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Oscar Wilde, la verdad de la m¨¢scara

El escritor ingl¨¦s, maestro de la conversaci¨®n y del ingenio, chivo expiatorio del puritanismo victoriano, ¨ªdolo de los teatros de Londres, presidiario, poeta y plagiario, fue toda su vida a remolque de la necesidad de reconocimiento

Juan Arnau
El escritor de origen irland¨¦s Oscar Wilde (1854-1900), fotografiado en 1882.
El escritor de origen irland¨¦s Oscar Wilde (1854-1900), fotografiado en 1882.adoc-photos (Corbis via Getty Images)

El origen est¨¢ siempre presente. El origen no es parte del tiempo, ni de las m¨¢scaras, y, sin embargo, est¨¢ ah¨ª, al acecho, esperando el reconocimiento. El origen es lo que hay detr¨¢s de la m¨¢scara. Hay personas desesperadas por otro tipo de reconocimiento, social, teatral, que en el fondo es el mismo. ?scar Wilde fue una de ellas. Toda su vida fue a remolque de esa necesidad. Sabe que el teatro purifica y espiritualiza, que inicia en nobles sentimientos. Es su droga y su veneno. Y la literatura, pues las palabras son tambi¨¦n m¨¢scaras, disfraz, color, m¨²sica que anuncia lo invisible. ?l mismo lo dijo en diversas ocasiones. La emoci¨®n por s¨ª misma es el fin del arte, mientras que la emoci¨®n por la acci¨®n es el fin de la vida y de esa organizaci¨®n pr¨¢ctica de la vida que llamamos sociedad. La sociedad puede perdonar al delincuente, pero no al so?ador. ¡°Las hermosas emociones est¨¦riles que el arte provoca en nosotros son aborrecibles a los ojos de la sociedad¡±. La contemplaci¨®n es el m¨¢s grave de los pecados. ¡°La gente est¨¢ absolutamente dominada por la tiran¨ªa del espantoso ideal social: contribuci¨®n, trabajo, bienestar com¨²n¡±. Gente honesta, si se quiere, pero tremendamente aburrida. El verdadero artista es aquel capaz de no hacer nada. Muy pocos son los elegidos, los que preferir¨ªan no hacerlo. ¡°No hacer cosa alguna es lo m¨¢s dif¨ªcil del mundo, lo m¨¢s dif¨ªcil y lo m¨¢s intelectual. Para Plat¨®n era la forma m¨¢s noble de la energ¨ªa¡±. No hacer nada permite advertir el origen. Fue la pasi¨®n del santo y del m¨ªstico, ahora lo es del artista. Para Wilde, la metaf¨ªsica y la m¨ªstica son anticuadas y no le satisfacen, aunque su propuesta sea af¨ªn a estas dos tradiciones. El arte de no hacer nada es el arte supremo, el m¨¢s exigente. ¡°La acci¨®n es imitada y relativa. Ilimitada y absoluta es la visi¨®n de quien se sienta ocioso y observa, de quien camina en la soledad y sue?a¡±. El origen es inactivo, no creativo. De ah¨ª que pueda estar siempre presente, detr¨¢s de las m¨¢scaras, detr¨¢s de cada una de las almas.

Las instrucciones de uso para la vida son claras: no podemos volver al santo. Se aprende m¨¢s del pecador, nos dice Wilde. Tampoco podemos volver al fil¨®sofo (que se nos confunde), ni al m¨ªstico (que extrav¨ªa). La experiencia est¨¦tica es la ¨²nica opci¨®n. ¡°El abismo de Eckhart, la visi¨®n del B?hme, el cielo de Swedenborg, significan menos que la trompeta amarilla de un narciso¡±. Nirvana es samsara. Una apolog¨ªa de lo concreto. S¨®lo lo concreto satisface al artista: ¡°As¨ª como la naturaleza es la materia esforz¨¢ndose en convertirse en pensamiento, as¨ª el arte es el pensamiento expres¨¢ndose en las condiciones de la materia, y por eso, habla a los sentidos y al alma. Al temperamento est¨¦tico le causa siempre repulsi¨®n lo vago. Los griegos eran una naci¨®n de artistas porque hacen caso omiso del sentimiento del infinito¡±. Y lo concreto es la m¨¢scara.

La verdad de la m¨¢scara es la verdad de la naturaleza. Una verdad poderosa, magn¨ªfica, pero incompleta. La m¨¢scara, en el arte, en la vida, lo es casi todo

La verdad de la m¨¢scara es la verdad de la naturaleza. Una verdad poderosa, magn¨ªfica, pero incompleta. La m¨¢scara, en el arte, en la vida, lo es casi todo. Detenerse en ella, perfeccionarla, afilar sus matices, es la tarea del artista. Pero se puede ser un gran artista y, al mismo tiempo, un ignorante, un desconocedor de la naturaleza de lo real. La verdad de la m¨¢scara es una verdad esc¨¦nica, de despliegue y evoluci¨®n, una verdad narrativa y teatral. Pero toda escena, todo teatro, requiere, implica, solicita la presencia de algo fuera de ¨¦l, fuera de la escena: el espectador. De ah¨ª que la verdad de la m¨¢scara, que es la verdad de la naturaleza, sea una verdad incompleta.

