Franz Brentano, el magnetismo de la intenci¨®n
El fil¨®sofo austriaco es una esas figuras que trabajan desde el subsuelo, inadvertidas, y que influyen poderosamente en el curso del pensamiento. Para ¨¦l, el mundo no es un complejo mecanismo, se parece m¨¢s a un organismo donde la conciencia se vuelca en lo f¨ªsico

El cielo es mi patria y, mi oficio, la contemplaci¨®n de los astros.
Anax¨¢goras
La creaci¨®n existe, pero no ha concluido. El debate entre creacionistas y evolucionistas es un debate est¨¦ril, en el que ambas partes esconden sus motivos reales. Un pseudoproblema, como tantos otros. Las obras de Arist¨®teles no nos han llegado. S¨®lo los apuntes de sus clases, conservados por ¨¢rabes y persas. No hay una Metaf¨ªsica o una L¨®gica acabadas y publicadas por el fil¨®sofo, s¨®lo los materiales para sus lecciones en el Liceo. Franz Brentano escribi¨® numerosos trabajos sobre Arist¨®teles y, siguiendo el ejemplo del maestro, no los dio a la imprenta. Esos borradores, provisionales e incompletos, tentativos, fueron tambi¨¦n materiales docentes. El que acaba de escribir un libro y lo env¨ªa a la imprenta cree que ha concluido su obra, pero se enga?a. Toda obra que merezca la pena es una obra en marcha, inconclusa. Como la de Arist¨®teles, que todav¨ªa se comenta, como la de Brentano, ya casi olvidada, como la de este universo, ufano y en expansi¨®n. Todas ellas tentativas abiertas, inacabadas, con sus flaquezas y sus br¨ªos.
La familia de Brentano es singular. Su abuelo, un viudo acaudalado de ascendencia jud¨ªa, deja el lago de Como en Italia y se instala en Frankfurt poco antes del estallido del Romanticismo. All¨ª se casa con una vieja amiga de Goethe que ha inspirado algunos personajes del Werther. Maximiliane von La Roche le da tres hijos. El primero es el poeta Clemens Brentano, rom¨¢ntico y m¨ªstico, que lleva una vida alucinada y apasionante, que ser¨¢ contada por su hermana Elisabeth. Bettina, que as¨ª la llaman, es tambi¨¦n poeta y una mujer fascinante. Extremadamente culta y femenina, mantiene de ni?a correspondencia con Goethe (que, viejo verde, se enamora de ella) y de adulta, con Beethoven (cuando el gran sordo est¨¢ destrozado por la enfermedad y la megaloman¨ªa). M¨¢s tarde, se convierte en socialista libertaria. El tercero de los hijos, Christian, austero, piadoso, de fuerte moral cat¨®lica, es el padre del fil¨®sofo. Un hombre preocupado por la metaf¨ªsica, en concreto por la intervenci¨®n de Dios en el mundo. Un tema esencial de la fenomenolog¨ªa (que su hijo contribuye a fundar), s¨®lo que donde Christian dice Dios, el fenomen¨®logo dice conciencia.
Brentano concibe una jerarqu¨ªa en las disciplinas cient¨ªficas. La matem¨¢tica es la m¨¢s simple y primaria. Sobre ella se erige la f¨ªsica, luego la qu¨ªmica y, finalmente, la fisiolog¨ªa
Brentano nace en 1838. Recibe una educaci¨®n religiosa y po¨¦tica. En brazos de su t¨ªo Clemens escucha los grandes poemas de la lengua alemana. Su padre muere pronto (factor que favorece la vida filos¨®fica) y, a pesar del ambiente piadoso que lo rodea, o precisamente por ello, como adolescente sufre una profunda crisis espiritual. El motivo: el determinismo (la creaci¨®n concluida). Busca refugio en la filosof¨ªa, que estudia en M¨²nich, Berl¨ªn y M¨¹nster, y luego en la teolog¨ªa, que aprende con los dominicos en Graz y posteriormente en Wurzburg. Con 26 a?os es ordenado sacerdote y se habilita como te¨®logo en la universidad. Ense?a historia de la filosof¨ªa. Se entusiasma con Arist¨®teles y sus comentaristas medievales. Sus clases dejan una profunda huella en los estudiantes. Tiene un atractivo incuestionable y aspecto de profeta. Sobre la tarima de clase, se transfigura. La crisis juvenil le ha lanzado a una rigurosa ortodoxia. Pero tanto rigor le sacar¨¢ de ella. De fondo, la eterna rivalidad entre dominicos y jesuitas. El motivo: el dogma de la infalibilidad del papa. Los obispos alemanes se re¨²nen y encargan a Brentano un escrito oponi¨¦ndose a la declaraci¨®n. Pero el dogma se confirma y Brentano se retira a meditar al Monasterio de San Bonifacio. Finalmente, rompe con la Iglesia y renuncia al sacerdocio. En 1874 es llamado a Viena y nombrado profesor ordinario de filosof¨ªa. Puesto que ocupa hasta que se enamora. Adquiere la ciudadan¨ªa sajona y contrae matrimonio como extranjero en Austria (las leyes austriacas proh¨ªben que los exsacerdotes se casen), por lo que debe abandonar su plaza y quedar como docente privado. Sobrio en las palabras y contenido en los h¨¢bitos, ni fuma ni bebe. Le gusta cultivar su jard¨ªn y en la vejez, cuando le ataca la ceguera, no deja de trabajar ni pierde en ning¨²n momento la conciencia de lo divino, como recordar¨¢ su disc¨ªpulo Oskar Kraus.
