Cien a?os de Jos¨¦ Hierro, de la c¨¢rcel al Premio Cervantes
En el centenario de su nacimiento, varios libros y una exposici¨®n en la Biblioteca Nacional repasan la vida y obra de uno de los autores clave del siglo XX espa?ol. Preso del franquismo, premio Cervantes y acad¨¦mico remol¨®n, conoci¨® el mayor de los ¨¦xitos con su ¨²ltimo libro: ¡®Cuaderno de Nueva York¡¯
Unos meses antes de su muerte, me solicitaron de este peri¨®dico una semblanza de Jos¨¦ Hierro (1922-2002), ingresado en estado muy grave en el hospital de una ciudad no lejos de la m¨ªa. Eufemismos aparte, se me ped¨ªa una necrol¨®gica para esa noche. Por si acaso. Aunque eran usos habituales, procedentes de un mundo sin Wikipedia, redact¨¦ aquella nota sinti¨¦ndome un villano. No me alivi¨® la analog¨ªa con el Pereira de la novela de Tabucchi, quien acopiaba informaci¨®n para su peri¨®dico a fin de que los obituarios que hab¨ªa de componer sobre muertos a¨²n vivos no le pillaran de improviso. Aquel escrito m¨ªo no tuvo que publicarse, aunque la pr¨®rroga que se le concedi¨® al poeta dur¨® poco.
Hasta aqu¨ª mi pellizco de mala conciencia. Lo recuerdo ahora porque, pese a que llevaba dadas muchas vueltas en torno a su poes¨ªa, tuve la incomodidad a?adida de escribir de alguien que, en su sencillez, me resultaba inescrutable. Veinte a?os despu¨¦s he avanzado poco, al punto de que, antes que aclarar los misterios que lo envuelven, me limitar¨¦ a desplegarlos.
Siendo un adolescente pas¨® por numerosas c¨¢rceles franquistas por colaborar con una agrupaci¨®n de ayuda a los presos, entre ellos su padre
El primero de tales misterios consiste en que, siendo Hierro autor de 15 o 20 poemas en rigor excepcionales, cuando se habla de ¨¦l suelen enfatizarse ciertos rasgos inesenciales que, quiz¨¢ por consabidos, parecen impostados: el chinch¨®n, la escritura en un bar acunado por el sonsonete de las tragaperras, las zapatillas incompatibles con el estatus acad¨¦mico, su modo aparatoso de quitarse importancia, los cigarros a hurtadillas en los par¨¦ntesis de la botella de ox¨ªgeno, sus artes culinarias (?ah!, esas paellas que acaso aprendiera a preparar cuando el malogrado Jos¨¦ Luis Hidalgo, con el se?uelo de un trabajo inexistente, lo reclam¨® a su lado en Valencia para alejarlo de Santander, donde pesaba mucho su pasado carcelario). ?l no puso ning¨²n reparo en dar pasto a esa imagen, como si quisiera abroquelar la poes¨ªa tras un anecdotario de llaneza campechana.
El segundo misterio se produce por su empecinamiento en vestirse con el uniforme de la grey: ¡°Yo, Jos¨¦ Hierro, un hombre / como hay muchos¡±. En la po¨¦tica que redact¨® para la Antolog¨ªa consultada (1952) de Francisco Ribes, afirm¨®, en l¨ªnea con los socialrealistas, que el poeta deber¨ªa cantar ¡°lo que tiene de com¨²n con los dem¨¢s hombres, lo que los hombres todos cantar¨ªan si tuviesen un poeta dentro¡±, privilegiando el documento sobre el monumento: ¡°Si alg¨²n poema m¨ªo es le¨ªdo por casualidad dentro de cien a?os, no lo ser¨¢ por su valor po¨¦tico, sino por su valor documental¡±. Qu¨¦ placer comprobar que se equivocaba. Y cuando esa caracterizaci¨®n se hizo imposible de sostener, especialmente a partir de Libro de las alucinaciones (1964), recurri¨® a una dicotom¨ªa entre los poemas que llamaba reportajes y los que llamaba alucinaciones, aunque las a menudo contradictorias definiciones que da de ellos confunden m¨¢s que aclaran, me malicio que a sabiendas. Lo evidente es que algunos de esos reportajes generan en nuestro interior deslumbramiento espiritual y ofuscaci¨®n de los sentidos. Quien lo dude, lea su poema ¡®R¨¦quiem¡¯ (Cuanto s¨¦ de m¨ª, 1957), donde la asepsia notarial, fr¨ªa como las luces de un tanatorio, origina una llamarada que se propaga hasta incendiarlo todo.
