Rabindranath Tagore, er¨®tica de la percepci¨®n
Para el pensador indio, cuanto m¨¢s vigorosa es la personalidad, m¨¢s tiende hacia lo universal, no puede contentarse con los mundos creados por su propia fantas¨ªa. Necesita mundos ajenos, desaf¨ªos, contradicciones. Meditaci¨®n soleada
Consideremos la flor. Para el poeta es objeto de inspiraci¨®n, para el bot¨¢nico, un eslab¨®n m¨¢s en el entramado vegetal. Tanto la abeja como el poeta sienten su magnetismo. Pero mientras la primera responde a las exigencias de la necesidad, el segundo lo hace a las de la contemplaci¨®n. El bot¨¢nico nos dir¨¢ que, por delicada que sea la flor, est¨¢ destinada a un duro servicio. Su forma y su color forman parte del trabajo. ¡°Habr¨¢ de dar su fruto; de otro modo, la continuidad de la vida de la planta quedar¨¢ interrumpida y la tierra se transformar¨¢ en desierto¡±. Desde la perspectiva cient¨ªfica (tanto bot¨¢nica, como f¨ªsica o qu¨ªmica), la necesidad parece ser el ¨²nico factor de la naturaleza. El capullo se transforma en flor, la flor en fruto, el fruto en semilla, la semilla en una nueva planta. Un proceso que asegura la corriente de la vida, la marcha y la continuidad ininterrumpida de eso que llamamos naturaleza. La gran f¨¢brica de la naturaleza trabaja sin descanso. Si surge alg¨²n obst¨¢culo, si por alguna raz¨®n la flor no cumple su misi¨®n, la vida futura quedar¨¢ comprometida. ¡°La linda flor, ataviada y perfumada, no es sino un artesano laborioso que se afana, con agua y sol, por rendir cuenta cierta de sus labores, sin tiempo para solazarse en alegres esparcimientos.¡±
Pero, cuando esa misma flor, cae bajo la mirada del poeta, o del pintor, o del paseante, o del fil¨®sofo contemplativo, pierde moment¨¢neamente su industriosa ocupaci¨®n y queda detenida en la eternidad del instante. Entonces se vislumbra la gravedad inversa, el magnetismo del deseo y la percepci¨®n. Un descubrimiento esencial y sereno, que ironiza tanto el deseo como la necesidad. Pues la serenidad, como apunta Ortega, es el atributo esencial de lo humano. Cuando se pierde, decimos que la persona est¨¢ ¡°fuera de s¨ª¡± y rebrota en ella el animal, esclavo de su contorno. ¡°Liberarse de ese servilismo, dejar de ser un aut¨®mata que el contorno moviliza mec¨¢nicamente, ensimismarse, es el privilegio y el honor de nuestra especie.¡± Lo otro, estar fuera de s¨ª, produce mal humor. Y el mal humor es est¨¦ril (al menos fenomenol¨®gicamente).
Hoy tendemos a considerar la flor, y la naturaleza en general, como ese reino de pura necesidad, cruel, despiadado, que sigue la ¡°l¨®gica del pez¡± (matsya-ny¨¡ya), donde el grande se come al chico. Una maquinaria fr¨ªa e indiferente, que nada sabe y nada quiere saber del c¨¢lido coraz¨®n del poeta. Pero esa visi¨®n es una visi¨®n sesgada, reducida, cateta. La belleza de la flor es su prerrogativa para hacer libres a quienes la contemplan. Suspende el impulso implacable de lo natural, lo deja en vilo, toma distancias. De ah¨ª que Novalis dijera que el hombre es el ¨²nico animal que vive al mismo tiempo dentro y fuera de la naturaleza. Pues, aunque siente ese mismo impulso natural, es capaz de suspenderlo (de ponerlo entre par¨¦ntesis), cuando pasea, pinta o compone. Donde hay gravedad hay tambi¨¦n gravedad inversa, levitaci¨®n. La flor no s¨®lo se debe a la naturaleza, rinde tambi¨¦n su tributo a la contemplaci¨®n. Es, por utilizar un s¨ªmil de Tagore, la mensajera del rey. ¡°Aqu¨ª estoy. ?l me env¨ªa. Te llevo hacia ?l.