Ren¨¦ Descartes, la tentaci¨®n geom¨¦trica
La matematizaci¨®n de la realidad arranc¨® con el franc¨¦s y, bajo el empuje de la f¨ªsica newtoniana, ha gobernado el destino filos¨®fico de Europa y podr¨ªamos decir que del mundo
Las matem¨¢ticas son falsas. ?Qu¨¦ se quiere decir? Que falsean la vida, que la tasaci¨®n num¨¦rica y cuantitativa del universo supone un reduccionismo intolerable. Ofrecen un suced¨¢neo de realidad, siniestro, donde no hay deseo ni voluntad, donde todo sucede impersonalmente. Al mismo tiempo, las matem¨¢ticas son la invenci¨®n m¨¢s prodigiosa de la imaginaci¨®n humana. Hacen creer que el fondo de lo real es racional. Y esa fue la fe de Descartes, una convicci¨®n que, generalmente, aparece en la juventud. Lo real es racional. Lo r...
Las matem¨¢ticas son falsas. ?Qu¨¦ se quiere decir? Que falsean la vida, que la tasaci¨®n num¨¦rica y cuantitativa del universo supone un reduccionismo intolerable. Ofrecen un suced¨¢neo de realidad, siniestro, donde no hay deseo ni voluntad, donde todo sucede impersonalmente. Al mismo tiempo, las matem¨¢ticas son la invenci¨®n m¨¢s prodigiosa de la imaginaci¨®n humana. Hacen creer que el fondo de lo real es racional. Y esa fue la fe de Descartes, una convicci¨®n que, generalmente, aparece en la juventud. Lo real es racional. Lo real puede someterse al escrutinio matem¨¢tico y ¨¦ste lo reflejar¨¢ fielmente. Esa fue la apuesta de un joven metido a militar, seguro de s¨ª mismo, que advirti¨® en sue?os los signos de su vocaci¨®n filos¨®fica. Un sue?o de juventud que plasm¨® en el Discurso del m¨¦todo y que ha marcado la Edad Moderna. Hasta el punto de que la fe en la racionalidad del mundo (de origen on¨ªrico) todav¨ªa se ense?a en las escuelas. La matematizaci¨®n de la realidad arranc¨® con el franc¨¦s y, bajo el empuje de la f¨ªsica newtoniana, ha gobernado el destino filos¨®fico de Europa y podr¨ªamos decir que del mundo.
Creo que fue Bertrand Russell quien dijo que a ning¨²n viejo le interesan las matem¨¢ticas. Pues el matem¨¢tico, como advirti¨® Dem¨®crito, se arranca los ojos para pensar. Y la vida, cuando es veterana, lo que quiere es seguir viendo, seguir sintiendo. Se interesa, fundamentalmente, por el deseo y la percepci¨®n. Por indagar c¨®mo la percepci¨®n va suscitado el deseo de nuevas percepciones. En ning¨²n caso renunciar¨¢ al color, como hace el matem¨¢tico, pues el color es irracional. A la inteligencia madura los modelos matem¨¢ticos del universo le hacen sonre¨ªr, le parecen el juego inocente (y brillante) de una inteligencia que todav¨ªa no ha vivido lo suficiente. Pero ocurre que el sue?o matem¨¢tico, la tentaci¨®n geom¨¦trica, como me gusta llamarla, ha dado unos r¨¦ditos magn¨ªficos a nuestra civilizaci¨®n. Ha hecho posible la expansi¨®n colonial y dominar el mundo mediante el poder tecnol¨®gico. Nos ha llevado a la Luna, al bos¨®n de Higgs, a la bomba de nuclear y al laboratorio global (a un experimento planetario propiciado por un engendro biotecnol¨®gico). Las matem¨¢ticas son muy ¨²tiles para la guerra, tambi¨¦n para controlar el flujo de la informaci¨®n. Las matem¨¢ticas no s¨®lo crean teoremas, crean opini¨®n. La consecuencia final de todo ello es moral. Modelos matem¨¢ticos (algoritmos) nos dir¨¢n qu¨¦ es bueno y qu¨¦ es malo, qui¨¦n es el tirano, cual es el tratamiento adecuado para enfermedades globales, c¨®mo concebir, en definitiva, la realidad.
Un sue?o de juventud
La noche del 10 de noviembre de 1619 es un momento tan decisivo para la historia de Europa como la batalla contra los turcos de Solim¨¢n el Magn¨ªfico a las puertas de Viena (1519) o el desembarco de Normand¨ªa (1945). Pero lo que ocurre aquella noche no es un episodio b¨¦lico sino imaginal. Un joven soldado, educado por los jesuitas, brillante y decidido, tiene una serie de sue?os en un campamento militar. De esa experiencia sale un librito, m¨¢s biogr¨¢fico que cient¨ªfico, que servir¨¢ de fundamento a una ciencia que todav¨ªa no existe, la f¨ªsica moderna (creada por Newton medio siglo despu¨¦s), y a otra que, aunque antigua, se ver¨¢ profundamente renovada: la matem¨¢tica moderna.
En ese preciso instante nace, de la imaginaci¨®n, la fe racionalista. Esa fe sustituye a otra fe, anquilosada, que ha dejado de inspirar, que se ha enredado en monsergas escol¨¢sticas y academicistas. Las mentes m¨¢s brillantes de Europa se volcar¨¢n en ella. Spinoza, Leibniz (s¨®lo parcialmente), Voltaire, Newton, Laplace, los philosophes, y ese impulso llegar¨¢ hasta el positivismo del XIX, que dominar¨¢ por completo la ciencia. Las matem¨¢ticas, siendo una fantas¨ªa, son una v¨ªa posible en nuestras relaciones con el universo. Un universo que en el mundo antiguo conceb¨ªa mediante cualidades y que pasa a ser de cantidades. Esa es la v¨ªa que elige Europa, cansada del puritanismo, las bulas papales y el control jesu¨ªtico. Europa se adhiere con entusiasmo a la premisa de Galileo: la naturaleza habla el lenguaje de las matem¨¢ticas. Aprendiendo esa lengua, podremos dialogar con ella, o mejor, persuadirla, de que se avenga a nuestros deseos (todo empieza y termina en el deseo). El siguiente paso, claro est¨¢, es que, nosotros, al reflejarnos en la naturaleza, quedamos matematizados, es decir, pasamos a ser seres regidos por leyes num¨¦ricas y equivalencias cuantitativas. Siendo matem¨¢ticos, podemos dar el siguiente paso, considerarnos mec¨¢nicos. El ser humano como mecanismo, pariente cercano del androide. Esta es, de manera simplificada, la visi¨®n moderna de lo humano. Si no fuera por el temporal que se avecina, resultar¨ªa c¨®mica.
