Feminismo brutalista
En mi juventud, ya perdiera o ganara, me sent¨ª siempre independiente y nunca atribu¨ª a mi sexo las derrotas, sino a mi ignorancia
Desde el fin de la adolescencia, cuando abandon¨¦ la casa familiar, me consider¨¦ en igualdad absoluta con los hombres, aunque percibiera que esa igualdad pod¨ªa no ser reconocida.
Era algo que no ten¨ªa que demostrar con ideas sino con una pr¨¢ctica de la que al principio no fui del todo consciente. Yo era igual a todo el mundo, fuera ese mundo de hombres o mujeres, de desconocidos o de amigos.
Ser mujer no era ocupar una posici¨®n de desequilibrio. No percib¨ªa gestos de autoritarismo masculino porque no cre¨ªa posible que sobre m¨ª se ejerciera ning¨²n autoritarismo, una vez que me hab¨ªa liberado de la familia, de la religi¨®n, de los principios recibidos, de las ¨®rdenes y de las obligaciones.
El feminismo no fue mi tema porque no me sent¨ªa subordinada por mi sexo. Esto me impidi¨® ver que otras y otras fueran subordinados. Mi cabeza funcionaba con la fuerza que me hab¨ªa permitido romper con todo y no medir las consecuencias.
Una noche tuve que huir del departamento de alguien que consideraba las cosas y las personas como propias. Est¨¢bamos en un altillo sobre la calle de Florida y la Diagonal Norte. Baj¨¦ las escaleras corriendo, en la vereda encend¨ª un cigarrillo y me fui caminando despacio. No sent¨ªa miedo porque lo imped¨ªa mi suficiencia. No cre¨ªa que nadie pudiera atreverse conmigo.
Otra noche, tuve que correr varias cuadras desiertas y tocar timbre en la casa de un m¨¦dico conocido del barrio. Le cont¨¦ un intento de forzamiento y ¨¦l tampoco le dio mayor importancia. Me sirvi¨® un trago y, a las dos horas, nos despedimos como si nada hubiera sucedido.
Por supuesto, era la ciudad de 1960, donde tales agresiones carec¨ªan de la violencia que hoy suele rematarlas. Como no ve¨ªa en ellas un peligro mayor, porque me sent¨ªa m¨¢s fuerte que mis posibles agresores y m¨¢s h¨¢bil que ellos, volv¨ª a caminar por esas mismas calles a esa misma hora.
Ten¨ªa un orgullo desmesurado. Si estaba sola, no me sent¨ªa abandonada. Nunca pens¨¦ tener menos derechos que nadie
Alguna amiga de la Facultad de Filosof¨ªa y Letras tuvo peor suerte, no porque la sorprendieran de noche, sino porque el primer hombre de quien se enamor¨® la transfiri¨® a un segundo que result¨® ser traficante. Treinta a?os despu¨¦s, la encontr¨¦ sentada en el Parque Lezama, recuperada de sufrimientos pero melanc¨®lica como una florcita que perdi¨® su temporada de primavera.
Su historia habr¨ªa podido ser la m¨ªa, pero algo nos diferenciaba en el origen familiar, que permanec¨ªa m¨¢s o menos oculto, pero sal¨ªa a relucir como un cuchillo cuando la situaci¨®n se volv¨ªa extrema.
Ya perdiera o ganara, me sent¨ª siempre independiente y nunca atribu¨ª a mi sexo las derrotas, sino a mi ignorancia y la torpeza de mi apresuramiento. Esto deber¨ªa explicarlo un an¨¢lisis social y subjetivo que no intentar¨¦. Simplemente lo expongo porque la cuesti¨®n no es central en mi biograf¨ªa.
Ten¨ªa un orgullo y una seguridad desmesurada de que val¨ªa tanto como cualquiera. Eso ayudaba como una lanza en las situaciones peligrosas. Si me tocaba estar sola, no me sent¨ªa abandonada. Nunca pens¨¦ tener menos fueros ni menos derechos que nadie.
Tuve otras debilidades y otras sensaciones de valer menos. Fui peor estudiante, perd¨ª el tiempo, defraud¨¦. Pero todo lo atribu¨ª a mis decisiones y actos libres, quiz¨¢ porque era demasiado pretenciosa para reconocerle ese poder a una ideolog¨ªa machista, que reci¨¦n comenzaba a resquebrajarse en mi adolescencia.
Algunas cosas las tuve claras desde el comienzo: mi meta no era el casamiento, ni una familia, ni tener hijos dentro o fuera de las instituciones. Algunos hombres me lo reprocharon. No conoc¨ª el deseo de una continuidad que se estableciera fuera de lo que alcanzara en los muy diferentes cap¨ªtulos de mis elecciones conscientes.
Entre mis proyectos no figuraba una familia, sino independizarme de ella. Mi objetivo era la autonom¨ªa completa, no la reforma de algunos usos, ni la obtenci¨®n de permisos que se terminan pagando en moneda dura.
Mi feminismo era instintivo, poco refinado, brutalista.
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