¡± Ese es el fundamento de la po¨¦tica del bengal¨ª. ¡°En la Naturaleza, lo que para la abeja no es m¨¢s que color, perfume, manchas que indican el camino de la miel, para el coraz¨®n humano es belleza y alegr¨ªa libre de necesidad¡±. La naturaleza (prak?ti), es necesidad (no podr¨ªa ser de otro modo), pero tambi¨¦n un dedo se?alando hacia ese lugar que es un no lugar, la conciencia atenta (puru?a). La realidad no s¨®lo es el ¡°mecanismo¡± de la naturaleza, tambi¨¦n es deseo atento, emoci¨®n contemplada. De un lado, la necesidad, la ley ineludible de las causas y los efectos. Del otro, eso que pone el mecanismo en suspenso, que hace, como por arte de magia, levitar su inmenso aparato de reproducci¨®n. En t¨¦rminos de Schopenhauer, la danza que mantienen la voluntad y la representaci¨®n constituye eso que llamamos realidad. De ah¨ª que lo real ofrezca dos aspectos en apariencia antit¨¦ticos. De un lado la esclavitud (necesidad), del otro la libertad. En cada forma, en cada color y sonido, est¨¢n presentes esas dos notas contrapuestas, la utilidad y el placer, el tiempo y la eternidad, el ruido y la serenidad.
Una vida privilegiada y viajera
El joven Tagore es alto, recio, de voz timbrada y mirada c¨¢lida. Bajo su sonrisa ang¨¦lica, largas barbas con hebras de plata. Sobre sus ojos, cejas impenetrables. Hay algo femenino e infantil en su porte. Lleva el pelo largo y se permite un ultrapo¨¦tico refinamiento en las maneras. Su po¨¦tica rinde adoraci¨®n al ni?o que fuimos. Quien lea sus Recuerdos advertir¨¢ esa sensibilidad de quien ha crecido protegido en una t¨ªpica ¡°familia extendida¡± india, bajo la figura de un padre ausente (rico y sabio) y unos hermanos con vocaci¨®n art¨ªstica. Zenobia y Juan Ram¨®n le han dado voz castellana y esa voz se ha cruzado en dos momentos cruciales de mi vida que no me resisto a mencionar. El primero, antes de nacer. Mi padre fue por primera vez a casa de mi madre, a la que s¨®lo conoc¨ªa de o¨ªdas, con un libro de Tagore como obsequio. La poes¨ªa abre puertas. La segunda, hacia el final de mi infancia. En los veranos, junto al r¨ªo de Albarrac¨ªn, mi madre me le¨ªa los cuentos del bengal¨ª, de los que s¨®lo recuerdo El cartero del rey. A veces pienso que mi vida, marcada por la experiencia de la India, debe mucho a esos dos momentos. Subhro Bandopadhyay, amigo y poeta bengal¨ª, me dice que Tagore es a su lengua lo que Shakespeare al ingl¨¦s. Y a?ade: ¡°Muchas veces me desubica cuando, en mi ate¨ªsmo, no encuentro esa eternidad de la que habla¡ En todo caso, su poes¨ªa, en estos momentos violentos, abre un mundo de paz m¨¢s necesario que nunca¡±.
La infancia de Tagore es una hacienda de largas galer¨ªas, una alberca, un limonero y dos ciruelos. En medio del jard¨ªn, un pavimento agrietado por hierbas, abrojos y alguna flor audaz. Al fondo, un cobertizo entre cocoteros. Su madre ha muerto siendo ¨¦l muy peque?o y los ni?os viven bajo el dominio de los criados, que para ahorrase trabajo los confinan. No pueden entrar en todas las habitaciones ni salir de casa. Tampoco hay lujo. Llevan taparrabos y van siempre descalzos. El peque?o Rabi se cuela en el despacho de su padre ausente y se echa la siesta en su sof¨¢. Corre por las galer¨ªas, se ba?a a destiempo en la alberca. La alegr¨ªa de la libertad y el temor a ser descubierto le parecen entrelazadas. Algunas noches, a la luz de una l¨¢mpara de aceite, escucha del pandit cuentos del Ramayana. Los criados se acercan a la lumbre, los murci¨¦lagos rondan la galer¨ªa. Otras, su primo recita soliloquios del Hamlet. Todo invita a componer versos. Vencida la timidez inicial, se hace con un cuaderno y lo llena de poemas. Le fascina la rima, que prolonga el verso en el pensamiento, donde resuena como un eco.