?D¨®nde han quedado la percepci¨®n y el deseo que, seg¨²n Leibniz y ciertas filosof¨ªas de origen indio, son los constituyentes esenciales de lo real? La respuesta es sencilla. Se han mecanizado. La percepci¨®n y el deseo son tambi¨¦n mecanismos. El mundo al rev¨¦s. La causa es ahora el efecto. Mecanismos reparables, modificables, perfeccionables. De toda esa deriva; que es la nuestra y con la que habremos de negociar (no valen escapismos, no hay vuelta posible a la selva, ni regreso a Oriente); el primer representante es Descartes.
La Fl¨¨che
?Qui¨¦n fue Descartes? Un tipo singular, de car¨¢cter fuerte, que sabe estar solo, independiente y valiente. Un tipo que trabajaba en la cama y se despertaba m¨¢s tarde de lo normal. Y cuando se lo reprochaban aduc¨ªa que ¡°dorm¨ªa m¨¢s despacio¡±. Un joven que, como dice Val¨¦ry, tiene alma de ge¨®metra. Y que, para pensar con m¨¢s claridad, es capaz de reducir la geometr¨ªa (la figura) al ¨¢lgebra (la relaci¨®n num¨¦rica). La geometr¨ªa le provoca (como dir¨ªan en Venezuela), la geometr¨ªa no es s¨®lo el modelo, es el excitante de su pensamiento. La geometr¨ªa es atractiva, le apetece. Hoy sabemos que geometr¨ªas hay muchas (entonces no). Sabemos que la de Euclides, la m¨¢s simple e intuitiva, es provinciana. Es decir, funciona en las distancias cortas. Es una verdad local, de pueblo. Sirve para hacer un puente o un edificio. Le pasa algo parecido a la f¨ªsica de Newton, que tambi¨¦n es local y puede servir, como mucho, para llegar a la Luna.
Descartes es orgulloso, reservado y altivo (a pesar de su corta estatura, o precisamente por ello). Parece t¨ªmido, pero cuando le provocan es combativo, agresivo y puede perder los papeles. Entre la prominente nariz y las pobladas cejas, brilla una mirada inquisitiva y atenta. No es atl¨¦tico ni agraciado, pero tiene una buena opini¨®n de s¨ª mismo (esa que da la inteligencia). A diferencia de otros fil¨®sofos, sabe escribir. Lo hace en franc¨¦s, una lengua vulgar, no cient¨ªfica. Sus obras no han dejado de publicarse durante cuatro siglos y con ellas arranca el pensamiento moderno. Cincuenta a?os transcurren entre la publicaci¨®n del Discurso del m¨¦todo (1637) y los Principia Mathematica de Newton (1687), dos obras que deciden el destino de nuestra civilizaci¨®n. Cuando Descartes escrib¨ªa todav¨ªa no exist¨ªa la F¨ªsica, tal y como hoy la conocemos, que ser¨¢ la ciencia dominante hasta nuestro siglo, donde empieza a ser sustituida (lo estamos viviendo) por la biotecnolog¨ªa. En las escuelas de secundaria se ense?a que con la ciencia moderna la humanidad logr¨® una mayor comprensi¨®n y dominio de la naturaleza. Ambas cosas son discutibles, sobre todo la primera. Respecto a lo segundo, el dominio excesivo termina en revuelta, la obsesi¨®n por el control en caos. Ya se sabe, lo mejor es enemigo de lo bueno.
Enrique IV, nacido protestante, convertido al catolicismo (¡°Par¨ªs bien vale una misa¡±), vuelto a la fe protestante y asesinado por un jesuita, funda en 1604 el Colegio de La Fl¨¨che. Los jesuitas, a los que el rey ha permitido regresar, educan en esta instituci¨®n a los hijos de la nobleza. Hay amores que matan. Enrique IV, defensor de los jesuitas, ser¨¢ asesinado por uno de ellos. Habiendo sido protestante, muchos no se creyeron su conversi¨®n. El regicidio ser¨¢ la antesala de la Guerra de los Treinta A?os. El coraz¨®n del rey asesinado, metido en una urna, descansar¨¢ en La Fl¨¨che. Descartes ingresa en La Fl¨¨che con diez a?os. Hay lecciones diarias, debates y discusiones semanales. Todo en lat¨ªn, el uso del franc¨¦s est¨¢ castigado. Cuando abandona el colegio tiene la sensaci¨®n de que sale m¨¢s confundido de lo que entr¨®.
Los sue?os y el m¨¦todo
Descartes ha decidido dejar las clases y estudiar el gran libro del mundo. El resto de su juventud lo pasar¨¢ viajando, visitando cortes y ej¨¦rcitos, mezcl¨¢ndose con la gente. Encuentra m¨¢s verdad entre los ciudadanos del mundo que entre los profesores. Los primeros ser¨¢n castigados si se equivocan en sus razonamientos, mientras que los errores de los eruditos no tienen consecuencias pr¨¢cticas. Se une al ej¨¦rcito de Guillermo de Orange. La elecci¨®n de ese destino sigue siendo un misterio. Un ej¨¦rcito protestante, enemigo del poder de los Austrias, para un cat¨®lico educado por los jesuitas. La posibilidad del espionaje no debe descartarse. Poco despu¨¦s, abandona los Pa¨ªses Bajos para incorporarse a otro ej¨¦rcito, esta vez m¨¢s af¨ªn a su condici¨®n de cat¨®lico. Maximiliano de Baviera se dirige a Praga para vengar la defenestraci¨®n all¨ª ocurrida. Se mantiene al margen del combate, quiz¨¢ como mero observador o como ingeniero militar, no lo sabemos.
Las matem¨¢ticas, siendo una fantas¨ªa, son una v¨ªa posible en nuestras relaciones con el universo
El fil¨®sofo tiene una epifan¨ªa, una visi¨®n del m¨¦todo que ¡°desvelar¨¢ todo el conocimiento¡±. Ocurre la noche del 10 de noviembre de 1619, tras un d¨ªa de cavilaciones en una habitaci¨®n caldeada por una estufa, seguido de una noche de sue?os extraordinarios que anota escrupulosamente en su cuaderno. Sus primeros bi¨®grafos localizan el acontecimiento en Ulm, un a?o antes de la Batalla de la Monta?a Blanca, cuando se dirige al encuentro del ej¨¦rcito de Maximiliano. Descartes considera estos sue?os prof¨¦ticos. El esp¨ªritu de la verdad le ha pose¨ªdo, ahora ambiciona un conocimiento completo y definitivo.