Retrato de un artista adolescente

Maestro de la conversaci¨®n y del ingenio, chivo expiatorio del puritanismo victoriano, ¨ªdolo de los teatros de Londres, presidiario, poeta y plagiario, amante biling¨¹e, cuentista desigual, dandi y m¨¢rtir, Oscar Fingal O?Flahertie Wills Wilde es hijo de la Irlanda legendaria, de leyendas heroicas y fervorosas canciones. Hereda de los celtas la fantas¨ªa y la imaginaci¨®n, as¨ª como la falta de tenacidad y la pereza de esp¨ªritu. Su padre, de corta estatura, alta frente y barbilla hundida, con un rostro que tiene algo de zorro (que disimula tras una tupida barba), es un oculista de prestigio, de gran vitalidad y m¨²ltiples actividades (entre ellas concebir hijos ileg¨ªtimos). Escribe varios libros de viajes y de historia irlandesa. Al final de su vida se ve envuelto en un esc¨¢ndalo. Una joven lo acusa de haber abusado de ella mediante el cloroformo. Aunque el juez lo desmiente, el asunto acaba en la ruina social y financiera del doctor Wilde. Su madre, Jane Francesca, tiene el temperamento art¨ªstico de su hijo. Alta, morena, teatral, imponente, por sus venas corre sangre florentina. De joven ha luchado por la independencia de Irlanda y, ya madre, ha convertido su casa de Dubl¨ªn en un sal¨®n literario de j¨®venes intelectuales y artistas. Las cartas de Oscar a su madre confirman su veneraci¨®n por ella. Morir¨¢ cuando vea a su hijo en la c¨¢rcel. Ella lo viste de ni?a hasta los seis a?os, costumbre habitual en Irlanda, para protegerlo de las brujas. El muchacho, poco agraciado y torpe de movimientos, tiene una buena memoria y aprende con facilidad lo que le interesa. Le entusiasma el helenismo y le disgustan las ciencias. Siente horror a las actividades deportivas. En 1874, ingresa en el Magdalen College de Oxford. Es culto y snob. M¨¢s tarde dir¨¢ que los dos momentos cruciales de su vida fueron cuando su padre lo envi¨® a Oxford y cuando la sociedad lo envi¨® a prisi¨®n. John Ruskin ya es el primer cr¨ªtico de arte del pa¨ªs. ¡°En Oxford nos ense?¨® a entusiasmarnos por la belleza gracias a la magia de su presencia y a la m¨²sica de sus labios¡±. Para Ruskin el arte guarda una estrecha relaci¨®n con la moral. Lo bueno, lo bello y lo verdadero van de la mano. Wilde, gran admirador de la ret¨®rica de Stones of Venice, acabar¨¢ revel¨¢ndose contra esta idea. Todo arte es, en su esencia, inmoral, dir¨¢ m¨¢s tarde. ¡°No importa lo que se diga mientras est¨¦ bien dicho¡±. El objetivo del arte es crear un estado de ¨¢nimo. Los dioses viven as¨ª, ¡°observando con los tranquilos ojos del espectador la tragicomedia del mundo¡±. El arte tiene por objeto no el hacer (que es el asunto de la moral), sino el ser. El artista es lo opuesto al reformista social o pol¨ªtico. ¡°Cada una de las profesiones implica un prejuicio. La necesidad de una carrera fuerza a todos a tomar partido¡­ La gente es tan laboriosa que se vuelve totalmente est¨²pida¡­ Esa gente me parece merecedora de su suerte. La forma segura de no saber nada de la vida es tratar de hacerse ¨²til¡±. Enredarse en la laboriosidad es desatender la contemplaci¨®n. La acci¨®n tiende a hacerse codiciosa. ¡°Los fil¨¢ntropos y sentimentales de nuestro tiempo, que no hacen sino hablarnos del deber para con el vecino, yerran en la punter¨ªa¡±. El anhelo de belleza, la pasi¨®n por el arte, son las pasiones que han de guiar la vida. Mientras que para Ruskin todo lo bello hunde sus ra¨ªces en lo bueno, Wilde no est¨¢ tan interesado en la causa como en el efecto. La vivencia misma del arte es la meta. Un enfoque fenomenol¨®gico que toma de Walter Pater. Todos estamos condenados a morir, pero el arte aplaza esa condena indefinidamente. Lo decisivo es saborear el tiempo, dilatarlo e intensificarlo mediante la experiencia art¨ªstica.

En Londres conoce a Constance Lloyd, hija de un consejero de la reina. M¨¢s tarde, en un viaje a Dubl¨ªn, donde da una conferencia, Wilde aprovecha la ocasi¨®n para pedir su mano. La dote les permite vivir con holgura. Tienen dos hijos, Cyril y Vyvyan. Tras el proceso de Wilde y su posterior encarcelamiento, se separan. Constance cambiar¨¢ su apellido y el de sus hijos para desvincularse del esc¨¢ndalo. Nunca se divorciar¨¢ de Wilde, que ser¨¢ obligado a renunciar a la custodia de sus hijos.

Magia oral

La obsesi¨®n primera (de la que luego se hartar¨¢) de alcanzar el reconocimiento convierte a Wilde en un actor. Asiste a todo tipo de tertulias, almuerzos y cenas, donde se le invita y donde no. En todas ellas deja su huella. En las veladas, aparece con una chaqueta de terciopelo ribeteada, calz¨®n corto, calcetines altos de seda negra, camisa sin almidonar de cuello ancho y una corbata de un verde intenso. Un lirio en el ojal de la solapa y, en las celebraciones, un girasol. Hay un registro detallado de todo lo que cont¨® en aquellas reuniones, sobre todo de los cuentos y relatos breves. Algunas de esas narraciones las public¨® en vida, otras fueron conservadas por quienes las escucharon. Bernard Shaw recuerda ¡®El joven inventor¡¯, Andr¨¦ Gide ¡®El poeta¡¯, Arthur Conan Doyle ¡®La tentaci¨®n del ermita?o¡¯. Altera y permuta pasajes de la Biblia (que considera una colecci¨®n de mitos), experimenta con sus historias y comprueba el efecto que producen en los invitados. Sabe crear el ambiente propicio y dispendia sus relatos con ritmo y elocuencia. Entona la voz de sus personajes y la ilumina con sus gestos. Sabe que los silencios despiertan y que la belleza es un acto reflejo. Se detiene en los momentos de mayor dramatismo, mientras recorre con la mirada el hemiciclo de sus oyentes. Alterna lo humor¨ªstico con lo triste y melanc¨®lico. En 1891, pasa tres meses en Par¨ªs con un aparatoso abrigo de pieles. Conoce a Verlaine, V¨ªctor Hugo, Mallarm¨¦, Zola, Degas y Alphonse Daudet. Escritores y artistas lo celebran. Muchos recordar¨¢n su carisma y la luz que irradia mientras ejecuta sus piezas orales.