Un giro del pensamiento
Brentano supone un punto de inflexi¨®n en la historia del pensamiento moderno. Para Ortega, ¡°la filosof¨ªa m¨¢s rigurosa y cient¨ªfica procede de Brentano¡±. Se trata de una de esas figuras que trabajan desde el subsuelo, inadvertidas, y que influyen poderosamente en el curso del pensamiento. Su influencia es, en muchos sentidos, socr¨¢tica. Como Spinoza, desarrolla su magisterio al albur de c¨ªrculos ¨ªntimos, casi secretos, de la amistad. Tiene ¡°el m¨¦rito de restaurar la verdadera filosof¨ªa, echada a perder por Kant¡±, concentrado en cuestiones esenciales de la metaf¨ªsica, la ¨¦tica y la psicolog¨ªa. Esa ruptura con Kant y con los positivistas y abre el camino a la fenomenolog¨ªa de la mente intencional. Lo que Kant llama conocimiento a priori, para Brentano son convicciones a priori, casi prejuicios. El mundo tiene sus causas y efectos, sus razones, pero entre ellas hay que contar a los seres, con sus inclinaciones e intenciones. El mundo no es un complejo mecanismo, se parece m¨¢s a un organismo donde la conciencia se vuelca en lo f¨ªsico, no de modo pasivo, sino de modo intencional. Esa actitud puede tratar definir su objeto para, conoci¨¦ndolo, dominarlo; o bien, de modo m¨¢s contemplativo, observarlo para atisbar su naturaleza. Sea como fuere, el m¨¦todo debe atenerse a la naturaleza del objeto (como ense?a Arist¨®teles). Brentano no se plantea todav¨ªa, como har¨¢ despu¨¦s Bohr, la dificultad de considerar esa naturaleza como algo ¡°virgen¡±. El objeto es siempre algo ya definido por la teor¨ªa o la tradici¨®n. ?C¨®mo hacer que el objeto imprima sus caracter¨ªsticas al m¨¦todo si, para observarlo, necesitamos un instrumento y si, para construirlo, necesitamos una teor¨ªa y una idea previa de su naturaleza? Decir que el m¨¦todo debe adaptarse al objeto es comprometido, pues el objeto ya tiene que ser algo para nosotros antes de analizarlo. En todo caso, la intencionalidad es el factor esencial de lo mental, por lo que condiciona toda la experiencia consciente. Brentano comparte con los positivistas su rechazo de los objetos ideales y su compromiso con uno conocimiento limitado a la experiencia. Pero la experiencia exige la participaci¨®n plena del observador, es decir, unas inclinaciones mentales y un posicionamiento intencional. Hay razones e intenciones y, si nos atenemos a la experiencia, no podemos desligar unas de otras. Para un positivista o un realista ingenuo, la conciencia no es sino un pedazo m¨¢s del cosmos. Para Brentano, lo f¨ªsico y lo mental tienen naturalezas diferentes.
El idealismo ha dejado a Alemania agotada. De joven, como todos los j¨®venes inquietos que estudian despu¨¦s de Hegel, Brentano se interesa por el positivismo, pero acaba encontr¨¢ndolo superficial y burgu¨¦s. El positivista no se asombra. No le interesa saber, sino prever. Quiere anticiparse, controlar. Se conforma con ordenar los fen¨®menos en el espacio y en el tiempo, concibe (con Bacon) el conocimiento como un modo de acrecentar el poder humano.