La situaci¨®n privilegiada de la familia le permite evitar la ense?anza reglada. Se educa con preceptores privados, con los que aprende dibujo, geograf¨ªa, historia, literatura, matem¨¢ticas, s¨¢nscrito e ingl¨¦s. Posteriormente dir¨¢ que la genuina ense?anza no deber¨ªa impartir materias, sino despertar la curiosidad. ¡°El mecanismo educativo es poderoso e implacable, cuando a ¨¦l se acopla la muela de piedra de las formas religiosas, el coraz¨®n joven queda aplastado y seco¡±. Y a?ade: ¡°la libertad creativa primero quebranta la ley, luego hace sus propias leyes y se las impone¡±.
Uno de sus hermanos lo entrena f¨ªsicamente, nadan en el r¨ªo, recorren las colinas y practican lucha libre. Una epidemia de dengue en Calcuta lo lleva a refugiarse en la villa ribere?a de Chhatu Babu. All¨ª se inicia su amistad con la madre Naturaleza. Pasa las tardes contemplando el r¨ªo fugitivo y un macizo de guayabos, y las noches, desde la azotea, escucha el rumor del r¨ªo bajo el claro de luna. Desarrolla, sin saberlo, una fenomenolog¨ªa: la inmortalidad no est¨¢ en el n¨¦ctar, sino en quien lo saborea, por eso no lo encuentran quienes lo buscan¡±. No se separa de su cuaderno azul. Un preceptor persa celebra sus versos. El joven advierte la magia de la poes¨ªa. ¡°Poner en claro el sentido de las palabras no es la funci¨®n m¨¢s importante del entendimiento¡±. El hecho de no comprender todo es un aspecto esencial de la lectura. Esto vale tanto para el ni?o como para el adulto. Lo incomprendido se incorpora al bagaje de cada cual. Y se atreve a descifrar el gran enigma de la ilusi¨®n c¨®smica (m¨¡y¨¡). ¡°El ojo no te ve a Ti, que eres la pupila de cada ojo¡±.
De Kishori, un criado de su padre que ha pertenecido a un coro de recitadores, aprende numerosos poemas tradicionales, que recita en las reuniones que se celebran en la casa familiar. Otro amigo, Akshay Chowdury, le ense?a canciones an¨®nimas bengal¨ªes. ¡°De las muchas flores reunidas a los pies de Sarasvati, la flor de la amistad es su favorita¡±. Su hermano Jyotirindra es de gran ayuda para su educaci¨®n literaria. Se pasa los d¨ªas al piano, absorto en sus composiciones. Juntos ajustan las palabras a medida que van surgiendo las melod¨ªas. Es un gran entusiasta y le gusta despertar el entusiasmo en otros. Lo mismo puede decirse del resto de la familia. Todos escriben, cantan y representan. Uno de sus hermanos fue fil¨®sofo y poeta, otro m¨²sico y dramaturgo, un tercero estadista, su hermana fue novelista. Financian revistas literarias y acogen en sus salones recitales de m¨²sica y obras de teatro, contribuyendo al renacimiento cultural bengal¨ª. No todo son alegr¨ªas. La esposa de Jyotirindra, amiga cercana y poderosa influencia para el joven poeta, se suicida en 1884. Quedar¨¢ conmocionado durante a?os.
Tras la imposici¨®n del cord¨®n ritual, que marca el final de la infancia, realiza un largo viaje con su padre. Recorren la llanura gang¨¦tica y las estribaciones del Himalaya. Sigue form¨¢ndose en poes¨ªa, astronom¨ªa, ciencia y s¨¢nscrito. En Amristar queda cautivado por los melodiosos bardos que cantan en el Templo dorado. ¡°Cuando se levanta el sol, mi padre, despu¨¦s de sus oraciones, desayunaba. Luego, conmigo, cant¨¢bamos de pie alguna estrofa de las upani?ad¡±. Debendranath conoce la may¨¦utica socr¨¢tica. ¡°Sabe que la verdad puede reencontrarse si uno se separa de ella, pero cuando se acepta forzosamente desde fuera, cierra el camino de entrada¡±. No obstante, el padre quiere que Rabi sea abogado. En 1878, lo matricula en una escuela p¨²blica en Brighton. Estudia derecho en el University College de Londres, pero al poco tiempo abandona y se dedica a leer a Shakespeare y a escuchar canciones irlandesas. Dos a?os despu¨¦s regresa a Bengala sin t¨ªtulo y con el prop¨®sito de reconciliar la poes¨ªa europea con la bengal¨ª. En cierto sentido lo logra, se convierte en el gran renovador de la literatura y la m¨²sica bengal¨ª y en el primer no europeo (y primer letrista) en ganar el Premio Nobel de Literatura (1913).