¡°La tragedia de mi destino ha sido poner mi genio en la vida y s¨®lo el talento en mis obras¡±. Yeats llegar¨ªa a decir que Wilde no fue un autor que escribe en la soledad de su gabinete, sino un antiguo bardo irland¨¦s que, por una especie de milagro o de glorioso error, naci¨® a destiempo en la ¨¦poca del puritanismo victoriano. Para el poeta irland¨¦s, los trabajos m¨¢s perfectos de Wilde son los hablados, cuya virtud se refleja ocasionalmente en sus escritos. Hay quienes han atribuido un poder sanador a sus narraciones, capaces de curar un catarro o hacer olvidar un dolor de muelas. Hubo incluso quien solicit¨® que lo acompa?ara en el lecho de muerte.

El clown est¨¦tico de figura corpulenta y rostro oval, vanidoso y arrogante, a veces infantil, el amigo de las actrices, sibarita y coqueto, que observa todo juguetonamente, dar¨¢ paso al cr¨ªtico serio, a uno de los grandes pensadores sobre la naturaleza del arte. Intuyo que en su breve relato Narciso est¨¢ la clave de su interpretaci¨®n de la belleza. Las flores piden al r¨ªo l¨¢grimas para llorar la muerte de Narciso. El r¨ªo tambi¨¦n se muestra desconsolado y responde que toda su agua son l¨¢grimas. ?Era apuesto?, pregunta el r¨ªo. Nadie puede saberlo mejor que t¨², le responden las flores. Todos los d¨ªas se acostaba en la orilla y reflejaba su belleza en tus aguas. Yo le amaba, murmura el r¨ªo, porque al inclinarse sobre m¨ª pod¨ªa ver el reflejo de mi propia belleza en sus ojos. La belleza como acto reflejo. En palabras de Berkeley, el sabor de la manzana no se encuentra en la manzana, ni en quien la degusta, sino en el encuentro de ambos. Ese encuentro, ese reflejo de una cosa sobre la otra, es la belleza, la fuerza de lo real (los budistas lo llaman vacuidad o dependencia mutua). Nos necesitamos, esa es la ¨²nica verdad. El amor como reflejo de uno mismo en el otro. Y esa es la verdad del arte.

La palabra es el m¨¢s bello y completo de los instrumentos, mediante el di¨¢logo, uno puede revelarse y ocultarse al mismo tiempo, dar forma a cada estado de ¨¢nimo, a cada fantas¨ªa

Los estados de ¨¢nimo, que son el objeto del arte, nada quieren saber de la coherencia. ¡°Nunca somos m¨¢s fieles a nosotros mismos que cuando somos inconsecuentes¡±. De ah¨ª que sea el di¨¢logo, y no el tratado (el razonamiento encadenado), la forma literaria superior. La literatura es el arte fundamental y el di¨¢logo (el reflejo en el otro) su forma suprema. La palabra es el m¨¢s bello y completo de los instrumentos, mediante el di¨¢logo, uno puede revelarse y ocultarse al mismo tiempo, dar forma a cada estado de ¨¢nimo, a cada fantas¨ªa. El di¨¢logo ofrece el relieve de la escultura, permite exhibir el objeto desde todos los puntos de vista. Y ¡°trasmite un poco de la delicada seducci¨®n del azar¡±.

Desde joven Wilde ha procurado ser alguien antes que hacer algo. Pero necesita dinero y siempre andar¨¢ necesitado de ¨¦l. El dinero exige seriedad y, aunque ¡°el arte es la ¨²nica cosa seria del mundo, el artista es la ¨²nica persona que nunca es seria¡±. La vida misma, como arte, no da dinero. Lo dan sus obras de teatro, sus conferencias, su trabajo como periodista o redactor. Su producci¨®n art¨ªstica es desigual. Al lado de comedias geniales (La importancia de llamarse Ernesto, Un marido ideal) encontramos otras para el olvido. Respecto a sus confesiones, sin duda su mejor autorretrato es Dorian Grey y el peor De profundis, que no es sino el relato tedioso de alguien que se deja enredar en una relaci¨®n t¨®xica que roza lo criminal (si hemos de creerle) y acaba en la c¨¢rcel. Pero lo que nos interesa aqu¨ª no son sus cuentos y par¨¢bolas, sus gigantes, golondrinas, pr¨ªncipes y ruise?ores, sus comedias, su marido idea o sus ernestos, sus delicados poemas o su magn¨ªfica novela (Dorian Grey), que ya han sido suficientemente celebrados, sino su obra cr¨ªtica y, podr¨ªamos decir, filos¨®fica. En ella encontramos reflexiones in¨¦ditas sobre la imaginaci¨®n, la creaci¨®n art¨ªstica y la naturaleza del trabajo literario. El ensayo como una de las disciplinas art¨ªsticas. El ensayo que, como arte, nada tiene que ver con la erudici¨®n o la acumulaci¨®n de datos, sino con la invenci¨®n de mentiras, con la creaci¨®n de escenarios posibles que despierten pasiones imaginativas y estados in¨¦ditos del ¨¢nimo.