En 1629, tras una reuni¨®n con el cardenal Berulle, ministro del rey de Francia, se exilia en las Provincias Unidas de manera permanente. Cambia con frecuencia de domicilio y mantiene en secreto de su paradero. Se ha sugerido que ya no era bienvenido en Francia y que le invitaron a abandonar el pa¨ªs debido a su alianza con los jesuitas, defensores de los intereses de los Austrias y enemigos de Francia. Sea como fuere, se establece en los Pa¨ªses Bajos, donde pasar¨¢ los siguientes veinte a?os de su vida, los m¨¢s productivos, entre el mar y los marjales jalonados de molinos de viento. Las Provincias Unidas son pac¨ªficas, tolerantes y cada vez m¨¢s ricas. Vive en el anonimato y pide a Mersenne que no revele a nadie su paradero. Pero poco hay de retiro en su nueva ciudad. Vive en un barrio bullicioso, populoso y activo. ?msterdam es el centro de innumerables rutas comerciales. En el puerto trabaja el padre de Baruj Spinoza, que est¨¢ a punto de nacer muy cerca de all¨ª, y que ense?ar¨¢ su filosof¨ªa a j¨®venes inquietos que buscan otros modelos de realidad.
El ser humano es un compuesto de cuerpo y alma. El cuerpo es ¡°una estatua o m¨¢quina hecha de tierra¡±. La digesti¨®n, la circulaci¨®n, la respiraci¨®n, los esp¨ªritus animales que recorren el cerebro y los nervios, constituyen una maquinaria, parecida a la de las estatuas parlantes de los jardines reales de Saint Germain. Los nervios son como las tuber¨ªas de las fuentes de aquellos jardines. El alma racional reside en el cerebro como el guarda de las fuentes que maneja los dep¨®sitos. Ahora bien, s¨®lo el ser humano tiene alma, el resto de los animales son meramente m¨¢quinas, privadas de emociones y sensaciones, simples mecanismos de est¨ªmulo y respuesta. La partici¨®n cartesiana: ser humano libre y consciente, el resto de los seres mec¨¢nicos e inconscientes, tendr¨¢ un poderoso impacto en la civilizaci¨®n occidental, que encontrar¨¢ en ella la justificaci¨®n para un expolio ilimitado del entorno natural.
Las aspiraciones de Descartes quedan definidas en el Discurso del m¨¦todo, que marca el camino que seguir¨¢ en la vida, ¡°cultivar la raz¨®n y avanzar cuanto pueda en el conocimiento de la verdad¡±. Cuando empieza a utilizar el m¨¦todo, siente ¡°un contento tan grande que no creo que nadie haya podido disfrutar de otro m¨¢s dulce o puro en esta vida¡±. Toma algunas notas. Promete no apartarse de la apariencia de ortodoxia. ¡°El temor de Dios es el principio de la sabidur¨ªa¡±. Avanzar¨¢ por el escenario del mundo ¡°enmascarado como hacen los actores para ocultar sus rostros encendidos¡±. Las ciencias deben trabajar emboscadas. Se compromete a no aceptar nada que no sea evidente, guiado por una ret¨®rica de lo elemental que hoy puede resultar ingenua. Hacer clasificaciones completas y exhaustivas de cada asunto. Dividir cada una de las dificultades en tantas partes como sea posible. Dirigir con orden sus pensamientos. Ascender poco a poco de lo m¨¢s sencillo y f¨¢cil a lo m¨¢s complicado y dif¨ªcil. Esboza un c¨®digo moral provisional. Lo primero es obedecer las leyes y costumbres locales (manteni¨¦ndose fiel a la religi¨®n que ha heredado de sus padres). Lo segundo, un principio estoico, ¡°dominarme a m¨ª mismo antes que a la fortuna¡±. Lo tercero, cultivar la raz¨®n para avanzar en el conocimiento de la verdad.
En el verano de 1633, Galileo es detenido por la Inquisici¨®n y condenado a arresto domiciliario de por vida. Todas las copias del Sistema del mundo son arrojadas al fuego. Descartes sigue de cerca el proceso. Galileo, experto en lentes y copernicano, ha visto las monta?as de la luna y las lunas de J¨²piter y ha escrito algo que quedar¨¢ para siempre grabado en la mente del fil¨®sofo: ¡°La naturaleza habla el lenguaje de las matem¨¢ticas¡±.
Correspondencias
Desde Holanda Descartes mantiene una intensa correspondencia con dos mujeres que ser¨¢ decisivas en su vida: la princesa Isabel de Bohemia y la reina Cristina de Suecia. Ambas le urgen a escribir sobre asuntos que de otro modo no hubiera abordado. A Descartes no le interesa tanto la metaf¨ªsica como a ellas, a la que s¨®lo dec¨ªa ¡°muy pocas horas al a?o¡±. La correspondencia con la princesa Isabel de Bohemia, una princesa pobre, hija de un rey derrotado, nos ofrece vislumbres de la moral cartesiana. Algunos han percibido entre l¨ªneas una pulsi¨®n er¨®tica e incluso el enamoramiento. La princesa ha observado los efectos en su salud de los estados emocionales y quiere saber m¨¢s. Pide al fil¨®sofo que le resuelva el problema mente-cuerpo, que ni el Buda pudo resolver y que, como todo el mundo sabe, carece de soluci¨®n, pese a las promesas de las neurociencias, que s¨®lo hacen que prometer (y as¨ª, financiarse). A tal efecto, redacta un breve tratado: Las pasiones del alma, donde se reafirma en su dualismo y da una explicaci¨®n mec¨¢nica a las mismas, afirmando que la gl¨¢ndula pineal, en el interior del cerebro, es la sede del alma, y que desde all¨ª radia al resto del cuerpo mediante los ¡°esp¨ªritus animales¡±. Distingue, de paso, entre el amor benevolente, que nos hace querer el bienestar de lo que amamos, y el amor concupiscente, que nos empuja a poseer aquello que amamos. Una distinci¨®n que s¨®lo concierne a los efectos del amor, no a su esencia. Tras algunos comentarios sobre S¨¦neca, afirma que la felicidad consiste en ¡°el perfecto contento interior¡± y le inculca cuatro verdades del estoicismo: que hay un Dios del que depende todo, que las almas existen con independencia del cuerpo y son m¨¢s nobles que ¨¦ste, que el universo es inmenso y debemos maravillarnos de que est¨¦ por completo a nuestro a servicio, y que vivimos en sociedad y el inter¨¦s general es m¨¢s importante que el individual.
