Lucas Arruda, la naturaleza como ficci¨®n
El artista brasile?o expone sus paisajes selv¨¢ticos, cargados de interrogantes pol¨ªticos y metaf¨ªsicos, en una muestra en la Biblioteca del Ateneo de Madrid
Para Lucas Arruda (S?o Paulo, 1983), una pintura solo est¨¢ terminada cuando logra reflejar un estado de ¨¢nimo hasta confundirse con ¨¦l. De eso van sus paisajes, casi todos imaginarios, pintados de memoria a la manera rom¨¢ntica. Describen junglas brumosas, mares agitados, paisajes escarpados, desiertos pl¨¢cidos e inquietantes. Son territorios no explorados, con los que no dar¨ªamos en ning¨²n mapa, aunque su flora y fauna resulten extra?amente reconocibles, tal vez ya vistas en alg¨²n viejo cuadro de un autor olvidado o en arcaicos manuales escolares. ¡°En mi trabajo hay una conexi¨®n con los rom¨¢nticos, pero tambi¨¦n dir¨ªa que mi pintura solo puede existir despu¨¦s de la modernidad¡±, dec¨ªa el artista hace unos d¨ªas a su paso por Madrid. Lleva raz¨®n: su obra no solo recoge una proyecci¨®n de las emociones propias en los accidentes geogr¨¢ficos, sino tambi¨¦n una discreta profusi¨®n de enigmas visuales y tal vez metaf¨ªsicos. En sus cuadros se halla la suma de lo et¨¦reo y lo terrenal, de lo visible y lo imperceptible, que transforman su figuraci¨®n en una entidad extra?a, casi abstracta. En la obra de Arruda, la pintura es definitivamente una cosa mentale.
El artista brasile?o cotiza al alza desde hace cerca de un lustro, cuando el Fridericianum de Kassel expuso sus miniaturas en una bell¨ªsima muestra (Arruda ten¨ªa entonces 35 a?os). David Zwirner lo fich¨® para su escuadra y Cahiers d¡¯Art le dedic¨® un monogr¨¢fico, mientras colecciones p¨²blicas y privadas adquir¨ªan su obra ¡ªde la Tate al Getty o la Fundaci¨®n Beyeler, pasando por Fran?ois Pinault¡ª y encontraba valedores como el cr¨ªtico Barry Schwabsky, firme defensor de la pintura como medio leg¨ªtimo en el desmaterializado paisaje art¨ªstico del presente, o el supercomisario Hans Ulrich Obrist, responsable de la exposici¨®n que Arruda acaba de empezar en la capital espa?ola, auspiciada por otra de sus protectoras, la coleccionista Patrizia Sandretto Re Rebaudengo.
Esta delicada y memorable muestra exhibe una serie de 20 florestas amaz¨®nicas, una selecci¨®n de ¨®leos y un pu?ado de grabados sobre papel pintados en la ¨²ltima d¨¦cada en un lugar de excepci¨®n: la Biblioteca del Ateneo de Madrid, abierta a los no socios por primera vez para una exposici¨®n (la voluntad de la instituci¨®n es que no sea la ¨²ltima). De entrada, el di¨¢logo con el espacio es miraculoso: las obras de Arruda, peque?os formatos de 30 por 30 cent¨ªmetros donde abundan los palmerales frondosos, aparecen encapsuladas en las vitrinas, ¡°en las que encajaron a la perfecci¨®n¡±, y sus tonos verdes y pardos se confunden con los que predominan en esta sala inaugurada en 1835. Algunos de los libros de bot¨¢nica que reposan en el lugar se exponen junto a las obras de Arruda, en otra vinculaci¨®n extempor¨¢nea con el m¨¦todo rom¨¢ntico: los artistas que no pod¨ªan viajar se inspiraban en manuales parecidos para pintar sus paisajes. En la planta baja, el v¨ªdeo Neutral Corner (2018) refleja el combate de boxeo entre Benny Paret y Emile Griffith en 1962 en el que el primero perdi¨® la vida. ¡°Cuando descubr¨ª esas im¨¢genes, me pareci¨® ver el descendimiento de Cristo¡±, asegura el artista, no sabemos si en referencia al cap¨ªtulo de los Evangelios, a la obra de Bronzino o a la de Rubens.
Sus cuadros encuentran un ¨²nico referente f¨ªsico en los paisajes de la mata atl¨¢ntica en los que transcurri¨® la infancia de Arruda ¡ªsu padre, que conoci¨® a su madre militando en el Partido de los Trabajadores, ten¨ªa una casa en Barra do Una, en plena naturaleza¡ª y pueden ser vistos como encuadres mentales desde la ventana de su habitaci¨®n, cuando era un ni?o distra¨ªdo que solo lograba concentrarse dibujando. Tambi¨¦n cabe la tentaci¨®n de entenderlos como una reivindicaci¨®n de la especificidad del paisaje brasile?o, tanto geogr¨¢fico como cultural, tan propia de los sesenta y setenta, a la luz de las distintas variantes del tropicalismo. ¡°Es una lectura de la que no reniego. Me alegra saber que mis cuadros desprenden eso¡±, asiente Arruda, que cita referentes como las naturalezas muertas de Chardin y Morandi, pero tambi¨¦n a los pintores de la escuela de S?o Paulo. Su relaci¨®n con las distintas tradiciones del arte latinoamericano puede no resultar evidente a primera vista, pero Obrist vincula su obra con los lienzos del venezolano Armando Rever¨®n ¡ª¡±es una pintura que te deja ciego¡±, confirma Arruda¡ª o incluso con el paisajismo simb¨®lico de Volpi. En cualquier caso, su obra reafirma la validez de la disciplina que ha escogido pese a su supuesta caducidad. Arruda defiende la pintura como un medio que sigue siendo capaz de empujarnos hacia el abismo desde la simpleza de las dos dimensiones, algo que no siempre consiguen las m¨¢s sofisticadas mutaciones del ¨²ltimo arte tecnol¨®gico.
Sus cuadros suman figuraci¨®n y abstracci¨®n, lo et¨¦reo y lo terrenal. En la obra de Arruda, la pintura es definitivamente una ¡®cosa mentale¡¯
No es casualidad que las pinturas de Arruda tambi¨¦n ocupen una sala en Avant l¡¯orage, la espectacular exposici¨®n sobre la actual hecatombe clim¨¢tica que ha empezado esta semana en la Bourse du Commerce, sede de la colecci¨®n Pinault en Par¨ªs. Al lado de las enf¨¢ticas obras de Danh Vo y de los grandes formatos de Tacita Dean, las modestas miniaturas de Arruda tienen un poder insuperable, arrebatador. Otro subtexto de sus paisajes, de corte sutilmente pol¨ªtico, parece referirse al cresp¨²sculo de nuestra civilizaci¨®n que supone la crisis medioambiental, a la mutaci¨®n de ecosistemas que se arriesgan a desaparecer a medio plazo (o a corto, en el peor de los casos). Sus florestas podr¨ªan ser ficciones tambi¨¦n por eso: puede que ya solo existan en su imaginaci¨®n.
¡®Assum Preto¡¯. Lucas Arruda. Biblioteca del Ateneo de Madrid. Hasta el 8 de marzo.
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