¡°Los artistas se repiten o se imitan entre s¨ª, con fatigosa reiteraci¨®n. Pero la cr¨ªtica avanza siempre y el cr¨ªtico evoluciona siempre¡±. El arte tiene una funci¨®n educativa. El fundamento de la vida es deseo de expresi¨®n. Wilde eleva la est¨¦tica a categor¨ªa moral. Un modo de combatir el esp¨ªritu mojigato y peque?oburgu¨¦s de los victorianos. El temperamento es el requisito fundamental para el cr¨ªtico. ?l lo tiene, se lo va haciendo, contra viento y marea. Le supone un esfuerzo supremo, pero considera que es su misi¨®n en la vida. Una misi¨®n que corresponde a la esfera m¨¢s espiritual. Solo mediante el arte podemos ser perfectos y, para ¨¦l, el mayor arte es la vida misma, su comportamiento, conversaciones y gestos. Es piedra de esc¨¢ndalo, porque necesita esa reacci¨®n, ese eco de la sociedad que se llama consideraci¨®n. Divierte y provoca. Necesita que lo tengan en cuenta, tanto sus amigos estetas como sus enemigos victorianos. Le ha tocado vivir en un mundo desconsolador, aburrido e hip¨®crita. Algo debe hacerse. En el oto?o de 1889 deja de colaborar en la revista femenina Woman?s Wolrd para dedicarse por entero a su obra. Pasa la temporada de Londres en casas de campo, salones y teatros. El resto del a?o en Par¨ªs o Venecia, de caza en Escocia o en un yate por el Mediterr¨¢neo. Ans¨ªa la soledad noble pero no sabe estar solo. Nunca sabr¨¢. Ni siquiera despu¨¦s de su encarcelamiento. Y no sabe porque su arte es la r¨¦plica, el di¨¢logo y la conversaci¨®n. La escritura le aburre, confesar¨¢ a Andr¨¦ Gide. S¨®lo puede escribir conversaciones, nada de describir una acci¨®n. Necesita del interlocutor como Narciso necesita al agua y el agua a Narciso.

¡°El destino nos lleva a representar papeles que no hemos elegido y para los que no estamos preparados. Somos como figuras movidas por un poder invisible¡±. La idea es antigua. De Persia procede el cuento del ruise?or que aprieta su coraz¨®n contra las espinas de la rosa. El ruise?or es el poeta, la rosa la belleza. A Wilde le gustan los enigmas, los epigramas, la quiromancia y la adivinaci¨®n. Como los brahmanes, cree en el poder m¨¢gico de las piedras y las joyas. Ha encargado el hor¨®scopo de su primog¨¦nito y el suyo propio. Cultiva la amistad con Mrs. Robinson, una de las adivinas m¨¢s conocidas de su ¨¦poca.

La creaci¨®n limita la visi¨®n

El di¨¢logo entre Gilbert y Ernest, recogido en El cr¨ªtico como artista, est¨¢ trufado de aforismos ingeniosos y profundos. La m¨²sica nos habla de un pasado que ignor¨¢bamos. Es dif¨ªcil no ser injusto con lo que se ama. Todo mito o leyenda nace de la intimidad del individuo, parecen surgidos de la fantas¨ªa de la tribu o de la naci¨®n, pero son el fruto de personas concretas, de esp¨ªritus ¨²nicos. A los griegos les debemos todas las formas literarias, salvo el soneto. La base de la acci¨®n es la falta de imaginaci¨®n, es el ¨²ltimo recurso de quieres no saben so?ar. Si la humanidad ha podido hallar su camino, se debe a que jam¨¢s ha sabido d¨®nde iba. Nadie sabe qu¨¦ son las virtudes. El santo va al martirio en beneficio de su propia paz. Se le ahorra el espect¨¢culo del horror de su cosecha. La cr¨ªtica es una creaci¨®n dentro de otra creaci¨®n. Cuando un ideal es realizado, se convierte en punto de partida de otro ideal. Esta es la raz¨®n por la que la m¨²sica es el arte m¨¢s perfecto. Nunca revela su secreto ¨ªntimo. No propone ideales. Hace ciertas todas las interpretaciones y ninguna.

El cr¨ªtico no debe explicar la obra, al contrario, su misi¨®n es ahondar en su misterio. Le incumbe intensificarlo. De hecho, s¨®lo intensificando su propia personalidad, puede el cr¨ªtico interpretar la obra de los dem¨¢s. El actor es un cr¨ªtico del drama que representa, el violinista de la m¨²sica que ejecuta. El int¨¦rprete (en sentido musical) como artista. Un buen libro te dice quien eres, revela los secretos de tu alma mientras habla de otra cosa. Pero el arte no nos hiere y las l¨¢grimas derramadas en un teatro son las ¨²nicas que no nos hacen da?o (de hecho, nos hacen mejores). Un cr¨ªtico no puede ser justo. S¨®lo es posible dar una opini¨®n sin prejuicios sobre lo que no nos interesa. El arte habla al alma y toda alma tiene ya sus preferencias. Sin embargo, el buen cr¨ªtico no ser¨¢ esclavo de sus propias opiniones. La gente llama insinceridad a multiplicar nuestras personalidades. Dejemos pasar a los puritanos vociferantes, tienen su lado c¨®mico. Hay en nosotros un sentido de belleza, independiente de los dem¨¢s sentidos y superior a ellos. La misi¨®n del cr¨ªtico es animar a la gente a contemplar (no inducirla a crear). El poeta puede hacer una obra bella porque carece de mensaje. Si lo tuviera, aburrir¨ªa. Se cree en los credos porque son repetidos. S¨ª: la forma lo es todo. Es el secreto de la vida. Halla expresi¨®n a un dolor, y te ser¨¢ caro. El peor trabajo es el que se hace con las mejores intenciones.