Descartes regresa a Par¨ªs para solicitar en la corte una pensi¨®n. En un pergamino hermosamente sellado, se le ha insinuado un cargo, un puesto diplom¨¢tico o un t¨ªtulo. Hay una escena que sobrecoge y que es antesala de su muerte. Descartes ha alquilado en el centro de la ciudad unas lujosas habitaciones, cerca de palacio. Se mira complacido en el espejo. Acaba de comprar un elegante traje de seda verde, un sombrero emplumado y una espada. Se ve a s¨ª mismo como caballero pensionista del rey. Pero la revuelta de La Fronda echa por tierra sus planes. Se levantan 1200 barricadas por todo Par¨ªs, que hacen imposible y peligrosa la circulaci¨®n. El rey Luis XIV es todav¨ªa un muchacho y la regencia est¨¢ en manos de su madre. Ana de Austria ha vaciado las arcas reales y el fil¨®sofo regresa a Holanda cuando constata que no habr¨¢ pensi¨®n. Un fracaso que le llevar¨¢ a aceptar la invitaci¨®n de la reina Cristina de Suecia. La correspondencia entre el fil¨®sofo y Chanut, embajador franc¨¦s en Suecia, llena de insinuaciones, confirma el deseo de Descartes de moverse en los c¨ªrculos del poder. En la corte de Estocolmo morir¨¢ prematuramente, oficialmente de neumon¨ªa, aunque algunos dicen que envenenado.
El 2 de septiembre de 1649 zarpa hacia Estocolmo. Suecia resulta una decepci¨®n al poco de llegar. El frio extremo, la g¨¦lida religi¨®n luterana y la reserva de sus gentes (junto a la barrera del idioma) dificultan su estancia. La reina Cristina, muy joven, ha sido educada como un muchacho, domina los caballos y las armas y es una apasionada del estudio. Cuando sale de caza, se hace leer en voz alta a Homero y, en los desayunos, a Arist¨®teles. Ha hecho construir un gran teatro y sue?a con una corte renacentista, protectora de las artes y la cultura. Recibe a pintores, fil¨®sofos, m¨²sicos y arquitectos. Descartes forma parte del plan. Le encargar¨¢ algunos libretos de ¨®pera.
El fil¨®sofo est¨¢ interesado en hacer part¨ªcipe de su m¨¦todo a la reina. En sus experiencias previas en la corte, ha advertido que los reyes est¨¢n m¨¢s interesados en los secretos de la alquimia o la astrolog¨ªa que en sus recetas filos¨®ficas. En el primer encuentro, la reina experimenta cierta decepci¨®n. Ante ella, un hombre de cierta edad, corto de estatura y con una peluca violentamente rizada. Ella le promete un t¨ªtulo, una hacienda, una pensi¨®n y un s¨¦quito. Descartes comete la torpeza de hablarle de su prima Isabel, con la que ha mantenido una correspondencia m¨¢s duradera e ¨ªntima, y que probablemente es m¨¢s inteligente y bella que la reina. Conforme pasan los d¨ªas, advierte que el ardor de Cristina por la filosof¨ªa se enfr¨ªa. Le interesan m¨¢s los cl¨¢sicos griegos, que para Descartes son una p¨¦rdida de tiempo, y cuya ciencia es anticuada y falsa. El invierno se acerca, el frio arrecia y los d¨ªas son cada vez m¨¢s breves. Se le sugiere que escriba m¨²sica para el gran teatro que acaba de construir la reina. Rechaza la proposici¨®n, pero acepta como compensaci¨®n hacerse cargo del libreto. Tratar¨¢ de destruir el manuscrito, que sabe mediocre, el embajador guardar¨¢ una copia. Al p¨²blico, sin embargo, le gusta, y pide al fil¨®sofo otra pieza teatral, un drama amoroso, con princesas, amantes y un tirano. Descartes no puede creerlo. Resulta evidente que se ha equivocado viniendo a Suecia.
Se le encarga redactar los estatutos de la nueva Academia de Suecia. Incluye una regla significativa: s¨®lo los nacidos en el pa¨ªs podr¨¢n pertenecer a ella. Es un modo de preparar su salida. Quiere volver a casa. Se siente fuera de lugar. S¨®lo desea la tranquilidad y el reposo. Entretanto, las clases particulares a la reina empiezan en enero, el mes m¨¢s frio, a las cinco de la ma?ana, cuando ella sabe que al fil¨®sofo le gusta quedarse en la cama toda la ma?ana, leyendo, pensando y escribiendo. La biblioteca no est¨¢ caldeada a esa hora, llega aterido de frio tras atravesar a pie un peque?o puente. En dos semanas, empieza a sentirse enfermo y contrae una neumon¨ªa. El fil¨®sofo no conf¨ªa en los m¨¦dicos de la reina, Fabrica sus propios remedios: tabaco l¨ªquido con vino caliente, cuyo efecto expectorante sacar¨¢ la flema de los pulmones. Se acerca el lamentable final, en una tierra extra?a y fr¨ªa. Algunos dicen que ha sido envenenado por celosos cortesanos. La carta de un m¨¦dico que lo atiende parece confirmarlo, aunque el testimonio de quienes estuvieron junto a su lecho de muerte, el embajador y su criado, lo desmienten.
El cad¨¢ver de Descartes permaneci¨® en Suecia durante a?os. El 1667 es exhumado y trasladado a Francia. Al embajador se le permite amputar el ¨ªndice de la mano derecha. Alguien extrae la cabeza y la sustituye por otra. El cad¨¢ver tiene varios sepelios hasta descansar, decapitado, en la iglesia de St. Germain des Pr¨¨s, cerca de la casa de Sartre. El Museo del Hombre de Par¨ªs asegura que la testa que hay en sus vitrinas es la de Descartes.
El Discurso del m¨¦todo
La ¨¦poca es tumultuosa, necesita orden y m¨¦todo. La Guerra de los Treinta A?os ha sumido a Europa en una larga y cruenta contienda, mientras Descartes prosigue sus investigaciones del mundo sublunar. El Discurso, publicado en 1637, es su primera obra, tiene cuarenta a?os. Sirve de pr¨®logo, por exigencias del editor, a tres tratados cient¨ªficos: uno sobre ¨®ptica (donde describe con detalle el ojo y la visi¨®n), otro sobre meteorolog¨ªa (donde explica el arco iris) y el ¨²ltimo, el m¨¢s importante, sobre geometr¨ªa (donde ofrece un m¨¦todo general para resolver todos los problemas). El texto es un palimpsesto que re¨²ne escritos de diversas ¨¦pocas. La condena a Galileo ha tenido mucho que ver en su composici¨®n. Algunos de los materiales han sido extra¨ªdos de Le Monde, obra que decide no publicar por temor a la Inquisici¨®n.