Brentano concibe una jerarqu¨ªa en las disciplinas cient¨ªficas. La matem¨¢tica es la m¨¢s simple y primaria de las ciencias. Sobre ella se erige la f¨ªsica, sobre ¨¦sta la qu¨ªmica y, finalmente, la fisiolog¨ªa. Los fen¨®menos ps¨ªquicos se comportan respecto a los fisiol¨®gicos del mismo modo que ¨¦stos respecto a los qu¨ªmicos. La fisiolog¨ªa deber¨¢ alcanzar su grado m¨¢s alto de perfecci¨®n para que la psicolog¨ªa pueda desarrollarse. La psicolog¨ªa es, a su vez, fundamento de la sociolog¨ªa. Cada realidad exige un m¨¦todo particular para conocerla: es in¨²til contemplar el paisaje con el microscopio. Bohr ahondara en esta idea. La teor¨ªa no s¨®lo construye al objeto, construye tambi¨¦n el instrumento con el que observarlo. Ver para creer. Sin una teor¨ªa no es posible ver nada. Una raz¨®n puramente fisiol¨®gica de algo es tan banal como una raz¨®n puramente matem¨¢tica. La creencia es una fuerza de la naturaleza. Todo marco te¨®rico apunta a una creencia. La idea, claro est¨¢, viene de la escol¨¢stica. La filosof¨ªa es preambula fidei, una introducci¨®n a la fe. Una idea que desarrollar¨¢n William James y Ortega y Gasset.
En su tesis de habilitaci¨®n de 1892, Brentano sostiene que el verdadero m¨¦todo de la filosof¨ªa es el de las ciencias de la naturaleza. ?stas no exigen que debamos proceder uniformemente (como en los casos sencillos de la mec¨¢nica), sino ¡°que nos ense?a a cambiar nuestros procedimientos de acuerdo con la ¨ªndole especial de los objetos¡±. Si bien la mec¨¢nica es ahist¨®rica, no lo son la embriolog¨ªa, la geolog¨ªa o la biolog¨ªa. Y la temporalidad es esencial para las ciencias del esp¨ªritu (la mec¨¢nica no tiene ni pasado ni futuro). Ah¨ª radica la diferencia entre las ciencias del esp¨ªritu y las naturales. Unas se dedican a un principio inm¨®vil y eterno, mientras que las otras comprenden la historia y sus vectores de fuerza (din¨¢micos). La vida es gerundio, no participio (dir¨¢ Ortega), es la conjugaci¨®n temporal de una naturaleza en la historia, en la evoluci¨®n. No siempre es posible aislar los fen¨®menos en el laboratorio. O debido a la gran distancia que separa la causa del efecto. Las disputas entre las diferentes disciplinas cient¨ªficas son disputas verbales (y el conocimiento se reduce a la disputa, al malabarismo l¨®gico y la agilidad mental). Brentano busca un m¨¦todo que se conforme a la naturaleza de las cosas y son ellas las que tienen que determinar el m¨¦todo de investigaci¨®n. Si queremos conocer, debemos ser nosotros los que nos adecuamos a los objetos. Sin prejuicios ni aprioris. Kant llama conocimiento a priori lo que en realidad es una ¡°convicci¨®n a priori¡±. Brentano detecta cierta circularidad en el planteamiento: ¡°Las mismas cosas son, al mismo tiempo, problemas y soluciones¡±.
La verdad es s¨®lo una. Pero los lenguajes son muchos y cada uno expresa diferentes aspectos de ella. La filosof¨ªa es femenina. Teje y desteje, como Pen¨¦lope, mientras espera. Brentano es sereno y, aunque vibra intensamente, no se deja embriagar como Nietzsche. Como meridional, no encaja en la tibieza metaf¨ªsica del positivismo, que parece resbalar sobre la superficie de las cosas. Busca un sentido premoderno, en el aristotelismo medieval (Avicena y Aquino) y en el propio estagirita. De entre los modernos, su preferido es Leibniz. Ya en 1886, desde Viena, escribe a un amigo: ¡°Yo soy, por ahora, completamente metaf¨ªsico¡±.
La historia de la filosof¨ªa se parece m¨¢s a la historia del arte que a la de las ciencias. La filosof¨ªa, como el arte, si es clarividente, va por delante, anticipa nuevos paisajes y nuevos escenarios de lo real. Para Brentano la filosof¨ªa se mueve c¨ªclicamente, recorriendo en cada periodo diversas fases. En la primera fase, ascendente, el inter¨¦s es puramente te¨®rico. Le sigue una segunda fase de decadencia, moralista, donde se debilita el inter¨¦s cient¨ªfico y donde ¡°la l¨®gica y la f¨ªsica llevan una deprimida existencia como siervas de la ¨¦tica¡±. ?sta desemboca en una tercera, el escepticismo. La ciencia ya no es digna de confianza. Ese celo enfermizo conduce finalmente a la formaci¨®n de nuevos dogmas y devuelve a la filosof¨ªa a la primera fase. Estos ciclos pueden rastrearse tanto en el mundo antiguo, como en el medieval y moderno. Tras la debacle kantiana, Brentano anuncia un nuevo esplendor filos¨®fico, que pasa por una reformulaci¨®n moderna del aristotelismo medieval.
