Buenos Aires no es Par¨ªs
En verdad, la capital argentina no recuerda ninguna ciudad europea, pero se compone de fragmentos tomados de muchas de ellas
De los muchos lugares comunes sobre Buenos Aires, uno fue inexacto y ya nadie lo menciona: que se parec¨ªa a Par¨ªs. Desde el ¨²ltimo tercio del siglo XIX, se conjugaron modelos de diferente origen europeo. Se trazaron tres grandes avenidas; algunas de ellas recuerdan fuertemente a las de Madrid. Pero los grandes edificios p¨²blicos, que configuran verdaderos hitos visuales, no son invariablemente de inspiraci¨®n francesa: hay fachadas neocl¨¢sicas, fachadas italianizantes, fachadas ecl¨¦cticas con detalles espa?oles, art d¨¦co, incluso expresionistas y modernistas. En los a?os treinta se construy¨® el obelisco, hito urbano que en todas las tarjetas postales representa a Buenos Aires. Este es un objeto discretamente modernista, ortogonal, blanco y ajeno a cualquier marca que recuerde los obeliscos triunfales de la capital francesa.
Par¨ªs nunca fue el ¨²nico modelo europeo de Buenos Aires, aunque la arquitectura beaux arts dio el tono de las grandes mansiones de la ¨¦lite construidas en los ¨²ltimos a?os del siglo XIX y los primeros del XX. Varias ideas de ciudad, entre ellas la de la metr¨®polis americana por excelencia, Nueva York, proporcionaron im¨¢genes para pensar a la ciudad del R¨ªo de la Plata. A medida que avanza la modernizaci¨®n, la comparaci¨®n con Nueva York se vuelve una perspectiva influyente. Hay un imaginario americano popular debajo del imaginario europeo. Pero tanto Nueva York como Par¨ªs son, fundamentalmente, mitos urbanos, mitos en el sentido en que Sorel usaba esa palabra, es decir, ¡°sistemas de im¨¢genes¡± m¨¢s que gu¨ªas constructivas precisas.
Le Corbusier subray¨® como peculiar de Buenos Aires las casitas edificadas por artesanos italianos, casitas blancas y sencillas, que pod¨ªan reconducirse a formas geom¨¦tricas elementales. Tambi¨¦n se?al¨® que, a diferencia de las ciudades europeas que est¨¢n atravesadas por su r¨ªo emblem¨¢tico (Roma, Londres, Florencia, Par¨ªs, Budapest, etc¨¦tera), Buenos Aires se hab¨ªa edificado de modo que, ya hacia fines de la d¨¦cada de 1920, la llegada al r¨ªo era casi imposible, porque la separaban cientos de metros con ¨¢rboles y montes.
En verdad, Buenos Aires no recuerda ninguna ciudad europea, pero se compone de fragmentos tomados de muchas de ellas. Abundan, en los barrios m¨¢s ricos, los petit-h?tels a la francesa, con sus techos de pizarra, pero ellos no dan el tono a la ciudad, m¨¢s de lo que lo da la italianizada casa de Gobierno, el ecl¨¦ctico teatro Col¨®n o el Congreso. Prevalece la imagen del disciplinado estilo moderno de su primer rascacielos o los rasgos ingleses de sus estaciones de trenes. El zool¨®gico de Buenos Aires es una miniatura que evoca la mezcla estil¨ªstica de la ciudad que lo alberga. Tiene pabellones normandos, pagodas, serpentarios que citan la arquitectura industrial o las exposiciones universales.
Le Corbusier subray¨® como peculiar de Buenos Aires las casitas edificadas por artesanos italianos, que pod¨ªan reconducirse a formas geom¨¦tricas elementales
La comparaci¨®n de Buenos Aires con Par¨ªs (que, por otra parte, no se le ocurri¨® a ning¨²n franc¨¦s et pour cause) es una imagen del deseo. Result¨® del voluntarismo pol¨ªtico y cultural de las ¨¦lites que proyectaron la ciudad moderna desde 1880. Probablemente si se hubiera interrogado a esos hombres, hubieran dicho que Par¨ªs era la ciudad que m¨¢s admiraban. Pero esas adhesiones casi inevitables, porque Par¨ªs era entonces la ciudad que el mundo entero admiraba m¨¢s, se toparon con l¨ªmites materiales y surgieron iniciativas que no se reduc¨ªan simplemente a la copia de un solo modelo, sino a la ideaci¨®n de una ciudad que funcionara como polo metropolitano, mercantil y moderno.
La Buenos Aires que imaginaron las ¨¦lites y que, en parte, lograron construir tiene un perfil cuya originalidad est¨¢ en la combinaci¨®n de diferentes modelos tecnol¨®gicos, urban¨ªsticos y est¨¦ticos. Como en la cultura argentina, la originalidad est¨¢ en los elementos que entran en la mezcla, atrapados, transformados y deformados por un gigantesco sistema de traducci¨®n. El desencanto de la comparaci¨®n con Europa fue un obst¨¢culo para reconocer que esa ciudad mon¨®tona era t¨¦cnicamente m¨¢s europea que muchas de las que se hab¨ªan visitado en Espa?a e Italia.
En efecto, Buenos Aires ya ten¨ªa entonces una l¨ªnea de trenes subterr¨¢neos (inaugurada en 1913), un puerto a la orden de d¨ªa, calles trazadas y afirmadas, parques dise?ados por arquitectos paisajistas, grandes edificios p¨²blicos, cloacas, tel¨¦fonos y electricidad. Lo peculiar, adem¨¢s, era que estos servicios se distribu¨ªan de modo relativamente equitativo y alcanzaban a los barrios ricos y los pobres. El trazado de las calles era efectivamente geom¨¦trico hasta la exasperaci¨®n, porque las ¨¦lites hab¨ªan decidido conservar el damero colonial y expandirlo, en lugar de optar por trazados urbanos m¨¢s interesantes, irregulares y pintorescos.
Borges quiz¨¢s fue el ¨²nico que percibi¨® en las calles que se extend¨ªan geom¨¦tricamente hasta el horizonte el verdadero car¨¢cter de la ciudad nueva, aburrida pero racional. Escribe en 1923, en Fervor de Buenos Aires, estas l¨ªneas que pertenecen, con exactitud, a su poema ¡®Arrabal¡¯: ¡°El arrabal es el reflejo de nuestro tedio. / Mis pasos claudicaron / cuando iban a pisar el horizonte / y qued¨¦ entre las casas, / cuadriculadas en manzanas / diferentes e iguales / como si fueran todas ellas / mon¨®tonos recuerdos repetidos / de una sola manzana¡±.
El suburbio, en efecto, repite un trazado geom¨¦trico de manzanas cuadradas que son formalmente id¨¦nticas a las del centro. Pero, precisamente en esa repetici¨®n, en la tediosa semejanza de calles rectas que se cruzan en ¨¢ngulos de 90 grados, Buenos Aires encuentra una fisonom¨ªa.
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