¡®Mi autobiograf¨ªa de Carson McCullers¡¯: una ventana abierta al interior
En este libro, del que ¡®Babelia¡¯ adelanta las primeras p¨¢ginas, Jenn Shapland entreteje sus memorias con las de la escritora estadounidense para desenmara?ar algunas cuestiones sobre la identidad, el amor, la homosexualidad, la literatura y la representaci¨®n de aquello que llamamos la verdad
Si escribir una biograf¨ªa es mirar a trav¨¦s de las ventanas de la casa de una persona y contar lo que ves ¡ªo, de forma menos generosa, tal y como lo entiende Janet Malcolm, si una bi¨®grafa ¡°es una ladrona profesional que entra en una casa, rebusca en determinados cajones en los que sabe de buena tinta que est¨¢n las joyas y el dinero, para marcharse despu¨¦s triunfante con su bot¨ªn¡±¡ª, escribir unas memorias es espiar por las ventanas de tu propia vida. Un voyerismo de tu propio yo. Un saqueo interior. Probablemente tu descripci¨®n no sea rigurosa, pues la honestidad y el autoconocimiento tienen sus l¨ªmites. En este caso, estoy apoyada en la parte exterior de mis propias ventanas mientras intento mirar por las de Carson. Han entrado a robar en su casa, esta ha sido desvalijada por saqueadores. ?Qu¨¦ estoy buscando? ?Qu¨¦ es lo que ellos ¡ªlos otros bi¨®grafos, los cr¨ªticos, sus contempor¨¢neos¡ª ocultan de nuestra vista?
Carson trat¨® de preservar su historia, lo cual incluye su vida interior. Una vez la secretaria de Mary, Barbara, transcribi¨® las cintas de la terapia, Carson y Mary recibieron una copia cada una para corregir. Cuando Carson se encontraba en el Pabell¨®n Harkness, convaleciente de una de las varias cirug¨ªas que le hicieron a comienzos de los a?os sesenta sobre su brazo izquierdo paralizado, sac¨® las p¨¢ginas transcritas del caj¨®n de la mesilla de noche de su habitaci¨®n del hospital y se las mostr¨® a su agente, Robert Lantz. ?l se llev¨® la pila de papeles a casa y encontr¨® el material tan memorable, que cuando Carson muri¨® acudi¨® a Mary en busca del documento. Lantz escribe que Carson le dio a entender que las cintas hab¨ªan sido transcritas con el fin de elaborar un manuscrito a partir del cual Carson podr¨ªa llegar a escribir una autobiograf¨ªa completa. Insiste a Mary en que las p¨¢ginas que ley¨® ¡°ten¨ªan vitalidad, franqueza, un sentido del humor inmenso y por supuesto eran en ese momento de gran valor hist¨®rico. Sin lugar a dudas deb¨ªan formar parte del material que un bi¨®grafo oficial tuviera a su disposici¨®n¡±. Mary inform¨® a Lantz de que las transcripciones eran el ¡°historial psiqui¨¢trico¡± de Carson y que por tanto eran estrictamente confidenciales.
Utilizar las transcripciones de la terapia como fuente a trav¨¦s de la cual construir la autobiograf¨ªa de Carson supone aceptar que existe una correlaci¨®n entre el habla y la escritura. No es lo mismo hablar que escribir, pero he descubierto que mi propia escritura cada vez se modula m¨¢s para parecer oral, debido a una necesidad de hablar. Para m¨ª, las palabras de Carson son sus palabras. Encuentro especialmente gratificante escuchar c¨®mo se edita a s¨ª misma en las sesiones de terapia: cambia la estructura de una frase, reformula un recuerdo, se corrige y se repite a s¨ª misma para que todas las versiones que aparecen en la p¨¢gina concuerden¡ palabras a borbotones, sin divisi¨®n definida alguna, en pos de la claridad.