Lector de Arist¨®teles
No se puede ser un aristot¨¦lico empedernido, como lo es Brentano, sin ser a ratos plat¨®nico. Tampoco es posible el platonismo radical, sin ser a ratos aristot¨¦lico. Entre ambas posturas anda el juego de la filosof¨ªa. La inducci¨®n, que va de lo particular a lo general, es la v¨ªa de Arist¨®teles. La deducci¨®n, que va de lo general a lo particular, la de Plat¨®n. William James, con su humor habitual, recordaba que nadie puede vivir ni media hora sin ser, al mismo tiempo, plat¨®nico y aristot¨¦lico. Inducci¨®n y deducci¨®n son complementarias. El mundo no est¨¢ hecho de lo simple a lo complejo, pero tampoco se construye desde arriba. Ambas direcciones establecen la circularidad cognitiva, que es la circularidad c¨®smica. El enredo universal.
Hay hasta seis ensayos de Brentano sobre las categor¨ªas de Arist¨®teles. Para el estagirita hay diez g¨¦neros de ser: la sustancia y nueve accidentes (cualidad, cantidad, lugar, tiempo, acci¨®n, pasi¨®n, relaci¨®n, posici¨®n y h¨¢bito). Un esquema que Arist¨®teles deja inacabado. Una teor¨ªa prometedora, pero inconclusa. Los neoplat¨®nicos tambi¨¦n participan. Plotino reduce las categor¨ªas a cuatro (sustancia, accidente inherente, movimiento y relaci¨®n). Para Brentano, toda la confusi¨®n sobre el asunto viene de considerar las categor¨ªas como herramientas l¨®gicas. Las categor¨ªas son una doctrina del ser, ontol¨®gica. Convertirlas en categor¨ªas l¨®gicas hace que pierdan su genuino sentido. La vida no es matem¨¢tica, podr¨ªa haber dicho Brentano. Pero Kant y los positivistas, la matematizan, y con ello se pierden.
La sustancia es una entidad que tiene una relaci¨®n especial con las dem¨¢s, no est¨¢ subordinada a otras cosas, como la especie lo est¨¢ al g¨¦nero. La sustancia es lo que hace que una cosa sea ella misma y no otra. En cierto sentido, es aut¨¢rquica y homog¨¦nea, y se encuentra libre de determinaciones extr¨ªnsecas. La sustancia es el gran meollo de la filosof¨ªa. Nadie sabe exactamente qu¨¦ es, pero hay que postularla si queremos hablar del mundo, adecuarlo al lenguaje. La relaci¨®n ente sustancia y accidente es una relaci¨®n de complementariedad y de ¨ªntima implicaci¨®n. La sustancia del ser animal-racional humano est¨¢ enriquecida con la risa, el amor y la mortalidad. No se trata de una relaci¨®n de causa y efecto, como cre¨ªa Descartes. Para el franc¨¦s la sustancia es una causa que permanece siempre en s¨ª misma y por s¨ª misma, es una cosa (res extensa) que soporta los accidentes, es un pensamiento (res cogitans) que soporta los accidentes espirituales. Esto supone un descalabro, que en la ¨¦poca moderna se pone de manifiesto con la asociaci¨®n del concepto de sustancia con el de materia, con la masa, con lo duro e impenetrable, con lo que tiene posici¨®n y movimiento, con las cualidades primarias, convirtiendo el mundo en un complejo mecano (y recordemos que, para las leyes de la mec¨¢nica, no pasa el tiempo). Con ello se logra transformar el universo en algo inerte y carente de vida (manipulable, explotable). Se desalojando la vida del centro mismo de la filosof¨ªa, que es d¨®nde deber¨ªa estar.
Con estos planteamientos, dice Brentano, tanto Descartes como Spinoza se alejan de Arist¨®teles, y no s¨®lo eso, se alejan tambi¨¦n de la verdad. Kant remata el descalabro. Rectificar este error resulta fundamental, aunque Brentano no acaba de crear un aristotelismo moderno. Insiste en su empirismo y acusa a Husserl y a Meinong de regresar al platonismo. Reconoce la necesidad de la existencia de un ente que no sea contingente, de un ente necesario. Pero nada f¨ªsico ni nada ps¨ªquico es necesario per se. Por tanto, dicho ente ha de ser trascendente al mundo f¨ªsico y ps¨ªquico. Adem¨¢s, si la creaci¨®n es una necesidad del Ser necesario, o bien ha de existir siempre o bien puede mutar. Por tanto, anticipando a Scheler, Brentano concluye que se puede suponer cierto cambio en el Ser necesario. Dios se va haciendo, evoluciona. Y en esa evoluci¨®n estamos llamados a participar. Adquiere as¨ª una concepci¨®n del ser intencional, del ser como abertura a algo distinto de s¨ª mismo.