Un tercer misterio afecta a su insistencia en considerarse un poeta agotado desde los primeros compases, como si su poes¨ªa fuera un remanente f¨®sil del poeta que fue un d¨ªa. Dado a conocer en 1947 con Tierra sin nosotros y Alegr¨ªa (premio Adon¨¢is), para entonces ten¨ªa casi rematado su libro Con las piedras, con el viento¡, publicado en 1950 porque perdi¨® el manuscrito y hubo de rehacerlo a partir de una copia incompleta de 1947 que conservaba el matrimonio Ribes-Escolano. En el pr¨®logo, un Hierro a¨²n veintea?ero afirmaba que la poes¨ªa ¡°en m¨ª se va apagando¡±, y en ¡®El canto seco¡¯, de Quinta del 42 (1952), el poeta de 30 a?os escribe: ¡°No cantar¨¦ ya nunca m¨¢s. El canto / se me ha secado en la garganta¡±; versos, por cierto, que remiten inequ¨ªvocamente al Antonio Machado de ¡®A Xavier Valcarce¡¯. Y as¨ª muchas veces. Desde Libro de las alucinaciones pasaron cerca de tres d¨¦cadas hasta Agenda (1991). Su idea de poeta amortizado le hac¨ªa sorprenderse del ¨¦xito del reeditad¨ªsimo y terminal Cuaderno de Nueva York (1998), que contiene una vanitas titulada ¡®Vida¡¯ que, en modo soneto, hubiera firmado un Quevedo en estado de gracia: ¡°Despu¨¦s de todo, todo ha sido nada, / a pesar de que un d¨ªa lo fue todo. / Despu¨¦s de nada, o despu¨¦s de todo / supe que todo no era m¨¢s que nada¡±.
La m¨²sica de su poes¨ªa es un misterio: Hierro oye primero los sones y secuencias r¨ªtmicas del poema futuro. Solo despu¨¦s habilita una letra
El ¨²ltimo misterio, este aut¨¦nticamente gozoso, es el de la m¨²sica de su poes¨ªa. Hierro oye primero los sones y secuencias r¨ªtmicas del poema futuro; solo despu¨¦s habilita una letra, que corre a zaga de la m¨²sica callada. Cuando sem¨¢ntica y fon¨¦tica alcanzan a concertarse, surge el poema memorable. A este proceso, escoltado por alg¨²n a?adido de acarreo, dedica Lorenzo Oliv¨¢n Las palabras vivas, con la sabidur¨ªa de quien, poeta como es, no confunde la carraca m¨¦trica con la espiraci¨®n r¨ªtmica.
El mismo Oliv¨¢n es el ant¨®logo de los poemas de Vida: Biograf¨ªa y antolog¨ªa de Jos¨¦ Hierro, cuyo t¨ªtulo va m¨¢s lejos que su contenido, pues no se nos ofrece una biograf¨ªa atenida a las convenciones del g¨¦nero, sino un conjunto de textos de Jes¨²s Marchamalo que conforman una semblanza incitadora del poeta. En ella se adivina el genio creador de un muchacho que conoci¨® el dolor y la alegr¨ªa; residi¨®, poco m¨¢s que adolescente, en numerosas c¨¢rceles franquistas por colaborar con una agrupaci¨®n de ayuda a los presos ¡ªentre ellos su padre, que sali¨® de la c¨¢rcel para prepararse a morir¡ª, y peregrin¨® de un empleo a otro manteniendo la fidelidad a esa vocaci¨®n que, de puertas afuera, parec¨ªa llevar al desgaire, como si se excusara por ser lo que de ning¨²n modo hubiera renunciado a ser. De orden heterog¨¦neo, pero con valiosos trabajos y material iconogr¨¢fico ¡ªal igual que Vida¡ª, es el cat¨¢logo coordinado por Juan Jos¨¦ Lanz para la exposici¨®n del centenario en la Biblioteca Nacional, que cierra este rastreo por el territorio de un autor fundamental de nuestra poes¨ªa.
Las palabras vivas. La poes¨ªa y la po¨¦tica de Jos¨¦ Hierro
Autor: Lorenzo Oliv¨¢n.
Editorial: Pre-Textos, 2022.
Formato: tapa blanda (296 p¨¢ginas, 25 euros).
Vida. Biograf¨ªa y antolog¨ªa de Jos¨¦ Hierro
Autor: Jos¨¦ Hierro.
Antolog¨ªa: Lorenzo Oliv¨¢n.
Textos: Jes¨²s Marchamalo.
Editorial: N¨®rdica, 2022.
Formato: tapa blanda (250 p¨¢ginas, 27,50 euros) y e-book (10,99 euros).
Cuanto s¨¦ de m¨ª. Jos¨¦ Hierro en su centenario (1922-2022)
Cat¨¢logo de exposici¨®n coordinado por Juan Jos¨¦ Lanz.
. La muestra puede verse hasta el 22 de enero.Editorial: Biblioteca Nacional de Espa?a, 2022.
Formato: tapa dura (288 p¨¢ginas).
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