Publica regularmente poemas, cuentos y novelas. Duerme al aire libre, en la galer¨ªa del tercer piso. ¡°All¨ª las estrellas y yo pod¨ªamos mirarnos¡±. Poco despu¨¦s, con 22 a?os, le arreglan el matrimonio con Mrinalini Devi, una ni?a de nueve a?os (pr¨¢ctica habitual en su tiempo). Dar¨¢ luz a su primera hija con doce a?os. Su mujer no queda al margen de la vida cultural de la familia. Mrinalini aprende ingl¨¦s y s¨¢nscrito. Posteriormente ser¨¢ traductora y participar¨¢ en las funciones teatrales que tienen lugar en la hacienda familiar. Tendr¨¢n cinco hijos, dos de los cuales mueren en la infancia. En 1890, Rabindranath comienza a administrar sus propiedades en Bangladesh; donde se le unen esposa e hijos en 1898. Recorre el r¨ªo Padma al mando de la lujosa barcaza familiar. Como Tolstoi, recauda rentas simb¨®licas y recoge canciones campesinas. Publica sus hallazgos en la revista familiar Sadhana, historias, canciones y cuentos populares de una Bengala rural idealizada.
Poco despu¨¦s se instala en Santiniketan, donde funda un ashram y una escuela experimental rodeada de arboledas. All¨ª fallecen su esposa y dos de sus hijos. Su padre muere en 1905. Recibe pagos mensuales como parte de su herencia e ingresos del maharaj¨¢ de Tripura. Vende las joyas familiares y un bungalow en la costa para financiar la nueva escuela. Recibe del rey Jorge el t¨ªtulo de caballero, al que renunciar¨¢ tras la masacre de Jallianwala Bagh (1919). Trata, como Tolstoi, de ¡°liberar a las aldeas de los grilletes de la impotencia y la ignorancia¡±, se manifiesta contra la ignominia de los intocables y funda un instituto para la reconstrucci¨®n de la india rural.
Sus obras son traducidas en Inglaterra. Llaman la atenci¨®n del misionero y protegido de Gandhi, Charles F. Andrews, de William Butler Yeats y de Ezra Pound. Sus cuadros se exhiben en Par¨ªs y Londres. Conoce a Henri Bergson, Albert Einstein, Thomas Mann, George Bernard Shaw, H. G. Wells y Romain Rolland. En los a?os veinte inicia un delirio viajero: Estados Unidos, Jap¨®n, M¨¦xico, Per¨², Italia (donde cae seducido por Il Duce). En 1927, Bali, Java, Kuala Lumpur, Malaca, Siam y Singapur. En 1930, Dinamarca, Suiza y Alemania y la Uni¨®n Sovi¨¦tica. Persia e Irak en 1932 y un a?o despu¨¦s Sri Lanka. Viajar estimula la atenci¨®n, por eso la gente viaja. El sabio que sabe atender a lo cotidiano no necesita viajar. Puede vivir como extranjero en su tierra. Vivimos ahorrando el gasto de la atenci¨®n. ¡°S¨®lo cuando se contempla algo raro, el entendimiento deja de ser taca?o.¡± Es la gran ventaja de la ¡°primera vez¡±. Un eco del origen.