Azote de Kant
Para que todo ello sea posible hay que prescindir de Kant. Brentano ser¨¢ el azote del kantismo, aunque con un ¨¦xito relativo. En Espa?a, Ortega lo celebra: ¡°la ilustraci¨®n francesa es una trivializaci¨®n de Locke, la alemana de Leibniz¡±. Brentano lamenta la dispersi¨®n de Leibniz, que dedic¨® poco tiempo de su fren¨¦tica actividad a la filosof¨ªa. Hume despert¨® a Kant de su modorra dogm¨¢tica. Y Kant crey¨® salvar el conocimiento del escepticismo de Hume, mediante los conocimientos sint¨¦ticos a priori, establecidos de antemano sin ser evidentes. Kant postul¨® aquello que deb¨ªa probar y ¡°crey¨® que pod¨ªa edificar sobre semejantes prejuicios ciegos¡±. La hip¨®tesis kantiana es que el conocimiento se regula conforme a esos prejuicios. Kant dice: hasta ahora el conocimiento se regulaba conforme a las cosas, supongamos ahora que las cosas se regulan conforme a nuestro conocimiento. Una actitud antinatural, puritana (por lo castradora). La vida no exige que procedamos uniformemente en todo momento, como hace la mec¨¢nica. Al contrario, nos ense?a a cambiar nuestros m¨¦todos de acuerdo con las cosas que salen a nuestro encuentro. Grandes pensadores como Benjamin Franklin, Darwin o el propio Einstein, confesaron su ignorancia de las matem¨¢ticas, Haeckel hasta se vanagloria de no saber demostrar el teorema de Pit¨¢goras. La matem¨¢tica no conoce ni el pasado ni el futuro. Nada sabe de la historia, la enfermedad o la simpat¨ªa.
Ante el escepticismo de Hume, que lo ha despertado de su sue?o dogm¨¢tico, Kant postula los juicios sint¨¦ticos a priori. El remedio de Kant resulta peor que la enfermedad. Pero el fil¨®sofo de K?nigsberg no se da cuenta de la debilidad de su doctrina, nos dice Brentano. En lugar de conocimientos a priori, deber¨ªa hablar de convicciones a priori, o mejor a¨²n, de prejuicios. En lugar de exigir que nos libremos de nuestros prejuicios, parece insistir en ellos, en fundar su teor¨ªa en prejuicios objetivos. Es una aberraci¨®n pensar que nuestro conocimiento no est¨¢ determinado por la naturaleza de los objetos, sino que son los objetos los que est¨¢n determinados por la naturaleza de nuestro conocimiento. ¡°Los conocimientos sint¨¦ticos a priori son algo en que tenemos que creer ciegamente. La existencia de Dios, la inmortalidad del alma, la libertad de la voluntad, son, en cambio, algo en lo que debemos creer ciegamente¡±. No hay evidencia de su verdad, lo hacemos por convicci¨®n. Despu¨¦s de Kant, ¡°la filosof¨ªa ha sido peor de lo que fuera nunca¡, la filosof¨ªa ha entrado en una nueva edad infantil¡±. S¨®lo Spencer parece darse cuenta. Pero las corrientes dominantes del pensamiento se encuentran encerradas en el dogma kantiano. ¡°Algunos profesores a los que manifestaba mi opini¨®n sobre Kant exclamaban: ?Cu¨¢nto me alegro de o¨ªrselo decir! Es exactamente mi opini¨®n. Pero no se puede manifestar¡±. Toda filosof¨ªa que parta de kantismo ser¨¢ incapaz de avanzar. De hecho, la evoluci¨®n no puede entenderse desde el kantismo. El darwinismo de Huxley, como el de Lamarck, declaran que ¡°la disposici¨®n primaria del mundo parece tener un car¨¢cter teleol¨®gico¡±. Un car¨¢cter que afecta tanto a lo org¨¢nico como a lo inorg¨¢nico. Hay cierta decrepitud en el kantismo, ¡°sus arbitrarias construcciones y su antinatural a priori constituyen la ra¨ªz de las extravagancias de sus sucesores¡±.
La cr¨ªtica de Brentano se podr¨ªa formular as¨ª. Lo ¨²nico aceptable como a priori es la percepci¨®n y el deseo. Llegamos al mundo y ya percibimos y deseamos, nos sentimos inclinados hacia ciertas cosas y sentimos aversi¨®n hacia otras. Ese es el punto de partida, el verdadero a priori, de cualquier tipo de indagaci¨®n, ese es el origen e todo conocimiento. Y se podr¨ªa ir m¨¢s lejos afirmando que es la vista la que nos da el espacio, y el o¨ªdo el que nos ofrece el tiempo. Ninguna de estas dos ideas las formula Brentano. La primera es de Leibniz, la segunda se podr¨ªa adjudicar al idealismo budista. Desde una perspectiva genuinamente emp¨ªrica, esos dos son los ¨²nicos a priori aceptables.
