci¨®n con Espa?a, con Hispanoam¨¦rica, con los poetas espa?oles, con la Barcelona de los sesenta, con los rescoldos grises de nuestra dictadura y tambi¨¦n de lo que al principio fue la revoluci¨®n cubana. De todo eso guarda archivos porque de todo ello ha escrito, con un estilo que ahora est¨¢ aqu¨ª, abrillantado por una idea que recorre el libro como el rasgo de una inteligencia que lo impulsa desde ni?o, la inteligencia del ojo que lo ve todo.
Ni?o, adolescente y luego avispado ciudadano precoz en las distintas etapas del mal de Hitler que sufri¨® su pa¨ªs, se fij¨® en el transcurso de esos a?os en lo que hac¨ªan las personas mayores, entre ellos sus propios parientes, para esquivar las consecuencias de aquella barbarie que tuvo el benepl¨¢cito, asustado o voluntarioso, de las personas mayores. Lo hizo como si tomara las notas que ahora le sirven para contar lo que ¨¦l llama, desde el t¨ªtulo, un pu?ado de an¨¦cdotas. En realidad, esas an¨¦cdotas son la categor¨ªa que qued¨® en la memoria de un muchacho estupefacto que ah¨ª aprendi¨® que las solemnidades siempre ocultan la verdadera cara de los sinverg¨¹enzas. Lo que transcurre por esta memoria en la que ¨¦l se sit¨²a en tercera persona (es, simplemente, M, la inicial de su segundo nombre propio, Magnus) representa, minuciosamente, la escalada, familiar o colectiva, de la miseria que luego ser¨ªa un mont¨®n de escombros sobre los que sonaron las m¨²sicas triunfales de los americanos que se hicieron cargo de que, sobre ese detritus, se fabricara la Alemania que luego hemos conocido.
Los cristales rotos que el ni?o M fue juntando para cumplir muchos a?os despu¨¦s una narraci¨®n ins¨®lita est¨¢n presentados, adem¨¢s, con reliquias de la ¨¦poca, fotos familiares o escolares, recordatorios de lo que fue popular entonces, juguetes, memorabilia militar o civil, que se asimilan dentro del texto con la misma sencillez abrumadora con la que Enzensberger re¨²ne el resultado retrospectivo de una mirada que no parece haber olvidado nada, ni resplandores ni desastres, ni siquiera los propios, entre ellos aquellos en que se estren¨®, parece que con ¨¦xito, como estraperlista.
Es un libro que contiene recuerdo y risa, drama y tambi¨¦n la sustancia atroz de aquella guerra puesta en marcha por la voluntad de seres rid¨ªculos capaces de arruinar varias generaciones de alemanes (y de europeos) en una guerra que, contada por un ni?o como era aquel M que era Enzensberger, parece una ficci¨®n cuyos resultados a¨²n est¨¢n en las cunetas asombradas de la historia.
Es inevitable leer este libro, hasta el final, con la sorpresa en los ojos, e incluso la sonrisa en la boca, pero en el alma europea (y mundial) ha de leerse tambi¨¦n con el estupor de lo que nunca ha acabado, pues en el fuero del continente aquel desastre se ha quedado como un eco de lo que vuelve. Acaso los ni?os de hoy, en alg¨²n lugar, estar¨¢n, como aquel muchacho M, tomando nota de lo que empieza a pasar, y no se sabe si su porvenir es una bala o una flor. Al final del libro, el poeta que es, y de los grandes, Enzensberger, a?ade estos versos a su largo relato sincopado: ¡°Cuando ¨¦l escribe sobre s¨ª mismo, / escribe sobre otro. / En lo que escribe / ¨¦l se esfum¨®¡±. Se esfum¨®, pero son sus manos, que es tambi¨¦n su memoria, lo que te atrapa. L¨¦anlo, ?no oyen las campanillas?
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