La revelaci¨®n de Sudder Street
Hay rayos de luz encerrados en el coraz¨®n, oscurecidos por deseos ciegos e inercias inconscientes. A veces ocurre, sin que uno sepa por qu¨¦, que uno de esos rayos escapa de su confinamiento. Entonces, se derrama por todas partes y el mundo aparece con una luminosidad in¨¦dita. Todo encaja, ninguna persona o cosa parece trivial o desagradable. Incluso en el sue?o (supremo refugio de los mortales), la danza contin¨²a. ¡°En el cuerpo dormido late el coraz¨®n y circula la sangre, con la cadencia de las estrellas del firmamento¡±.
La gracia no siempre desciende en la inmensidad de los bosques o las cordilleras. En su caso, lo hace en un callej¨®n de Calcuta. Viv¨ªa entonces en casa de su hermano Jyotirindra. Una ma?ana, contemplando desde la galer¨ªa los ¨¢rboles de la escuela de enfrente, ¡°un velo cay¨® de mis ojos y encontr¨¦ el mundo ba?ado en una maravillosa irradiaci¨®n¡±. Siente que se ha liberado de alg¨²n tejido sobrepuesto. No se trata de una enajenaci¨®n moment¨¢nea. Durante bastante tiempo permanece en ese estado de beatitud. Poco despu¨¦s, emprende un viaje a Darjeeling con su hermano. Junto a las cumbres del Himalaya espera ver, con mayor intensidad, lo que le ha sido revelado en Sudder Street. Nada de esto ocurre. Advierte que ha perdido esa gracia fugaz y su mirada vuelve a ser lo que era. De nuevo el hambre, la falta la armon¨ªa entre el interior y el exterior. De nuevo las palabras espesas, la emoci¨®n confusa. Es entonces cuando escribe La venganza de la naturaleza. La historia de un renunciante que se hab¨ªa retirado a una cueva, cortando con todos los deseos y todos los afectos para llegar al conocimiento del ¨¡tman. Una ni?a le desv¨ªa de su objetivo y le trae de vuelta al mundo. Al regresar a la aldea advierte que lo grande se encuentra en lo peque?o, lo infinito en la forma limitada y la eterna libertad en el amor humano. S¨®lo a la luz de amor los l¨ªmites se funden en lo ilimitado. Un tema recurrente en su obra. El presente eterno (nityo?nityanam) no est¨¢ lejos ni en ninguna parte. La otra ribera es esta. ¡°Mis afanes son tuyos¡±.
Orientaciones
La lectura que hace Tagore de la tradici¨®n india es sencilla. Occidente se ense?orea en el dominio de la naturaleza. La India en su devoci¨®n a ella, en la vida simple y las ermitas silvestres. Los bosques son los santuarios, no las ciudades amuralladas. Una afirmaci¨®n hist¨®ricamente discutible, pero que tiene su parte de verdad. Su obra orbita en torno a esta idea. La experiencia de la realidad se sit¨²a dentro del marco del esp¨ªritu de la simpat¨ªa, ¡°con un vasto sentimiento de gozo y de paz, y no bajo el impulso ¨²nico de la curiosidad cient¨ªfica y el provecho material¡±. El alma se emancipa cuando es capaz de establecer un parentesco con el Todo. Debe acogerlo todo y ver, en cada cosa, el esp¨ªritu eterno. Esa libertad y ese cumplimiento se realiza mediante el amor, ¡°que es otro nombre para la perfecta comprensi¨®n¡±. Lo confirma la upani?ad ?veta?vatara (2.17): ¡°Me postro ante el ¨¡tman que est¨¢ en el fuego y en el agua, que impregna el mundo entero, en las cosechas y en los ¨¢rboles¡±. De ah¨ª el sentimiento hind¨² de devoci¨®n y profunda adoraci¨®n al mundo natural.
A esa filosof¨ªa Tagore a?ade una est¨¦tica. ¡°El arte hace visible lo invisible¡±. La afirmaci¨®n de Paul Klee podr¨ªa ser suya. Descubrir la verdad es puro goce y supone una liberaci¨®n. No valen las demostraciones. La mirada emp¨¢tica no analiza, no rompe los objetos en pedazos. El ¨¡tman es fundamento de todas las formas de amor y una forma de despertar del sue?o del ego. El amor es el primer paso y el ¨²ltimo paso. ¡°No se ama al hijo por sentirse atra¨ªdo por ¨¦l, se ama al hijo por amor al ¨¡tman¡± (BU, 2. 4. 5.).