Para Wilde, la est¨¦tica es superior a la ¨¦tica. Todo arte es inmoral y todo pensamiento genuino, peligroso. La t¨¦cnica art¨ªstica es, en realidad, la personalidad

Con todo esto, es claro que para Wilde la est¨¦tica es superior a la ¨¦tica. Todo arte es inmoral y todo pensamiento genuino, peligroso. La t¨¦cnica art¨ªstica es, en realidad, la personalidad. El arte no se dirige al especialista o al p¨²blico, se dirige al temperamento art¨ªstico. Y, parad¨®jicamente, el artista es incapaz de juzgarlo, porque, por ser artista, tiene una intensidad de visi¨®n que dificulta su apreciaci¨®n. En cierto sentido, el artista, como el cient¨ªfico, est¨¢ ciego para las otras artes (ciencias). Uno es juez adecuado de una cosa cuando no sabe hacerla. La creaci¨®n limita la visi¨®n, la contemplaci¨®n la ensancha

La decadencia de la mentira

Wilde es un caballero, nos dice Borges, dedicado a asombrar con corbatas, met¨¢foras y peripecias verbales que, sorprendentemente, casi siempre tiene raz¨®n. No se resiste a mencionar algunos de sus aforismos, como el que afirma que arrepentirse de un acto es modificar el pasado o que la m¨²sica nos revela un pasado desconocido y acaso real. Y que, ¡°pese a sus h¨¢bitos, m¨¢s o menos indecorosos, Wilde guarda una invulnerable inocencia y el sabor fundamental de su obra es la felicidad¡±. Pero su legado m¨¢s genuino y renovador, creo, es el lugar en el que coloca la imaginaci¨®n, que es la fuerza creativa de todo arte y toda ciencia. Wilde aviva el fuego de la facultad mitopo¨¦tica, tan esencial para la imaginaci¨®n.

Mentir para la educaci¨®n de los j¨®venes es la base de la educaci¨®n primera. Decir la verdad requiere una infinidad de mentiras. As¨ª de complejo es este mundo. La realidad es inefable y exige el rodeo, el acceso indirecto, mediante el mito, mediante el relato; nunca mediante el silogismo, que s¨®lo es un breve segmento rectil¨ªneo en el c¨ªrculo de la verdad. La decadencia de la mentita supone la decadencia de la imaginaci¨®n, hoy, m¨¢s que nunca, pasiva, inane. La congruencia es un asunto de obtusos y doctrinarios, de gente insoportable que lleva sus principios hasta extremos vergonzosos. Frente a ellos, Wilde erige al mentiroso, ¡°con sus afirmaciones francas e intr¨¦pidas, su soberbia irresponsabilidad, su sano y natural desprecio de toda clase de pruebas¡±. Una buena mentira es aquello que constituye su propia prueba. El Quijote o Moby Dick son buenos ejemplos. Alonso Quijano y el capit¨¢n Ahab son hombres que se mienten a s¨ª mismos y que hacen de su mentira el eje de su existencia, el centro del mundo. Su propia aventura confirma la verdad de su mentira. El arte es una mentira deliciosa. La mentira y la poes¨ªa son artes que tienen su t¨¦cnica, lo mismo que la pintura o la escultura. ¡°As¨ª como se descubre el poeta por su fina m¨²sica, as¨ª se conoce al mentiroso por su elocuci¨®n rica y ritmada, y ni en un caso ni en otro basta la inspiraci¨®n fortuita del momento. En esto como en todo, no se llega a la perfecci¨®n sin la pr¨¢ctica¡±. La verdad de la vida es una verdad narrativa e imaginal, no silog¨ªstica o cuantificable. Ning¨²n compilador de estad¨ªsticas podr¨¢ dar cuenta de ella. ¡°Cuanto m¨¢s se analiza a las personas, m¨¢s se esfuman todas las razones para analizar¡±. Imaginar porque ¡°las ¨²nicas personas de verdad son las que nunca existieron¡±.

El arte se dedica a mostrar la m¨¢scara que lleva cada cual. La realidad que hay detr¨¢s de ella debe gestion¨¢rsela uno mismo, es decir, el espectador. ¡°Las ¨²nicas cosas bellas son las que no nos conciernen¡±. Por otro lado, resulta humillante confesarlo, pero todos estamos hechos de la misma pasta. ¡°En Falstaff hay algo de Hamlet, en Hamlet hay no poco de Falstaff. El caballero obeso tiene sus rachas de melancol¨ªa y el joven pr¨ªncipe sus momentos de sal gorda. Donde diferimos unos y otros es en lo puramente accidental: en el vestir, los modales, el tono de voz, las peque?as man¨ªas¡­¡±. La diferencia entre Zola y Balzac es la diferencia entre el realismo sin imaginaci¨®n y la realidad imaginativa. La segunda es la verdad (o la mentira, seg¨²n se mire). Los personajes de Balzac est¨¢n dotados de la pasi¨®n vital que lat¨ªa en el escritor: ¡°una de las mayores tragedias de mi vida es la muerte de Lucien de Rubempr¨¦¡±.

La literatura hace de la vida su materia bruta, la recrea y remodela de formas in¨¦ditas

La literatura hace de la vida su materia bruta, la recrea y remodela de formas in¨¦ditas. ¡°Indiferente a los hechos, inventa, imagina, sue?a, y mantiene entre s¨ª y la realidad la barrera impenetrable del estilo bello¡±. Pero la vida puede alzarse con el poder y expulsar al arte al desierto. Esa es la verdadera decadencia. Cuando se suprime el espectador, cuando la verdad de las m¨¢scaras se convierte en la verdad literal. Cuando las m¨¢scaras dejan de ser m¨¢scaras para ser rostros reales.