Es significativo que el libro m¨¢s importante del pensamiento moderno (o al menos el m¨¢s influyente) sea el mon¨®logo autobiogr¨¢fico de un episodio ocurrido a un joven de 23 a?os tras una serie de sue?os y que es texto sea el texto fundacional del racionalismo moderno, el m¨¦todo que pretende unificar todas las ciencias (que la escol¨¢stica hac¨ªa plurales) y ofrecer la clave de todo el conocimiento. El salto es magn¨ªfico. El universo es un reloj que da las horas puntualmente. No retrasa ni desvar¨ªa. Ese ser¨¢ el estilo de Europa.
Descartes elogia el dictamen de la raz¨®n, la creaci¨®n individual frente a la colectiva y los ¡°simples razonamientos del buen sentido¡±. Todos hemos sido ni?os, nos dice, y todos hemos experimentado la contradicci¨®n entre nuestros apetitos y las exigencias de nuestros preceptores. ¡°De ah¨ª que es casi imposible que nuestros juicios sean tan puros y s¨®lidos como los ser¨ªan si, desde el momento de nacer, hubi¨¦ramos dispuesto por completo de nuestra raz¨®n y s¨®lo ella nos hubiera guiado¡±. La frase anterior expresa, de manera clara, un error de planteamiento. Ortega lo advertir¨¢. El ser humano no es racional. Puede, con mucho esfuerzo, llegar a serlo (nunca lo lograr¨¢ completamente), pero de entrada no lo es. El neonato est¨¢ lleno de inclinaciones, pulsiones y deseos, que tiene muy poco de racionales. Tampoco nace libre, la libertad habr¨¢ de conquistarla. En estos dos planteamientos desafortunados se cifra el destino del pensamiento de Descartes y, dada su influencia, del continente. El fil¨®sofo, adem¨¢s, mantuvo toda su vida su adhesi¨®n a la fe cat¨®lica y su compromiso con los jesuitas (a sabiendas de que ni la doctrina ni la fe eran racionales).
A continuaci¨®n, nos ilustra sobre el modo en que gobierna su vida. Reforma las opiniones heredadas (¡°los principios que me dej¨¦ inculcar en mi juventud¡±) y las sustituye por otras sometidas al juicio de la raz¨®n. Quiere edificar ¡°sobre un terreno que sea enteramente m¨ªo¡± (como si en la lengua o en la persona no habitara ya todo un mundo de valores, inclinaciones y deseos). Quiere deshacerse de todas las opiniones recibidas y ser capaz de ¡°distinguir lo verdadero de lo falso¡±. En este punto, sorprendentemente, deja caer una verdad de la antropolog¨ªa: que hay tantas ¡°razones¡± como pueblos o culturas. Habiendo aprendido en La Fl¨¨che las opiniones de los fil¨®sofos, tan discordantes y extravagantes, ¡°que no puede imaginarse nada, por extra?o e incre¨ªble que sea, que no haya sido sostenido por alg¨²n fil¨®sofo¡±, y, habiendo conocido en sus viajes que no todos los pueblos piensan del mismo modo, y que no por ello son b¨¢rbaros o salvajes, ¡°sino que muchos hacen tanto uso de la raz¨®n como nosotros¡± y que quien ¡°se ha criado entre los franceses o los alemanes llega a ser muy diferente que quien lo ha hecho entre los chinos o los can¨ªbales¡±. Tras reconocer estos hechos que uno aprende cuando sale del terru?o, del entorno en el que ha sido educado, Descartes pasa a explicar su ambicioso ¡°m¨¦todo¡± que concibe como universal. Cae en el mismo desliz (un sentido fuerte tiende a imponer su significado m¨¢s all¨¢ de los l¨ªmites que le dan validez), en el que caer¨¢ despu¨¦s Kant con el imperativo categ¨®rico y la paz perpetua. Una tendencia que hoy heredan las grandes compa?¨ªas que controlan la salud y el flujo de la informaci¨®n y que aspiran a la uniformizaci¨®n del cuerpo y el pensamiento.
Aunque hay un gran n¨²mero de preceptos en la l¨®gica, consideran que bastan cuatro. (1) ¡°No admitir nada como verdadero sin conocer la evidencia, es decir, evitar cuidadosamente la precipitaci¨®n y la prevenci¨®n, y no admitir en el juicio nada que no se presente clara y distintamente¡±. En esta primera premisa del m¨¦todo aparece la palabra m¨¢gica de Descartes: evidencia. No aceptar nada que no sea evidente. Bien. ?Y qu¨¦ es la evidencia? ?Algo l¨®gico o sensible? ?O las dos cosas? La evidencia, nos dice el diccionario, es la certeza, lo que prueba. Observen la ret¨®rica. Lo evidente es lo cierto, lo probado. Es como decir que la fortaleza de la roca es su dureza. ?C¨®mo se prueba algo? Mediante ciertos medios de conocimiento: percepci¨®n, inferencia, comparaci¨®n, testimonio verbal¡ ?Qu¨¦ nos permite decir cu¨¢les de estos son v¨¢lidos y cu¨¢les no? ?Los objetos mismos? ?La tradici¨®n? ?Los usos y las costumbres? ?La l¨®gica local? ?O hay una l¨®gica universal? Las preguntas se multiplican.
Con Descartes, la naturaleza pasa a explicarse mediante dos principios materia-extensi¨®n y movimiento. Se olvidan las viejas cualidades aristot¨¦licas que la defin¨ªan
(2) La segunda premisa es anal¨ªtica. ¡°dividir cada una de las dificultades en tantas partes como sea posible¡±. Descomponer el problema como se desmonta un motor en sus piezas. El problema con lo vivo es que los ¨®rganos no se pueden descomponer. Hacerlo significa que dejen de estar vivos. Y, ?c¨®mo estudiar lo vivo mediante lo muerto? (3) La tercera premisa reza as¨ª: ¡°Conducir ordenadamente mis pensamientos, comenzando por los objetos m¨¢s simples y m¨¢s f¨¢ciles de conocer, para ir ascendiendo poco a poco¡±. El problema con esta proposici¨®n es que la idea simple sirve para la geometr¨ªa. La idea de una recta es m¨¢s simple que la de un poliedro. Para todo lo dem¨¢s, la idea simple es un contrasentido. Ninguna idea lo es. Si hablamos de la idea de la libertad, del destino o la voluntad, decir que son simples resulta una ingenuidad. Supone ignorar la esencia relacional del habla. Tirando del hilo de cada una de estas ¡°ideas simples¡± se podr¨ªan escribir tratados enteros. Ello no significa un paso de lo simple a lo complejo, pues en cada una de ellas hay un caudal de incalculable de suposiciones y material t¨¢cito. (4) La cuarta premisa es un brindis al sol. ¡°No omitir nada, hacer enumeraciones completas¡±. Hoy sabemos que esto es inviable. Cada ciencia crea su objeto, lo ¡°inventa¡±. Conforme se sofistican las ciencias se sofistican los objetos, se enriquece el mundo. La enumeraci¨®n completa exigir¨ªa detener la actividad cient¨ªfica.