Nosotros, los fugaces
¡°Si Dios fuera absolutamente libre, no habr¨ªa creaci¨®n. El Ser infinito ha asumido en s¨ª el misterio de la limitaci¨®n¡±. Y lo ha hecho a trav¨¦s de las criaturas. Ese es el punto crucial de la metaf¨ªsica de Tagore. Lo divino est¨¢ ligado al ser y esa es la mayor gloria del ser. Una cosmograf¨ªa que plantea el problema del mal. ¡°Preguntar por el mal es como preguntar por qu¨¦ existe el mundo¡±, nos dice el poeta. Toda creaci¨®n es forzosamente imperfecta. No puede ser de otro modo. Pero la imperfecci¨®n que vemos no es la ¨²ltima palabra, detenerse en ella es pasar por alto las vicisitudes que acarrea toda creaci¨®n. El r¨ªo tiene sus m¨¢rgenes, pero ?son esos l¨ªmites lo ¨²ltimo que hay que decir sobre el r¨ªo? La gran corriente del mundo, el samsara, tiene tambi¨¦n sus l¨ªmites, pero sin ellos no podr¨ªa existir. Lo extra?o no es que existan obst¨¢culos y sufrimientos, lo extra?o es que existan leyes, orden y belleza. ¡°Todas nuestras estad¨ªsticas no son sino tentativas para representarnos, est¨¢tico, lo que est¨¢ en movimiento, y mediante esa operaci¨®n las cosas adquieren en nuestro esp¨ªritu un peso del que en realidad carecen¡±.
El ego¨ªsmo es un comienzo. Pero nuestra individualidad tiende a buscar lo universal. Los ojos abiertos no pueden verse a s¨ª mismos. Cuanto m¨¢s vigorosa es la personalidad, m¨¢s tiende hacia lo universal, no puede contentarse con los mundos creados por su propia fantas¨ªa. Necesita mundos ajenos, desaf¨ªos, contradicciones. Meditaci¨®n soleada. Er¨®tica de la percepci¨®n. La biolog¨ªa moderna ilustra la lucha por la vida en el marco de la competencia, evocando un cuadro de garras afiladas y sangrientas. Pero esa lucha tiene su contrapeso en el amor y el compa?erismo. ¡°El ritmo jam¨¢s es producto de los azares de la lucha. Su principio fundamental es la unidad, no el antagonismo¡±. La vida genuina no toma la muerte en serio. R¨ªe, danza y juega. ¡°En rigor, el ser humano no puede creer en el mal, del mismo modo que no puede creer en que las cuerdas del viol¨ªn se han inventado para crear la exquisita tortura de las notas discordantes¡±. Tagore multiplica los ejemplos. Una banda de ladrones, para poder trabajar, necesita una moral. Puede despojar a todo el mundo, pero sus miembros no deben despojarse entre s¨ª. El mal no es tan peligroso como los intentos tir¨¢nicos de crear la bondad. ¡°De la polic¨ªa moral o pol¨ªtica tengo un sano horror. La esclavitud que acarrea es el peor c¨¢ncer de la humanidad¡±.
El sue?o del ego
Hacer el mal, en la India, significa faltar al dharma, traicionar la propia naturaleza. Es como si un elefante se empe?ara en comer carne. O como si el grano se empe?ara en quedar encerrado en la vaina y no convertirse en ¨¢rbol, neg¨¢ndose a consumar su naturaleza. Error de c¨¢lculo. El ego s¨®lo fructifica si se transforma. La libertad del grano radica en su telos, en convertirse en ¨¢rbol y crecer hacia la luz. Tagore se aproxima a algunas de las concepciones cristianas sobre el sufrimiento. ¡°La libertad no radica en que se eviten las dificultades, sino en sobreponerse a ellas, en transformarlas en un elemento de alegr¨ªa¡±. El dolor constituye una riqueza para los seres imperfectos que somos. Merced a esa riqueza nos engrandecemos. El dolor es el peaje para todo lo que merece la pena en la vida. La persona incapaz de asumir con deportividad el dolor se convierte en un inv¨¢lido. Tambi¨¦n se acerca el budismo. A primera vista puede parecer que la libertad es aquello que proporciona ocasiones sin l¨ªmite de ¨¦xito y placer. Pero la naturaleza superior de la persona siempre busca algo que la supere y que, al mismo tiempo, sea su verdad m¨¢s profunda, Esa superaci¨®n puede llamarse desprendimiento. Desprendimiento y superaci¨®n del yo. Esa es la esencia de la ense?anza budista.
