Lo que siento (no se olviden de Ucrania)
El traductor del ruso Ricardo San Vicente, nacido en Mosc¨², recuerda el pa¨ªs donde se crio y se pregunta qu¨¦ pensar¨ªan de esta guerra los comunistas espa?oles del c¨ªrculo de sus padres
Recuerdo el pa¨ªs que me vio nacer. No puedo olvidar el olor de su tierra, el murmullo sereno de sus ¨¢rboles cuando en el bosque el viento parece hablar con sus habitantes, el rumor pl¨¢cido y constante de las aguas de los grandes r¨ªos, el bramido feroz e imparable del deshielo en primavera, la lluvia lenta y, tras los rel¨¢mpagos, los truenos que retumbaban en las paredes de las dachas, las fr¨¢giles casas de campo...
A?oro incluso el entra?able hedor de la bencina cuando aterrizaba en mi pa¨ªs. Y ve¨ªa como se alzaba ante mi mirada el cielo, siempre lejano, la voz profunda y c¨¢lida de los hombres y la sirena aguda y siempre acogedora de las mujeres que me acog¨ªan en sus casas...
Unos, recuerdo, me mandaban a que me ba?ara, tal vez para quitarme la mugre occidental que cubr¨ªa mi cuerpo, o, gracias a alg¨²n rito que yo desconoc¨ªa, otros me llevaban directamente a la Plaza Roja, el ombligo de una dicha que desconocemos, o el ojo que todo lo ve. Unos terceros se apresuraban a llevarme a lo m¨¢s hermoso y apacible del pa¨ªs; aquello que el hombre a¨²n no ha logrado ensuciar ni destruir del todo: su campo, los bosques y los r¨ªos: su amorosa y a veces implacable Naturaleza...
Ahora, no obstante, me resulta dif¨ªcil llamar a los pocos amigos vivos que me quedan y explicarles lo que siento sobre lo que est¨¢ pasando en su pa¨ªs y en el de, hasta hace muy pocos meses, sus hermanos ucranios.
Y siento un horror que no me abandona; unas n¨¢useas que, sazonadas con la humedad olorosa del bosque, con el perfume siempre presente del suelo, me resultan insoportables.
Y me atacan los recuerdos, un pasado esquizofr¨¦nico y siempre hecho pedazos: las gloriosas unidades del Ej¨¦rcito Rojo que liberan su pa¨ªs y toda Europa Oriental ¡ªciertamente con algunos testimonios de las v¨ªctimas violadas y asesinadas en el avance de esta ¡°liberaci¨®n¡±¡ª; la imagen de los Kal¨¢shnikov sobre el aguerrido pecho ¡°hoz y martillo¡±, de los victoriosos tanques T-34, de los cazas Mig, los primeros cazas a reacci¨®n. Y las Katiushas (que en Occidente llamaban los ¡°?rganos de Stalin¡±) y, hablando de Katiushas, las canciones de la guerra, da igual cual, y el comp¨¢s sonoro de las botas militares¡ Como tambi¨¦n los antecedentes de lo que ahora vivimos a cada instante: los hombres colgados en las calles de Budapest, los tanques en Praga y ya no hablemos de Afganist¨¢n, Chechenia o los ejercicios de ¡°entrenamiento¡± en Siria o Mali¡
Todo eso y m¨¢s se difuminaba, se perd¨ªa en la neblina del bosque ruso, se fund¨ªa en el rumor de los r¨ªos, del pl¨¢cido susurro de los inabarcables campos de centeno, de las risas de los amigos, de las canciones, tan mel¨®dicas como guerreras¡
Son episodios personales, historias m¨ªas, pero que me obligan a pensar, a reflexionar en un intento de conciliar el mundo sovi¨¦ticamente rom¨¢ntico de la infancia, feliz y complaciente, con la presencia actual del monstruo.
?Qu¨¦ pensar¨ªan nuestros muertos, los viejos militantes del PC espa?ol y los del PSUC, mis padres y los amigos y compa?eros comunistas de mis padres, los fieles a la ¡°patria del socialismo¡± catalanes, andaluces, gallegos, vascos¡, los fervorosos admiradores latinoamericanos de la URSS, los viejos amigos de la Rusia de siempre?
El gobierno de Rusia, heredero indiscutible del pasado, de sus pasados, se ha convertido en un monstruo. Es cierto que la guerra siempre es cruel, es siempre inhumana. Y sin embargo, ?matar a personas declaradamente inocentes con las manos atadas a la espalda, atadas con el mismo trapo blanco con el que proclamaban su actitud pac¨ªfica, quemar cad¨¢veres torturados para no dejar rastro, mentir cuando el resto del mundo presencia la imagen cierta de un crimen, violar, disparar como quien est¨¢ en un videojuego ?... Repito, ?asistir, gracias a nuestros periodistas, a la ejecuci¨®n impune (?) de un crimen?
Me sigo preguntando, junto a millones de ni?os y mujeres, de viejos y personas asustadas: ?Qu¨¦ podemos hacer? ?Qu¨¦ podemos hacer los pa¨ªses amigos de los ucranios, de los amigos rusos y no rusos de la paz, ante unas acciones cuyo origen se remonta a un pasado lejano, pero que ahora nos revientan en la cara?