La ordinariez de los Estados Unidos (la ¡°Rep¨²blica de Vulgaria¡±), y de todo puritanismo, no es s¨®lo su esp¨ªritu materializador, sino haber desterrado al ensue?o. Gentes indiferentes al lado po¨¦tico de las cosas, faltos de imaginaci¨®n. Un pa¨ªs que adopt¨® como h¨¦roe nacional a un hombre que reconoc¨ªa que era incapaz de decir una mentira. ¡°Aburrida por la tediosa y edificante conversaci¨®n de quienes no tienen ni ingenio para la exageraci¨®n ni genio para el romance, cansada de la persona inteligente cuyas reminiscencias se asientan siempre en la memoria, cuyas afirmaciones se ci?en sin excepci¨®n a la verosimilitud, y que en cualquier momento corre el riesgo de que la corrobore el primer filisteo que pase, la Sociedad ha de volver, antes o despu¨¦s a su l¨ªder perdido, el mentiroso cultivado y fascinador¡±.

La verdad novelesca

La narraci¨®n es el origen de la cultura. ¡°No sabemos qui¨¦n fue el primero que, sin haber ido jam¨¢s a la ruda cacer¨ªa, les cont¨® un atardecer a los hombres errabundos de las cavernas c¨®mo hab¨ªa sacado al megaterio a rastras de la purp¨²rea oscuridad de su cueva de jaspe, o dado muerte al mamut en combate singular para volver cargado con sus ¨¢ureos colmillos. Ninguno de nuestros modernos antrop¨®logos, con su tan cacareada ciencia, ha tenido la valent¨ªa de dec¨ªrnoslo. Fueran cuales fueran su nombre y su raza, lo que est¨¢ claro es que fue el verdadero fundador del trato social. Pues el objetivo del mentiroso no es otro que encantar, deleitar, dar placer. ?l es la aut¨¦ntica base de la sociedad civilizada, y sin ¨¦l una cena de invitados, aunque sea en las mansiones de los grandes, es tan insulsa como una conferencia de la Royal Society o un debate en la sociedad de autores.¡±

La imaginaci¨®n permite vivir incontables vidas, es el resultado de la herencia. ¡°Es la experiencia concentrada de la especie¡±. En el mundo de las ideas abstractas se pasa hambre. La literatura anticipa la vida, no la copia, la moldea para sus fines. El nihilista, ¡°ese extra?o m¨¢rtir sin fe, que va a la hoguera sin entusiasmo, lo invento Turgu¨¦niev y lo complet¨® Dostoievski¡±. El secreto de lo que llamamos verdad es una cuesti¨®n de estilo. Y la vida es la mejor disc¨ªpula del Arte, y la ¨²nica. Hamlet invent¨® el pesimismo moderno, no Schopenhauer. ¡°El mundo se ha hecho triste porque un t¨ªtere estuvo un d¨ªa melanc¨®lico¡±. El Arte es m¨¢s un velo que un espejo (Wilde anticipa a Rorty), ¡°tiene flores que ning¨²n bosque conoce, p¨¢jaros de ninguna arboleda¡±. En este punto, Wilde, l¨ªrico, platoniza: el arte ¡°hace y deshace mundos y puede bajar la luna del cielo con un hilo escarlata. Suyas son las formas m¨¢s reales que el hombre vivo, y suyos los grandes arquetipos de los que las cosas que existen son s¨®lo copias inacabadas¡±. Desde la perspectiva del arte, la naturaleza carece de leyes o de uniformidad. El arte, ¡°manda al almendro florecer en invierno, y env¨ªa la nieve sobre la mies granada. A su conjuro la escarcha posa su dedo de plata sobre la boca ardiente de junio¡­¡±.

El Arte no es s¨ªmbolo de nada, sino que se desenvuelve sobre su propia actividad creativa, sobre sus propias l¨ªneas de fuga

¡°Cient¨ªficamente hablando, la base de la vida ¡ªla energ¨ªa de la vida, como dir¨ªa Arist¨®teles¡ª no es sino el deseo de expresi¨®n, y el Arte va presentando formas diversas a trav¨¦s de las cuales la expresi¨®n puede cumplirse. La Vida se aprovecha de ellas y la sutiliza, aunque sea para su propio da?o. Hay j¨®venes que se han suicidado porque Werther se suicid¨®¡±. El Arte no es s¨ªmbolo de nada, sino que se desenvuelve sobre su propia actividad creativa, sobre sus propias l¨ªneas de fuga. ¡°No es simb¨®lico de ninguna era. Son las eras las que lo simbolizan¡±. El Arte no es hijo del tiempo, sino a la inversa. Ya lo dijo Goethe. ¡°La naturaleza no es una gran madre que nos haya parido. Es creaci¨®n nuestra. Es en nosotros donde cobra vida¡±. Y de un modo muy del estilo de Berkeley, concluye: ¡°Las cosas son porque las vemos, y lo que veamos, y c¨®mo lo veamos, depende de las Artes que nos hayan influido. Mirar una cosa es muy distinto de verla. Nada se ve mientras no se ve su belleza. Entonces, y s¨®lo entonces, adquiere existencia. En la actualidad la gente ve nieblas, no porque haya nieblas, sino porque poetas y pintores le han ense?ado la belleza misteriosa de tales efectos¡±.

A veces uno puede sospechar falta de honestidad en Wilde. No hay tal cosa. La actitud lo es todo. Y en la actitud est¨¦tica la forma se impone al fondo, la belleza a la moral. Por hacer un epigrama, es capaz de traicionar la verdad (escribe a Conan Doyle). Pero lo que propone, simple y llanamente, es otro tipo de verdad, formal, est¨¦tica. Nada hay fuera del teatro. Tiene algo de Di¨®genes: ¡°Al mundo entero le parezco ¡ªy esa es mi intenci¨®n¡ª nada m¨¢s que un diletante y un dandi: no es prudente mostrar al mundo el propio coraz¨®n, y como la seriedad en las maneras es el disfraz del buf¨®n, la bufonada en sus exquisitas apariencias de trivialidad, indiferencia e irresponsabilidad constituye la vestidura del sabio. En una ¨¦poca tan vulgar como al nuestra todos necesitamos m¨¢scaras¡±.