Iluminaci¨®n y fulgor nocturno, su autobiograf¨ªa publicada, fue dictada a amigas, enfermeras, secretarias y estudiantes durante los ¨²ltimos cuatro meses de su vida, en el a?o 1967. En ella retoma alguno de los hilos de las transcripciones de la terapia. Pero incluso cuando estas p¨¢ginas se publicaron en 1999, Iluminaci¨®n y fulgor nocturno sigui¨® estando incompleta de una forma evidente, tan solo son fragmentos de su historia. Supongo que acababa de empezar. Ni las transcripciones de la terapia, que no fueron accesibles hasta 2013, ni Iluminaci¨®n, tienen un lugar destacado entre las biograf¨ªas de Carson, a pesar de ser los dos mejores ejemplos de la autora tratando de contar su propia versi¨®n. A pesar de estar decidida a escribirla, aunque fuera relatando su historia desde la cama en sus ¨²ltimos d¨ªas, nunca tuvo una verdadera oportunidad de hacerlo. ?Qui¨¦n puede contar la historia de su propia vida?
Acontecimientos imprevistos
Empec¨¦ a imaginar que hab¨ªa ido a Columbus para recuperarme, tal y como hizo Carson durante su veintena, y esa no fue ni la primera ni la ¨²ltima vez que fantase¨¦ al respecto. El confinamiento en cama de Carson, los diagn¨®sticos err¨®neos que recibi¨®, los diferentes malestares que las biograf¨ªas no permiten identificar con facilidad, me proporcionaron algo tangible que tener en com¨²n con ella. Escribe que, en 1947, "por fin, descubrieron que de ni?a hab¨ªa tenido reuma card¨ªaco y que, desde luego, el hecho de ir de un lado para otro someti¨® a mi coraz¨®n a demasiados esfuerzos y eso me provoc¨® las embolias". Cuando me aloj¨¦ en la casa de Carson, tuve que lidiar con mi enfermedad cr¨®nica, una disfunci¨®n card¨ªaca que debilita mi cuerpo y me hace estar permanentemente cansada, ser propensa a las migra?as y padecer ataques repentinos de sue?o, como yo los llamo. Me tuve que someter a meses de pruebas m¨¦dicas antes de que los m¨¦dicos pudieran diagnosticar que mi coraz¨®n es demasiado peque?o y el volumen de mi sangre demasiado bajo para mantener mi cuerpo a flote. Mis primeros d¨ªas en la casa fueron lentos: me qued¨¦ dormida a mitad de la primera ma?ana y cuando me despert¨¦ era bien entrada la tarde. Pas¨¦ esa semana esforz¨¢ndome para volver a sentirme normal en cierta medida. Demasiado d¨¦bil para estar incorporada, tomaba notas en mi tel¨¦fono e intentaba estar presente en la casa. Saber qu¨¦ se sent¨ªa viviendo en ese lugar, comprender c¨®mo hab¨ªa llegado hasta all¨ª.
Apenas vi a nadie durante mi estancia en Columbus, exceptuando a unos cuantos estudiantes y profesores con los que me encontraba en el reci¨¦n estrenado gimnasio universitario donde me ejercitaba en la m¨¢quina de remo de la tercera planta, mientras miraba por la ventana los altos pinos. Una de las estudiantes que trabajaba en recepci¨®n fingi¨® que me conoc¨ªa para poder conseguirme un abono gratuito por ser de la comunidad: hospitalidad sure?a. Tambi¨¦n me familiaric¨¦ con los libreros e investigadores que rastreaban sus ¨¢rboles geneal¨®gicos en el archivo universitario. El camino en coche al campus desde la avenida Hilton hasta la carretera de Warm Springs atravesaba hileras de mansiones y viejos ¨¢rboles, y fue lo que mejor conoc¨ª de Columbus.