Descartes se zambulle en la tentaci¨®n geom¨¦trica. Se felicita por su m¨¦todo, que emplea la raz¨®n en todo, y se ejercita en ¨¦l. ¡°Esas largas cadenas de trabadas razones muy simples y f¨¢ciles, que los ge¨®metras suelen emplear para llegar a sus m¨¢s dif¨ªciles demostraciones, me hab¨ªa permitido imaginar que todas las cosas que entran en la esfera del conocimiento humano se encadenan de la misma manera.¡± La palabra clave de esta cita es ¡°imaginar¡±. Descartes fantasea con esa opci¨®n, la hace suya y la impone. Pero no hay nada en ella que se imponga por s¨ª mismo. Es una elecci¨®n. Decantada por la confusi¨®n en que se ha hundido el pensamiento durante el periodo escol¨¢stico y auspiciada por la claridad geom¨¦trica. Pero pensar que el orden geom¨¦trico es el orden de la vida, el orden del todo, no es m¨¢s que una creencia que poco tiene de racional. El proyecto de Descartes es imponer la claridad de la l¨®gica, el ¨¢lgebra y la geometr¨ªa, al resto de las ciencias. Pero estas tres son ciencias teor¨¦ticas, no experimentales. Desconocen las vicisitudes de lo que ocurre en los laboratorios. Y, sobre todo, nada saben de las pasiones, que son las que gobiernan la vida, tanto de los pueblos como de los individuos. De ah¨ª a la visi¨®n hegeliana, la historia es racional, no hay m¨¢s que un paso. Pero, como se?al¨® Ortega, ese paso es disparatado. La historia es todo menos racional. La historia es relato y novela pasional. La verdad es lo contrario. La raz¨®n es hist¨®rica. Por eso cada periodo de la aventura humana de la historia tiene sus propias razones, y aplicar las de una ¨¦poca a otra supone falsificar la historia o no entenderla. Descartes menosprecia la historia, que no alcanza el car¨¢cter de ciencia, pues se basa en la experiencia y la memoria, y no en la raz¨®n, como las aut¨¦nticas ciencias. La matem¨¢tica es el modelo de la ciencia y se inspira en ella para elaborar su m¨¦todo. Y para apuntalar ¡°la unidad sistem¨¢tica de la ciencia¡±. Quiere reformar el pensamiento, no la sociedad. Ese m¨¦todo permitir¨¢ descubrir la verdad en todos los ¨¢mbitos del saber.
Antropolog¨ªa
En la tercera parte del Discurso, Descartes nos muestra su lado estoico. Se percibe la influencia de Montaigne. Nos habla de sus viajes y de c¨®mo ¡°entre los persas y los chinos hay hombres tan sensatos como nosotros¡±, y que lo m¨¢s ¨²til es acomodarse a aquellos con los que hay que vivir. Donde fueres haz lo que vieres. A continuaci¨®n, menciona un lugar com¨²n (y falso): que los sentidos nos enga?an. Los sentidos no nos pueden enga?ar porque no hacen inferencias. La que nos enga?a es la mente. Cuando veo un palo torcido sumergido en el agua, la vista me dice que est¨¢ quebrado, el tacto que no lo est¨¢. La mente es la que tiene que escoger entre ellos, pero ambos son fieles y ninguno miente.
En esta cuarta parte deja caer la c¨¦lebre frase: ¡°Pienso, luego soy¡±, despu¨¦s de convenir que uno puede enga?arse tanto en sue?os como en la vigilia. Esa verdad le parece tan firme y segura, que ni siquiera ¡°las suposiciones m¨¢s extravagantes de los esc¨¦pticos son capaces de conmoverla¡±. Ser¨¢ el primer principio de su filosof¨ªa. La realidad incuestionable de la conciencia. ¡°Al examinar lo que yo era y que pod¨ªa imaginar que no ten¨ªa cuerpo y que no hab¨ªa mundo ni lugar alguno en el que no me encontrase, pero que no pod¨ªa fingir por ello que yo no fuese.¡± Dudar de todo no da?a a esta verdad, al contrario, reafirma el acto mental de la duda, la propia conciencia de ser. ¡°Conoc¨ª por ello que yo era una sustancia cuya total esencia o naturaleza es pensar, y que no necesita, para ser, de lugar alguno ni depende de ninguna cosa material¡±. Y que ese yo es cosa totalmente distinta del cuerpo y es m¨¢s f¨¢cil de conocer que el propio cuerpo.
Con estas reflexiones, Descartes tiene ya un pilar seguro sobre el que edificar su filosof¨ªa. Y como es m¨¢s perfecto conocer que dudar, se propone encontrar algo que sea m¨¢s perfecto que el yo que duda. La soluci¨®n no es buscar en las cosas exteriores, el cielo, la tierra, la luz, el calor, pues no ve en dichas cosas ¡°nada que me pareciese superior a m¨ª¡±. De hecho, si esas cosas tienen alguna verdad, ¡°dependen de mi naturaleza¡±. ¡°Pero no sucede lo mismo con la idea de un ser m¨¢s perfecto que mi ser. Es imposible que esa idea proceda de la nada. Y por ser igualmente repugnante la idea de que lo m¨¢s perfecto dependa de lo imperfecto, que pensar que de la nada proceda algo, esa idea no pod¨ªa proceder de m¨ª mismo. De suerte que esa idea ten¨ªa que haber sido puesta en m¨ª por una naturaleza que fuera m¨¢s perfecta que yo y que poseyera todas las perfecciones.¡± As¨ª confirma Descartes la existencia de Dios y ¡°que no era yo el ¨²nico ser que existe¡±. Dios, cuya evidencia es m¨¢s clara que las cosas externas (es m¨¢s cierto que hay Dios que el hecho de que tenemos cuerpo o que existe el sol), se deduce de la idea misma de perfecci¨®n que hay en el pensamiento. ¡°Es absolutamente necesario que haya otro ser m¨¢s perfecto de quien yo dependiese y de quien hubiese adquirido todo cuanto pose¨ªa.¡± En la definici¨®n de ese ser, Descartes ya no es tan original como en su forma de establecerlo. Ese ser debe poseer todas las perfecciones: ser infinito, inmutable, eterno, omnisciente y omnipotente. La duda y la tristeza no hacen mella en ¨¦l. Y, ¡°sin ¨¦l no podr¨ªa subsistir ni un solo momento¡±. Descartes recoge la idea escol¨¢stica de la sustancia: la dependencia es un defecto, no puede estar en Dios. Dios no depende de nada, aunque todos los seres dependan de ¨¦l. Dios es uno. Esa unidad la compartir¨¢n todas las ciencias. Y esa unidad se lograr¨¢ mediante la divina perfecci¨®n geom¨¦trica. Spinoza tambi¨¦n caer¨¢ en esa trampa, y tratar¨¢ de fundamentar la ¨¦tica en la geometr¨ªa. La cuadratura del c¨ªrculo.