La personalidad y el personaje

¡°Realizar perfectamente la naturaleza de uno es la raz¨®n de que estemos aqu¨ª. Hoy d¨ªa la gente tiene miedo de s¨ª misma¡­ El terror a la sociedad, que es la base de la moral, y el terror a Dios, que es el secreto de la religi¨®n, son las dos cosas que nos dominan. Y creo que si uno viviese hasta el fondo, total y perfectamente, su vida, diese forma a cada sentimiento, expresi¨®n a cada pensamiento, realidad a cada sue?o¡­, el mundo recibir¨ªa un impulso de alegr¨ªa tan fresco que olvidar¨ªamos todas las enfermedades medievales y volver¨ªamos al ideal hel¨¦nico¡±. Wilde acierta en lo primero y se equivoca en lo segundo. Tiene, sin embargo, sensibilidad para el pecado. ¡°La ¨²nica forma de liberarse de la tentaci¨®n es caer en ella. Res¨ªstela, y tu alma enfermar¨¢, se har¨¢ monstruosa, con el anhelo de las cosas que se ha prohibido a s¨ª misma. En la mente se cometen los grandes pecados del mundo¡±. Conoce bien, lo experimentar¨¢ en sus carnes, la crueldad del moralista, su odio secreto. ¡°Nunca he encontrado una persona en que dominase el sentido moral que no fuese despiadada, cruel, vengativa, est¨²pida y carente en absoluto del m¨ªnimo sentido de humanidad. Las personas morales, como as¨ª se las llama, son sencillamente fieras. Hacen del mundo un infierno anticipado¡±.

Wilde copia, se apropia de ideas ajenas. ?Qu¨¦ artista no lo hace? La palabra viejo lo llena de espanto. Su sensibilidad es visionaria. Dorian Grey, que es la historia de c¨®mo un alma puede ser dominada por otra, anticipa su relaci¨®n con Lord Alfred Douglas, un joven mimado y caprichoso de extraordinaria hermosura. Fascinado por la belleza y la juventud de Bosie, ¡°que es un puro narciso, tan blanco y dorado¡±, ¡°en el mundo no hay absolutamente nada m¨¢s que la juventud¡±, se sumergir¨¢ en una relaci¨®n er¨®tica de interminables veladas que lo arruinar¨¢ econ¨®micamente y acabar¨¢ con sus huesos en la c¨¢rcel. Algunas de las cartas (la mayor¨ªa destruidas) dejan entrever la naturaleza de esa relaci¨®n. ¡°Chiquillo de mi alma: Tu soneto es encantador y es una maravilla que esos labios tuyos de p¨¦talos de rosa no se hayan hecho menos para la m¨²sica de la canci¨®n que para la locura de los besos. Tu esbelta alma dorada oscila entre la pasi¨®n y la poes¨ªa. Yo s¨¦ que Jacinto, a quien Apolo amaba con locura, eras t¨² en tiempo de los griegos¡±. Douglas es griego, un ser divino, dotado de la gracia y belleza que necesita, es ¡°la atm¨®sfera de hermosura a trav¨¦s de la que veo la vida, la encarnaci¨®n de todas las cosas amables¡±. Wilde muestra su car¨¢cter hel¨¦nico-rom¨¢ntico. Pero ese arquetipo mostrar¨¢ despu¨¦s su lado feroz y monstruoso, si hemos de creer su ¨²ltimo testimonio.

En Dorian Grey hay tres personajes y los tres tienen algo de Wilde. El artista rom¨¢ntico, Basil Hallward, para quien la belleza representa la bondad y la verdad. El dandi Lord Henry Wotton, que contempla con burlona superioridad la comedia del mundo. Y Dorian Grey, el eterno y bello joven que se entrega al torbellino de las pasiones. De hecho, m¨¢s tarde dir¨¢ que la obra contiene mucho de s¨ª mismo. ¡°El primero es lo que creo que soy yo, el segundo lo que el mundo piensa de m¨ª, el tercero lo que me gustar¨ªa ser¡±. Como dice Borges, todos nos parecemos a la imagen que tiene de nosotros. Y como dicen las upani?ad, uno se convierte en aquello que piensa (o desea). Esas dos sentencias hacen de los tres personajes las tres caras de uno solo, los tres heter¨®nimos de Wilde. Al fin y al cabo, ¡°el fin de la vida es el despliegue de la propia personalidad¡± y Wilde acab¨® interpretando los tres papeles, y uno m¨¢s, el de arrepentido (pero en esa faceta no entraremos).