Intencionalidad
La intencionalidad es el concepto central de la filosof¨ªa de la mente. Lo que diferencia a los actos ps¨ªquicos de los actos f¨ªsicos es la intencionalidad de los primeros. Los actos ps¨ªquicos se refieren a un objeto, lo mientan. Todo fen¨®meno ps¨ªquico est¨¢ caracterizado por un ¡°estar objetivamente en algo¡±, por estar el alg¨²n objeto, por dirigirse a alg¨²n objeto y hacerlo contenido de su representaci¨®n. Para Brentano, lo decisivo es la inmanencia del objeto en la conciencia. De ah¨ª que luego Husserl afirme que, lo que llamamos objetos, son siempre objetos intencionales (de los otros, nada sabemos). Pero hay algo m¨¢s, lo que caracteriza al fen¨®meno ps¨ªquico es que su objeto no es forzosamente real. M¨¢s aun, en s¨ª mismo, es irreal. El objeto de lo ps¨ªquico s¨®lo existe intencionalmente en la conciencia. Mientras que el objeto de los fen¨®menos f¨ªsicos existe real y eficazmente. El pensamiento no es algo cerrado, sino que trasciende continuamente sus l¨ªmites y se dirige a algo distinto de ¨¦l. Pero el modo de dirigirse y el objeto al que se dirige tiene tanto valor como la intencionalidad misma.
No es posible el conocimiento sin intenci¨®n. La intenci¨®n es el ¡°acto del conocimiento¡± dirigido a un objeto. Brentano sigue a Avicena y los escol¨¢sticos, que han revivido el aristotelismo. La intenci¨®n es un modo particular de la atenci¨®n (un modo de ser del acto cognoscente) que extiende sus tent¨¢culos sobre las cosas. La mente es, esencialmente, intencional, y las cosas son intencionadas, pues tienden al ser. Todo en el mundo es intenci¨®n. Sujetos que tienden a y objetos hacia los cuales se tiende. Objetos ¡°entendidos¡±. El ¡°modo¡± en que la idea se refiere a su objeto constituye su intencionalidad. Hay primeras intenciones (como ¡°¨¢rbol¡± o ¡°estrella¡±) y segundas intenciones (como ¡°identidad¡±, ¡°coexistencia¡±, ¡°alteridad¡±). La l¨®gica es la ciencia de las segundas intenciones. Las primeras intenciones se refieren a los objetos reales, las segundas a objetos l¨®gicos. Eso pensaban los escol¨¢sticos cristianos y musulmanes, aunque el persa Avicena es el autor en el que la intencionalidad adquiere la gama m¨¢s amplia de matices.
Anatom¨ªa de la mente
Para el positivismo decimon¨®nico, lo f¨ªsico y lo mental no son dos fen¨®menos distintos, sino dos modos de referirse a una misma realidad. Todos los fen¨®menos pertenecen al mismo tiempo a las ciencias de la naturaleza y a las de la mente. Esta era la idea de Ernst Mach, tambi¨¦n profesor en Viena, nacido el mismo a?o que Brentano, y que era al¨¦rgico a la metaf¨ªsica. Si nos limitamos a los fen¨®menos, los vemos en el campo de nuestra conciencia y, en este sentido, la conciencia es un envolvente del cosmos y todo objeto es, en rigor, contenido de conciencia (sus relaciones con otros objetos pertenecen al ¨¢mbito de una teor¨ªa de la mente). Pero si consideramos el objeto en su dimensi¨®n espacio-temporal, como dado en el mundo, este objeto ya no est¨¢ presente de modo inmediato a la conciencia y puede ser objeto de la ciencia f¨ªsica. Lo metal y lo f¨ªsico son dos perspectivas de un mismo fen¨®meno. Pero mientras en lo mental se manifiesta de modo inmediato, en lo f¨ªsico por mediaci¨®n de categor¨ªas como espacio y tiempo (juicios sint¨¦ticos a priori, que dir¨ªa Kant).
Seg¨²n Brentano, los fen¨®menos f¨ªsicos y los mentales tienen naturalezas diferentes. No sirve, para justificar esa diferencia, decir que los fen¨®menos f¨ªsicos son extensos, mientras que los ps¨ªquicos carecen de localizaci¨®n espacial. Tampoco sirve hablar de conciencia interna y externa. O de que unos existen realmente y los otros s¨®lo de forma aparente. Lo que diferencia a ambos es la intencionalidad de los fen¨®menos mentales.