El centro Carson McCullers para Escritores y M¨²sicos celebr¨® dos eventos durante mi residencia, los cuales constituyeron mis dos ¨²nicas interacciones sociales reales en todo el mes. Enroll¨¦ mi esterilla de yoga, guard¨¦ mi m¨¢quina de coser y trat¨¦ de minimizar mi presencia en la casa. No ten¨ªa claro si ser¨ªa apropiado que me escondiera en la planta baja durante estos actos, aunque fue mi primera intenci¨®n. Mi mente era una extra?a mezcla de biograf¨ªas de Carson, que estaba releyendo con diligencia, resultados electorales del supermartes, p¨®dcasts y las memorias de Tove Jansson, ilustradora finlandesa lesbiana, as¨ª que no sab¨ªa c¨®mo iba a ser capaz de emerger de mi cueva para conocer a gente viva, y mucho menos hablar con ellos. Pero en ambas ocasiones, en el ¨²ltimo momento, decid¨ª que deb¨ªa subir.
Cre¨ª que iba a tener que abrir la puerta, ofrecer bebidas y guardar los abrigos, pero todo el mundo entraba directamente. En mi primera semana hubo un concierto de marimba en memoria de David Diamond ¡ªamigo de Carson, amante de Reeves¡ª en el sal¨®n en el que Carson sol¨ªa representar obras de teatro con su hermano y su hermana. (Carson las dirig¨ªa y las protagonizaba). Durante unas cuantas horas, el eco de inquietantes rasgueos reverber¨® por la casa, que se vio inundada de personas desconocidas. Nadie habl¨® conmigo. Hab¨ªan transcurrido d¨ªas desde la ¨²ltima vez que hab¨ªa hablado cara a cara con alguien; me estaba costando recordar c¨®mo se hac¨ªa. Los invitados se marcharon tan abruptamente como hab¨ªan llegado, empujando sus marimbas y restableciendo mi soledad sin pedirme permiso.
Avanzado ya el mes, pens¨¦ que tendr¨ªa m¨¢s suerte al unirme a una lectura estudiantil a la que asisti¨® gran parte del departamento de literatura y escritura. Pero mi recurso principal para poder iniciar una conversaci¨®n era explicar por qu¨¦ estaba en la casa. ¡°Soy escritora¡±, empezaba. ¡°Estoy trabajando en un libro sobre McCullers¡±. Me daba la impresi¨®n de que, si la llamaba por su apellido, mi misi¨®n parec¨ªa m¨¢s oficial, a pesar de que a¨²n no hab¨ªa escrito una sola palabra sobre Carson. Cuando describ¨ªa el proyecto y mencionaba mi inter¨¦s en sus relaciones con mujeres, hubiera podido jurar que la gente retroced¨ªa. Me di cuenta de que hab¨ªa causado una impresi¨®n rara, pero no estaba muy segura de por qu¨¦, as¨ª que me abr¨ª paso entre la gente hasta el fondo del sal¨®n ¡ªmi habitaci¨®n de costura¡ª y me serv¨ª otra copa de vino malo. Trat¨¦ de usar mi lenguaje corporal para animar a los visitantes, de forma codificada, a que abandonasen la habitaci¨®n. As¨ª fue como di con un nuevo amigo llamado Denis, puertorrique?o que hab¨ªa crecido en Columbus. No sab¨ªa mucho de Carson, pero comprend¨ªa, seg¨²n me dijo, lo que significaba ser una extra?a en una ciudad tan conservadora como esa. Me habl¨® del vecindario, de lo segregado que segu¨ªa estando Columbus, cosa que ya hab¨ªa percibido durante mis paseos en coche. Me advirti¨® desde el primer momento de que la gente no estar¨ªa muy dispuesta a hablar conmigo sobre mi proyecto, pero que ¨¦l s¨ª, as¨ª que charlamos hasta que se fue todo el mundo. Denis me explic¨® que en Columbus ten¨ªan su propia concepci¨®n de Carson McCullers y de los aspectos de su vida que estaban dispuestos a reconocer. Su sexualidad, entre otras cosas, no formaba parte de esa lista.