Para m¨ª lo que est¨¢ claro es que no podemos acostumbrarnos a esta monstruosidad: algo hemos de hacer contra este crimen cotidiano, contra este crimen que se perpetra cada d¨ªa, cada hora, cada instante.
Al menos hemos de privar de recursos al monstruo, hemos de debilitarlo cuanto podamos; castigarlo a pesar de las consecuencias que tenga para nuestros bolsillos. Y hemos de armar, armar s¨ª, a los luchadores que defienden con su alma, su existencias, su tierra.
No nos podemos acostumbrar al dolor ajeno a pesar del precio de la gasolina. No podemos aceptar la lluvia de bombas de racimo a pesar del precio del trigo o del aceite.
No podemos sentirnos indiferentes ante el criminal deseo de destruir la vida de todo un pueblo.
2
¡°§±§°§®§¯§ª§®, §§À§¢§ª§®, §³§¬§°§²§¢§ª§®¡±
[P?MNIM, LI?BIM, SKORBIM: (TE) RECORDAMOS, AMAMOS Y LLORAMOS]
Con estas palabras acaban o empiezan la mayor¨ªa de las esquelas de los soldados rusos muertos en combate.
Todos recordamos, queremos como a nadie y lloramos durante a?os a nuestros seres queridos, no importa como han fallecido: en un accidente, por alguna enfermedad, por el paso de los a?os o por alguna otra raz¨®n.
Pero¡
Si entran en Telegram en la p¨¢gina ucrania de ¡°§¤§à§â§ð§ê§Ü§à¡± (el diminutivo de tristeza o amargura) se encontrar¨¢n a miles de j¨®venes rusos, ni?os casi, ca¨ªdos en combate. Algunos, es cierto, ya son mayorcitos, jefes, oficiales y soldados de contrato; pero otros muchos no llegan ni a los veinte a?os. Caras risue?as, optimistas ¡ªcomo si los estuvieran mirando tambi¨¦n sus orgullosas y felices madres¡ª, con uniforme o sin ¨¦l, como en las viejas fotos de nuestra mili, con un trasfondo ¨¦pico ¡ª¡±banderas al viento¡± con sus nubes y soles, escudos, im¨¢genes de tanques, aviones y paraca¨ªdas¡ª que parecen augurarles un futuro lleno de victorias y honores.
Pero lo ¨²nico que han merecido ¡ªy no en todos los casos, ni mucho menos¡ª son las condolencias de su autoridad local, la expresi¨®n de su dolor y orgullo por el joven ca¨ªdo en combate, cumpliendo su deber heroico en la lucha contra los fascistas, neonazis, etc., ucranios... Buen hijo, amigo de sus compa?eros, a los que ayudaba en sus momentos dif¨ªciles... En fin todos los t¨®picos, ciertos o no, que se aplican generosamente a un joven muerto en los primeros a?os, en los m¨¢s tiernos, ingenuos, enamorados, musculosos y llenos de esperanza, de su vida¡.
Amargura y dolor.
¡°Te recordamos, amamos y lloramos¡±¡
¡
Pero, ?y a sus v¨ªctimas?
?Qu¨¦ hacemos con sus v¨ªctimas?
?Qu¨¦ decimos de los ni?os violados, de las ni?as y madres reventadas, de los curiosos ciclistas ajusticiados de un tiro, con los civiles, con las manos atadas a la espalda asesinados con un disparo en la nuca por estos mismos aguerridos y j¨®venes soldados que, inmersos en una guerra que ni esperaban ni conoc¨ªan, en un escenario tan parecido a su aldea, a su paisaje, son recibidos a tiros, con una resistencia que ni esperaban ni entend¨ªan?
Pero no intentemos entender lo que pasaba por la cabeza de los invasores. De los salvadores, de los ¡°desnazificadores¡±, de los liberadores ya se encargar¨¢n los tribunales. Es este otro tema: qu¨¦ entienden estos por una guerra.
Dirij¨¢monos a aquellos que pueden detener esta matanza.
Es un deber de todo dem¨®crata ¡ªsea del color que sea¡ª hacer todo lo posible por detener esta sangr¨ªa, por ayudar a las v¨ªctimas vivas de este genocidio. Es un deber de todo defensor de la paz ayudar a detener la muerte de miles de inocentes y de millones de fugitivos de este exterminio.
M¨¢s a¨²n. Esta guerra, esta invasi¨®n injustificada nos causar¨¢ m¨²ltiples dificultades y penurias. Subir¨¢ el precio de muchos productos y no s¨®lo de los derivados del petr¨®leo y de los cereales
Aceptemos este contratiempo, cada uno seg¨²n sus posibilidades ¡ªtal vez para algunos un problema grave de supervivencia¡ª, y contribuyamos en lo posible a que los ucranianos vuelvan a vivir en paz, a que el gobierno de Rusia, sus jefes, su ej¨¦rcito y sus ciegos y sordos s¨²bditos, renuncie este crimen abominable.
Ricardo San Vicente (Mosc¨², 1948) es profesor de Literatura Rusa en la Universidad de Barcelona y traductor de autores como Ant¨®n Ch¨¦jov, Varlam Shal¨¢mov, Joseph Brodski y Svetlana Alexi¨¦vich. Tambi¨¦n es responsable de las obras completas en castellano de Dostoievski.
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