Brentano divide los fen¨®menos ps¨ªquicos en (1) representaciones, (2) juicios) y (3) movimiento afectivo (amor-odio). La representaci¨®n es la pura presencia del objeto en la conciencia. No importa si el objeto es real o no. Los sue?os, las esperanzas y los miedos tambi¨¦n son representaciones. Adem¨¢s, la representaci¨®n es la condici¨®n necesaria de los otros fen¨®menos mentales, de ah¨ª su importancia. Nada puede juzgarse, apetecerse, esperarse o temerse, sin una representaci¨®n previa. As¨ª pues, la intencionalidad (apoy¨¢ndose en representaciones), decanta juicios y, a partir de estos, deseos (aceptaci¨®n o rechazo). Las representaciones hacen posible, por un lado, lo verdadero y la falso, por el otro, el amor y el odio. Los tres hacen el sentimiento y la voluntad.
De los tres, la representaci¨®n es el m¨¢s simple de los fen¨®menos ps¨ªquicos. Adem¨¢s de ser el fundamento de los otros dos. Ella hace posible el juicio y los sentimientos de amor y de odio. Si nos entristecemos por algo, primero hemos de representarnos aquello que nos entristece. Tampoco es posible amar sin enjuiciar. La imaginaci¨®n juega un papel fundamental en la representaci¨®n, tambi¨¦n la memoria. Brentano considera que la representaci¨®n es el m¨¢s independiente de los fen¨®menos ps¨ªquicos, pues s¨®lo depende de su objeto. Aqu¨ª discrepamos, la representaci¨®n es memoria e imaginaci¨®n, y no es independiente de las experiencias vividas, de la historia particular de cada uno de los seres.
Adem¨¢s, los fen¨®menos ps¨ªquicos se caracterizan por ser conscientes, por ser autoevidentes y por estar referidos intencionalmente a algo. Siempre pensamos o reflexionamos sobre algo. Aunque ese algo no exista, ese objeto est¨¢ ah¨ª, en el pensamiento, como presencia inmanente. Ese objeto puede ser una entidad extramental o un estado ps¨ªquico previo. Y ser¨¢ representado, juzgado, amado u odiado. Brentano no niega la existencia del mundo externo (como hacen algunos empiristas radicales), pero admite que no es evidente, que est¨¢ mediatizada por la percepci¨®n (que es autoevidente) y el deseo. La existencia del mundo externo es una hip¨®tesis con muchas posibilidades de confirmarse. Parece seguir a Berkeley cuando afirma que la percepci¨®n se limita a los sensibles comunes. Su objeto inmediato no son los ¨¢rboles, las nubes, o el trino de los p¨¢jaros, sino lo extenso, lo colorado y lo sonoro. Es propio de la naturaleza mental el estar abierta a algo diferente de ella misma, su esencia es relacionista, estar ¡°en relaci¨®n con¡¡±.
Verdad, belleza y bondad son abstracciones. Lo que existe son los actos buenos, las cosas bellas y las personas sinceras. Su realidad est¨¢ en su ejercicio
Brentano une en una misma categor¨ªa el sentimiento y la voluntad. Hay una gradaci¨®n continua entre estos dos fen¨®menos ps¨ªquicos, entre el placer-dolor y la voluntad. La tristeza anhela algo que no se tiene, despierta la esperanza de alcanzarlo, decanta la decisi¨®n de lanzarse en su b¨²squeda. Lo que era sentimiento se resuelve en voluntad. No hay un l¨ªmite definido entre ambos. El amor y el odio hacen la voluntad. Ha sido un error hist¨®rico (tambi¨¦n ling¨¹¨ªstico) separar el sentimiento de la voluntad. Si llevamos esto hasta sus ¨²ltimas consecuencias (Brentano no lo hace) podr¨ªamos preguntarnos si nuestros pensamientos y sentimientos individuales podr¨ªan cambiar la estructura f¨ªsica del cerebro. Dado que el cerebro es, desde la perspectiva fenomenol¨®gica, una representaci¨®n, es imaginable que pensamientos y sentimientos puedan cambiar su configuraci¨®n. Un fen¨®meno que se estudia hoy d¨ªa en las neurociencias (aunque al margen del mainstream) y que se denomina ¡°neuroplasticidad autodirigida¡±. Al parecer, existe una importante cantidad de evidencia emp¨ªrica que apoya esta posibilidad. Un hecho que, de producirse, contradecir¨ªa el materialismo m¨¦dico.