El hundimiento

Todo ocurre demasiado deprisa. Wilde se encuentra en la cima del ¨¦xito. En enero de 1895 se estrena Un marido Ideal y al mes siguiente La importancia de llamarse Ernesto. El padre de su amado, el Marqu¨¦s de Queensberry, deja una nota abierta en su club acus¨¢ndolo de sodomita. Wilde se querella. La vista se inicia el 3 de abril y concluye dos d¨ªas despu¨¦s con la absoluci¨®n del Lord y la detenci¨®n de Wilde. El proceso lo deja en la ruina econ¨®mica (ya arrastraba deudas importantes). La opini¨®n p¨²blica se pone del lado del arist¨®crata. Wilde hab¨ªa acusado a los periodistas de buscar siempre el esc¨¢ndalo (jugosa fuente de ingresos) y ahora llega la hora de la venganza. El pueblo se pone de parte del padre que quiere defender a su hijo de una influencia nefasta y condena al sospechoso antes de que se celebre el juicio. El juez Willis redacta: ¡°Taylor ha mantenido una especie de prost¨ªbulo masculino y usted ha sido el centro del c¨ªrculo de un vicio muy difundido y de lo m¨¢s abominable entre los j¨®venes¡±. Su editor se distancia p¨²blicamente de ¨¦l, sus acreedores consiguen que salgan a subasta los bienes personales de la casa de Tite Street. Mientras espera a ser trasladado a la c¨¢rcel de Reading, soporta estoicamente las burlas m¨¢s crueles. Dos a?os de trabajos forzados son una pena extremadamente dura, incluso en aquella ¨¦poca. La prisi¨®n est¨¢ pensada para romper la resistencia f¨ªsica y moral del condenado, ¡°para arruinar y aniquilar las facultades espirituales, privado de libros, de todo contacto humano, brutalizado, tratado como se trata a las bestias¡±. Hambre, insomnio y enfermedad. Duerme sobre un camastro de tablas, la comida es repugnante y escasa (papilla de avena, pan mal cocido, grasa de ri?ones y agua), que le produce una diarrea continua que termina siendo cr¨®nica. Pasa veintitr¨¦s horas al d¨ªa encerrado solo en una celda mal ventilada, con un cubo de metal que s¨®lo se puede vaciarse tres veces al d¨ªa y nunca durante la noche.

Antes de ser encarcelado ha tenido la oportunidad de huir del pa¨ªs. Pero, como S¨®crates, elige quedarse. Sus amigos le han aconsejado que se vaya. ¡°Resolv¨ª que era m¨¢s noble y m¨¢s bello quedarse. No quer¨ªa que me llamasen cobarde o desertor. Un nombre falso, un disfraz, una vida de proscrito no son cosas para m¨ª¡­¡±. El rey de las m¨¢scaras renuncia finalmente a ellas. Toda humillaci¨®n es una penitencia (Borges). Inconscientemente, Wilde la busca. Su fascinaci¨®n por la sociedad (por la ¨¦lite que le ha juzgado) tambi¨¦n forma parte de esa decisi¨®n. Es la fuerza del destino la que le hace quedarse. Asume entonces el papel del pecador arrepentido. En De Profundis se presenta como una v¨ªctima arruinada econ¨®mica y espiritualmente por Douglas. Cuya presencia le imped¨ªa escribir y que lo obligaba a gastar inmensas sumas de dinero en almuerzos, viajes y hoteles de lujo. No menciona que en la ¨¦poca de su amistad con Bosie es tambi¨¦n la ¨¦poca de sus mayores ¨¦xitos. Tampoco que su atracci¨®n sexual no se limitaba a ¨¦l.

Poco antes, al parecer, se ha convertido al catolicismo: ¡°Nunca he profesado ninguna creencia, pero me siento morir y siempre he cre¨ªdo en Dios¡±.

Dos a?os despu¨¦s sale de la c¨¢rcel, cumplida ¨ªntegra la condena, a pesar de las peticiones de indulto. Tras intentar sin ¨¦xito que le admitan en un retiro cat¨®lico, sale discretamente del pa¨ªs. Ya no volver¨¢ a pisar Inglaterra. Se aloja en un hotelito de la costa, en la regi¨®n de Normand¨ªa. Ha perdido la tutela de sus hijos. Constance, su mujer, que no ha sido capaz de entenderlo, siempre se ha mostrado bondadosa con ¨¦l. Wilde tendr¨¢ con ella palabras de reconocimiento. Tampoco volver¨¢ a ver a sus hijos. ¡°S¨®lo cuando los ni?os hab¨ªan regresado al internado me pidi¨® que fuera a verla, cuando yo lo que deseaba era el amor de mis hijos. Ahora la cosa no tiene remedio. En cuesti¨®n de sentimientos, la falta de puntualidad es fatal¡±. Las preocupaciones financieras le perseguir¨¢n en sus ¨²ltimos a?os. Con cualquier pretexto pide dinero prestado. Trata de asumir el papel que ha perfilado en De profundis, pero le resulta imposible. Escribe a un amigo: ¡°un materialismo consciente y alevoso y una filosof¨ªa de apetitos y cinismo y un culto del bienestar sensual e insensato son cosas malas para un artista: encajonan la imaginaci¨®n y embotan las sensibilidades m¨¢s delicadas. Toda mi vida, amigo m¨ªo, ha sido equivocada. No he sacado lo mejor que hab¨ªa dentro de m¨ª. Ahora creo que con salud y con la amistad de unos cuantos chicos sencillos, buenos y simp¨¢ticos como t¨², y una vida tranquila, retirado para pensar y liberado del hambre infinita de placeres que arruina el cuerpo y aprisiona el alma¡­ Bueno, creo que todav¨ªa soy capaz de hacer cosas que os gustar¨¢n a todos¡±. Pero su naturaleza se rebelar¨¢ pronto contra ese ideal. Retoma la correspondencia con Douglas y, aunque en un principio se niega a verlo, se acaban reencontrando en Rouen y lo sigue a N¨¢poles, a pesar de las amonestaciones de sus amigos. ¡°Mi vuelta a Bosie era psicol¨®gicamente inevitable¡±, escribe a Robert Ross. ¡°No puedo vivir sin una atm¨®sfera de amor, tengo que amar y ser amado¡±. Pasan unos meses juntos cerca del Vesubio, hasta que la amenaza de sus respectivas familias de cortarles los fondos acaba por separarles. Wilde pasar¨¢ el resto de su vida en Par¨ªs, bajo un nombre falso. En el oto?o de 1900 se somete a una operaci¨®n de otitis. Muere de meningitis en un hotelucho del barrio latino. Poco antes, al parecer, se ha convertido al catolicismo: ¡°Nunca he profesado ninguna creencia, pero me siento morir y siempre he cre¨ªdo en Dios¡±.

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