Hab¨ªa llegado a Columbus pensando en adquirir cierto contexto acerca de la vida material de Carson, pero no esperaba aprender demasiado sobre su vida personal. Ya hab¨ªa rebuscado en la pila de papeles de Carson del centro Ransom de Austin. La Biblioteca P¨²blica de Columbus hab¨ªa pedido a Carson sus documentos en 1961, pero ella hab¨ªa respondido que ¨²nicamente se los entregar¨ªa si acababa con la segregaci¨®n en su interior. Se negaron, por lo que fueron enviados a Texas. Esto no ha detenido las celebraciones retroactivas que hace la Biblioteca de Columbus, que incluso ha llamado a la carretera que lleva a su edificio la calle de Carson McCullers. Durante la vida de Carson, a¨²n no exist¨ªan los archivos de la Universidad Estatal de Columbus, donde fueron donados los papeles de Mary que no hab¨ªan sido destruidos. Visit¨¦ estos archivos por sugerencia del director del centro Carson McCullers, dando por sentado que ya se habr¨ªa escrito sobre cualquier descubrimiento que mereciera la pena. En esos momentos conoc¨ªa a Mary como la doctora de Carson y como su amiga al final de su vida. Me hab¨ªa encontrado fotos suyas en el centro Ransom cuando rastreaba todos los ¨¢lbumes personales de Carson para hacer una lista de ¡°posibles novias¡±, pero no hab¨ªa contemplado que Mary pudiera ser una de ellas. Pens¨¦, en cualquier caso, pues me apasionan los diagn¨®sticos, que el historial m¨¦dico de Carson conservado por Mary podr¨ªa ser interesante.
Cuando le¨ª las transcripciones de la terapia en el archivo universitario me sent¨ª tan aturdida ¡ªrebosante de felicidad, de emoci¨®n, de miedo¡ª que apenas pod¨ªa mantener mis ojos sobre ellos el tiempo suficiente para procesar lo que conten¨ªan. Estaba anonadada. Aqu¨ª estaba Carson, en persona, tratando de contar su historia, de comprender su sexualidad, con sus propias palabras. Y Mary, oyente entregada. Y, milagro entre los milagros, hela ah¨ª, tan clara como el agua: la palabra ¡°lesbiana¡±. Me paso la vida leyendo historias queer que construyen elaboradas teor¨ªas sobre la terminolog¨ªa de lo queer y sobre c¨®mo por aquel entonces la gente no se describ¨ªa de la forma en que lo hacemos ahora. El efecto que esto ha tenido en m¨ª es el de un borrado de las lesbianas de la historia. Una de nuestras muchas resacas foucaultianas. Pero la palabra ¡°lesbiana¡± fue como un im¨¢n que atra¨ªa todo lo que hab¨ªa estado investigando. Hoje¨¦ las desorganizadas p¨¢ginas escritas a m¨¢quina, las escane¨¦, me las envi¨¦ por correo electr¨®nico y despu¨¦s, no s¨¦ por qu¨¦, las apart¨¦ de mi vista durante meses. No estaba lista para enfrentarme a la Carson contenida en ellas, no estaba preparada para tomarle la palabra.
Cuando volv¨ª a la casa bajo un crep¨²sculo rosa y amarillo, llam¨¦ a Chelsea y trat¨¦ de hacerle entender la importancia de mi hallazgo. Andaba en c¨ªrculos por el suelo de lin¨®leo de la cocina mientras cocinaba crema de curry con la calabaza que un residente anterior hab¨ªa dejado en el alf¨¦izar de la ventana, e iba de una habitaci¨®n a otra sobre la alfombra rosada mientras esta se herv¨ªa a fuego lento. Chelsea no parec¨ªa tan sorprendida.
¡ª?Pero no era esto lo que estabas buscando? ¡ªme pregunt¨®.
Me par¨¦ en seco y mir¨¦ las fotograf¨ªas en las paredes del sal¨®n, que compon¨ªan una cronolog¨ªa. La mayor parte de ellas eran de Carson y Reeves y mostraban el d¨ªa en que se conocieron, su noviazgo y sus dos matrimonios, antes y despu¨¦s de la guerra. Me sent¨¦ en el suelo del sal¨®n.
¡ªBueno, es que nunca pens¨¦ que fuera a encontrarlo.
¡®Mi autobiograf¨ªa de Carson McCullers¡¯. Jenn Shapland. Traducci¨®n de Gloria Fort¨²n. Dos Bigotes, 2022. 288 p¨¢ginas. 20,95 euros.
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