Otra vez la ¨¦tica
Tachado de ateo, materialista, inmoralista, lo que convirti¨® a Spinoza en maldito en los siglos XVII y XVIII es justo lo que ciment¨® el culto a su obra en los siglos XIX y XX
Al comienzo de su espl¨¦ndida edici¨®n (y traducci¨®n) de la ?tica demostrada seg¨²n el orden geom¨¦trico, de Baruj Spinoza, que adem¨¢s del texto original en lat¨ªn aporta interesantes anexos, su responsable, Pedro Lomba, nos recuerda la inevitable sombra de extra?eza que se cierne sobre este fil¨®sofo, que ya le acompa?¨® durante su breve vida (1632-1677) y que no ha dejado de crecer desde entonces. Algo de esta rareza se debe, sin duda, a su intransigente oposici¨®n a algunas de las tesis fundamentales de Descartes, quien acabar¨ªa siendo el gran triunfador de este cap¨ªtulo de la historia de la filosof¨ªa. Pero lo que Spinoza recrimina a Descartes no es su racionalismo, sino todo lo contrario: el no haberlo llevado hasta sus ¨²ltimas consecuencias. Y la radicalidad de sus enmiendas al cartesianismo, as¨ª como el absolutismo con el que apuesta por la completa identificaci¨®n entre realidad y raz¨®n, hunden sus ra¨ªces en tierras m¨¢s profundas que las de la pol¨¦mica doctrinal y nos permiten atisbar mejor los motivos de esa persistente sensaci¨®n de rareza.
Lo que este pensador reprocha a otros racionalistas no deja de ser el compromiso que hombres como Leibniz, Malebranche o el propio Descartes ten¨ªan con su ¨¦poca, en la cual tanto la identidad personal como la pol¨ªtica estaban definidas ante todo por la pertenencia a una comunidad religiosa. Spinoza, jud¨ªo holand¨¦s expulsado de la sinagoga, cuyos pasos segu¨ªa con mucho inter¨¦s la Inquisici¨®n una vez enterada de que pensaba ¡°que no hab¨ªa Dios sino filosofalmente¡±, carece por su peculiar situaci¨®n de esos compromisos. Su discurso filos¨®fico, igual que su borrosa ciudadan¨ªa, se instala en un lugar que era estrictamente imposible en sus d¨ªas: la m¨¢s absoluta aconfesionalidad. Por eso puede abrazar la ret¨®rica racionalista del que mira el mundo desde la perspectiva de la eternidad con mucho m¨¢s arrojo que aquellos que se sienten ligados a su tiempo y que a¨²n esperan algo de ¨¦l. La ?tica ¡ªversi¨®n definitiva de su sistema de metaf¨ªsica¡ª est¨¢ escrita desde este ¡°inhumano¡± punto de vista.
Por eso, quien abre sus primeras p¨¢ginas tiene la sensaci¨®n de que el libro (publicado p¨®stumamente y gracias a una donaci¨®n an¨®nima) no tiene autor y de que, simplemente, al igual que ocurre con las relaciones de causa y efecto que vinculan a los cuerpos entre s¨ª, en esas p¨¢ginas las ideas se siguen implacablemente unas de otras seg¨²n el m¨¦todo infalible de las demostraciones de los ge¨®metras, sin necesidad de que la voz de un ser contingente y finito las enuncie. El tit¨¢nico esfuerzo de formalizaci¨®n (Axiomas, Definiciones, Corolarios, Proposiciones, Demostraciones, etc¨¦tera) que articula el libro contribuye a incluirlo en esa peque?a colecci¨®n de escritos que, como el Tractatus de Wittgenstein y unos pocos m¨¢s, parecen completamente indiferentes a su contexto hist¨®rico y hasta a sus lectores: comienzan absolutamente desde cero, sin hacerse cargo de lo que haya podido pensarse y decirse antes de ellos, se despliegan sin la menor vacilaci¨®n acerca de la verdad de sus conclusiones y no manifiestan inter¨¦s alguno en el juicio de la posteridad sobre sus argumentos.
Y precisamente porque instalarse en la aconfesionalidad no era del todo posible en el siglo XVII, Spinoza se convirti¨® muy pronto en un pensador maldito, a quien s¨®lo se pod¨ªa leer en secreto, proscrito por todas las Iglesias y citado ¨²nicamente por libertinos de la estirpe del Marqu¨¦s de Sade. Personas que, en su inmensa mayor¨ªa, ni hab¨ªan le¨ªdo la ?tica, ni estaban en condiciones de entenderla. Esto le granje¨® la reputaci¨®n que Gilles Deleuze glosaba en estos tres adjetivos: ateo (porque identificaba a Dios con la naturaleza), materialista (porque negaba la distinci¨®n sustancial entre el alma y el cuerpo) e inmoralista (porque rechazaba las morales de inspiraci¨®n religiosa).
Pero s¨®lo con escuchar este triplete ya habr¨¢ comprendido el lector que aquello que le convirti¨® en maldito en los siglos XVII y XVIII es precisamente lo que ha cimentado su resurrecci¨®n en los siglos XIX y XX: primero, para otorgar al romanticismo cierta densidad metaf¨ªsica; luego, para que el marxismo pudiera escapar de la tradici¨®n hegeliana y encontrar un recambio para adaptarse a los nuevos tiempos; y finalmente, para apuntalar el renacimiento filos¨®fico de Nietzsche ¡ªque consideraba a Spinoza su precursor¡ª en la d¨¦cada de 1960. Pero esto no ha hecho de ¨¦l un pensador m¨¢s familiar. Aunque sea comprensible el intento de recuperar su figura por parte de filosof¨ªas que, de un modo u otro, quer¨ªan resucitar una teolog¨ªa secularizada como sentido de la historia o como exaltaci¨®n de la creaci¨®n revolucionaria, tras el gran desgaste sufrido por estos proyectos en la actualidad, nada puede eliminar el hecho de que, por mucho que a sus contempor¨¢neos les pareciese un demonio, Spinoza es un te¨®logo de los pies a la cabeza, dedicado a demostrar la existencia de Dios y la inmortalidad del alma, y que dif¨ªcilmente encaja en un tiempo que ya no soporta que haya Dios ni siquiera ¡°filosofalmente¡±. Fue un extra?o en el siglo XVII por pensar desde un lugar que no exist¨ªa en su tiempo. Pero cuando ese lugar se hizo posible ¡ªen alguna medida, seguro, gracias a sus esfuerzos¡ª y se recuper¨® su nombre, se convirti¨® tambi¨¦n en un extra?o entre nosotros.
Esta nueva edici¨®n nos da la oportunidad de volver a leer la ?tica y descubrir que s¨ª hubo alguien tras ella, alguien que se muestra en los Ap¨¦ndices y en los Escolios, llenos de agudas observaciones emp¨ªricas, de col¨¦rica indignaci¨®n contra la superstici¨®n y de cautelosa conciencia de los peligros del abismo existente entre los doctos y el vulgo.
?tica demostrada seg¨²n el orden geom¨¦trico. Baruj Spinoza. Traducci¨®n y edici¨®n de Pedro Lomba. Trotta, 2020. 448 p¨¢ginas. 30 euros.
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