El Mundo
El Mundo o Tratado de la luz constituye la f¨ªsica de Descartes. No lo publica en vida por temor a la Inquisici¨®n. Ha pasado un siglo desde que Cop¨¦rnico diera a conocer su revolucionaria cosmolog¨ªa. Descartes abandona la visi¨®n de Arist¨®teles (que no se molesta en refutar, como hace Galileo) y la sustituye por una f¨ªsica mecanicista. Ese giro constituye el punto de partida del mundo moderno. Leibniz, Brentano y Whitehead tratar¨¢n de recuperar al Estagirita, pero con escaso ¨¦xito. El mundo de Arist¨®teles es todav¨ªa un mundo de cualidades, donde algunos cuerpos caen y otros, como el vapor o el fuego, ascienden. Un mundo en el que las cosas son capaces de emprender acciones y donde ¨¦stas tienen cualidades (frio, caliente, h¨²medo, seco) y cuya composici¨®n se explica mediante los elementos (tierra, agua, fuego, aire). En el mundo de Arist¨®teles los seres y las cosas del mundo natural tienen un principio interno de movimiento. La materia est¨¢, en cierto sentido, viva, y puede realizar movimientos sin ser empujada o forzada por algo externo. Lo que define la physis de Arist¨®teles es esa consideraci¨®n din¨¢mica de la materia, el reconocimiento de un principio interno y activo en ella. De ah¨ª que Descartes la llame ¡°f¨ªsica animista¡±, que pretende sustituir por una ¡°mecanicista¡±. Se podr¨ªa decir que, en el Estagirita la f¨ªsica se pliega a la biolog¨ªa, mientras que en el franc¨¦s sucede lo contrario. Arist¨®teles concibe la materia con una forma interna, un principio de funcionamiento no reducible a la suma de las partes que integran el cuerpo y tampoco a fuerzas externas. Si s¨®lo fuera un conjunto de piezas, no tendr¨ªa capacidad operativa. Cada cuerpo est¨¢, para Arist¨®teles, compuesto de materia y forma, siendo ¨¦sta la responsable de las transformaciones a las que se ve sometida. Sin la forma, la materia ser¨ªa est¨¢tica y no proteica, perder¨ªa su dinamismo, espontaneidad y capacidad de transformaci¨®n.
Para Descartes, Arist¨®teles proyecta sobre los cuerpos un dinamismo que no tienen. La distinci¨®n dentro-fuera s¨®lo tiene sentido en un sujeto, no en un objeto. Conferir una interioridad a las cosas es s¨®lo crear confusi¨®n. Hay que olvidarse de los principios formales ocultos. Los cuerpos inanimados pueden explicarse sin recurrir a otra cosa que no sea su tama?o, figura y movimiento. La ciencia de la materia debe ser la ciencia de la exterioridad, de la extensi¨®n sin cualidades, acciones o formas internas. La madera, en Arist¨®teles, tiene la cualidad del calor, por eso arde. El fuego tiene la cualidad del aire, por eso asciende. Descartes propone prescindir de todas las cualidades y limitarse a la extensi¨®n del cuerpo en las tres direcciones del espacio y al movimiento de sus partes. Extensi¨®n y movimiento son para el fil¨®sofo franc¨¦s lo ¨²nicos principios que dan raz¨®n del comportamiento de la materia. Y el modo de an¨¢lisis ser¨¢ el aritm¨¦tico y el geom¨¦trico. Un modo claro y distinto, autoevidente. La matem¨¢tica se convierte en el m¨¦todo de la ciencia. S¨®lo podremos conocer de la materia lo cuantitativo, aquello que es susceptible de magnitud.
La experiencia que nos pone en contacto con el mundo exterior es la experiencia sensible. Una experiencia que tiene lugar mediante la percepci¨®n de ciertas cualidades, asociando los objetos a ciertas sensaciones que experimentamos. El agua es d¨²ctil, templada, burbujeante, el metal es fr¨ªo, el fuego quema, la madera es rugosa, etc. Descartes nos pide que olvidemos todo eso. Nos dice que el agua, el metal, el fuego o la madera son mera extensi¨®n (longitud, anchura y profundidad) y movimiento de sus partes. Esas cualidades que experiment¨¢bamos no son caracter¨ªsticas de la materia por s¨ª misma, sino un efecto de nuestra sensibilidad. Se produce as¨ª un hiato entre nuestra experiencia y la realidad (que es mera extensi¨®n y movimiento). Obs¨¦rvese el dislate: s¨®lo la extensi¨®n sin cualidades garantiza un conocimiento claro y distinto de la materia.
La naturaleza pasa a explicarse mediante dos principios materia-extensi¨®n y movimiento. Se olvidan las viejas cualidades aristot¨¦licas que la defin¨ªan. Todo queda en funci¨®n del tama?o y el movimiento. Hay una sola materia homog¨¦nea, deriv¨¢ndose toda diferencia del tama?o y movimiento de sus partes. Todo ello en un universo lleno, donde no existe el vac¨ªo. Esa ¡°indiferencia¡± justifica la dominaci¨®n de la Naturaleza. El sue?o de apoderarse del mundo, de utilizarlo en funci¨®n de los propios intereses, deja de ser diab¨®lico para convertirse en el ideal cient¨ªfico.
Descartes, al que apenas interesaba la Antig¨¹edad, sigue, probablemente si saberlo, una antigua intuici¨®n gn¨®stica. Es el primer pensador que logra sacar al hombre de la Naturaleza. Piensa fuera de ella y de ella se sirve a conveniencia. De ah¨ª que con ¨¦l se inicie la ¨¦poca moderna: inaugura una nueva sensibilidad. Las cosas del mundo carecen de cualidades (aunque nos lo parezca), son meros mecanismos y el mecanismo permite la manipulaci¨®n, la intervenci¨®n artera y la distorsi¨®n al servicio de intereses particulares. Hoy sabemos que el mecanicismo es una visi¨®n infiel y deformante del mundo natural, pero en su momento permiti¨® esa conquista de la Naturaleza que, desde entonces, no se ha detenido. Y conquista aqu¨ª significa dominaci¨®n y sometimiento, cumplimiento del viejo mandato b¨ªblico.