El alma no puede vivir de su propia imaginaci¨®n y sensibilidad. ¡°Si vivi¨¦ramos en un mundo de egos vivir¨ªamos en la peor de las prisiones¡±. Afortunadamente no es as¨ª. El ego necesita objetos externos, olvidarse de s¨ª mismo. Nutrir la conciencia interior con la exterior, aplicarse al dar y recibir. Somos miserables cuando somos criaturas del ego. El ego es discordante. No refleja luz. Y, sin embargo, hay muchos egos en el mundo. Ese es el gran acertijo. ¡°Por uno de los polos de mi existencia soy como los guijarros y las ramas de los ¨¢rboles. Debo someterme a la ley universal. Por el otro, soy distinto del resto de las cosas y estoy solo como individuo. Absolutamente ¨²nico e incomparable. Toda la masa del universo no podr¨ªa aplastar esa individualidad¡±. Doble filo del yo. Si fuera aniquilado, morir¨ªa con ello el goce creador que se cristaliza en la multiplicidad. Y esa p¨¦rdida no ser¨ªa ¨²nicamente del yo, ser¨ªa una p¨¦rdida del mundo entero. La individualidad es particularmente preciosa, pero tambi¨¦n puede ser una c¨¢rcel. ?C¨®mo entender ese dilema? ¡°Lo universal busca siempre su consumaci¨®n en lo individual. Y nuestro deseo de conservar intacta la condici¨®n de ¡°¨²nicos¡± es, en realidad, un designio del universo que opera en nosotros¡±. De ah¨ª las penalidades que la persona asume y los pecados en los que incurre para conservar ese yo, que es su m¨¢s preciosa posesi¨®n. Pero las upani?ad nos hablan de la liberaci¨®n del yo, no de su conservaci¨®n o salvaci¨®n. ?En qu¨¦ quedamos?
La respuesta es compleja y merece que nos detengamos en ella. ¡°La persona nunca expresa literalmente sus ideas, salvo cuando se trata de cuestiones banales. Las palabras son como los gestos del mudo. Indican torpemente nuestros pensamientos, no pueden expresarlos. De ah¨ª que las palabras de los sabios hayan sido sometidas a incontables interpretaciones e interminables discusiones. Y aquellos a los que aflige el esp¨ªritu de lo literal son unos desgraciados, que no se ocupan m¨¢s que de las redes, sin pensar nunca en el pez¡±. Esto ¨²ltimo vale tanto para las ciencias como para la literatura sagrada o cualquier otra reificaci¨®n del lenguaje. En los lenguajes que ignoramos, las palabras adquieren una importancia tir¨¢nica, en los que conocemos a fondo, podemos re¨ªrnos tranquilamente de ellas. Cuando alcanzamos la perfecci¨®n del conocimiento, cada palabra ocupa su lugar y, en lugar de encadenarnos, nos emancipan de ellas mismas.
La ignorancia (y el lenguaje) nos hace creer que el yo es real. Pero su naturaleza misma lo inclina a desaparecer. El ego no tiene opci¨®n de perpetuarse, de conservarse a s¨ª mismo. Puede, a lo sumo, prevaler un tiempo en una vida, en una estatua, en el nombre de una calle o una ciudad, en las p¨¢ginas de una enciclopedia. Pero, a nivel c¨®smico, todas esas pr¨®rrogas son insignificantes.