Los sentidos s¨®lo conocen por afirmaci¨®n. El juicio por afirmaci¨®n y negaci¨®n. El esp¨ªritu asc¨¦tico completa la sensibilidad. ¡°S¨®lo lo que no ha ocurrido no envejece¡± (Schiller). Cada fen¨®meno ps¨ªquico tiene su perfecci¨®n. La representaci¨®n encuentra su perfecci¨®n en la contemplaci¨®n de la belleza. El juicio en el conocimiento de la verdad (que deriva en la alegr¨ªa del conocimiento) y en el amor a lo divino, que, como ense?¨® Plat¨®n, es la unidad de verdad, bondad y belleza.
Los valores
Los valores no existen en un cielo plat¨®nico. Verdad, belleza y bondad son abstracciones. Lo que existe son los actos buenos, las cosas bellas y las personas sinceras. Su realidad est¨¢ en su ejercicio. Los valores no existen en un mundo aparte, para tener realidad tiene que estar referidos a un acto. En este aspecto Brentano es firme en su aristotelismo. El elemento primero del conocimiento moral no es el imperativo categ¨®rico, ni ninguna clase a apriorismo moral, sino la experiencia de los valores. La estimaci¨®n de algo no depende de nuestra subjetividad, sino que tiene una naturaleza objetiva. El amor debe ajustarse a la bondad como el juicio a la verdad. No es el juicio subjetivo el fundamento del acto moral, sino la ¨ªndole del propio objeto. Lo esencial del amor es el acto valorativo, pues los actos ps¨ªquicos correspondientes a los fen¨®menos del tercer grupo (amor-odio) se fundamentan en representaciones y juicios, es decir, en la imaginaci¨®n y el apetito natural hacia la verdad (aunque Brentano no utilice estos t¨¦rminos). En el ideal del sabio, el camino hacia la verdad coincide con el camino hacia el bien. La perfecci¨®n suprema de nuestra actividad representativa (de nuestra cultura mental) consiste en la contemplaci¨®n de la belleza. Mientras que la perfecci¨®n suprema de juicio es el conocimiento de la verdad.
La creaci¨®n es una necesidad divina. Pero la creaci¨®n exige contemplaci¨®n. Por eso la naturaleza crea y la conciencia observa. Hacen falta ambas. Brentano es ambiguo respecto a la inmortalidad del alma (como lo fue su maestro Arist¨®teles). Considera, de un modo muy oriental, que las almas siguen un camino eterno de perfeccionamiento.
?Qui¨¦n es el que mira?
La observaci¨®n genuina, fenomenol¨®gica, exige tambi¨¦n percepci¨®n interna. Hay una diferencia entre ¡°percibir¡± y ¡°observar¡±. Podemos percibir nuestros fen¨®menos internos, pero no podemos observarlos. Se sienten, pero carecen de figura (por carecer de extensi¨®n). Pero si uno logra ¡°ver que ve¡±, observar el propio acto de ver, asomarse a los pliegues de la sensibilidad, entonces estamos cerca de las ense?anzas de la Bhagavadg¨©t¨¡. Percibir la propia c¨®lera puede hacer que amaine. Brentano describe ese desdoblamiento: ¡°Veo por un lado el color y por otro lado me percibo a m¨ª mismo viendo el color¡±. Mientras conozco la cosa, de alg¨²n modo me conozco. ¡°La observaci¨®n de lo f¨ªsico, al margen de hacer posible el conocimiento de la naturaleza, puede ser al mismo tiempo un medio de conocimiento ps¨ªquico¡±. Hay un objeto primero, el fen¨®meno f¨ªsico y un objeto segundo, el fen¨®meno mental. Brentano identifica conciencia y mente (distanci¨¢ndose del s¨¡?khya), pero al mismo tiempo afirma que la conciencia siempre es conciencia de algo distinto de ella misma, con lo que parece aludir al magnetismo original entre conciencia y naturaleza del que habla esta filosof¨ªa. En cierto sentido, Brentano est¨¢ anticipando el principio de complementariedad que tantos r¨¦ditos dar¨¢ a la teor¨ªa cu¨¢ntica. Donde la complementariedad hace referencia a la intenci¨®n del investigador a la hora de preparar su experimento.
Hay que insistir en esta idea, a nuestro entender decisiva. El color no es el acto de ver sino el objeto de ese acto. Y lo que nos interesa observar aqu¨ª es el acto, no el objeto. Brentano, en cierto sentido, desnaturaliza la conciencia, la distingue de ese otro ¨¢mbito por el que se siente atra¨ªda, que es la naturaleza. Pero no la sit¨²a fuera del mundo, sino que la coloca en cada acto de la percepci¨®n consciente del ser vivo. En esto es aristot¨¦lico, en lo primero plat¨®nico. Lo que llamamos Ser no es lo uno ni lo otro, sino la relaci¨®n complementaria de estos dos ¨¢mbitos.
Puedes seguir a BABELIA en Facebook y Twitter, o apuntarte aqu¨ª para recibir nuestra newsletter semanal.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.