Las leyes naturales, las reglas seg¨²n las cuales se realizan los cambios, tiene su fundamento en la inmutabilidad de Dios. El mito de lo inmutable es el mito del matem¨¢tico, del cielo plat¨®nico y las verdades eternas. De ese mito se apodera Descartes: la ley de la persistencia. Lo que es, permanece, es tambi¨¦n la ley de la conservaci¨®n, del movimiento (entonces), luego, de la energ¨ªa. Una ley que se traducir¨¢ en dos leyes fundamentales de la F¨ªsica: la ley de inercia y el principio de conservaci¨®n de la cantidad de movimiento. En carta a Mersenne, escribe: ¡°Las verdades matem¨¢ticas, que denomin¨¢is eternas, han sido establecidas por Dios y dependen enteramente de ?l, los mismo que el resto de las criaturas¡±. Descartes abandona la f¨ªsica y recurre a la metaf¨ªsica para dar cuenta de la existencia del movimiento. Un problema que no tiene Arist¨®teles, para quien el universo ha existido siempre y no es necesario dar cuenta de un origen u ordenaci¨®n primordial. ¡°Es Dios quien ha establecido esas leyes en la naturaleza como un rey que establece las leyes de su reino.¡± Las leyes f¨ªsicas son, para Descartes, leyes matem¨¢ticas imprimidas por Dios a la naturaleza. La idea permanecer¨¢, incluso cuando se borre a Dios de la ecuaci¨®n, y sigue vigente en la F¨ªsica contempor¨¢nea.
El universo est¨¢ lleno, no existe el vac¨ªo. El plenum cartesiano resulta de la identificaci¨®n entre materia y extensi¨®n. No permite el movimiento simple y rectil¨ªneo (pues todo est¨¢ lleno), cada movimiento de la materia es circunstancial, acomodo en una habitaci¨®n llena. La presencia de otros cuerpos es resultado de la circularidad o irregularidad del movimiento (frente a la divina recta, af¨ªn al dios inmutable). Todo ha de moverse para que algo se mueva. Hoy sabemos que el llamado ¡°estado de reposo¡± o la llamada ¡°ausencia de influencias externas¡± son estados inexistentes. Nada est¨¢ quieto en el universo y nada deja de experimentar el paisaje o circunstancia que lo rodea. Pero Descartes rechaza atribuir fuerza a la materia. Leibniz, para quien la materia es esencialmente fuerza, se revelar¨¢ contra esta concepci¨®n. Descartes ha preferido la claridad y distinci¨®n asociadas a la geometr¨ªa. La materia debe entenderse seg¨²n la figura, la magnitud, la posici¨®n y el movimiento (cambio de posici¨®n), y no seg¨²n un principio activo interno. Todo es exterioridad. Y Dios es la primera causa del movimiento. La F¨ªsica actual ha constatado la imposibilidad de acceder a la interioridad de la materia. Hemos penetrado en el ¨¢tomo, pero, si tratamos de romper una part¨ªcula (con un acelerador como el LHC), la materia se trasmuta en otra cosa y se nos muestra esencialmente evasiva, t¨ªmida y reservada respecto a sus interioridades. Un experimento que desmiente la idea de que la materia ¡°puede dividirse en todas las partes y seg¨²n todas las figuras que podamos imaginar¡±. Este experimento, parad¨®jicamente, confirma la hip¨®tesis cartesiana (de hecho, es una consecuencia de ella). Sin embargo, la F¨ªsica cu¨¢ntica nos muestra un mundo de materia activa, m¨¢s af¨ªn a la visi¨®n de Arist¨®teles, donde la matera es toda ella radiactiva y la materia estable s¨®lo lo es aparentemente (en plazos determinados de tiempo). Un mundo donde la materia, en su contacto con la luz, se ¡°excita¡±, para posteriormente emitir esa luz de un modo espontaneo y, hasta cierto punto, imprevisible. El la F¨ªsica del ¨¢tomo la materia parece respirar luz.
Tras las invenciones, tambi¨¦n imaginarias, de la teor¨ªa cu¨¢ntica, hemos aprendido que las cosas podr¨ªan ser de otro modo. Leer matem¨¢ticamente la naturaleza no significa entenderla. Al contrario, es m¨¢s bien apresarla, obligarla a hablar un determinado lenguaje. Un lenguaje homog¨¦neo (m¨¢s o menos tedioso), compuesto por relaciones entre magnitudes, que ofrece un cuadro preciso, exacto y, por lo mismo, reductor, deformante e infiel. La vida es pura inexactitud. La vida es chapucera. Avanza en una direcci¨®n y, si encuentra un obst¨¢culo, retrocede o cambia de direcci¨®n. Se rige no por la pulcra geometr¨ªa, sino por la pr¨¢ctica del ¡°punto gordo¡±, ese que pint¨¢bamos cuando, en un problema geom¨¦trico, las intersecciones no coincid¨ªan en el punto debido.
La geometr¨ªa es, adem¨¢s, imposici¨®n. Tiene algo de imperial, como el ej¨¦rcito franc¨¦s. Desde la perspectiva de la raz¨®n vital (si nos ponemos orteguianos), podr¨ªamos decir que la geometr¨ªa y el ¨¢lgebra son orgullos de juventud. Por eso son altivas, tienen complejo de superioridad y van por ah¨ª perdonando la vida a las dem¨¢s ciencias, que no son sino remedos, m¨¢s o menos chapuceros, de idealidad. El racionalismo es imperial y coercitivo. Impone su juego. La naturaleza, siempre complaciente, habla el lenguaje que le propongamos. Pero ello no significa que tenga ¡°un¡± lenguaje. Tiene muchos, todos los que queramos proyectar sobre ella. Esos lenguajes pueden ser m¨¢s o menos restrictivos o liberadores. La elecci¨®n del lenguaje abrir¨¢ o cerrar¨¢ v¨ªas hacia la simpat¨ªa, la conexi¨®n o la indiferencia, hacia la sinton¨ªa o la manipulaci¨®n. De hecho, la misma naturaleza puede ser vista como un lenguaje simb¨®lico. Ella puede ser, como dec¨ªa Emerson, espejo del alma. En su reflejo, nuestra alma mecanizada mecaniza el universo. ?Podremos cambiarla?
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