El gozo del artista hace que se desprenda de s¨ª mismo mediante la obra. Una vez concluida, ya no le pertenece. Se trata de una separaci¨®n provocada no por la repulsi¨®n, sino por el amor. ¡°El significado del yo no podr¨¢ descubrirse mediante su aislamiento de la naturaleza sino en la realizaci¨®n continua de su comuni¨®n con ella. Esa uni¨®n es el significado de la palabra yoga. ¡°No se encuentra en el rev¨¦s del cuadro sino en el instante en el que se pinta el lienzo¡±. Para vivir, el yo ha de someterse a un continuo cambio de forma, a una incesante transformaci¨®n. No hacemos, en realidad, sino buscar la muerte. Pero esa transformaci¨®n no es definitiva, sino un rito de pasaje m¨¢s, un umbral hacia otras formas de existencia. El yo es peregrino como el cometa y ha de pasar por renovaciones (aclaraciones) sin fin. La sorpresa de esas variaciones sin fin anima su marcha. Siempre viejo y siempre nuevo, debe aprender a renacer a cada instante. ¡°La vida es juventud inmortal¡±, sentencia el poeta. Odia todo aquello que anquilosa sus movimientos. La personalidad ser¨ªa una maldici¨®n si no pudi¨¦ramos renunciar a ella.
Este es, a grandes rasgos, el poema c¨®smico del poeta bengal¨ª. Su originalidad no radica en sus ideas, tan antiguas como los vedas o las upani?ad, sino en la alegr¨ªa y belleza, un tanto ingenua, que desprenden. No hay comprensi¨®n posible sin amor. Comprendemos porque amamos. Siguiendo la tradici¨®n de la devoci¨®n visnuista, Tagore hace del amor la significaci¨®n ¨²ltima. El alma individual qued¨® separada del alma suprema, no por antagonismo, sino para hacer posible el juego del amor. Sin amor no ser¨ªa posible respirar. La flor es el mensajero del gran amante. ¡°Del gozo nacieron las criaturas, por el gozo viven y al gozo se encaminan¡±, dice la upani?ad de los disc¨ªpulos de la sabia perdiz.
Santiniketan
En los alrededores de Bolpur, en una zona frecuentada por bandidos, sol¨ªa retirarse el Devendranath, padre del poeta. Le gustaba especialmente meditar bajo tres ¨¢rboles chhatim, los ¨²nicos del paraje. Volv¨ªa con frecuencia al lugar a instalar su tienda y pasar unos d¨ªas de meditaci¨®n. Con el tiempo arrend¨® veinte acres de tierra y construy¨® una casa de hu¨¦spedes, a la que llam¨® Morada de paz (Santi-niketan). Tuvo que negociar con la banda de ladrones que controlaban el ¨¢rea y logr¨® su ayuda. Rabindranath visit¨® el lugar por primera vez con 17 a?os. Posteriormente se instal¨® all¨ª y fund¨® una escuela.
El modelo educativo releja las inclinaciones del poeta. Se propicia un continuo contacto con la naturaleza. Las clases se celebran al aire libre las clases, en las galer¨ªas o bajo los ¨¢rboles. Los estudiantes son de todas las castas y, al ingresar, tiene libertad de observar las prescripciones de casta. La matr¨ªcula es la misma para todos y hay becas para los m¨¢s pobres. De joven, Rabindranath confesaba su indiferencia hacia los oficios religiosos que se celebraban en su casa. Nos los sent¨ªa como propios. El templo de Santiniketan no tiene imagen ni altar, por decisi¨®n de Debendranath. En la escuela no impera ning¨²n credo particular y se venera al ¡°invisible dios ¨²nico¡±. Antes del amanecer y poco antes del crep¨²sculo se reserva un tiempo para la meditaci¨®n. Se despierta a los estudiantes con alguna de las canciones del poeta. Sentados bajo los ¨¢rboles, recitan las estrofas en s¨¢nscrito de las upani?ad. Despu¨¦s empiezan las clases. Se ense?a en bengal¨ª y en ingl¨¦s. El estudio de la naturaleza es parte esencial de las actividades. En las noches claras se imparten lecciones de astronom¨ªa. No existe ninguna ense?anza dogm¨¢tica definida. El ideal es que el instinto de los muchachos vaya marcando el camino. Se conf¨ªa en la influencia personal de los maestros. Los estudiantes crecen junto a ¨¦stos, unidos a ellos mediante un parentesco espiritual, sin credos ni abstracciones especulativas. Se cultiva el amor a la naturaleza y la simpat¨ªa por todos los seres vivos. La m¨²sica y el teatro son frecuentes y las canciones acompa?an todas las actividades. Con el tiempo, la escuela se ha convertido en la universidad Visva Bharati, una de las m¨¢s prestigiosas del pa¨ªs, con su ense?anza reglada.
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